viernes, 15 de junio de 2012

REUNION EPISCOPADO-GOBIERNO

Mons. Ovidio Pérez Morales

La reciente reunión entre los directivos de la Conferencia Episcopal Venezolana y una representación gubernamental del más alto nivel, suscitó no pocos comentarios y unos cuantos rumores. Resultó también extraña, dada la ruptura de puentes  producida por el sector oficial  hace casi diez años.

 En la agenda normal de las asambleas ordinarias del Episcopado se contempla, desde décadas, un tiempo para la visita de un alto funcionario del Gobierno (antes era el Ministro de Justicia y Cultos), con el fin de intercambiar sobre asuntos de interés común. A partir de 1999 ese espacio comenzó a estar vacío, hasta que la intercomunicación se rompió por completo. A esto se añade que peticiones también escritas para una audiencia presidencial no recibieron respuesta. Con la reunión de Mayo se ha restablecido una comunicación, que esperamos, continúe. El país no gana nada con ruptura de puentes. Los miembros de la Iglesia son simultáneamente ciudadanos del Estado venezolano y postulan que sus representantes se entiendan, al menos, en cuestiones fundamentales-límite. Para no decir que desean una regular colaboración mutua en cuestiones beneficiosas para todos.

Algún periodista ha dicho que dicha reunión habría constituido un apaciguamiento de la Iglesia, impuesto por Roma y debido a motivos  financieros. Esta afirmación, aparte de ser totalmente falsa, revela un tratamiento light y completamente desinformado de la cuestión. Estimo que la Iglesia,  y concretamente, los obispos, necesitan críticas serias, con fundamento, las cuales pueden también conducir, en casos, a cambios que mejoren actitudes o comportamientos de los pastores. En efecto, la Iglesia, que peregrina en y con la historia, no puede considerarse ni autosuficiente ni  como comunidad perfecta. Pero no ayudan a su mejoramiento y conversión infundios como los mencionados. De paso no estaría de más agregar, a propósito de  este tipo de reuniones, que, a menos darse una grave justificada razón en contrario, conviene o se necesita una información autorizada , veraz y oportuna, a la opinión pública, sobre las mismas, pues no hay nada más contraproducente que el “secretismo” en tales casos.

Intercambiar, dialogar, no significa  ni “apaciguar”, ni “apaciguarse”; tampoco, renunciar a las propias identidades y convicciones. Implica sí entrar en comunicación para iniciar o mejorar el mutuo conocimiento, entenderse en puntos que puedan disminuir tensiones y lograr acuerdos: progresar en verdad y bondad. El bien común ha de ser horizonte hacia el cual se encaminen los encuentros. El diálogo supone pluralidad y polifonía. Cerrarse a la comunicación sería renunciar a la condición más propia de un ser, como el humano, que se define como ser para la comunicación y la comunión. Al fin y al cabo –creemos los cristianos- Dios, primer principio y fin supremo de todo, es Amor (ver 1Jn4, 8), comunicación, comunión. Para la Iglesia el diálogo es, desde tiempos del Vaticano II, algo no sólo bueno sino obligante e irreversible. Lo explicitó Juan Pablo II a propósito del Ecumenismo y en máxima apertura interreligiosa  e interhumana.      

Con respecto a un encuentro Episcopado-Gobierno en Venezuela, realista, fundado en la verdad y tendiente al logro de acuerdos  beneficiosos para el país, no sobra recordar la línea del proyecto político-ideológico oficial, a saber, socialista de corte marxista, como se autoidentifica el “Socialismo Siglo XXI”. Con ocasión de la propuesta de reforma constitucional sometida a referéndum en 2007 sobre la implantación de un “Estado Socialista” en Venezuela, el Episcopado tomó una posición firme y clara. La expresó en la exhortación Llamados a vivir en libertad. Allí, como conclusión, leemos lo siguiente:

-la proposición de un “Estado Socialista” es contraria a principios fundamentales de la actual Constitución, y a una recta concepción de la persona y del Estado.

-la propuesta de Reforma excluye a sectores políticos y sociales del país, que no estén de acuerdo con el Estado Socialista, restringe las libertades y representa un retroceso en la progresividad de los derechos humanos.

-por cuanto el proyecto de Reforma vulnera los derechos fundamentales del sistema democrático y de la persona poniendo en peligro la libertad y la convivencia social, la consideramos moralmente inaceptable a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia.

Esa fue y es la posición de la Conferencia Episcopal Venezolana. El verbo lo uso aquí también en indicativo, por cuanto lo que se propuso entonces y fue rechazado, se ha venido de facto implementando; más aún, para la próxima jornada electoral del 7 de Octubre se plantea como propósito, de parte oficial,  la profundización de su socialismo.

