viernes, 25 de diciembre de 2009

Porque Dios es poesía en la cual se cree

Por Enrique Miret Magdalena (Teólogo)

A mis 94 años he llegado a la conclusión de que todo tiene importancia y nada tiene importancia, porque la buena vida sólo consiste en saber aprovecharse tanto de las cosas buenas como de las malas.

La religión en la que creo no es cosa de tristes gruñones, sino ayuda mutua
He aprendido esto de los grandes sabios antiguos, como Píndaro, y de los modernos, como Ortega y Gasset: lo único decisivo es ser lo que somos porque nuestra realidad, como toda realidad, siempre tiene algo de bueno. También el gran pensador francés André Maurois me enseñó, a fuerza de equivocarme, que "hay que tratar las catástrofes como molestias y jamás las molestias como catástrofes", porque, como afirmaba Tolstoi, "la felicidad no depende de acontecimientos externos, sino de cómo los consideremos".


Hoy es un día especial para mí porque de algún modo reu-nimos en esta mesa la labor de casi 100 años, por activa o por pasiva, y yo, que soy tan proclive a la sabiduría de Oriente, he acabado por aprender, mal que bien, lo que me ha descubierto y los hechos me han confirmado: "Más vale caminar bien que llegar".

Del mismo modo, tengo que decir que la religión, sin caer en maximalismos ni minimalismos, me ha ayudado mucho en los momentos difíciles. Sostengo que todo lo que has de creer, orar y practicar está contenido en el Padre Nuestro. Y me inspiro en los discípulos próximos a Jesús y en ese pequeño libro del siglo I, la Didajé, que se traduce por Enseñanza o Doctrina y que nos muestra que toda conducta positiva ha de basarse en la regla de oro: "No hagas a los demás lo que no quieras para ti". Igualmente, el Pastor de Hermás nos dijo en el siglo II que "todo el que está alegre obra bien y piensa bien".

La religión en la que creo no es cosa de tristes gruñones, sino apertura y ayuda mutua, que siempre repercutirá en un mundo mejor, sea cual sea nuestro pensamiento: por eso, con el tiempo, mi fe se ha vuelto más sencilla y más dependiente de lo interior y de una conducta abierta a los demás. Porque Dios, lejos de ser un amo exigente, es "poesía en la cual se cree".

Mis años, finalmente, se resumen en lo que debo a mi mujer, que colgó los hábitos científicos para dedicarse a la educación de nuestros hijos y, siempre mirando hacia la izquierda, ayudar a quien lo necesitase.

Nota: El teólogo Enrique Miret Magdalena falleció el pasado 12 de octubre. Este texto es el que leyó a su familia durante su penúltimo cumpleaños, siguiendo una vieja costumbre que repetía año tras año. De alguna forma, es una síntesis de su manera de ver la vida y de entender el compromiso con los demás.

Tomado de: El País.com bajado viernes 25-12-2009

miércoles, 16 de diciembre de 2009

CIRCULAR SOBRE LAS ESCUELAS ARQUIDIOCESANAS DE MARACAIBO

MONS. UBALDO RAMÓN SANTANA SEQUERA
ARZOBISPO DE MARACAIBO


A LOS PRESBITEROS DIOCESANOS Y RELIGIOSOS,
A LOS DIACONOS PERMANENTES, A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS,
A LOS MOVIMIENTOS DE APOSTOLADO SEGLAR,
A LAS COMUNIDADES ECLESIALES,
Y A LOS FIELES EN GENERAL

Queridos hijos, hijas, hermanos y hermanas en el Señor,

En el año mil novecientos sesenta y nueve, nuestro recordado predecesor Mons. Domingo Roa Pérez, iniciaba un proyecto educativo que respondía plenamente a las inquietudes de su alma de maestro y de pastor. Continuaba así respondiendo a las exigencias de cambio de una Venezuela que deseaba salir del analfabetismo, siendo consecuente con un proyecto que había anunciado en su Primera Carta Pastoral como Obispo del Zulia: «Multiplicaremos nuestros esfuerzos y diligencias a fin de que llegue a mas niños y jóvenes "el beneficio inestimable de la educación cristiana", que "comprende al hombre entero, espíritu unido al cuerpo en unidad de naturaleza, con todas sus facultades naturales y sobrenaturales, cual nos lo hacen conocer la recta razón y la revelación”».
El siete de enero de mil novecientos sesenta y nueve, en el Barrio El Callao, al sur de Maracaibo, las Misioneras de la Madre Laura procedentes desde Colombia iniciaban la primera escuela promovida por esta Arquidiócesis.
La intención era que esa Escuela se constituyera en un lugar donde se aprendiera a conocer y valorar a Dios y a la Patria, a la vida presente y a la futura, a la ciencia y a la honradez, al espíritu de fraternidad y convivencia, a la estima de su propia dignidad y al respeto de los derechos sagrados de los demás seres humanos.
En palabras de Mons. Roa, allí se trataba de integrar “la familia a la educación, que se convirtiera el Plantel en una prolongación del hogar, una especie de templo por el respeto sagrado hacia los niños, delicados como la flor, imagen de Dios y herederos del reino celestial”.
Muy rápidamente creció esta iniciativa. Hasta el año mil novecientos noventa y dos se habían construido dieciocho escuelas: en Maracaibo, en San Francisco, en Páez, en Mara. En cada una de ellas una congregación religiosa femenina había recibido el encargo de regentar la tarea educativa de los niños más pobres, siempre bajo la mirada vigilante del Arzobispo educador.
Al entregar la administración pastoral de esta Iglesia de Maracaibo, en manos de su sucesor, era grande el patrimonio edificado, no solamente eran dieciocho escuelas, junto a ellas se habían construido templos parroquiales y dispensarios. Con esta infraestructura, se cumplía con el propósito de no solamente educar para la vida, sino que al mismo tiempo se cuidaban el cuerpo y el alma.
Las Escuelas de Mons. Roa, como fueron conocidas durante bastante tiempo, han continuando creciendo. A las edificadas por su promotor, se han ido sumando aquellas impulsadas por algunas parroquias y por sacerdotes, aquellas que pertenecían a los territorios de misión incorporados a los espacios arquidiocesanos y las que han sido entregadas a la Iglesia por instituciones oficiales.
Después de cuarenta años, suman veintinueve las instituciones que se inscriben bajo el nombre de Escuelas Arquidiocesanas de Maracaibo. Ubicadas en las zonas populares de los Municipios de nuestro Estado: 13 en Maracaibo, 10 en San Francisco, 3 en Páez, 2 en Mara y 1 en La Cañada de Urdaneta. Veintiún mil alumnos diariamente acuden a sus aulas, cerca de mil quinientas personas, entre sacerdotes, religiosas, docentes y empleados, hacen posible el trabajo.
El fundamento constitucional de que el Estado debía sostener con sus recursos el servicio público prestado por la iniciativa privada en favor de una educación de calidad para los niños y jóvenes de los sectores más necesitados de nuestra nación sostuvo durante bastante tiempo este proyecto.
Las condiciones han cambiado y los recursos del Estado para las obras de la Iglesia cada vez son más escasos. En la actualidad, la Gobernación del Estado ya no puede asegurar los recursos necesarios para el sostenimiento de nuestras Escuelas. Por ello, se han ido incorporando al Convenio que la Asociación Venezolana de Educación Católica (AVEC) mantiene con el Ministerio del Poder Popular para la Educación (MPPE).
Esta realidad nos lleva a dirigir nuestra mirada hacia nosotros mismos, hacia nuestras comunidades y hacia nuestras familias. Así como el Señor, ante el hambre de la gente que lo seguía, manda a sus apóstoles “denles ustedes de comer” (Mt. 14,16); hoy nos dice que el sostenimiento de estas Escuelas es responsabilidad de todos los hijos e hijas de esta Iglesia.
Incontables son los beneficios emanados de estas instituciones educativas, más de veinticuatro mil egresados de sus aulas de clase, ciudadanos responsables que con espíritu cristiano han contribuido a la transformación de sus propias comunidades. Lo que en un principio eran terrenos invadidos y desordenadamente organizados, hoy son sectores consolidados en su urbanismo y en su organización comunitaria. Cada Escuela, con su Iglesia y su Dispensario de salud, ha sido y sigue siendo factor de progreso y transformación para su propio sector.
Es deseo de todos que estos beneficios continúen llegando a todos las regiones de nuestra geografía arquidiocesana. Para ello es necesario que asumamos el compromiso de asegurar su justo sostenimiento.
En el momento presente la escasez de recursos económicos, para cumplir con las obligaciones fundamentales con los trabajadores de nuestras Escuelas, ha colocado en muy serias dificultades a nuestra Arquidiócesis. Durante este año dos mil nueve, como producto de la crisis económica que vive el país, los recursos provenientes del Ejecutivo del Estado Zulia, luego de haber sido reconducidos por dos años consecutivos, han sido recortados en un 25%. Lamentablemente, la situación para el año dos mil diez no se vislumbra de manera diferente.
Debemos preguntarnos, ¿cómo puede nuestra Iglesia Arquidiocesana asumir, por sí sola, una carga tan pesada?; ¿qué se puede hacer?; ¿cruzarnos de brazos ante la angustia y la desesperación de los empleados de nuestras Escuelas?; ¿cerrarlas?; ¿entregarlas en manos del Estado?; ¿privar de la educación católica a tantos miles de niños, niñas y jóvenes?.
Estamos convencidos que esta dura situación es un mandato para cada uno de los católicos de esta tierra zuliana. No podemos permitir que esta gran obra sucumba ante la escasez de recursos de parte del Estado. Seguiremos insistiendo ante el Gobierno Regional para conseguir el máximo posible del presupuesto necesario, continuaremos trabajando con la AVEC para incorporar más Escuelas al Convenio con el Gobierno Nacional.
Queda aceptar la invitación que nos hace el Señor a todos y cada uno de nosotros, “todo lo que pidan al Padre en mi nombre él se los concederá” (Jn. 16,23). Es necesario orar mucho por nuestras Escuelas Arquidiocesanas, pedir constantemente en nuestras eucaristías dominicales y diarias, así como en nuestra oración privada, por su permanencia como gran obra de esta Iglesia, para que sigan dando abundantes frutos. Sabemos que desde la casa del Padre, hacia donde se fue hace 10 años, Monseñor Roa sigue velando por ellas.
Queda obedecer al Señor cuando nos manda a asumir nuestras responsabilidades ante las necesidades del prójimo. Por esta razón, es necesario organizarnos para apoyar nuestra obra educativa e invitar a todos los fieles de buena voluntad a que se unan a las iniciativas que vienen adelantando algunos miembros del sector privado a favor de esta gran obra,
Todos debemos presentar nuestra ofrenda generosa, sin importar del tamaño que sea, para hacernos participes de la obra del Señor y lograr así que se siga realizando el milagro, y los bienes de la creación alcancen para todos.
Por estos motivos invitamos a que en cada Parroquia se organice la pastoral de la educación con la finalidad de apoyar de manera permanente a esta obra fundamental de nuestra Arquidiócesis.
Igualmente, ante la grave situación de escasez de recursos económicos destinados a esta obra, mandamos que se realice una colecta especial en todos los templos parroquiales, iglesias filiales y rectorías de nuestra Arquidiócesis, en las eucaristías del domingo trece de diciembre, y en las celebraciones de la novena de preparación a la navidad así como en la solemnidad del mismo día de Navidad.
Procuren los sacerdotes, diáconos y ministros instituidos, exhortar a los fieles sobre la grave problemática por la que atraviesan nuestros planteles educativos e invitarlos a manifestar su mayor generosidad para asegurar el sostenimiento de este apostolado. La participación activa del pueblo fiel en esta colecta pondrá de manifiesto su solidaridad y lo hará crecer en corresponsabilidad cristiana. Será un digno motivo para celebrar como familia arquidiocesana la Navidad del Señor en el dos mil nueve.
Invoco sobre cada uno de los fieles de esta Arquidiócesis la protección de la Santísima Virgen María en su advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, y pido para que durante esta Navidad reciban los mayores dones de paz y bienestar para sus familias, para el Zulia y para Venezuela entera.
Les doy mi bendición.
En Maracaibo, a los ocho días del mes de diciembre de dos mil nueve, Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

