viernes, 25 de agosto de 2017

San Alberto Hurtado: una vida con sentido trascendente

Pbro. Mg. José Andrés Bravo Henríquez
Director del Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina Social de la Iglesia
Arquidiócesis de Maracaibo
Universidad Católica Cecilio Acosta

            El sacerdote jesuita chileno Alberto Hurtado Cruchaga es un ser transparente de una existencia auténtica, vivida con sentido trascendente, fiel al seguimiento de Jesús en su Iglesia. Él mismo lo expresa diciendo que el camino de su vida es la voluntad de Dios, su santificación, que exige colaborar con Dios y realizar su obra. Se pregunta: “¿Habrá algo más grande, más digno, más hermoso, más capaz de entusiasmar?”. Así vive eternamente. Hoy sigue presente como antorcha encendida iluminando los caminos de los universitarios y de los pobres a quienes tanta dedicación consagró. Sigue siendo entusiasta y sigue entusiasmando, como  “un fuego que enciende otros fuegos”. Esta es su mayor lección transmitida por medio de su vida, sus palabras y sus escritos: el sentido trascendente de la existencia. Así se convierte en el mejor maestro del humanismo cristiano, integral y solidario: “Pedimos heroísmo a los cristianos, y ¡tanto heroísmo! ¿En qué se basa esta exigencia? En la visión de eternidad. Uno  es santo o burgués, según comprenda o no esta visión de eternidad. El burgués es el instalado en este mundo, para quien su vida sólo está aquí. Todo lo mira en función del placer. La vida para él es un limón que hay que exprimir hasta la última gota; una colilla de cigarro que se fuma con fruición, sin pensar que luego quedará reducido a una colilla; un árbol cuyas flores hay que cortar pronto… Burguesa es la mentalidad opuesta en todo al cristianismo: es resolver los problemas con sólo el criterio de tiempo. ¡Aprovechar el día! Gozar, gozar.
Su concepción de una vida con sentido trascendente es expresada con su peculiar modo de hablar claro y sencillo: “¿Yo? Ante mí la eternidad. Yo, un disparo a la eternidad. Después de mí, la eternidad. Mi existir un suspiro entre dos eternidades. Bondad infinita de Dios conmigo. Él pensó en mí hace más de cientos de miles de años. Comenzó, si pudiera, a pensar en mí, y ha continuado pensando, sin poderme apartar de su mente, como si yo no más existiera. Si un amigo me dijera: los once años que estuviste ausente, cada día pensé en ti, ¡cómo agradeceríamos tal fidelidad! ¡Y Dios, toda una eternidad! ¡Mi vida, pues, un disparo a la eternidad! No apegarme aquí, sino a través de todo mirar a la vida venidera. Que todas las creaturas sean transparentes y me dejen siempre ver a Dios y la eternidad”.
Es necesaria una reflexión que pueda interpretar ese modo de ver y de vivir la existencia. Muchos piensan, cuando hablamos de un santo, en alguien lejano del cielo inalcanzable o del misterio incomprendido. Decidimos no hablar de ello porque es inútil. Ciertamente, el santo vive en la gloria pero recorriendo antes nuestra historia, encarnados en nuestros pueblos, deja bien marcada sus huellas y lleva en sus pies nuestro barro. Cuando se tiene una visión trascendente de la existencia, todo tiene sentido, nada deja de proyectarse lejos, hacia Dios. Los espíritus se inquietan, la vida se entrega, tal como lo hizo Jesús. Así lo enseña San Alberto a los jóvenes: “Una vida íntegramente cristiana, he ahí la única manera de irradiar a Cristo. Vida cristiana, por tanto, en vuestro hogar; vida cristiana con los pobres que nos rodean; vida cristiana con sus compañeros; vida cristiana en el trato con las jóvenes… vida cristiana en vuestra profesión; vida cristiana en el cine, en el baile, en el deporte. El cristianismo, o es una vida entera de donación, una transformación en Cristo, o es una ridícula parodia que mueve a risa y a desprecio”. Esta visión trascendente no nos aparta del compromiso de transformar el mundo, construir el reino de Dios, de la fraternidad universal. Por el contrario, dinamiza nuestro ser hacia la entrega total de la vida en la cruz para alcanzar la eternidad. Jesús dice que la vida es eterna si se entrega en el amor (cf. Jn 12,25).
