sábado, 19 de junio de 2010

HOMILIA DE LA MISA EN LA CLAUSURA DEL AÑO SACERDOTAL

+Mons. Ubaldo Santana
Arzobispo de Maracaibo
Presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela

Amados hermanos en el sacerdocio ministerial
Amados hermanos y hermanas en el sacerdocio bautismal,

El año sacerdotal convocado por el Santo Padre Benedicto XVI para conmemorar el sesquicentenario de la muerte de San Juan Ma Vianney, el Santo Cura de Ars, ha llegado a su fin. El viernes 11 pasado tuvo lugar la clausura en Roma con una misa en la plaza San Pedro, presidida por el Papa y en la que concelebraron alrededor de 11 mil sacerdotes, la mayor concelebración eucarística de la historia. Varios sacerdotes de nuestra arquidiócesis estuvieron presentes en nombre de todo nuestro presbiterio. Para darle mayor realce a la clausura en nuestra Iglesia local se ha organizado un amplio programa que abarca todo el fin de semana. Hoy tiene lugar aquí en el patio de la casa de nuestra Madre de Chiquinquirá la celebración arquidiocesana. Mañana le corresponde a cada una de las zonas pastorales y el domingo a cada parroquia.
No podemos menos que darle inmensas gracias al Señor nuestro Dios por haberle inspirado tan hermosa iniciativa al Santo Padre porque ha sido realmente una gran bendición para el pueblo santo de Dios marabino, para el presbiterio en su conjunto y para cada uno de nosotros en particular. He tenido oportunidad de escuchar emocionados testimonios de algunos hermanos sacerdotes que han puesto de manifiesto el paso de la gracia por sus vidas. El año ha sido marcado con la fuerte impronta de San Juan Ma. Vianney. Al fijarnos en él hemos descubierto, los sorprendentes e incomprensibles que son los caminos de la elección que Dios hace de sus servidores. Resuenan en nuestros oídos y en nuestro corazón las palabras del Señor en el Cenáculo: “Ustedes no me escogieron a mi sino que yo les he escogido a ustedes” (Cf Jn 15,16). Con el Cura de Ars y con cada uno de nosotros queda patente que el sacerdocio ministerial es uno de los más bellos dones que brotó del corazón abierto de Jesús crucificado. En la entrega del discípulo amado que Jesús desde la cruz, le hace a su Madre, el Señor puso en sus manos a todos los sacerdotes del mundo. Desde ese momento y desde ese lugar, María nos tomó a todos como hijos suyos y todos los sacerdotes estamos invitados a poner nuestro ministerio en manos de María y a llevarla siempre con nosotros. María es la mejor demostración de que cuando una madre entrega a su hijo al servicio de la Iglesia como sacerdote, no lo pierde sino que por lo contrario con ese don gana muchos nuevos hijos.
En la luminosa homilía de la misa de clausura Benedicto XVI rememora agradecido y jubiloso el objetivo que lo animó a proclamar el año sacerdotal. “Queríamos despertar la alegría de que Dios esté tan cerca de nosotros, y la gratitud por el hecho de que Él se confíe a nuestra debilidad; que Él nos guíe y nos ayude día tras día. Queríamos también, así, enseñar de nuevo a los jóvenes que esta vocación, esta comunión de servicio por Dios y con Dios, existe; más aún, que Dios está esperando nuestro «sí». Junto con la Iglesia, hemos querido destacar de nuevo que tenemos que pedir a Dios esta vocación. Pedimos trabajadores para la mies de Dios, y esta plegaria a Dios es, al mismo tiempo, una llamada de Dios al corazón de jóvenes que se consideren capaces de eso mismo para lo que Dios los cree capaces”. El Papa nos invita a admirar lo que él llama “la audacia” de un Dios que se atreve a colocar tamaño tesoro en tan frágiles vasijas de barro, que delega en ellos la prodigiosa misión de hacerlo presente, de absolver los pecados en su nombre, de representarlo como cabeza y pastor del rebaño y de actuar en su nombre. El santo cura comentaba que solo en el cielo llegaremos a entender la plena dimensión de esa gracia.
Somos vasijas de barro portadores de un gran tesoro. Somos como aquellas ánforas encontradas en una gruta cercana al Mar Muerto que contenían en su interior, los rollos del Libro de Isaías. El año sacerdotal ha sido también un año de purificación. Para que no olvidáramos que somos hombres escogidos entre los hombres, sujetos por consiguiente a las debilidades humanas (Cf He 5,1-5), estallaron viejos y nuevos escándalos de abusos sexuales cometidos por clérigos contra menores. El sucesor de Pedro ha encarado el problema con coraje y firmeza, ha introducido fuertes correctivos, ha atendido con misericordia a las víctimas y ha pedido perdón en nombre de toda la Iglesia. Al Santo Padre le manifestamos toda nuestra solidaridad, nuestro apoyo y filial adhesión por los injustos ataques a los que ha sido sometido. Con él, “prometemos que queremos hacer todo lo posible para que semejante abuso no vuelva a suceder jamás; que en la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y que queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida”.