+ Ubaldo R. Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo

ESCUELAS ARQUIDIOCESANAS: La obra de un gran Obispo

Pbro. Eduardo Ortigoza
Arquidiócesis de Maracaibo
Mons. Domingo Roa Pérez es gratamente recordado como el Obispo andino que vino dispuesto a sembrarse en el Zulia. Esa fue su intención, declarada en sus primeras palabras como Obispo del Zulia el 13 de marzo de 1961, "..desde hoy el Zulia será el objeto de mis permanentes desvelos". Con su apariencia, tímida y reservada, de hombre recién bajado de la montaña fue penetrándose en el tejido de esta cultura zuliana y maracaibera. Hombre amante y defensor de la democracia y de la libertad que llegaba al Zulia a pocos meses de haberse aprobado una nueva Constitución de la República de Venezuela. En esta tierra emprendería sus más grandes proyectos.
Rápidamente se convirtió en abanderado por la defensa de la dignidad humana, por la protección de la familia, por el progreso integral de la región y por la reivindicación de la región zuliana ante el centralismo caraqueño.
Siendo un convencido que el anuncio del Evangelio estaba destinado no solamente a los que van a los templos, sino a todos y en todas partes, valoraba la utilización de los modernos medios de comunicación social. Con este propósito, fortaleció la emisora de Radio La Voz de la Fe y el Diario La Columna, y promovió la creación del Canal 11 del Zulia, con sus extensiones en Lara y Carabobo; y estimuló el nacimiento de las emisoras de Radio NC Estéreo y Lumen 2000. Al momento de entregar la Arquidiócesis de Maracaibo, en 1993, dejaba en pleno funcionamiento un periódico de circulación diaria con 69 años de existencia, tres emisoras de radio y una red de televisoras regionales.
Durante sus 32 años de episcopado en el Zulia promovió la creación de una nueva Diócesis, creó 26 parroquias eclesiásticas, construyó 60 templos, ordenó más de 40 sacerdotes zulianos. Promovió a 5 sacerdotes del clero maracaibero para que fueron elevados a la dignidad episcopal para trabajar al frente de diócesis como Cumaná, San Carlos de Cojedes, Valencia, Cabimas, Barinas.
Como Obispo y ciudadano demócrata se preocupaba constantemente por Venezuela y por América Latina. Así lo manifestaba en sus Cartas Pastorales ante los diversos problemas del país, y en su trabajo como Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana. Igual preocupación tenía por ser solidario con los Obispos perseguidos o en peligro. Siempre estuvo al lado del Cardenal Obando en Managua, a quien ayudaba espiritualmente y con sus frecuentes visitas, como también procuraba estar cercano al mártir de la fe latinoamericana Mons. Oscar Romero en El Salvador.
Incansablemente predicaba sobre los peligros del ateísmo y el progreso de las doctrinas marxistas en América Latina y en el mundo, En 1963 publicó una Carta Pastoral en la que advertía sobre los peligros del comunismo para Venezuela, y decía: “Todavía es tiempo de evitar la catástrofe de otros países que fueron dominados por el comunismo, cuya astucia, maldad y espíritu diabólico, no se ponderará y pondrá al descubierto en su auténtica realidad. Como la enfermedad, solamente los que han sufrido podrían apreciarlo.” Cuanta razón tenía en sus reflexiones y en sus advertencias.

Educación para los más pobres

El 07 de enero de 1969, después de las celebraciones navideñas, Mons. Roa Pérez comenzaba a poner por obra la palabra comprometida a su llegada al Zulia: “Multiplicaremos nuestros es fuerzos y diligencias a fin de que llegue a mas niños y jóve nes el beneficio inestimable de la educación”.
En territorios del sur de Maracaibo, en terrenos ocupados por el urbanismo desordenado, nacía la Escuela Arquidiocesana Madre Laura. Una construcción modesta con techos de zinc, unas aulas construidas con aportes de empresarios amigos y una humilde vivienda para las religiosas venidas de Colombia. Era la primera de las muchas instituciones educativas que nacerían de las manos de este Obispo profundamente enamorado de la educación.
Sus palabras, el 1 de abril del año 1981 con motivo de recibir la Orden Andrés Bello, revelan los orígenes de su Proyecto Educativo: “Al llegar a Maracaibo tuve la enorme alegría de ver que la iglesia contaba con varios colegios católicos…, para la educación de la clase media y alta, pero en cambio, los marginados y las clases humildes, no tenían ese privilegio. Yo me propuse ampliar ese radio de acción creando más escuelas para las zonas marginales con el objeto de multiplicar el beneficio inestimable de la educación cristiana, …sólo Dios sabe los caminos recorridos en este programa, las fatigas y las copas amargas apuradas para darles nuevos centros de formación cristiana gratuita a los niños pobres de la Arquidiócesis.”
Proseguía Mons. Roa en el mismo Discurso: “Con este plan estamos haciendo una obra de Patria y de Iglesia y en ella se unen muchas fuerzas para realizar el bien: El ejecutivo Regional, las abnegadas Religiosas, los maestros y maestras, las instituciones privadas y personas. Las Escuelas son centro de convergencia y un aporte sincero y leal en el gran compromiso de la educación. La Iglesia al abrir escuelas no pretende suplantar a nadie, sólo se propone ayudar y contribuir en la formación del hombre integral, del nuevo venezolano.”

Un Proyecto cumplido

Con el paso del tiempo y a lo largo de estos cuarenta años han continuando esparciéndose las Escuelas Arquidiocesanas por el territorio del Estado Zulia. Son veintinueve Escuelas, presentes en cinco Municipios del Estado Zulia. Trece en Maracaibo, diez en San Francisco, tres en Páez, dos en Mara y una en La Cañada de Urdaneta.
Abarcan desde la etapa inicial de la educación hasta llegar al final de la educación media diversificada y profesional. Veinte mil alumnos, mil quinientos empleados, veinte y un mil egresados. Estos son los que directamente hacen posible este proyecto educativo con su presencia, estudio y diario trabajo.
Grandes necesidades
Establecer escuelas católicas para los niños pobres. Ese fue el proyecto de Mons. Roa. Así se ha continuado en el tiempo. Desde siempre, grandes necesidades han acompañado y todavía acompañan este trabajo.
El Ejecutivo del Estado, el Ministerio de Educación, la Asociación Venezolana de Educación Católica son los entes que con su apoyo y contribución han hecho posible el sostenimiento de esta obra educativa. Lamentablemente estos aportes ya no son suficientes. Los recortes presupuestarios, producidos por las crisis económicas del país, ponen en peligro la estabilidad de estas Escuelas y frenan el crecimiento y la expansión de una gran obra.
En la actualidad confrontan un gran déficit en su presupuesto, que solamente durante el año 2009 alcanza los once millones de bolívares fuertes. Este déficit representa que los sueldos de los empleados no han podido ser actualizados durante los últimos dos años, que el bono de alimentación no ha sido actualizado, que no se puede clasificar a los docentes según sus cualificaciones profesionales, que no se cuente con la seguridad para cancelación de beneficios como vacaciones y bonos de fin de año. La Arquidiócesis de Maracaibo no tiene recursos para responder a esta cruda realidad. En las actuales circunstancias se hace difícil conseguir que estas cantidades puedan provenir únicamente del presupuesto oficial.
El funcionamiento de estas instituciones no puede seguir dependiendo únicamente de los recursos del Estado, por ello se hace necesario apelar al sentido de responsabilidad social y de compromiso cristiano que siempre han caracterizado a los hombres y mujeres del Zulia.
Junto a representantes del empresariado zuliano, la Arquidiócesis de Maracaibo está emprendiendo la tarea de recolectar los recursos necesarios para atender todo lo relacionado con el bono de fin de año del personal que trabajan en estas Escuelas. Este compromiso asciende a tres millones de bolívares fuertes. Puede parecer grande la cantidad, pero se hace pequeña ante la generosidad de los zulianos.
El Arzobispo de Maracaibo, Mons. Ubaldo Santana, junto a todos los que trabajan en las Escuelas Arquidiocesanas confían que la grandeza de los zulianos seguirá acompañando y respaldando el trabajo educativo que la Iglesia realiza para preparar a las jóvenes generaciones. Ellos han de ser los constructores de un futuro mejor para el Zulia y para Venezuela.
Con la finalidad de recibir los aportes de las personas e instituciones de buena voluntad, se ha dispuesto la cuenta corriente 0134-0081-470813130858, a nombre de la Asociación Civil Escuelas Arquidiocesanas en Banesco.
El próximo 1 de enero de 2.010 se recordará el décimo aniversario del fallecimiento de Mons. Domingo Roa Pérez. Es justo y oportuno pensar que el mejor homenaje que se puede ofrecer en su memoria es el de permitir que la obra iniciada por él se perpetúe en la historia del Zulia.
Que la Virgen de Chiquinquirá, Patrona del Zulia, en la celebración de los 300 años de su milagrosa presencia, bendiga esta obra educativa y toque los corazones de todos los zulianos y zulianas de buena voluntad, para que hagan posible su continuación en el tiempo y sigan dando abundantes frutos al Zulia y a Venezuela entera.
Es necesario desear que se hagan realidad las palabras de Mons. Roa: “Cada Escuela debe ser un templo a la sabiduría y a la grandeza del hombre como persona e hijo de Dios”.

XLIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

MENSAJE DE SU SANTIDAD

BENEDICTO XVI
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2010
SI QUIERES PROMOVER LA PAZ, PROTEGE LA CREACIÓN

1. Con ocasión del comienzo del Año Nuevo, quisiera dirigir mis más fervientes deseos de paz a todas las comunidades cristianas, a los responsables de las Naciones, a los hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo. El tema que he elegido para esta XLIII Jornada Mundial de la Paz es: Si quieres promover la paz, protege la creación. El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios»[1], y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. En efecto, aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral —guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos—, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos»[2].

2. En la Encíclica Caritas in veritate he subrayado que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. He señalado, además, que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad[3]. En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de asombro con el Salmista: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8,4-5). Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas»[4].

3. Hace veinte años, al dedicar el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz al tema Paz con Dios creador, paz con toda la creación, el Papa Juan Pablo II llamó la atención sobre la relación que nosotros, como criaturas de Dios, tenemos con el universo que nos circunda. «En nuestros días aumenta cada vez más la convicción —escribía— de que la paz mundial está amenazada, también [...] por la falta del debido respeto a la naturaleza», añadiendo que la conciencia ecológica «no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas»[5]. También otros Predecesores míos habían hecho referencia anteriormente a la relación entre el hombre y el medio ambiente. Pablo VI, por ejemplo, con ocasión del octogésimo aniversario de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, en 1971, señaló que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Y añadió también que, en este caso, «no sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera»[6].

4. Sin entrar en la cuestión de soluciones técnicas específicas, la Iglesia, «experta en humanidad», se preocupa de llamar la atención con energía sobre la relación entre el Creador, el ser humano y la creación. En 1990, Juan Pablo II habló de «crisis ecológica» y, destacando que ésta tiene un carácter predominantemente ético, hizo notar «la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad»[7]. Este llamamiento se hace hoy todavía más apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis, que sería irresponsable no tomar en seria consideración. ¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven —y con frecuencia también sus bienes— a causa de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas éstas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo.

5. No obstante, se ha de tener en cuenta que no se puede valorar la crisis ecológica separándola de las cuestiones ligadas a ella, ya que está estrechamente vinculada al concepto mismo de desarrollo y a la visión del hombre y su relación con sus semejantes y la creación. Por tanto, resulta sensato hacer una revisión profunda y con visión de futuro del modelo de desarrollo, reflexionando además sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere también, y sobre todo, la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son patentes desde hace tiempo en todas las partes del mundo.[8] La humanidad necesita una profunda renovación cultural; necesita redescubrir esos valores que constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro mejor para todos. Las situaciones de crisis por las que está actualmente atravesando —ya sean de carácter económico, alimentario, ambiental o social— son también, en el fondo, crisis morales relacionadas entre sí. Éstas obligan a replantear el camino común de los hombres. Obligan, en particular, a un modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la solidaridad, con nuevas reglas y formas de compromiso, apoyándose con confianza y valentía en las experiencias positivas que ya se han realizado y rechazando con decisión las negativas. Sólo de este modo la crisis actual se convierte en ocasión de discernimiento y de nuevas proyecciones.

6. ¿Acaso no es cierto que en el origen de lo que, en sentido cósmico, llamamos «naturaleza», hay «un designio de amor y de verdad»? El mundo «no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar [...]. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad»[9]. El Libro del Génesis nos remite en sus primeras páginas al proyecto sapiente del cosmos, fruto del pensamiento de Dios, en cuya cima se sitúan el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza del Creador para «llenar la tierra» y «dominarla» como «administradores» de Dios mismo (cf. Gn 1,28). La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocerse criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de «dominar» la tierra, de «cultivarla y guardarla», y así surgió un conflicto entre ellos y el resto de la creación (cf. Gn 3,17-19). El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto. Pero el verdadero sentido del mandato original de Dios, perfectamente claro en el Libro del Génesis, no consistía en una simple concesión de autoridad, sino más bien en una llamada a la responsabilidad. Por lo demás, la sabiduría de los antiguos reconocía que la naturaleza no está a nuestra disposición como si fuera un «montón de desechos esparcidos al azar»[10], mientras que la Revelación bíblica nos ha hecho comprender que la naturaleza es un don del Creador, el cual ha inscrito en ella su orden intrínseco para que el hombre pueda descubrir en él las orientaciones necesarias para «cultivarla y guardarla» (cf. Gn 2,15)[11]. Todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado a los hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello. Por el contrario, cuando el hombre, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios, lo suplanta, termina provocando la rebelión de la naturaleza, «más bien tiranizada que gobernada por él»[12]. Así, pues, el hombre tiene el deber de ejercer un gobierno responsable sobre la creación, protegiéndola y cultivándola[13].

7. Se ha de constatar por desgracia que numerosas personas, en muchos países y regiones del planeta, sufren crecientes dificultades a causa de la negligencia o el rechazo por parte de tantos a ejercer un gobierno responsable respecto al medio ambiente. El Concilio Ecuménico Vaticano II ha recordado que «Dios ha destinado la tierra y todo cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos»[14]. Por tanto, la herencia de la creación pertenece a la humanidad entera. En cambio, el ritmo actual de explotación pone en serio peligro la disponibilidad de algunos recursos naturales, no sólo para la presente generación, sino sobre todo para las futuras[15]. Así, pues, se puede comprobar fácilmente que el deterioro ambiental es frecuentemente el resultado de la falta de proyectos políticos de altas miras o de la búsqueda de intereses económicos miopes, que se transforman lamentablemente en una seria amenaza para la creación. Para contrarrestar este fenómeno, teniendo en cuenta que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral»[16], es también necesario que la actividad económica respete más el medio ambiente. Cuando se utilizan los recursos naturales, hay que preocuparse de su salvaguardia, previendo también sus costes —en términos ambientales y sociales—, que han de ser considerados como un capítulo esencial del costo de la misma actividad económica. Compete a la comunidad internacional y a los gobiernos nacionales dar las indicaciones oportunas para contrarrestar de manera eficaz una utilización del medio ambiente que lo perjudique. Para proteger el ambiente, para tutelar los recursos y el clima, es preciso, por un lado, actuar respetando unas normas bien definidas incluso desde el punto de vista jurídico y económico y, por otro, tener en cuenta la solidaridad debida a quienes habitan las regiones más pobres de la tierra y a las futuras generaciones.

8. En efecto, parece urgente lograr una leal solidaridad intergeneracional. Los costes que se derivan de la utilización de los recursos ambientales comunes no pueden dejarse a cargo de las generaciones futuras: «Herederos de generaciones pasadas y beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho y beneficio para todos, es también un deber. Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto a las futuras, una responsabilidad que incumbe también a cada Estado y a la Comunidad internacional»[17]. El uso de los recursos naturales debería hacerse de modo que las ventajas inmediatas no tengan consecuencias negativas para los seres vivientes, humanos o no, del presente y del futuro; que la tutela de la propiedad privada no entorpezca el destino universal de los bienes[18]; que la intervención del hombre no comprometa la fecundidad de la tierra, para ahora y para el mañana. Además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y aquellos altamente industrializados: «la comunidad internacional tiene el deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro»[19]. La crisis ecológica muestra la urgencia de una solidaridad que se proyecte en el espacio y el tiempo. En efecto, entre las causas de la crisis ecológica actual, es importante reconocer la responsabilidad histórica de los países industrializados. No obstante, tampoco los países menos industrializados, particularmente aquellos emergentes, están eximidos de la propia responsabilidad respecto a la creación, porque el deber de adoptar gradualmente medidas y políticas ambientales eficaces incumbe a todos. Esto podría lograrse más fácilmente si no hubiera tantos cálculos interesados en la asistencia y la transferencia de conocimientos y tecnologías más limpias.

9. Es indudable que uno de los principales problemas que ha de afrontar la comunidad internacional es el de los recursos energéticos, buscando estrategias compartidas y sostenibles para satisfacer las necesidades de energía de esta generación y de las futuras. Para ello, es necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso. Al mismo tiempo, se ha de promover la búsqueda y las aplicaciones de energías con menor impacto ambiental, así como la «redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no los tienen puedan acceder a ellos»[20]. La crisis ecológica, pues, brinda una oportunidad histórica para elaborar una respuesta colectiva orientada a cambiar el modelo de desarrollo global siguiendo una dirección más respetuosa con la creación y de un desarrollo humano integral, inspirado en los valores propios de la caridad en la verdad. Por tanto, desearía que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica lo que se ha de hacer hoy, en previsión de lo que puede ocurrir mañana[21].