          La existencia del padre Alberto comienza el 22 de enero de 1901 en el seno de la familia de Alberto Hurtado Larraín y Ana Cruchaga Tocornal, exactamente en Los Perales de Tapihue de Casablanca, en Viña del Mar, Chile. Un importante detalle en el ambiente familiar de los Hurtado-Cruchaga es la fe cristiana vivida con convicción por sus padres. Pero, además, existe en ellos una gran sensibilidad social, que los lleva a vivir su fe en el servicio social, a favor de los más necesitados. Tanto por la dedicación del trabajo fuerte de su padre como la cuidadosa educación que le brinda su madre, Alberto, el mayor de dos hermanos, crece con esta herencia espiritual que va fortaleciendo día a día, en su peregrinar histórico.
A causa de la muerte de su padre, cuando apenas contaba cuatro años de edad, Alberto es obligado a trasladarse con su familia a la capital para habitar con su tío Jorge Cruchaga. Ahí recibe sus primeras enseñanzas en el Colegio San Ignacio finalizadas en 1917. Pero, su vida familiar y estudiantil va integrada a su fe cristiana vivida apostólicamente. En 1909 recibe la primera comunión y es confirmado al siguiente año. Ya en 1911 comienza su compromiso apostólico como miembro de las Congregaciones Marianas.
Nosotros encontramos en cada instante de la historia de San Alberto un vivir en abundancia, en plenitud. Quiere su vida como una creación amorosa de Dios y como un culminar en su misma gloria. Qué será una historia donde la vida parte de la nada y llega a la nada: una pasión inútil o una náusea, como lo ha proclamado el existencialista Sartre. Pero, para el cristiano, la historia es el camino hacia Dios. Dios es fuente, modelo y meta de la historia de la persona humana. Es una vocación hacia el reino eterno. Dice nuestro santo que “la vida eterna es poseer a Dios… y llenar eternamente con nuevos y nuevos aspectos mi inteligencia sedienta de verdad. No es mirar y saciarme, sino penetrar y ahondar un libro inagotable, porque es infinito y mi inteligencia permanece finita Es un viaje infinitamente nuevo y eternamente largo”.
          En 1918 inicia sus estudios universitarios de Derecho en la Universidad Católica de Chile. Es un universitario inquieto, siempre movido por su seguimiento a Jesús. Activista político en el Partido Conservador, en el Centro de Alumnos de Derecho y dedicado a los pobres en el Patronato de Andacollo. La cuestión obrera también ocupa su vida apostólica con gran entusiasmo. Participa en el Círculo de Estudios León XIII y se convierte en instructor de obreros en el Instituto Nocturno San Ignacio.
          Para obtener su título de Bachiller en Derecho presenta en 1921 una disertación sobre La reglamentación del trabajo de los niños. Tesis que es publicada el mismo año. Esta investigación fue motivada por la realidad de Chile, de los siete mil ciento veintidós niños varones menores de 12 años de edad empleados en las industrias, con medio salario y 8,7 horas de jornada. Así también las tres mil doscientas veintiuna niñas menores de dieciocho años de edad, con medio salario y con 9,2 horas de jornada. Señala Alberto que “la comisión parlamentaria que visitó la zona salitrera expone en su informe en 1917 que sólo en la industria del nitrato había más de tres mil niños menores de 16 años incluyéndose muchos de 7 y 8 años, ocupados en trabajos no sólo superiores a sus fuerzas, en extremo peligrosos e insalubres”. Por eso, sostiene Alberto, es necesaria una legislación sobre el trabajo de los niños y niñas porque “son ellos la parte más delicada de la humanidad y la que más protección merece por ser la más incapaz de valerse por sí misma; porque un trabajo excesivo y prematuro agota sus fuerzas físicas, debilita su inteligencia, enerva su voluntad, les impide recibir la instrucción que ha de hacerlos elementos útiles a la sociedad, los incapacita para aspirar a ser algo más de lo que son y, por consiguiente, los condena a vivir una vida que poco merece ser vivida”. En suma, el autor de esta tesis pretende hacer justicia sobre las injustas situaciones de los menores y que se establezcan leyes que los protejan de la explotación. Esta inquietud se manifestará, no sólo en sus estudios profesionales, sino también en su entrega por los demás, respondiendo como seguidor de Jesús a su vocación sacerdotal.