También hay que denunciar que hay muchos ataques que no buscan contribuir ni en la conversión ni en la reforma moral de los ministros de la Iglesia sino en su descalificación y si es posible en su desaparición. Tanto en el Zulia como en Venezuela estamos asistiendo a una tendenciosa campaña de descredito contra los obispos y ministros de la Iglesia. Es deplorable que algunos medios se presten para transformarse en paredones morales contra nuestros ministros, enlodando e irrespetando a las personas y transformándose en jueces cuando no tienen para ello ninguna calificación. Todos los pastores estamos dispuestos a recibir las denuncias fundamentadas de abusos y arbitrariedades cometidas por cualquiera de nosotros y a introducir los correctivos necesarios.
El llamado que nos hace el Señor a través de estos tristes casos de infidelidad es apremiante. Las palabras de un asesor del Santo Padre en la Vigilia de oración nos interpelan fuertemente y nos invitan a realizar un serio examen de conciencia: “Cuántos pecados se cometen en la Iglesia por la arrogancia, por la ambición insaciable, por el abuso y la injusticia de quien se aprovecha del ministerio para hacer carrera, para aparecer, por fútiles y miserables motivos de vanagloria”. Después de recordar las duras palabras de Cristo contra los que escandalicen a los pequeños (Cf Mc 9,42) concluyo: “Qué árida se vuelve la tierra y qué triste el mundo cuando esta imagen tan hermosa, este icono tan santo (que es un niño) es pisoteado, roto, ensuciado, abusado, destruido” Mons. Charles Scicluna).
A la luz de estas reflexiones, es también necesario añadir que, no basta que seamos sacerdotes a carta cabal, sino que también lo parezcamos, lo transparentemos. Lo que nuestra Iglesia local necesita son sacerdotes humildes, desprendidos de lo material, centrados en el Misterio de Cristo y la Iglesia, dedicados al ministerio pastoral y no a quehaceres políticos electorales o partidistas. No debemos buscar fama, ni privilegios ni tratos preferenciales. El Señor nos advirtió que ningún discípulo es más que su maestro y ningún criado más que su amo. El discípulo debe conformarse en llegar a ser como su maestro. “Si a mí me han perseguido también a ustedes los perseguirán” (Jn 15,20). La persecución es parte del lote de felicidad que recibe en herencia quien deja todo para seguir al Señor (Cf Mc 10,29-30) y un indicativo en el camino de quien anuncia testimonialmente el Reino de Dios (Cf Mt 5, 10-11). La persecución se dará, pero no debemos ser los causantes de que se dé por ni nuestros malos ejemplos ni por algúna conducta escandalosa-
El sacerdocio no es un oficio que funciona con horarios; es una vocación a tiempo completo y se vive incondicionalmente para llevar Dios a los hombres y los hombres a Dios. Si Dios nos eligió, El, que empezó en cada uno la obra buena, será también quien la llevará a cabo. No necesitamos ni de la defensa ni de las honras humanas para acreditar la validez de nuestro ministerio. Por eso parafraseando a San Pablo debemos poder llegar a decir: “aunque llenos de problemas, no estamos sin salida; tenemos preocupaciones pero no nos desesperamos; nos persiguen pero no estamos abandonados; nos derriban pero no nos destruyen. Todo esto nos sucede para bien de la Iglesia, para que siendo muchos los que reciben la gracia de Dios, sean también muchos los que le den gracia para la gloria de Dios. Por eso no nos desanimamos. Lo que sufrimos en esta vida es cosa ligera que pronto pasa pero nos trae como resultado una gloria eterna mucho más grande y abundante” (Cf 2 Co 4,7-18).
Como a Pablo el Señor en nuestras horas negras y amargas nos habla al corazón y nos dice: “Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad” (2 Co 12, 9-10). Evitemos toda presunción y vanidad y coloquémonos en manos del Buen y Gran Pastor de nuestras almas. El sabe conducirnos con seguridad a través de cañada oscuras, nos defiende de los lobos; nadie nos conoce mejor que él; él sabe quiénes somos y cómo somos. Nos ha hecho sus amigos dando su vida por nosotros. Dentro de poco renovaremos nuestras promesas sacerdotales. Como a Pedro a orillas del lago, el Señor nos da la oportunidad de decirle que lo amamos, que amamos el ministerio que nos ha confiado por encima de todo; que no queremos dejarle porque “él tiene palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Y él, una vez más, nos asombrará, escuchando nuestros balbuceos y confiándonos sin vacilar el cuidado de su rebaño: “Apacienta mis ovejas, apaciente mi rebaño”.