10. Para llevar a la humanidad hacia una gestión del medio ambiente y los recursos del planeta que sea sostenible en su conjunto, el hombre está llamado a emplear su inteligencia en el campo de la investigación científica y tecnológica y en la aplicación de los descubrimientos que se derivan de ella. La «nueva solidaridad» propuesta por Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990 [22], y la «solidaridad global», que he mencionado en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2009 [23], son actitudes esenciales para orientar el compromiso de tutelar la creación, mediante un sistema de gestión de los recursos de la tierra mejor coordinado en el ámbito internacional, sobre todo en un momento en el que va apareciendo cada vez de manera más clara la estrecha interrelación que hay entre la lucha contra el deterioro ambiental y la promoción del desarrollo humano integral. Se trata de una dinámica imprescindible, en cuanto «el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad»[24]. Hoy son muchas las oportunidades científicas y las potenciales vías innovadoras, gracias a las cuales se pueden obtener soluciones satisfactorias y armoniosas para la relación entre el hombre y el medio ambiente. Por ejemplo, es preciso favorecer la investigación orientada a determinar el modo más eficaz para aprovechar la gran potencialidad de la energía solar. También merece atención la cuestión, que se ha hecho planetaria, del agua y el sistema hidrogeológico global, cuyo ciclo tiene una importancia de primer orden para la vida en la tierra, y cuya estabilidad puede verse amenazada gravemente por los cambios climáticos. Se han de explorar, además, estrategias apropiadas de desarrollo rural centradas en los pequeños agricultores y sus familias, así como es preciso preparar políticas idóneas para la gestión de los bosques, para el tratamiento de los desperdicios y para la valorización de las sinergias que se dan entre los intentos de contrarrestar los cambios climáticos y la lucha contra la pobreza. Hacen falta políticas nacionales ambiciosas, completadas por un necesario compromiso internacional que aporte beneficios importantes, sobre todo a medio y largo plazo. En definitiva, es necesario superar la lógica del mero consumo para promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. La cuestión ecológica no se ha de afrontar sólo por las perspectivas escalofriantes que se perfilan en el horizonte a causa del deterioro ambiental; el motivo ha de ser sobre todo la búsqueda de una auténtica solidaridad de alcance mundial, inspirada en los valores de la caridad, la justicia y el bien común. Por otro lado, como ya he tenido ocasión de recordar, «la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales. La técnica, por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y guardar la tierra (cf. Gn 2,15), que Dios ha confiado al hombre, y se orienta a reforzar esa alianza entre ser humano y medio ambiente que debe reflejar el amor creador de Dios»[25].

11. Cada vez se ve con mayor claridad que el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros, los estilos de vida y los modelos de consumo y producción actualmente dominantes, con frecuencia insostenibles desde el punto de vista social, ambiental e incluso económico. Ha llegado el momento en que resulta indispensable un cambio de mentalidad efectivo, que lleve a todos a adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales, la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones»[26]. Se ha de educar cada vez más para construir la paz a partir de opciones de gran calado en el ámbito personal, familiar, comunitario y político. Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Según el principio de subsidiaridad, es importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares. Un papel de sensibilización y formación corresponde particularmente a los diversos sujetos de la sociedad civil y las Organizaciones no gubernativas, que se mueven con generosidad y determinación en favor de una responsabilidad ecológica, que debería estar cada vez más enraizada en el respeto de la «ecología humana». Además, se ha de requerir la responsabilidad de los medios de comunicación social en este campo, con el fin de proponer modelos positivos en los que inspirarse. Por tanto, ocuparse del medio ambiente exige una visión amplia y global del mundo; un esfuerzo común y responsable para pasar de una lógica centrada en el interés nacionalista egoísta a una perspectiva que abarque siempre las necesidades de todos los pueblos. No se puede permanecer indiferentes ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación de cualquier parte del planeta afectaría a todos. Las relaciones entre las personas, los grupos sociales y los Estados, al igual que los lazos entre el hombre y el medio ambiente, están llamadas a asumir el estilo del respeto y de la «caridad en la verdad». En este contexto tan amplio, es deseable más que nunca que los esfuerzos de la comunidad internacional por lograr un desarme progresivo y un mundo sin armas nucleares, que sólo con su mera existencia amenazan la vida del planeta, así como por un proceso de desarrollo integral de la humanidad de hoy y del mañana, sean de verdad eficaces y correspondidos adecuadamente.

12. La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente relacionada con la cultura que modela la convivencia humana, por lo que «cuando se respeta la “ecología humana” en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia»[27]. No se puede pedir a los jóvenes que respeten el medio ambiente, si no se les ayuda en la familia y en la sociedad a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que concierne al ambiente como a la ética personal, familiar y social[28]. Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás. Por eso, aliento de buen grado la educación de una responsabilidad ecológica que, como he dicho en la Encíclica Caritas in veritate, salvaguarde una auténtica «ecología humana» y, por tanto, afirme con renovada convicción la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre, la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza.[29] Es preciso salvaguardar el patrimonio humano de la sociedad. Este patrimonio de valores tiene su origen y está inscrito en la ley moral natural, que fundamenta el respeto de la persona humana y de la creación.

13. Tampoco se ha de olvidar el hecho, sumamente elocuente, de que muchos encuentran tranquilidad y paz, se sienten renovados y fortalecidos, al estar en contacto con la belleza y la armonía de la naturaleza. Así, pues, hay una cierta forma de reciprocidad: al cuidar la creación, vemos que Dios, a través de ella, cuida de nosotros. Por otro lado, una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. El Magisterio de la Iglesia manifiesta reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes. De este modo, se anula en la práctica la identidad y el papel superior del hombre, favoreciendo una visión igualitarista de la «dignidad» de todos los seres vivientes. Se abre así paso a un nuevo panteísmo con acentos neopaganos, que hace derivar la salvación del hombre exclusivamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. La Iglesia invita en cambio a plantear la cuestión de manera equilibrada, respetando la «gramática» que el Creador ha inscrito en su obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador responsable de la creación, papel del que ciertamente no debe abusar, pero del cual tampoco puede abdicar. En efecto, también la posición contraria de absolutizar la técnica y el poder humano termina por atentar gravemente, no sólo contra la naturaleza, sino también contra la misma dignidad humana[30].

14. Si quieres promover la paz, protege la creación. La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada sin duda por el reconocimiento común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Los cristianos ofrecen su propia aportación, iluminados por la divina Revelación y siguiendo la Tradición de la Iglesia. Consideran el cosmos y sus maravillas a la luz de la obra creadora del Padre y de la redención de Cristo, que, con su muerte y resurrección, ha reconciliado con Dios «todos los seres: los del cielo y los de la tierra» (Col 1,20). Cristo, crucificado y resucitado, ha entregado a la humanidad su Espíritu santificador, que guía el camino de la historia, en espera del día en que, con la vuelta gloriosa del Señor, serán inaugurados «un cielo nuevo y una tierra nueva» (2 P 3,13), en los que habitarán por siempre la justicia y la paz. Por tanto, proteger el entorno natural para construir un mundo de paz es un deber de cada persona. He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño; he aquí una oportunidad providencial para legar a las nuevas generaciones la perspectiva de un futuro mejor para todos. Que los responsables de las naciones sean conscientes de ello, así como los que, en todos los ámbitos, se interesan por el destino de la humanidad: la salvaguardia de la creación y la consecución de la paz son realidades íntimamente relacionadas entre sí. Por eso, invito a todos los creyentes a elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia, para que en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante llamamiento: Si quieres promover la paz, protege la creación.

Vaticano, 8 de diciembre de 2009

BENEDICTUS PP. XVI

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[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 198.

[2] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7.

[3] Cf. n. 48.

[4] Dante Alighieri, Divina Comedia, Paraíso, XXXIII,145.

[5] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1.

[6] Carta ap. Octogesima adveniens, 21.

[7] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990 1990, 10.

[8] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 32.

[9] Catecismo de la Iglesia Católica, 295.

[10] Heráclito de Éfeso (535 a.C. ca. – 475 a.C. ca.), Fragmento 22B124, en H. Diels-W. Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín19526.

[11] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 48.

[12] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 37.

[13] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 50.

[14] Const. past. Gaudium et spes, 69.

[15] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 34.

[16] Carta enc. Caritas in veritate, 37.

[17] Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, 467;cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 17.

[18] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 30-31. 43.

[19] Carta enc. Caritas in veritate, 49.

[20] Ibíd.

[21] Cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 49, 5.

[22] Cf. n. 9.

[23] Cf .n. 8.

[24] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 43.

[25] Carta enc. Caritas in veritate, 69.

[26] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36.

[27] Carta enc. Caritas in veritate, 51.

[28] Cf. ibíd., 15. 51.

[29] Cf. ibíd., 28. 51. 61; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 38.39.

[30] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 70.

© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

viernes, 11 de diciembre de 2009

Un mensaje de Paz en Navidad

E l mensaje de paz de los Ángeles a los Pastores de Belén, está acompañado con el anuncio de la Buena Noticia (Evangelio) del nacimiento de Jesús que ha venido a darle cumplimiento al designo del Padre habitando entre nosotros. Este anuncio se actualiza contantemente en la historia por la misión evangelizadora de la Iglesia. En Noche Buena resonará en todos los templos católicos del mundo la gloria a Dios y la paz para la humanidad. Es que la paz es el mensaje que Jesús nos da con su nacimiento. Pero, aunque es un don de Dios, se convierte para nosotros en un compromiso vocacional ligado a la misión evangelizadora y a la vivencia concreta de cada día en el seguimiento a Jesús. Así como Jesús es el constructor de la paz, también nosotros estamos llamados a construirla, a cuidarla y, muchas veces, conquistarla. Además de pedir a Dios que nos dé su paz, debemos ofrecernos para que podamos ser servidores de la paz en nuestras familias, en nuestros barrios y en nuestra Patria. La oración de San Francisco se hace nuestra: “Señor, haznos un instrumento de tu paz”.