Al año siguiente (1922), para su licenciatura en Leyes y Ciencias Políticas, presenta: su tesis sobre El trabajo a domicilio, aprobada con distinción máxima y publicada ese mismo año en Santiago de Chile. Otra de las graves realidades que vive su pueblo, que dinamiza su espíritu e inteligencia para aportar eficaces soluciones para el bien, es la cuestión obrera, primera y principal inquietud de la doctrina social de la Iglesia desde la Encíclica Rerum novarum (1891) sobre la condición de los obreros, a raíz de la revolución industrial y la ideología político-económica del capitalismo liberal. Al igual que la tesis anterior, esta apunta a uno de los más importantes problemas sociales, y que requiere una solución urgente. A Hurtado le mueve, pues, el número de estos trabajadores cuyas estadísticas oficiales en su país se desconoce. Además, el aislamiento entre los operarios a domicilio impide una lucha por sus derechos. Por otro lado, denuncia el autor, que por la carencia de una necesaria organización se hace dificultoso conocer los contratos en los cuales se basa esta realidad. Textualmente la disponibilidad de voluntades para la solución de este problema es planteado en estos términos: “Cuando los Estados han querido legislar sobre esta materia los enemigos de la intervención legal, además de repetir las objeciones que forman su credo, han alegado, para confirmar sus razonamientos, que una reglamentación del trabajo a domicilio implicaría la violación de una de las mayores libertades públicas: la inviolabilidad del hogar, que quedaría sometido a inspecciones. Cierto, el hogar es inviolable pero mientras no existe violado un derecho y así como se suspende el imperio de este principio cuando hay razones para temer que allí se oculta un delito, se suspende, por tanto, cuando con fundamento se sospecha que permanentemente se está cometiendo un delito contra la vida y la propiedad de miles de pobres seres, al privarlos de una justa remuneración, derechos éstos, más sagrados y más antiguos que la inviolabilidad de su hogar”. Ciertamente es un delicado tema, sobre todo cuando se enfrentan dos derechos que merecen igual respeto. Pero, la propuesta del joven jurista se basa en la justicia social y en la dignidad de las personas. Con fundamento, concluye presentando un proyecto de ley digno de ser estudiado por los especialistas, teniendo en cuenta el espíritu cristiano que inspira a Alberto Hurtado.
El mismo año 1922 presenta su examen final calificado de sobresaliente. Sin duda, su vida universitaria trascurre entre su activismo político, su  apostolado cristiano y su competencia académica, esto hace de Alberto Hurtado una persona de excelencia.
Pues, además, del Reglamentación del trabajo de los niños (1921) y El trabajo a domicilio (1922), Hurtado publica, El sistema pedagógico John Dewey ante las exigencias de la doctrina católica (1935), La crisis sacerdotal en Chile (1936), La vida afectiva en la adolecente (19367), La crisis de la pubertad la educación de la castidad (1937), ¿Es Chile un país católico? (1941), Puntos de educación (1942), Elección de carrera (1943), Cine y moral (1943), Humanismo social (1947), El orden social cristiano en los documentos de la jerarquía católica (1947), Sindicalismo (1950).