Recuerdo esta posición del Episcopado para subrayar, precisamente por las hondas diferencias existentes y ante eventuales situaciones críticas que se puedan presentar en relación al 7-0,  la conveniencia y necesidad de reuniones como la que es materia de estas líneas. Y también para salir al paso de consejas periodísticas sobre crematísticos apaciguamientos.
Estoy seguro de que la gran mayoría de los venezolanos espera la continuación de la reunión de Mayo en otras y con otros (sectores políticos y sociales en general).  Resulta plausible, en este sentido, que al día siguiente de reunirse con el gobierno, el Episcopado hizo lo mismo con el candidato presidencial de la oposición.

martes, 12 de junio de 2012

COMUNISMO SIN COMUNIDAD


Mons. Ovidio Pérez Morales

Comunidad, en el sentido genuino de la palabra, significa, encuentro, compartir, comunión, de personas.   
Sin personas presentes y participantes no puede hablarse, por tanto, de comunidad. Se tendría sólo una yuxtaposición, agrupación, conglomerado de seres humanos. Un grupo de éstos, simplemente esperando el metro o asistiendo a un juego de fútbol,  no constituye una comunidad.
En política es común el término “masa” para denominar una multitud manifestando su adhesión partidista. Así se habla también de “partido de masas” y cosas por el estilo. En realidad, “masa” es aquí un término impropio, pues devalúa una congregación de seres humanos.
Decir que comunidad implica personas  subraya su importancia como encuentro de sujetos conscientes, libres y relacionados, y, al mismo tiempo, la necesidad de que aquélla promueva el crecimiento de sus integrantes en una dinámica  ad intra y ad extra (hacia adentro y hacia afuera), en interioridad-y-comunicación, como polos complementarios e inseparables. Autores como Emmanuel Mounier ya lo señalaron oportunamente.
Una comunidad  es, por consiguiente, una asamblea con rostros. Conjunción de personas, que se relacionan entre sí con sus propias identidades psicosomáticas, huellas digitales, códigos genéticos, gustos, carismas y carencias, cualidades y defectos, virtudes y vicios. En fin, con personalidades diversas, formando una unidad  polícroma, polifónica, plural. Cada una con el protagonismo que le compete y el sentido crítico que  está llamada a ejercer.
No podrá hablarse de una “nueva sociedad”, como futuro deseable, sin comunidades en solidaria interacción.
En nuestro país, el proyecto político-ideológico oficial se autocomprende y ofrece como “socialista”, con la especificación “del Siglo XXI”. Por la cédula de identidad que presenta, entra en la categoría de “socialismo marxista”, el cual en el siglo XX se concretó en el  llamado “socialismo real”, de triste recuerdo y una de cuyas reliquias se conserva en la isla de Cuba. Ese socialismo se autoentiende como  proceso hacia una plenitud de abundancia y  felicidad en la  etapa definitiva de la Historia: el “Comunismo”.
Más allá, sin embargo, de expectativas mesiánicas y de mistificaciones sistemáticamente mantenidas, un tal tipo de socialismo y  comunismo  contradice, no sólo en base a los principios, criterios y procedimientos que  lo acompañan, sino también  a la experiencia histórica, lo que sería dable esperar de un verdadero socialismo o comunismo.
¿Cuál es, en efecto la dinámica del socialismo a la marxista? No otra cosa sino un proceso de estatización, de concentración de poder, de uniformismo, contrario a lo que sugiere el término socialización  comunización, a saber, poder efectivo de los seres humanos que componen el pueblo, desde las comunidades  mismas;  real protagonismo compartido en de solidaria corresponsabilidad. En el “socialismo a la marxista” (como es el caso del SSXXI), todo esto se falsea en la jerga de  “dictadura del proletariado”, “vanguardias” iluminadas, “líderes” encarnatorios del  pueblo. Especie de “religión” con dogmas y jerarquía de origen superior. Todo ello termina en conformaciones totalitarias de la sociedad, superconcentraciones del poder, hegemonía económico-político-cultural, impuestas desde el Partido y su “Líder-Padre bondadoso”. ¿Resultado? Los grupos y asociaciones de base son asfixiados por la maquinaria del poder. Al movimiento de  los trabajadores y a las asociaciones profesionales o de variados intereses societarios se los convierte en correas de transmisión de un comando ideológico-político homogeneizante. Producto final: totalitarismo puro y simple
Cuando exigimos cosas como la libertad de comunicación y asociación, no lo hacemos en aras de un formalismo democrático, sino como requisito y consecuencia de una genuina sociedad comunitaria, la cual, porque compuesta de personas, se manifiesta necesariamente en  pluralidad de formas, tanto en lo económico, como en lo político y ético-cultural.
El Socialismo del Siglo XXI va, así,  en la línea del “unicismo”. Pensamiento único, partido único, comunicación “única” (hegemonía comunicacional), economía única (estatizada) etcétera. Todo ello contraría la auténtica promoción de las personas y sus comunidades, favoreciendo o imponiendo una masificación (colectivización) despersonalizadora.   
Un socialismo y un comunismo verdaderos tendrían que ser animadores y constructores de socialidad y de comunión, de conjunción de personas en interrelación y compartir solidarios.
Lo que está en juego el 7-O es, por tanto, mucho más que un cambio de gobierno o aún de régimen.