La paz no es pasividad ni quietud, no es la simple ausencia de guerra. Es la vivencia de la gracia original de la creación. Es hacer de la humanidad, desde los niveles más pequeños de comunión como la familia, una sinfonía de amor compuesta por las diversas notas en íntima relación de armonía. Porque la base de la paz es la vida en comunión de amor. Ciertamente, somos distintos y con diversas funciones, pero unidos entre sí como hermanos y en relación de comunión con Dios a quien amamos como Padre. De hecho, cuando el pecado atenta contra la vida y trae la división y el desorden; nuestro Padre Dios, enviando a su Hijo Jesús y con la acción del Espíritu Santo, restablece la armonía de la creación, una humanidad ordenada por el Creador que podemos identificar con la Paz.

Hoy el Papa Benedicto XVI, en el Mensaje para celebrar la Jornada Mundial de la Paz de este 1° de enero 2010, de fundamenta en esta maravillosa realidad de la creación, llamándonos a promover la paz protegiendo la creación pretendiendo fortalecer en nosotros la conciencia ecologista: “La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendiendo ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocer criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de dominar la tierra, de cultivarla y guardarla, y así surgió un conflicto entre ellos y el reto de la creación (cf. Gn 3, 17-19). El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto”. Esto significa, para Benedicto XVI, mayor pobreza y miseria y una disminución de la calidad de vida. Por eso, el lema para la cercana Jornada de Paz es: “Si quieres la paz, protege la creación”.

Como hemos dicho al principio, la paz forma parte del Evangelio de Jesús. También para la Iglesia la evangelización incluye el compromiso por la paz. Un día el Apóstol Pedro, en casa de Cornelio, predicaba diciendo que Dios acepta a todos aquellos que le ofrecemos respeto y practicamos la justicia, y Él mismo nos comunica “el Evangelio de la paz” que es la misma persona de Jesús el Señor (Hech 10, 34-36). Por su parte, desde la cárcel, el Apóstol Pablo les escribe a los Efesios y hoy a nosotros, que la única lucha que debemos batallar es contra el pecado, no contra nuestros hermanos. Nos exhorta a tomar las armas de Dios para luchar contra la maldad a fuerza de bien. Debemos, pues, desarmarnos de todas las armas que causan destrucción, que son instrumentos de violencia y matan a los hermanos creando una humanidad sufrida, propicia al odio. El Apóstol de los gentiles, nos exhorta ceñirnos con el cinturón de la verdad, vestirnos con la coraza de la justicia, protegernos con el escudo de la fe para que libres podamos calzarnos las sandalias del “Evangelio de la paz” (cf. Ef 6, 10-20). Esto nos enseña que la verdad, la justicia, la fe, son fundamentos que estamos llamados a vivir y enseñar para construir la paz.

Fundamentado en esta exhortación del Apóstol, Juan XXIII expresa, en su Encíclica Pacem in terris (11-4-1963), que la convivencia humana se fructifica con el respeto y la defensa de la dignidad humana que se funda en la verdad, en la justicia, en el amor y en la libertad. Para reforzar esta afirmación, Juan XXIII cita al mismo Apóstol que en la misma carta nos sigue pidiendo: “Despojémonos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros” (Ef 4,15). Sabemos que la visión cristiana de esta dignidad humana radica en que somos imagen de Dios, aun más, somos sus hijos. Es decir, todo ser humano participa de la naturaleza divina del Dios que se ha dignado vaciarse de su propia divinidad para participar, por la encarnación del Hijo, de nuestra naturaleza humana. Por eso, no hay nada, absolutamente nada verdaderamente humano que no interpele el corazón de cada cristiano (cf. GS 1). Cuando el Apóstol nos dice la razón por la que debemos actuar y hablar la verdad, es porque somos un cuerpo, el Cuerpo de Cristo, vida de Comunión en el amor. Comunión que tiene como fuente, modelo y meta, a Dios que es Comunión perfecta de las tres Divinas Personas.

En la misma línea, influido por el propio Juan XXIII, el Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et spes nos enseña que la paz se llama “obra de la justicia” (GS 78). Y más adelante la llama “fruto del amor” (GS 78): “La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su cruz, y, reconstruyendo en un solo pueblo y en un solo cuerpo la unidad del género humano, ha dado muerte al odio en su propia carne y, después del triunfo de su resurrección, ha infundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres” (GS 78).

Precisamente, por ser el amor el mandato supremo del Señor, es la ley fundamental de la perfección humana, y por lo tanto de la transformación del mundo. Es también el dinamismo que debe mover a los cristianos a realizar la justicia en el mundo, teniendo como fundamento la verdad y como signo la libertad. Por eso esta tarea que parte del Evangelio de Jesús identificado con el Evangelio de la paz no responde a ninguna ideología, sino que a la exigencia de las enseñanzas de la revelación divina.

Finalizo esta reflexión con el mismo deseo de la Iglesia expresado por Juan Pablo II en su mensaje de la jornada de paz de 1983: “Ojalá los cristianos podamos ser siempre más conscientes de nuestra vocación de ser, contra viento y marea, los humildes guardianes de la paz que, en la noche de Navidad, Dios ha confiado a todos los hombres. Y ojalá, con nosotros, todos los hombres de buena voluntad puedan recoger este desafío para nuestro tiempo, aun en medio de las circunstancias más difíciles, es decir, haciendo todo lo posible por evitar la guerra y comprometernos para ello, con mayor convicción, en el camino que aleja su amenaza: el diálogo por la paz”. Amén.

Andrés Bravo
Capellán de la UNICA

jueves, 3 de diciembre de 2009

Educación como construcción de la existencia.Filosofía para niños y niñas

Para muchos niños ir a la escuela le resulta en muchas ocasiones más que una atracción, una desilusión, en virtud de que ven estos lugares como un claustro donde le presionan, regañan y maltratan, causando desmotivación y deserción escolar. ¿Se estarán aplicando las mejores estrategias de enseñanzas en nuestras aulas de clases? Se hace necesario pensar en los procesos de formación que nuestro sistema educativo venezolano está llevando en la actualidad a todas las comunidades de nuestra extensión nacional. También es sabido que en la medida que una sociedad se educa evoluciona haciéndose más productiva, transportándonos hacia el desarrollo. ¡Qué proponemos…!.El programa de Filosofía para Niños y Niñas de Matthew Lipman pudiera ser una salida al gran conflicto. La propuesta es hacer filosofía en el aula con el objetivo de promover una educación para pensar y juzgar.
La educación no es una simple transmisión de conocimientos, necesitamos suscitar en nuestros niños y niñas una educación que les ayude a crear sus propios conceptos de la realidad, dotarle de los recursos necesarios para afirmar su autonomía existencial. De esta manera podrá ser tolerante y aprenderá a dialogar con los otros. ¡Cómo lograr esto…!. Los maestros deben utilizar el poder de las palabras, el poder de la persuasión para obtener estos objetivos, haciendo que los niños asuman su formación como un modo de vida. La educación no consiste sólo en un mero proceso de enseñanza aprendizaje donde se pretenden desarrollar habilidades cognitivas, más bien, es sin duda, la construcción de la propia existencia de los seres. Hacer filosofía en el aula como experiencia del pensamiento, es como un movimiento del pensar que atraviesa la vida de quien la práctica. Walter Kohan. Filosofía con niños (2005).

Prof. Samir Alarbid. M.Sc.
Universidad Católica Cecilio Acosta




La política, entre el enigma y la praxis

Sobre política se ha discurrido en todos los tiempos, desde la antigüedad hasta nuestros días. ¿Qué se está entendiendo actualmente por política? parece desconocerse el verdadero sentido de la política; su esencialidad ha pasado a ser un enigma, provocando un divorcio entre su filosofía y práctica, dos escenarios ahora antagónicos. Durante los últimos años lo político se ha limitado a su acepción más simple, la generación de discursos ideológicos que responden a proyectos individualistas y particulares. Para los americanos lo político está muchas veces, supeditado a estar bajo la incertidumbre del cronos inexorable, en virtud de que lo enigmático se presenta como la primera opción para la mayoría de las mentes, es decir, se piensa en cuál será el futuro que le repara a los países de América latina, en relación a sí mismo y el resto del mundo.
Ahora bien, la palabra política deriva de los vocablos griegos politikós que significa ciudadano y polis ciudad, estos términos están estrechamente relacionados, hacen referencia a la ciudad y a sus integrantes. La ciudad existe por naturaleza, los hombres están llamados naturalmente a estar en sociedad, con razón ya Aristóteles definía al hombre como un animal naturalmente político. En la historia de la filosofía encontramos una gran gama de definiciones conceptuales sobre política, siendo lo substancial entre ellas, ocuparse del orden de los ciudadanos en relación a los demás, imprimiéndole un carácter netamente social. Esta forma de concebir el orden en relación a lo social, es aquel que corresponde a lo que está ordenado a un fin. Así entonces, a la política le concierne en primera instancia promover al fin a la sociedad, a los ciudadanos, cuyo fin es el bien común que se traduce en la felicidad individual y colectiva. Para que un proyecto político pueda ordenar al fin último a la polis, deberá estar fundamentado en los valores positivos, en las virtudes, y atender las necesidades de la sociedad. Es sabido que en los últimos tiempos parece ser imposible conciliar la política con la moral, por ello, un proyecto político le convendrá tener como punta de lanza la justicia, elemento esencial para la praxis política.