Entre los artículos publicados en la revista Mensaje, fundada por él, se cuentan: Signos del tiempo (Octubre 1951): aquí presenta el pensamiento pontificio en materias sociales y económicas. Denuncia la “concentración de poder, sobre todo financiero, en muy pocas manos puesto no al servicio del bien común, sino del negocio orientado al lucro como fin último. Esto trae desorden del crédito, con grave daño de los que más lo necesitarían para fines honestos. Predominio de los intereses económicos en la gestión política e internacional, con desmedro de la colectividad y de la paz internacional…”. Citando a Pío XII, también denuncia el “crecido número de hombres, desprovistos de toda seguridad directa o indirecta respecto de su vida, no se interesan ya por los valores reales y más elevados del espíritu, abandonan su aspiración de una libertad genuina y se arrojan a los pies de cualquiera que les prometa en alguna forma pan y seguridad”. Además,  “la horrible crisis de desocupación; esas inmensas multitudes vejadas por su falta de trabajo, cuya triste condición se ve aumentada por el amargo contraste que ofrecen otros viviendo en el placer y en el lujo, desinteresados de las necesidades de los pobres”. Ahora, citando la Quadragesimo anno de Pío XI, también denuncia que “la inestabilidad propia de la vida económica y, sobre todo, su complejidad exigen de los que se han entregado a ella una actividad absorbente y asidua. En algunos se han embotado los estímulos de la conciencia hasta llegar a la persuasión de que les es lícito aumentar sus ganancias de cualquier manera y defender por todos los medios las riquezas acumuladas con tanto esfuerzo y trabajo contra los repentinos reveses de la fortuna... La desenfrenada especulación hace aumentar y disminuir insensatamente a la medida de su capricho y avaricia el precio de las mercancías para echar por tierra con sus frecuentes alternativas las previsiones de los fabricantes prudentes”. En la misma línea, expresa “el nacimiento del Comunismo. Para explicar cómo ha conseguido el Comunismo que las masas obreras lo hayan aceptado sin examen, conviene recordar que éstas estaban ya preparadas por el abandono religioso y moral en que las había dejado la economía liberal; con los turnos de trabajo, incluso el Domingo, no les daba tiempo ni siquiera para satisfacer a los más graves deberes religiosos y se continuaba promoviendo positivamente el laicismo". Y para terminar, volviendo a citar la Quadragesimo anno, señala que "los gérmenes del nuevo régimen económico aparecieron por primera vez cuando los errores racionalistas entraban y arraigaban en los entendimientos y con ello pronto nació una nueva ciencia económica distanciada de la verdadera ley moral y que por lo mismo dejaba libre paso a la concupiscencia humana".
Para presentar el nacimiento de la revista Mensaje, escribe un editorial titulado El mensaje cristiano frente al mundo de hoy (Octubre 1951), donde expresa su pretensión con esta publicación en los siguientes términos: “La revista, dentro siempre de un criterio estrictamente católico y sin más limitaciones que las de él, abarcará tanto el campo de la teología y de la filosofía, como el de los problemas económicos y sociales, de la historia, de la literatura y del arte. También procurará Mensaje vincular a los lectores chilenos con los problemas que agitan al mundo entero: el hombre ya no puede vivir aislado, pues cada día lo convierte más en ciudadano del mundo. De una manera especial, eso sí, atenderá a lo tocante a Chile mismo, no sólo para conocerlo, sino también para buscar en común soluciones de mejoramiento en la vida religiosa, intelectual y social”.
Con una trilogía de artículos, le habla a la juventud: Psicología de la juventud: Pre-guerra (Octubre 1951), Psicología de la juventud: Post-guerra I (Noviembre 1951) y Psicología de la juventud: Post-guerra II (Diciembre 1951). Describe en ellos, los rasgos de la juventud chilena en esta difícil época de los primeros años del siglo XX. Una vez más, manifiesta su solícita inquietud por los jóvenes de su pueblo.
El diablo y el buen Dios de J. P. Sartre (Abril 1952), comentario, profundamente interesante, sobre la obra que el existencialista ateo publicó en la revista Les Temps Modernes (1951), con una impresionante publicidad anterior que la convirtió en la obra esperada con ansiedad, según el testimonio del mismo Hurtado. ¿Cuál es el contenido de la obra de Sartre? ¿Cuál su mensaje?, la respuesta a estas interrogantes constituye el presente escrito en la revista “Mensaje”. Concluye nuestro personaje: “El diablo y el buen Dios nos deja, sin pretenderlo, una profunda lección: su sed de absoluto, que Sartre coloca en el yo, en la adoración del hombre, como el marxista en el proletariado, palanca de la sociedad sin clases. Pero, para el cristiano, su único absoluto es Dios, y su gran descubrimiento, su mensaje. Es que la vida sin Dios nada vale”.
La búsqueda de Dios (Septiembre 1952), es un artículo colmado de un gran sentimiento. Así se despide para ir a la casa del Padre. Una vez más expresa el sentido trascendente de la existencia, cuando ésta se vive como respuesta a una vocación o llamado de Dios: “Todas nuestras peregrinaciones terrestres han sido movidas por el llamado divino, llamado que ya nos eleva a lo alto, ya nos precipita en lo hondo. Ese llamado de Dios, perceptible en nuestras almas, es el que nos ha convocado a todo lo que merece llamarse grande en nuestra vida, a todo lo que da sentido a una existencia cuando la vida es en verdad una vida”.
