Reflexión Semanal 38
Permítanme esta vez escribir desde una
terrible experiencia de violencia que, a pesar de estar consciente de la
situación de nuestra sociedad venezolana, me sorprendió y golpeó profundamente.
De un gozo a un susto, de un susto a otro gozo mayor. Después de celebrar la Eucaristía de la víspera del día de
Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de mi parroquia situada en el sector
Amparo (Maracaibo), me dirigí a la casa parroquial encontrándola saqueada casi
totalmente. Bueno, al menos no se metieron ni con los libros y papeles, ni con
mi ropa, ni con el vino para consagrar. De inmediato doy el aviso, muy nervioso
(quizás demasiado), a los feligreses que todavía estaban presentes en la
entrada del templo. Todos y muchos más que fueron avisados se acercaron para
socorrerme con una extraordinaria actitud de solidaridad y generosidad.
El acompañamiento, aparte de algunos pocos
curiosos que nunca faltan para hacer hipótesis, me tranquilizó y cuando ya
sereno pude darme cuenta del gozo de sentir el cariño generoso de feligreses,
amigos y hermanos sacerdotes. En principio buscamos cómo pudo suceder, pues,
pensamos que la casa tiene mucha seguridad. Pero, inmediatamente nos
concentramos en las soluciones. Gracias a estas soluciones que todavía están en
curso, yo y mis feligreses no hemos detenido nuestro ritmo de trabajo. Las
fiestas patronales se celebraron con gran éxito espiritual y pastoral.
Me toca hacer la lectura reflexiva del hecho.
Nadie duda, ni siquiera aquellos que lo quieren negar en defensa del poder, que
actualmente Venezuela es uno de los países más violentos del mundo. La
delincuencia nos ha tocado a todos, de una forma menos grave o más grave. Muchos
han perdido hasta la vida en atracos y robos. Muchos hemos sido vilmente
invadidos con violencia. El terror se ha sembrado en nuestra sociedad de una
manera asombrosa, así como sucedió en la revolución francesa como método para
oprimir. Pienso en los miles de asesinados y el dolor de sus familias, en los
que pierden todo sin esperanza de recuperarlo porque fue adquirido con mucho
esfuerzo y sacrificio, en aquellos niños
que ven como violan o asesinan a su madre o padre, en los padres que ven violar
a sus hijos o hijas. Una Venezuela colmada de sufrimientos que, muchas veces,
se transforma en amargura, odio, deseo de venganza o simplemente resignación.
Sin embargo, a pesar de todo lo que sufrimos,
yo prefiero seguir apostando por una nueva sociedad, libre y democrática, justa
y pacífica, porque estoy totalmente convencido por nuestra fe cristiana de “qué
si Dios está a nuestro favor (y lo está, sin dudas), nadie podrá estar contra
nosotros. Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la
muerte por todos, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas
las cosas?... ¿Quién nos podrá separa del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, o
las dificultades, o la persecución, o el hambre, o la falta de ropa, o el
peligro, o la muerte violenta?... Pero en todo esto salimos más que vencedores
por medio de aquél que nos amó” (Rom 8,31-37).
Esta fe inquebrantable en el Dios crucificado,
que venció luchando y entregándose hasta la donación de su vida, nos impulsa a
seguir nuestra lucha por el bien de todos, hasta lograr la liberación. No
dejemos de valorar y defender a la familia; no dejemos de estudiar y trabajar con
responsabilidad, competencia y honestidad; no dejemos de practicar la justicia,
la generosidad y solidaridad, especialmente, con los que más lo necesitan. Es
un llamado a la acción, claro que podemos. Jamás el mal ha permanecido
victorioso, aunque cueste derrotarlo. Por mi parte, seguiré, con mis
reflexiones, iluminando los espíritus para ayudar a descubrir los caminos más
dignos. Seguiré inyectando en las venas de nuestra sociedad, las virtudes y los
valores del Evangelio de Jesús. Seguir apostando por la fraternidad en una
convivencia pacífica, libre y justa.
Maracaibo, 11 de octubre de 2015
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