Prof. Samir Alarbid. M.Sc.
Universidad Católica Cecilio Acosta
http://www.samiralarbid.blogspot.com


martes, 1 de diciembre de 2009

26 años de la UNICA

Les presento la homilia del Padre Andrés Bravo, Capellán de la UNICA, pronunciada el 1° de diciembre de 2009 en la Eucaristía de celebración del 26° aniversario de la Universidad Católica Cecilio Acosta:


Estamos reunidos en Comunidad Cristiana en torno a la mesa eucarística para agradecer al Señor el don maravilloso de nuestra Universidad Católica Cecilio Acosta. El primer día del diciembre de 1983, Dios la coloca en las manos de la Arquidiócesis de Maracaibo como instrumento al servicio de la obra evangelizadora de la Iglesia. Nuestra Universidad está llamada a vivir la identidad y la misión de la misma Iglesia. Es Iglesia por su misma identidad de cristiana-católica. Nace y vive, tal como lo diría Juan Pablo II, en el corazón de la Iglesia. No sólo se presenta al pueblo como comunidad académica donde con excelencia brinda un espacio, propio de su naturaleza humana, para la creatividad y la irradiación del saber para el bien de la humanidad, consagrada a la investigación, enseñanza y formación, animada por el amor del saber, eso es, el gozo de buscar la verdad, de descubrirla y de comunicarla en los campos de los conocimientos que ella ofrece (cf. Ex corde Ecclesiae 1); sino que, además, nuestra Universidad Católica se esfuerza cada vez con mayor fuerza a “garantizar de forma institucional una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes problemas de la sociedad y de la cultura” (id. 12). Todo nuestro caminar, en el pasado que celebramos, en el presente en el que nos movemos y el futuro que nos compromete, hacia la formación de una Comunidad Universitaria, humana y cristiana, comunidad de fe-esperanza-caridad, virtudes capitales del Evangelio de Jesús.
Celebramos agradecidos, pues, la UNICA ha crecido como Iglesia, es decir, como una Comunidad Cristiana que testimonia, como signo e instrumento, la presencia de Jesús que sigue salvando. Para Juan Pablo II, “la Universidad Católica es sin duda alguna uno de los mejores instrumentos que la Iglesia ofrece a nuestra época, que está en busca de certeza y sabiduría. Teniendo la misión de llevar la Buena Nueva a todos los hombres, la Iglesia nunca debe dejar de interesarse por esta Institución” (ECE 10).
Yo, como orgulloso Capellán, doy testimonio de que aquí hay un equipo humano que ha sabido integrar su competencia profesional a su fe cristiana, como lo debe hacer todo bautizado. Contamos, sin duda, con un personal mayormente cristiano comprometido y practicante, desde sus autoridades, sus profesores, empleados, obreros y muchos alumnos. Se siente entre ellos un crecimiento espiritual basado en los valores evangélicos y la doctrina de la Iglesia. Muchos de ellos hacen viva parroquial activa, sobre todo, en la vida apostólica en diferentes grupos y movimientos como el de los Focolares, del Camino Neocatecumenal, de la Legión de María, de los Servidores de María, del Grupo Huellas, sólo para mencionar los que mayormente se han expresado. Es decir, la Comunidad Universitaria de la UNICA está formada por personas de Iglesia. Favoreciendo a esto la presencia activa de nuestro Pastor el Arzobispo de Maracaibo quien es su Canciller. La presencia, como profesores y alumnos, de un significativo grupo de Sacerdotes. Además, la presencia de Seminaristas, Religiosos y Religiosas, y Consagrados y Consagradas de Institutos Seculares. Y, para mayor gloria de Dios, convivimos con espíritu ecuménico con personas de otras confesiones cristianas.
Este ambiente, facilita una pastoral universitaria basada en el ser y quehacer de nuestra Universidad, centrada en el encuentro personal y comunitario con Jesús. Esto se traduce en acción evangelizadora integrada a la formación humana y profesional. Su principal objetivo es servir a las personas que hacen vida en nuestra Comunidad Universitaria para que puedan armonizar su vida de fe y su vocación profesional; optando por un proyecto de vida en el cual el desempeño laboral y profesional sea una respuesta a su vocación cristiana. Así, pretende: valorar la reflexión y la oración personal y comunitaria; promover las relaciones fraternas; vivir los sacramentos como constitutivo mismo de la propia existencia.
La presencia entre nosotros de San Alberto Hurtado, nuestro Patrono y protector, seguidor fiel de Jesús, nos ha ayudado a vivir el Evangelio en el servicio de amor preferencial a los jóvenes y a los pobres.
Para nosotros es importante la formación en el humanismo cristiano, humanismo integral y solidario como lo enseña la Doctrina Social de la Iglesia, central en nuestra actividad académica y en la realización del servicio comunitario, como también en los diversos programas de desarrollo humano realizado por la UNICA. Tal como la Iglesia, servidora de la humanidad, así es nuestra Universidad. Por ello, estamos sumamente agradecidos de Dios.
Que María Inmaculada nos siga bendiciendo.


lunes, 23 de noviembre de 2009

Manifiesto XI Congreso Católicos y Vida Pública

Madrid, 22 de noviembre de 2009.- “La política, al servicio del bien común” ha sido el tema apasionante del XI Congreso Católicos y Vida Pública organizado por la Fundación Universitaria San Pablo CEU, obra de la Asociación Católica de Propagandistas. Como resultado de este encuentro, esta Fundación quiere manifestar públicamente.
La razón de ser de La Política está en el bien común. Por eso resulta radicalmente pervertida cuando se pone al servicio de intereses particulares, personales o partidarios, con daño del interés general, como ponen de manifiesto los graves y frecuentes casos de corrupción en la actividad política, o en ámbitos vinculados con ésta. Pero esta corrupción, que tanto escandaliza a la sociedad, pone a la vez de relieve la pasividad política y la anemia moral de esta misma sociedad.
Servir al bien común es crear y asegurar las condiciones de la vida social que hagan posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Exigencias y elementos esenciales del bien común son ante todo el respeto y promoción de los derechos y libertades fundamentales de la persona, el bienestar social, subordinado al bien de cada persona. Sin el respeto a los derechos y libertades fundamentales, no es posible un verdadero orden democrático en el que ninguna voz quede excluida del debate público. La libertad hemos de conquistarla y defenderla cada día, hemos ejercerla cada día.
En estos momentos, aun en Estados que se dicen democráticos, y de manera muy clara en España, la libertad de conciencia, la libertad religiosa, la ideológica, la educativa son objeto de preocupantes restricciones, cuando no de grave vulneración, por la ofensiva laicista que intenta imponer como ética pública una particular opción que se quiere hacer pasar por común, simplemente por el hecho de que aparece desvinculada de toda referencia religiosa. Defender la libertad religiosa contra los frecuentes ataques a los que se ve hoy sometida, desde los más burdos y ofensivos hasta los más encubiertos, no es desatar ninguna guerra de religión sino sencillamente proteger una fundamental libertad constitucional, sin respeto a la cual la democracia no subsiste.
Una política al servicio del bien común ha de asegurar el derecho fundamental, primero y primario, de toda persona humana, a la vida desde el instante mismo de su concepción, en el que ya ha de reconocérsele su dignidad ontológica de persona, hasta la muerte natural. Esto exige desarrollar una política eficaz de protección integral a la maternidad, mediante un sistema coherente de ayudas que permita a toda mujer, por desfavorables que sean sus circunstancias, acoger y educar a sus hijos. Una política al servicio del bien común es la que defiende y protege a la familia, constituida sobre el matrimonio verdadero que une a un hombre y a una mujer. Para la vida y la familia constituye hoy una amenaza especialmente grave --frente a la que lanzamos una apremiante alerta-- la difusión de la llamada ideología de género que ha conseguido en España imponer un conjunto de leyes absolutamente incompatibles con el respeto a la vida humana, con la dignidad de la mujer, con una recta concepción del matrimonio y de la institución familiar.
Bajo la luz y el impulso de la encíclica Caritas in veritate, subrayamos la dimensión moral de toda la actividad económica, la necesidad ineludible de que el mercado atienda a las exigencias éticas que lo ordenen al bien común, la necesidad de una nueva economía cuya dinámica esté marcada por la solidaridad y la subsidiariedad.
No basta denunciar la corrupción política, en todas sus vertientes, incluida la culpable pavorosa incapacidad de no pocos para la gestión de la cosa pública; no basta esa denuncia, ni aun podremos hacerla con autoridad, si no asumimos todos la grave responsabilidad moral que a cada uno nos corresponde de hacer que toda la actividad política esté orientada a la consecución del bien común.
Y ésta es la hora en que resulta imperiosamente necesaria la presencia de los católicos en el ámbito de la Política en su más estricto sentido, entendida como actividad específica, orgánica e institucionalmente consistente en la ordenación del todo social a la consecución del bien común, mediante los diversos modos de ejercicio del Poder. La actividad política estricta ha de vivirse como una auténtica vocación y un compromiso moral. Las exigencias de orden moral a las que debe atenerse el político católico no son distintas de las que debe atender el no católico, si bien la fe le proporciona al creyente especial luz para percibirlas con toda claridad y la gracia, especial fuerza para cumplirlas. Más aún: en la perspectiva de la fe, la actividad política constituye un lugar de santificación y medio privilegiado para lograrla, en cuanto la política es lugar e instrumento para la realización estructural de la caridad, la caridad política, mediante decisiones y actuaciones que permiten crear “estructuras de gracia” que hagan más seguro y pleno el logro del bien común. La presencia de católicos en la Política será verdaderamente eficaz y relevante cuando ellos y la comunidad a la que pertenecen estén poseídos por la convicción de la fuerza política del amor. Con ella serán capaces de ofrecer no una mera alternancia política, mera variante de lo mismo, sino una verdadera alternativa cultural, axiológica, moral.
En la presente situación: -proclamamos la necesidad de la actuación urgente de todos y cada uno para regenerar moral y democráticamente la vida y las instituciones políticas.
Por último, reiteramos nuestra disposición al diálogo y a la colaboración con cuantos, desde sus diversas opciones religiosas e ideológicas, están comprometidos en la lucha contra la corrupción política y en la realización del bien común; con cuantos reconocen en la persona el “principio, sujeto y fin de todas las instituciones”; con cuantos afirman la dignidad de la persona en todos los momentos de su existencia, desde la concepción, hasta la muerte natural y los derechos fundamentales radicados en esa dignidad; con cuantos, desde este respeto incondicionado a la persona, apuestan por la justicia y la libertad en una sociedad auténticamente democrática.