La muerte (Noviembre 1952), es un artículo escrito el año anterior y publicado después de su partida a la eternidad. Para Alberto Hurtado, tanto la razón como la fe nos conducen a Dios. Así, la muerte se contempla con mirada de esperanza: “la muerte para el cristiano es el momento de hallar a Dios, a Dios a quien ha buscado durante toda su vida. Es el encuentro del hijo con el Padre; es la inteligencia que halla la suprema verdad, la inteligencia que se apodera del sumo bien”. Porque “cada día y hora que pasa nos acerca alegremente al tiempo del triunfo divino, al término del pecado y la miseria”.
Misión del Universitario (Enero 1953), otro artículo póstumo escrito en 1945, exponiendo cómo debe presentarse el universitario con las bases del orden cristiano de la sociedad. Para el autor, “el universitario es un obrero intelectual de un mundo mejor”. La Universidad debe despertar en los alumnos: el sentido social, la conciencia activa por la condición humana, el sentido de responsabilidad social, el sentido crítico no sólo para destruir el mal sino también para construir el bien, el hambre y la sed de justicia, la visión de futuro como personas de fe y el espíritu realizador. Por último, nos señala, que “la acción del universitario es hacer que la doctrina de la Iglesia desarrolle su máximo de posibilidades teóricas y prácticas”.
San Ignacio Maestro de la vida espiritual (Julio 1953). Se trata de unos apuntes encontrados entre sus escritos, donde expresa la espiritualidad del fundador de la Compañía de Jesús que bien podríamos resumir así: “En medio de un mundo cristiano sin conciencia de su fe, ante una religión conformista, sentimental o servil, Ignacio levanta la bandera de un cristianismo que comprende las exigencias de la fe porque ha entrevistado la grandeza de Dios. Por otra parte ha visto Ignacio en el Evangelio el aniquilamiento de Jesucristo en su pobreza, en su obediencia y en su pasión. Admirable respuesta de Ignacio a las provocaciones del amor. Seguirá a su jefe en los más duros combates. Él, el vano y valiente capitán se hará pobre y humilde mendigo por amor de Cristo Pobre, pero enseñará a la Compañía formas menos poéticas, puede ser, pero no menos exigentes en su interior despojo. La lucha con el mundo a la que va a lanzar a la Compañía será como la lucha moderna menos aventurera, pero no menos fuerte y exigente”.
Nobleza de la Persona Humana (Agosto 1953). Se trata de una conferencia dictada en una Semana Social para jóvenes, en el año 1940. Una bella y sencilla exposición de su visión humanista basada en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino y de la moderna doctrina social de la Iglesia, superando toda visión monista (espiritualista o materialista) y dualista, para presentar la nobleza de la persona humana en su integridad. El texto que, a nuestro juicio, más impacto causa y mejor responde a esta visión integral y trascendente de la persona humana es este: “Triste sería que los cristianos se contentasen con esperar como única solución una medida extraordinaria de Dios, o el martirio. Quizás porque muchos han adquirido el hábito de ser víctimas, inconscientemente descansen en esta solución. ¡Cómoda solución, para los que preparan con sus omisiones y torpezas el martirio de los otros! Sto. Tomás Moro hubiera estimado presuntuoso la gloria de ser decapitado por Dios, sin haber antes agotado los otros recursos legítimos para concluir en justicia su proceso. El martirio no suprime las soluciones que guardan proporción con la naturaleza, sino que las reclama y las fecunda”.
Podemos encontrar una serie de escritos sobre la psicología pedagógica en la Revista Católica de Chile, la mayoría compuestos de los apuntes de sus clases universitarias.
Así también están a nuestra disposición obras redactadas a partir de diversos escritos recogidos en varios libros publicados por el Centro de Estudio “San Alberto Hurtado” de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Entre otros: Un disparo a la eternidad (1972), se trata de los apuntes de varios retiros espirituales, donde expresa la visión de fe como visión de eternidad y la visión de la voluntad de Dios como visión de la caridad. Aquí encontramos también un escrito sobre la misión social de la Universidad.
Otro libro editado por el Centro de Estudio es una recopilación de cartas e informes, publicado en 2003. Debemos tener presente, corroborando la visión trascendente que san Alberto tiene sobre la existencia humana, la carta escrita desde su lecho de enfermo a los amigos del Hogar de Cristo: “Al partir, volviendo a mi Padre Dios, me permito confiarles un último anhelo: el que se trabaje por crear un clima de verdadero amor y respeto al pobre, porque el pobre es Cristo”.
