Capellán de la UNICA
El valor más importante es la Persona humana. No se trata de una cosa entre las cosas. No se trata de un ser vivo entre los seres vivos. Ciertamente, el humano es materia contingente y corruptible. El primer libro de la Biblia nos indica que es creado del polvo de la tierra (humus es la tierra húmeda de la que proviene, en latín, la palabra humano). La Iglesia nos enseña que “no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día. Sin embargo, herido por el pecado, experimenta las rebeliones del cuerpo. Así pues, la propia dignidad del hombre pide que glorifique a Dios en su cuerpo y no permita que esté al servicio de las inclinaciones depravadas de su corazón” (Gaudium et spes 14, en adelante GS).
En la revelación podemos aprender que el cuerpo no es un objeto que tenemos, es constitutivo del humano. Es el ser humano en su dimensión cósmica. Somos cuerpo, no es que tenemos un cuerpo. El cuerpo humano nos hace presente en el mundo, no como arrojado sino como constitutivo del mundo.
Los monismos materialistas que ven al humano en su corporeidad como una simple cosa resultado de procesos y fuerzas del mundo, lo denuncia la Iglesia como deshumanización. Entre otras, la “visión determinista” que ve al hombre como víctima de fuerzas ocultas (hechicería, horóscopos). La “visión psicologísta”, haciendo víctima a la persona “del instinto fundamental erótico o como un simple mecanismo de respuesta a estímulos, carente de libertad” (pansexualismo, el machismo). La “visión economicista”, reduciendo a la persona a un “instrumento de producción y objeto de consumo” (el capitalismo y el comunismo fundamentan su doctrina y su praxis en esta visión materialista). La “visión estatista”, esta visión reduccionista de la persona humana es denunciada por la Iglesia Latinoamericana como la base de lo que se llamó la ideología de la “Seguridad Nacional”, sostén de las más crueles dictaduras militares: “pone al individuo al servicio ilimitado de la supuesta guerra total contra los conflictos culturales, sociales, políticos y económicos y, mediante ellos, contra la amenaza del comunismo”. Hoy pareciera que es el mismo comunismo quien utilizara dicha ideología. La realidad de Venezuela es un ejemplo real, no un guión de telenovela. Por último, la “visión cientísta”, la persona como producto de las leyes científicas y tecnológicas. Estas visiones reduccionistas se encuentran ampliadas en el documento de Puebla en su apartado: “la Verdad sobre el Hombre” (Puebla 304-339).
Los monismos materialistas que ven al humano en su corporeidad como una simple cosa resultado de procesos y fuerzas del mundo, lo denuncia la Iglesia como deshumanización. Entre otras, la “visión determinista” que ve al hombre como víctima de fuerzas ocultas (hechicería, horóscopos). La “visión psicologísta”, haciendo víctima a la persona “del instinto fundamental erótico o como un simple mecanismo de respuesta a estímulos, carente de libertad” (pansexualismo, el machismo). La “visión economicista”, reduciendo a la persona a un “instrumento de producción y objeto de consumo” (el capitalismo y el comunismo fundamentan su doctrina y su praxis en esta visión materialista). La “visión estatista”, esta visión reduccionista de la persona humana es denunciada por la Iglesia Latinoamericana como la base de lo que se llamó la ideología de la “Seguridad Nacional”, sostén de las más crueles dictaduras militares: “pone al individuo al servicio ilimitado de la supuesta guerra total contra los conflictos culturales, sociales, políticos y económicos y, mediante ellos, contra la amenaza del comunismo”. Hoy pareciera que es el mismo comunismo quien utilizara dicha ideología. La realidad de Venezuela es un ejemplo real, no un guión de telenovela. Por último, la “visión cientísta”, la persona como producto de las leyes científicas y tecnológicas. Estas visiones reduccionistas se encuentran ampliadas en el documento de Puebla en su apartado: “la Verdad sobre el Hombre” (Puebla 304-339).
Pero el ser humano no es sólo cuerpo, es también alma. Ciertamente, la Persona humana es un ser individual. Cada uno posee su propia identidad. Eso es, cada ser es sólo idéntico a él mismo y, por tanto, distinto a los demás. Aun formando parte de un género, es individuo. Cuando me refiero a alguien debo identificarlo con su nombre propio. Esta individualidad puede ser expresada en su misma corporeidad. Sin embargo, la distinción fundamental del humano es que, entre todas las cosas que constituyen el cosmos, él tiene una superioridad. La Iglesia enseña lo que la Biblia le revela: “No se equivoca el hombre cuando se reconoce superior a las cosas corporales y no se considera sólo una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana. Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero; retorna a esta profunda interioridad cuando vuelve a su corazón, donde Dios, que escruta los corazones, le aguarda y donde él mismo, bajo los ojos de Dios, decide sobre su propio destino. Por tanto, al reconocer en sí mismo un alma espiritual e inmortal, no se engaña con espejismo falaz procedente sólo de las condiciones físicas y sociales, sino que, por el contrario, alcanza la misma verdad profunda de la realidad” (GS 14).
El ser humano no es sólo individualidad. Sólo lo simplemente material puede ser individualizado. Pero, el ser humano es un misterio creado por Dios como una compleja unidad de cuerpo material y alma espiritual. No sólo materia, ni sólo espíritu. Podríamos decir que es un cuerpo espiritualizado o un alma encarnada. No es un cuerpo que posee un alma, ni un alma que posee un cuerpo. Es esa compleja unidad íntima que lo hace Persona humana. No es cosa ni es Dios. Aunque participa del mundo corpóreo y de la naturaleza divina. Es único, Persona humana. Ser en el mundo, pero como peregrino. Es trascendente, su destino es la eternidad. Aun más, es válido decir que pertenece al género animal, pero superior porque posee razón, es “un animal con razón”. Pero, la verdad es que su superioridad y trascendencia es porque Dios crea a la Persona humana a su “imagen y semejanza” (Gen 1, 27), capaz de conocer y amar a su Creador. Y, por eso, es señor de todo lo creado. Ahí, según la Iglesia, radica la dignidad de Persona humana.
Este misterio de la Persona humana, para el cristiano, es revelado en Jesucristo. Éste no sólo nos revela a Dios Padre, sino que también nos revela al hombre (GS 22). Si queremos conocer a la Persona humana debemos acercarnos y seguir a la tercera Persona divina encarnada en Jesús que es el Cristo. Él es la verdadera imagen del Dios invisible y la verdadera y auténtica verdad perfecta de la Persona humana. Jesucristo es el hombre como debe ser. Pero, aun más, al encarnarse, con el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección, nos une íntimamente a Él. De manera que, tal como Él es Hijo de Dios, todos, configurados a Él (cf. Rom 6,1ss.), somos hijos (cf. Gálata 3,26).
La Persona humana es la imagen de Dios e hijo del mismo Dios. Ahí su nobleza.
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