(Tomado de http://revistaecclesia.com/ bajado el 23-11-2009)

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Evolución vs. Creación

En muchos textos sobre antropología filosófica se presentan tres grandes temáticas que se denominan dimensiones de la persona humana, la dimensión corpórea, la dimensión psicológica y la dimensión intersubjetiva. La dimensión corpórea hace referencia a la materialidad humana, la psicológica se relaciona al conocimiento en general y la intersubjetiva vinculada al tema de la relación interpersonal y a la alteridad social.
Siempre se ha discutido la primera dimensión, la corpórea, en referencia a lo material; el ser humano está compuesto de alma y cuerpo, una unidad dual que le permite la plena existencia. El hombre en la búsqueda de la verdad ha tenido como una de las principales preocupaciones la cuestión del origen de la vida, e inclusive su dotación racional pareciera le exigiera dar respuesta sobre sí mismo y sobre el resto de los entes. De hecho en la historia del conocimiento científico se puede encontrar un sinfín de especulaciones sobre el problema de la existencia. Con esto podemos afirmar que ni el filósofo ni el hombre corriente puede contener la duda sobre cómo se originó la existencia de los seres. “Gracias a la capacidad del pensamiento, el hombre puede encontrar y reconocer esta verdad. En cuanto vital y esencial para su existencia, esta verdad se logra no sólo por vía racional, sino también mediante el abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma…constituye ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y expresivos” Fides et Ratio(33).
Desde la antropología filosófica se pueden presentar dos puntos de vistas, la perspectiva de la teoría evolutiva y la teoría de la creación. La primera intenta demostrar con la tan sola fuerza de la razón el origen de la corporeidad humana, la segunda lo plantea desde la fe. “Fides et Ratio”, Fe y razón, dos elementos que a simple vista parecen antitéticos.
Las teorías científicas de la evolución como lo son el darwinismo, el neo darwinismo, el lamarckismo, el organicismo, el saltacionismo, convergen en la idea de que el origen de la vida está sustentado en la evolución atómica molecular; así la ciencia lo ha demostrado. El micro átomo evolucionó desde hace millones de años hasta llegar a lo que somos hoy, seres con caracteres específicos. Por otra parte, la teoría de la creación fundamenta el origen de la humanidad como aparece en las sagradas escrituras en el libro del Génesis, Dios por su omnipotencia creó ex nihilo “desde la nada” al hombre dotándole de cuerpo y alma.
Sin embargo, la razón no ha podido descubrir de donde salió el micro átomo, ¿ha existido desde siempre, o tendrá un creador? La razón no podrá por sí misma dar esta respuesta, está limitada, para pensar en un ser capaz de crear desde la nada entonces tendríamos que acudir a la fe. Creer en un ser que por cuya omnipotencia ha existido desde siempre y dio existencia a otros seres, es decir, un ser que causa y a su vez es incausado. Ese ser es llamado Dios.
Sólo a través de la conciliación entre razón y fe se puede dar razones a estas enigmáticas cuestiones. No fue hasta la edad moderna que el cristianismo católico aceptó la tesis. Si bien cierto, los pueblos primitivos, las culturas individuales de la humanidad han buscado respuestas al tema del origen de la existencia, recurriendo a mitos étnicos y religiosos. El libro del Génesis muestra una catequesis sobre cómo pudo Dios crear a la humanidad, habla de 6 días literales y un séptimo en cuál descansó de todo lo que había hecho y vio que era bueno. Gén. 1-2,4.
Cómo conciliar la teoría científica de la evolución con lo planteado en el Génesis. Ahora bien, el cronos humano no es el mismo que el kairos de Dios, para Dios un día pueden ser miles de años; los miles de años que tardó la biopartícula de la vida para evolucionar hasta ser lo que hoy en día son los seres. Sólo de esta manera se podrá comprender el origen de la humanidad, así la razón queda adherida a un misterio que la razón no podría penetrar. El papa Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio (1998), insiste en la unión del poder racional con la fe, juntas podrán dar respuestas a los enigmas más grandes que pueda presentar la historia de la humanidad.

Prof. Samir Alarbid. M.Sc.
Universidad Católica Ceciclio Acosta

viernes, 6 de noviembre de 2009

La política: ese arte difícil y tan noble

El Papa Pío XI escribió que la política es la forma suprema de la caridad, y el Concilio Vaticano II llamó a la política “ese arte tan difícil y tan noble”. Es un arte difícil porque supone superar esa práctica habitual que ha degradado la política a mera politiquería, a retórica, negocio o espectáculo; que utiliza el poder para lucrarse y aprovecharse de él, poder para dominar y servirse del Estado y de los demás. La política auténtica entiende y asume el poder como un medio esencial para servir, para buscar, más allá de las aspiraciones individualistas o de grupo, el bien de toda la sociedad. Poder ya no para dominar, sino para empoderar, es decir, para potenciar a las personas, de modo que se constituyan en sujetos de sus propias vidas y en ciudadanos responsable y solidarios, fieles defensores de sus derechos y cumplidores celosos de sus obligaciones. Por ello, y siguiendo al Concilio Vaticano II, la política es también un arte noble porque el servicio que está llamado a prestar es precisamente la búsqueda del bien común, que hace posible la paz, la concordia social y las relaciones fraternales entre todos.
Para que este servicio sea eficaz necesita de la política entendida como la búsqueda y organización del bien común, el bien de todas las personas y de toda la persona, es decir, su desarrollo más pleno e integral. En consecuencia, la política nos concierne a todos. Nadie, mucho menos un católico o cristiano en general, puede vivir sin preocuparse y ocuparse por la suerte de los demás, en especial de los más necesitados. La política, en consecuencia, es el ejercicio de un amor eficaz a los demás. Lleva en su propia entraña la dimensión ética, ya que nos exige considerar como propias las necesidades de los demás, e implicarnos en su solución. Si la política se aparta del amor y olvida su raíz ética se convierte en mera politiquería, camino a la ambición, al dinero fácil, a la corrupción, al poder por el poder mismo, a la utilización de lo público en beneficio propio o de los suyos, al dominio sobre los demás. La politiquería no sólo degrada a los falsos políticos, sino que provoca un enorme daño a la sociedad entera pues imposibilita el bienestar general. Si la política está guiada por el amor y se pone al servicio de la humanidad es fuente de bienestar, encuentro y vida. Degradada a mera politiquería es fuente de destrucción, división y muerte.
La práctica de la verdadera política, como arte difícil y noble, exige que los políticos sean muy honestos, buenos negociadores, respetuosos de todos y de las opiniones diversas, dispuestos a servir siempre a la verdad. Desgraciadamente hoy en día, donde lo común es disfrazar las ambiciones bajo el ropaje retórico del amor y del servicio, y donde la justicia está al servicio del poder, “la verdad sólo perjudica al que la dice”, como ya nos lo advirtió Quevedo. Ya desde Aristóteles y los pensadores griegos, el arte de la política consistía en resolver los conflictos mediante la palabra, el diálogo respetuoso, la negociación, desechando cualquier recurso a la violencia, que es lo propio de los pueblos primitivos y de las personas inmaduras. Mandar en vez de persuadir, eran formas prepolíticas, típicas de déspotas y tiranos.
Todos deberíamos saber bien que no es posible lograr un mundo fraternal si sembramos odio y amenazas; no es posible imponer autoritariamente la libertad, no es posible establecer la paz con insultos, acusaciones sin pruebas y violencia. “¿Qué ética es esa –se preguntaba alarmado Paulo Freire- que sólo vale cuando se aplica a mi favor? ¿Qué extraña manera es esa de hacer historia, de enseñar democracia, golpeando a los que son diferentes para continuar gozando, en nombre de la democracia, de la libertad de golpear? No existe gobierno que permanezca verdadero, legítimo, digno de fe, si su discurso no es corroborado por su práctica, si apadrina y favorece a sus amigos, si es duro sólo con los opositores y suave y ameno con los correligionarios. Si cede una, dos, tres veces a las presiones poco éticas de los poderosos o de amigos ya no se detendrá hasta llegar a la democratización de la desvergüenza” (Política y Educación, pág. 38).
La violencia, sea verbal o física, la imposición de un único modo de ver las cosas, niega de raíz la democracia que es, por su misma esencia, un poema de la diversidad. En palabras de Edgar Morin, “la democracia supone y alimenta la diversidad de los intereses así como la diversidad de las ideas. El respeto de la diversidad significa que la democracia no se puede identificar con la dictadura de la mayoría sobre las minorías….Así como hay que proteger la diversidad de las especies para salvar la biosfera, hay que proteger la de las ideas y opiniones y también la diversidad de las fuentes de información y de los medios de información (prensa y medios de comunicación) para salvar la vida democrática”. Toda imposición, todo irrespeto, toda forma de violencia son actitudes profundamente antidemocráticas.
Del Dr. Antonio Pérez Esclarín

martes, 6 de octubre de 2009

"Patria, Socialismo o (y) muerte: venceremos"