Otra de sus más importantes obras publicadas también por el Centro de Estudio en el 2004 es: Moral Social-Acción Social. Siguiendo su obra Humanismo Social, trata los temas que distingue la moral social de la individual; la moral social católica, el derecho del Magisterio de la Iglesia en el terreno de lo social, las varias formas del Magisterio eclesiástico, las fuentes profanas de la moral social católica, un resumen histórico del desarrollo de la moral social católica, la vida social y las sociedades naturales, el desorden social como cuestión social, los sistemas para resolver la cuestión social; entre muchos otros temas.
Por otro lado, son recogidos conferencias, artículos y discursos pastorales en un libro publicado en 2004 bajo el título La búsqueda de Dios.  En uno de estos escribe que “la Iglesia de Dios se establece y triunfa por el trabajo heroico de sus santos; por la plegaria de sus contemplativas, encerradas en vida; por la aceptación de las madres a la obra de la naturaleza, y que van a realizar en su hogar la obra de la ternura y de la fe; por la educación del que enseña y por la docilidad del que escucha; por las horas de fábrica, de navegación, de campo al sol y a la lluvia; por el trabajo del padre que cumple así su deber cotidiano; por la resistencia del patrón, del político o del dirigente de sindicato a las tentaciones del dinero, al acto deshonesto que enriquece; por el sacrificio de la viuda tuberculosa que deja niñitos chicos y se une con amor a Cristo crucificado; por la energía del jocista, que sabe permanecer alegre y puro en medio de egoístas y corrompidos; por la limosna del pobre que da lo necesario... La Iglesia, en todo momento, se construye y triunfa”. Se muestra en el padre Hurtado una espiritualidad santificante que no descuida ni la acción interior ni la praxis social.
Otro libro es La verdadera educación. Escritos sobre educación y psicología (2005). Y uno de los más excelentes libros es “Un fuego enciende otros fuegos”, que define muy bien la existencia de este excelente hombre. No es sino diversos escritos escogidos por el Centro de Estudio y publicado en 2007.
Ciertamente, entre sus libros, ¿Es Chile un país católico?, escrito en 1941, es el más famoso y de mayor controversia. Es una obra crítica, con cuestionamientos serios a nuestro catolicismo. Comienza analizando el catolicismo de su época en Chile en plena guerra mundial. Estudia las orientaciones filosóficas que influyen en la humanidad calificada por el autor como una guerra espiritual. Ataca por igual el materialismo agnóstico como el pragmatismo, el utilitarismo y el relativismo que recrudece la moral pagana contra la moral cristiana. Otra cuestión que enfrenta es denominada por él como la “Apostasía de las masas”, pues,  “una de las causas más profundas del recrudecimiento de la moral pagana es la pérdida de la fe en las masas. El gran escándalo del siglo XX es que la Iglesia haya perdido la clase obrera, decía con profundo dolor S.S. Pío XI al fundador de la J.O.C., canónigo Cardyn”. Trata de un renacimiento católico, porque a pesar de todo el panorama difícil, se abren caminos, aunque muy tímidos y selectos hacia un cristianismo más auténtico: “Indiscutiblemente dentro de este cuadro general de apostasía de las masas, de indiferentismo religioso, hay un hecho bien comprobado y comprobado en todas partes: el renacimiento religioso de grupos selectos que llevan una vida profundamente cristiana y que compensan con su fervor la indiferencia de los demás. Estos grupos serán el fermento que levantará toda la masa”. J.O.C. es la Juventud Obrera Cristiana, fundada en 1924 por el sacerdote belga Joseph Cardijn.
Siguiendo con su historia, no podemos dejar de destacar la amistad del joven Alberto con quien es su compañero y más tarde Obispo y hasta Presidente del CELAM, Mons. Manuel Larraín, pariente suyo. Junto a este gran amigo, Alberto pudo descubrir su vocación religiosa y sacerdotal. Él en su existencia siempre busca descubrir la voluntad de Dios, “¿Qué quiere Dios para mí?”. Toda vida es una vocación. Todos tenemos una misión que da sentido trascendente a nuestro existir. La Universidad Católica de Chile sintió que entregaba a Dios uno de sus mejores estudiantes cuando en el año 1923 Alberto entra al Noviciado de la Compañía de Jesús (Jesuitas). Entre los años 1927 y 1931 estudia filosofía y teología en Barcelona (España). Continúa la teología en Lovaina (Bélgica).
