miércoles, 13 de marzo de 2013

Reconciliación



Andrés Bravo
Capellán de la UNICA
Estamos viviendo en Venezuela una de las más graves experiencias de la historia. Esta situación de discordia y división está marcada por el odio que desde el discurso y la actividad política ha sido sembrado entre nosotros. El estado de la situación que se ve y se nota en el lenguaje de insultos y de descalificaciones del uno con el otro, ha acabado con los nobles valores de respeto, de amistad, de solidaridad y fraternidad que nos caracterizaban. Ese binomio dialéctico de “enemigo y amigo”, propio de una concepción fascista de la política, va destruyendo los principios fundamentales de nuestra fe cristiana, base de nuestra formación como comunidad humana.

            El llamado urgente, guiado por el Evangelio de Jesús y la doctrina social de la Iglesia, es a la reconciliación. Pues, una sociedad enemistada y en continua batalla no puede prosperar, se destruye totalmente. Con nuestras continuas guerras estamos acabando con nuestra Patria, que ha costado tanto a nuestros padres.

            Reconciliarnos ¿por qué? Simplemente porque es imposible crecer como seres humanos si no somos capaces de salir de nosotros mismo al encuentro amoroso con los otros. Si nos negamos el derecho a valorarnos como personas los unos con los otros, convertimos este bello espacio, la Patria, casa de todos, en una jungla de animales salvajes que, para sobrevivir, tienen que destruirse entre ellos. No es este el proyecto de Dios. Así no nos ha creado el Señor.

            La vida es convivencia, si no no es vida humana. Primero, debemos acercarnos a Dios que nos ama hasta el extremo de hacerse uno con nosotros en la persona de Jesucristo. Seguir su camino, asumir su causa, para vivir su victoria de vida. Demos muerte al pecado que tanto daño nos produce. Para poder resucitar a una nueva humanidad. Cuando dejamos de ser hijos rebeldes y acogemos responsablemente el proyecto de nuestro Padre, Dios-Amor, podremos aceptar que el otro es persona, tan digna como nosotros, como hermano.

            Debemos hacer un gran esfuerzo para construir la fraternidad. Comenzando por el lenguaje, debemos desarmar las palabras. Dice la Sagrada Escritura que las palabras amables, respetuosas, suaves, portadoras de la verdad y la caridad, multiplican los amigos. Por el contrario, las pasiones violentas destruyen a los demás. Me gusta escuchar la Palabra de Dios cuando nos aconseja: “Sé rápido para escuchar y date tiempo para responder; si estás en tu razón, responde al prójimo, si no, cállate la boca” (Eclesiástico 5,11-12). Pero, aun estando en tu razón, para responder no te olvides de la caridad. La comunicación significa hacer comunión para formar la fraternidad.

            Por otro lado, sigue diciendo la Escritura Sagrada: “No seas chismoso, ni emplees la lengua para murmurar; para el ladrón se hizo la vergüenza, y los duros castigos para el chismoso. No hagas daño, ni poco ni mucho, no te conviertas de amigo en enemigo” (Eclesiástico 5,14-15).

            Por su parte, san Pablo nos enseña las normas de la vida cristiana (ver Romano 12). Nos conviene recordarlas: 1.) El verdadero culto a Dios es la entrega al amor que exige sacrificio. 2.) Transformarnos interiormente con una mentalidad nueva, según los criterios de la caridad, para que podamos ser capaces de discernir lo bueno, lo aceptable, lo querido por Dios. 3.) No tener pretensiones desmedidas que nos haga creernos que somos mejores o más importante que los demás. 4.) Por el contrario, seamos moderados en nuestra propia estima. 5.) La vida en comunión como expresión del amor; somos como un cuerpo humano constituido por muchos y diversos miembros, cada uno necesario y valioso, con su propia misión, pero unidos en el servicio de amor mutuo. 6.) Tengamos una profunda pasión por el bien y, con la misma fuerza, aborrezcamos el mal, para amar con sinceridad. 7.) En el amor entre hermanos demostremos cariño, respeto, consideración y estima. 8.) Seamos solidarios y diligentes con los hermanos más necesitados. Este es el más auténtico servicio al Dios revelado por Jesús desde la cruz.

            Dios quiera que en el corazón de los venezolanos podamos sembrar la semilla del reino de Dios, para que la pascua sea el triunfo del bien, del amor, de la fraternidad. Nos falta mucho por hacer, la faena es fuerte y difícil, pero merece todo nuestros esfuerzos y sacrificios.
            Feliz Resurrección de la fraternidad venezolana.

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