Un día pasado, un Señor llamó a un programa de televisión aclarando que no se trata de “Patria, socialismo y muerte”, sino de “Patria, socialismo o muerte”. Es decir, explicaba el televidente, que si la Patria no es socialista, entonces es la muerte. Me llamó mucho la atención y enseguida le pregunté mentalmente ¿muerte de quién? Porque aquí se puede entender de manera heroica, es decir estar dispuesto a morir si en la Patria no triunfa el socialismo. Pero, también, y no de mala fe, podríamos pensar que si la Patria no es socialista, tenemos que matar, hasta vencer. Porque dicho lema concluye con una seguridad de vencimiento. En lo personal creo que hay motivo más digno por la que podemos ofrecer la vida. Por otro lado, motivo para quitarla no conozco ninguno.
Ciertamente el tema me interesó. Me pregunto: ¿tiene sentido eso de “Patria, socialismo y muerte”? Es como decir, que la Patria es igual al socialismo y estos son iguales a muerte. Patria=socialismo, Patria=muerte, socialismo=muerte. Podría yo estar equivocado y lo que me quieren es presentar un conjunto de tres realidades distintas que se complementan armónicamente entre sí: Patria, socialismo y muerte. Es como un pabellón criollo: Arroz blanco, carne mechada, caraota negra y tajada (fritica para nosotros). Sólo que en esta exquisita comida son cuatro elementos, cuando no cinco porque algunos le agregan un huevo frito. Pero el arroz sólo o la carne sola, jamás podrá ser un pabellón. Es como si la Patria sin el socialismo y la muerte nunca podría llamarse la “República Bolivariana de Venezuela”. La Patria la escribo en mayúscula porque es un valor, el espacio grande donde todos convivimos compartiendo los mismos derechos y deberes, alegrías y esperanzas, tristezas y angustias; o como diría un autentico patriota como Mons. Carlos Sánchez Espejo, “la Patria para nosotros no es un concepto abstracto. Es algo concreto: es tierra y es cielo, es aire y es sol, es potro que salta en la llanura y es lanza que conquista independencia, es brazo que lucha y es inteligencia que trabaja, es ceniza de mártir en una funeraria y grito de victoria en la bandera nacional”. Pero, el socialismo es sólo un sistema político que puede ser juzgado bueno, malo, menos bueno, menos malo o qué sé yo. Y, por otro lado, la muerte es muerte, lo contrario de la vida. Si morimos ya no tendremos Patria, ni mucho menos socialismo. Muerte es dolor, perdida… el no ser. Pero, no sigamos perdiendo tiempo, porque así no es.
El lema en cuestión reza claramente, sobre todo cuando lo gritan los soldados trotando: “Patria, socialismo o muerte, venceremos”. ¿Claramente? Eso sí, en boca infantil es horroroso. Impresionante escrito en gigante frente a PDVSA, con la cara del líder imitando a los ídolos faraónicos. No creo que sea coherente en un cristiano. Eso si, cuando lo proclama un Sacerdote católico es, por lo menos, escandaloso. Jesús sentencia que quien escandaliza le va mejor colgarse en el cuello una piedra de molino y tirarse al mar. Y, cuidado, porque Jesús habla en serio.
Con la “o” en vez de “y” el sentido cambia. Cuando mi mamá me pregunta: ¿quieres comer ya o más tarde? Mi respuesta debe ser o la una o la otra. El “todo lo contrario” no vale. Es bueno, porque mi mamá me da la posibilidad de escoger. Sin duda, cuando las alternativas son amplias, el derecho a elegir es más libre. Porque si mi mamá me ordena a comer ya, sin alternativas, entonces se debilita mi libertad, sólo me queda obedecer. Sin embargo, obedecer a mi mamá es más grato que obedecer una orden que me dice: “esto o muerte”. Disculpen este ejemplo demasiado domestico, quizá no es el mejor. Probemos con el del ladrón que me sorprende y me dice imperativamente: “me das el carro o te mato”. Por Dios, lo que me dice no me deja alternativas: “o me entregas el carro o me lo entregas”, con un arma en su mano dispuesto a matarme si no le obedezco. Es decir, carro o muerte (socialismo o muerte), sin “venceremos”. Porque, ¿quién podrá vencer si matamos o nos matan? Es que Jesús desde la cruz me convenció que la única muerte vencedora es la que se ofrece por la vida eterna. En fin, si debemos morir, será por algo más digno que por hacer de la Patria una República socialista.
Ah! Ya entendiendo. Se trata de seleccionar: o Patria, o socialismo, o muerte. Dígalo Usted. Porque si lo que se quiere decir es: “la Patria, o es socialista o me muero, o matamos”. Entonces sería mejor decir: “Patria socialista o muerte”. El “venceremos” si que no pega con la muerte. En todo caso, prefiero una Patria con mucha vida. De hecho, el origen del término “Patria” (del latín patria) está en la palabra Padre (del latín pater, -tris). Y no hay Padre que no dé vida y sea vida. Es mejor, se lo aseguro, un lema que diga: “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando, la virtud y honor”. Aquí si hay victoria porque suena a dignidad, a libertad, a paz, a felicidad, a solidaridad, a vida con sentido. Si quieren agregarle “muerte”, le añadimos: “Gritemos con brío: ¡Muera la opresión!”.

La Iglesia de Puebla 1979

¿Lo hemos olvidado? Pues, ¡recordémoslo! Hace treinta años, comenzó el 27 de enero y se prolongó hasta el 13 de febrero de 1979, la Iglesia en América Latina marca otro hito en la historia de su renovación con la celebración en Puebla de los Ángeles (México) de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Desde entonces Puebla es una referencia obligada para identificar el ser y la misión de la Iglesia en nuestros pueblos. El espíritu de Medellín (1968) es quien nos lleva hasta Puebla. La Iglesia liberadora, que opta preferencialmente por los pobres y oprimidos, que vive en Comunidades de Base, que acepta y enfrenta como Jesús el sacrificio de la cruz hasta la persecución y el martirio, desde su acción pastoral con la gracia de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, vuelve a reunirse para rejuvenecerse y reafirmarse con mayor fuerza como la Iglesia de Jesucristo llamada a ser sacramento de liberación en la comunión y participación.
El tema central es “la evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”, inspirado por la Exhortación Apostólica sobre la evangelización en el mundo contemporáneo Evangelii nuntiandi de Paulo VI. Podríamos afirmar que este documento pontificio es para Puebla lo que el Vaticano II significa para Medellín. Aunque, naturalmente, el Concilio sigue guiando el camino renovador. Paulo VI identifica la identidad de la Iglesia con su misión evangelizadora y ésta con la lucha liberadora y el progreso de los pueblos. La clave eclesiológica es la liberación en la comunión y participación. Para ello sigue la metodología de Medellín y en la línea teológica histórico-salvífico.
En la primera parte, el documento final ofrece una visión histórica y socio-cultural de la realidad actual latinoamericana, y la realidad de la Iglesia misma peregrina en nuestros pueblos. Su visión eclesial destaca una Iglesia encarnada en un pueblo que anda entre angustias y esperanzas, entre frustraciones y expectativas: “Las angustias y frustraciones han sido causadas, si la miramos a la luz de la fe, por el pecado que tiene dimensiones personales y sociales muy amplia. Las esperanzas y expectativas de nuestro pueblo nacen de su profundo sentido religioso y de su riqueza humana”. Fe y pecado conviven paradójicamente en América Latina. La Iglesia se ve a sí misma interpelada por esta realidad humana llena de contrastes. Gracias al camino renovador marcado por el Vaticano II; más aun, diez años antes con el nacimiento del CELAM; y la vivencia diez años después en Medellín, “la Iglesia ha ido adquiriendo una conciencia cada vez más clara y más profunda de que la evangelización es su misión fundamental y de que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente del mensaje a los hombres de hoy”.
Otro punto que debemos subrayar, es la respuesta de la Iglesia al clamor de los pueblos por la justicia. Ese sordo clamor que exige a los pastores en Medellín una liberación que no les llega de ninguna parte, ahora en Puebla ese clamor “es claro, creciente, impetuoso, en ocasiones, amenazante”. Por eso, se reafirma, no sólo la opción por los pobres, sino también la vivencia de una Iglesia pobre y liberadora que testimonia al mismo Jesús que creemos y anunciamos compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de nuestros pueblos.
La segunda parte del documento es más amplia, profundamente teológica y admirablemente pastoral. En ella juzga la realidad de América Latina desde el designio de Dios. Aquí desarrolla el tema de la evangelización fundamentándola con una cristología, una eclesiología y una antropología maravillosamente actuales. Jesucristo es visto desde la imagen profética de Siervo de Dios. Presenta la Iglesia de la liberación en la comunión y participación. Esta eclesiología se ha enriquecido con la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). De ahí enfrenta también la cuestión sobre la “Iglesia popular”. Ésta se entiende como una Iglesia que busca encarnarse en los medios populares del continente y que, por lo mismo surge de la respuesta de la fe que esas Comunidades dan al Señor.
La visión antropológica de Puebla es igualmente muy rica. Después de denunciar las visiones calificadas como inadecuadas, desarrolla un humanismo evangélico bajo la clave de la dignidad humana. Dignidad y libertad son las categorías que utiliza el documento. El fundamento es Jesucristo, revelador de Dios y del misterio mismo del ser humano. Jesucristo es el hombre como debe ser.
Luego, Puebla desarrolla su tema central: la evangelización enmarcada en la redención integral de las culturas, la dignidad del hombre y su liberación. La evangelización de la cultura es un tema que abarca gran espacio en este documento. Esta evangelización de la propia cultura, en el presente y hacia el futuro es, para la Iglesia, una opción pastoral fundamental. Así, también “la evangelización en su relación con la promoción humana, la liberación y la doctrina social de la Iglesia”. La evangelización es liberadora; pues, “es urgente liberar a nuestros pueblos del ídolo del poder absoluto para lograr una convivencia social en justicia y libertad”.
La tercera y la cuarta parte describe la misión de la Iglesia: “Predicar la conversión, liberar al hombre e impulsarlo hacia el misterio de comunión con la Trinidad y de comunión con todos los hermanos, transformándolos en agentes y cooperadores del designio de Dios”. Desde este criterio, presenta a los centros, agentes y medios de comunión y participación. Finalmente, reafirma su opción preferencial por los pobres y hace una novedosa opción por los jóvenes, comprometiéndose a construir la sociedad pluralista, tan cara para nosotros en la actualidad.