          Es ordenado Sacerdote el 24 de agosto de 1933 en Lovaina. Al año siguiente aprueba el examen Ad Gradum de Teología y su examen para el Doctorado en Ciencias Pedagógicas en la misma Universidad de Lovaina.
          Su Universidad Católica de Chile no deja de sentir su presencia, aun lejos trata de impulsar la Facultad de Teología. Al retornar a su país el año 1936, comienza su apostolado con los jóvenes y universitarios en general. En su Universidad como profesor, predicador de retiros espirituales y su misión de Pastoral Universitaria. Además, su asesoría espiritual de la Acción Católica a nivel diocesano. También trabaja con estudiantes liceístas.
          En Santiago de Chile, el año 1945, comienza su obra social de inspiración cristiana de mayor importancia en el País, el Hogar de Cristo. Ahora “Cristo, acurrucado bajo los puentes, en la persona de tantos niños que no tienen a quién llamar padre, que carecen hace muchos años del beso de madre sobre su frente”, tiene un hogar. En 1947, con un grupo de universitarios constituye la Acción Sindical y Económica Chilena (ASICH) y establece un centro de formación sindical cristiano. En 1951 funda la revista Mensaje de formación cristiana, como ya lo hemos expresado.
          Con la única inquietud por los pobres y necesitados, pero con una existencia disparada a la eternidad, como él mismo lo enseña, sufrió su enfermedad manifestando su fe en las palabras inolvidables para la humanidad: “Contento Señor, contento”. Así parte a la casa del Padre Dios a las 5 de la tarde del 18 de agosto de 1952. Joven, como “un fuego que enciende otros fuegos”, Juan Pablo II lo beatifica el 16 de octubre de 1994 y es canonizado por Benedicto XVI el 23 de octubre de 2005. Al año siguiente, el 7 de abril, en una Visita Pastoral a nuestra Alma Mater, Mons. Ubaldo Santana lo proclama Patrono Oficial de la Universidad Católica Cecilio Acosta.
          Hoy, San Alberto Hurtado es para nosotros un importante referente como modelo de vida humana y cristiana. Su presencia en medio de nuestra Comunidad Universitaria nos inspira a vivir la historia con sentido trascendente. Es un santo de nuestra época, del siglo XX recientemente concluido, aún sus palabras y sus acciones son actuales y nos comprometen. Las grandes cuestiones sociales vividas por él con intensidad, siguen desafiándonos y estimulando nuevas respuestas. Un santo latinoamericano como nosotros, compartiendo nuestra misma cultura y viviendo nuestras mismas necesidades. Un santo que tuvo una vida activa e inquieta como nuestra actual juventud, impulsado por la misma fuerza renovadora y una espiritualidad cristiana traducida en acciones concretas por el bien social, defendiendo los derechos humanos y sirviendo a los jóvenes y a los pobres porque así, lo enseña continuamente, sirve a Jesús de Nazaret. Un santo universitario como nosotros, como estudiante, profesor y guía espiritual. Un sacerdote que hizo de la Eucaristía su vida. Para él su existencia es la prolongación de la Eucaristía y su apostolado sacerdotal en beneficio del progreso y atención de los seres humanos, desde la vida y el Evangelio de Jesús como su profundo conocimiento de la doctrina social de la Iglesia, es la manifestación humana de su misterio. Es, con competencia intelectual y auténtica espiritualidad cristiana, un orientador y promotor de las actividades socio-políticas para los movimientos estudiantiles y obreros. En fin, un santo joven y dinámico que descubre que la vida es eterna si se entrega en el seguimiento a Jesús, nuestro Dios.

jueves, 24 de agosto de 2017

El Discernimiento Eclesial

Pbro. Mg. José Andrés Bravo Henríquez
Director del Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina Social de la Iglesia
Arquidiócesis de Maracaibo
Universidad Católica Cecilio Acosta
          Celebro la entrega que el padre Richard Colmenares hace al pueblo de Dios de su primer libro “El Discernimiento Eclesial en el Concilio Vaticano II: como categoría teológica que funda la acción de la Iglesia”, fruto de sus estudios de teología pastoral en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, investigación que presentó para su licencia.
El padre Colmenares es un joven sacerdote de la Arquidiócesis de Maracaibo entusiasta y talentoso, que ha desarrollado su acción pastoral en nuestro pueblo zuliano. Recientemente ha regresado después de su segunda especialización, esta vez, en Sagradas Escrituras que hizo en el prestigioso Pontificio Instituto Bíblico de Roma de la Pontificia Universidad Gregoriana. Está ya entre nosotros y nos trajo esta obra de gran valor eclesiológica.
          Me gustaría interrogar al libro. Las respuestas a las preguntas las buscaré primero en la introducción. ¿Por qué discernimiento? Sin duda, es un importante tema para la vida cristiana que el joven autor presenta como parte del proceso educativo de la persona humana. Dice que no se trata sólo de un proceso intelectual, aunque necesario, sino “experiencial” que va desde el acto existencial de separar realidades – examinándolas y evaluándolas – hasta llevarnos al acto de decidir. Entiendo que es un proceso muy serio y dedicado porque compromete la conducta humana y la opción fundamental por el seguimiento de Jesús.
          Pero, ¿por qué eclesial? Ya nos está marcando al sujeto del proceso, la Iglesia. Nos indica que desde los primeros cristianos – nos remite a la excelente experiencia del concilio de Jerusalén (Hechos 15,4-5), entre otras – el discernimiento tiene la guía del Espíritu Santo. Es, sin duda, un proceso humano pero dentro de una vivencia religiosa “donde el gran protagonista es el Espíritu Santo”. Otra característica importante es que el discernimiento es comunitario. Es la comunidad cristiana, la Iglesia, el sujeto del discernimiento: “Es hablar de un discernimiento comunitario que tiene como finalidad en bien de la Iglesia, es hacer referencia al denominado: discernimiento eclesial”.
          Todavía nos queda la pregunta ¿por qué “en el concilio Vaticano II”? Aquí nos ubica en la actualidad de la investigación, porque, aunque el concilio tiene ya poco más de 50 años, aún nos debemos interrogar sobre él, como lo expresa extraordinariamente Juan Pablo II: “¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, en las orientaciones que nos dio el concilio Vaticano II! Por eso, en la preparación del Gran Jubileo (2000), he pedido a la Iglesia que se interrogase sobre la acogida del concilio… A medida que pasan los años, aquellos textos no pierden su valor ni su esplendor… con el concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Novo millennio ineunte 57).
          El joven investigador lo entendió claramente. Su obra es la respuesta. Entiende que el Vaticano II es un gran ejemplo de discernimiento eclesial que ha buscado en la fuente del misterio de Dios el misterio de la Iglesia como pueblo de Dios, como sacramento (misterio) de comunión y misión, al servicio de la humanidad actual (Gaudium et spes). A mi juicio, es acertada la opción del autor en privilegiar la imagen eclesiológica de pueblo de Dios.
          Los tres capítulos de la obra teológica-pastoral responde, pues, a esta propuesta metodológica. El primero, sobre “el concilio Vaticano II como una oportunidad de discernimiento en el historia de la Iglesia del siglo XX”, enseña el proceso histórico de nuestro concilio que esencialmente es un acontecimiento de Iglesia sobre la Iglesia. Así, bajo la clave del discernimiento, el padre Colmenares, desarrolla un estudio eclesiológico: “El discernimiento ad intra en la Eclesiología del Vaticano II” (segundo capítulo) y “La Gaudium et spes, el discernimiento como clave metodológica para la acción de la Iglesia” (tercer capítulo).
          De la conclusión entiendo que la auto-comprensión que la Iglesia hace desde el concilio, es fruto de un discernimiento bien realizado. Noto que leyó el excelente artículo de Ives Congar, señalado en la amplia y organizada bibliografía, sobre el pueblo de Dios, aparecido en el primer número de la revista Concilium (1965) de donde intuye que “este discernimiento, que lo impone el reconocimiento de una igualdad ontológica entre todos los cristianos (cf. LG 11), asume, con el bautismo, la necesidad de una relación fraterna y ordenada entre cada uno de los miembros del pueblo de Dios”.
          Estamos felices de que un hermano nuestro, el padre Richard Colmenares, haya logrado tan importante éxito. Nuestro mejor homenaje es la lectura y el estudio de su obra.