Cuidemos pues de las ovejas que nos han sido confiadas. Nuestros hermanos laicos y laicas nos conocen, llevan con paciencia nuestro mal carácter, nuestros malhumores, nuestros malos tratos; nuestras debilidades y flaquezas. Reconocen asimismo nuestras cualidades y talentos. Están a nuestro lado en nuestras alegrías y tristezas, en nuestros logros y fracasos. En cualquier parroquia, rectoría o institución eclesial adonde nos destinen, encontraremos hermanos y hermanas que nos manifestarán su amor, su confianza y el gran aprecio en que tienen nuestro ministerio. Las distintas celebraciones de la clausura de este año sacerdotal nos están brindando la oportunidad de darnos cuenta de cuánto aprecia el pueblo de Dios de esta arquidiócesis a sus sacerdotes.
En nombre de todos ustedes, les digo; ¡¡gracias!! Estamos felices de servirles, de acercarlos a Dios; de entregarles a Cristo eucaristía; de absolverles sus pecados, de introducirlos en la vida de la Iglesia; de consolarlos en sus aflicciones; de llorar con los que lloran; de reír con los que ríen. Somos felices de ser sacerdotes para ustedes y con ustedes. Queremos seguir sirviéndoles de buena voluntad como Dios quiere y no forzadamente ni por ambición de dinero sino de buena gana. Queremos ser servidores suyos y buenos administradores de la gracia salvadora de Cristo, procurando ser buenos ejemplos para todos. No nos dejen solos, no tengan temor en corregirnos a tiempo y a destiempo. Lo hemos dejado todo por ustedes, hemos renunciado al matrimonio por ustedes; ayúdennos a encontrar en esta entrega y en este servicio la fuente permanente de nuestra alegría y de nuestra felicidad. Queremos construir junto con los consagrados y con los laicos, una Iglesia que sea casa de familia para todos; una escuela de fraternidad y apoyo mutuo, un taller de una nueva humanidad más justa, equitativa y fraterna. No somos dueños de la gracia ministerial, somos simples administradores de los misterios del Reino y servidores de la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.
El año sacerdotal no es un punto final. Todo lo que hemos tenido la dicha de vivir y de realizar es como un trampolín que nos proyecta hacia adelante. La cosecha abundante que hemos recogido la debemos transformar en una nueva siembra. Miremos hacia adelante con esperanza. No le pongamos condiciones al Señor para serle fieles. La Iglesia está llamada a ejercer su vocación en cualquier lugar, dentro de cualquier modelo político o social. Como dice Jesús, siempre habrá pobres entre ustedes y si los pobres, los humildes, los pequeños son los primeros sujetos y protagonistas del Reino, la Iglesia siempre tendrá una razón de ser.
Entre los muchos frutos de este año a los que queremos sacar provecho, destaco tres de ellos. En primer lugar el desarrollo del Proyecto de Pastoral Sacerdotal que tuvimos la oportunidad de estudiar en varios eventos y que expuse con más amplitud en la carta pastoral “Apacienta mi rebaño”. Su puesta en marcha y aplicación permitirá seguir avanzando en la renovación espiritual y pastoral de nuestro presbiterio. En segundo lugar. El envío del Grupo Ars, que estará conformado por las familias de los sacerdotes y de las religiosas y que tendrá por objetivo principal orar por los sacerdotes, favorecer entre ellos la fraternidad sacramental, crear lazos más fuertes de comunión y amistad entre las familias de los presbíteros y apoyar la pastoral vocacional. Finalmente queremos llevar a cabo el proyecto de la Casa Sacerdotal Santo Cura de Ars, que queremos se convierta en un hogar cálido para nuestros sacerdotes mayores, un centro de recuperación para los convalecientes, un hospedaje para los sacerdotes de paso y en un Centro vivo y juvenil de la Formación Permanente del clero marabino.
Todos estos proyectos los ponemos hoy a los pies de nuestra madre de Chiquinquirá. Estamos en el año jubilar tricentenario de su manifestación milagrosa en tierras zulianas. Junto con estos proyectos quiero también aprovechar este día bendito para consagrarle toda la Iglesia arquidiocesana y en particular el presbiterio. Que María nos tome como cosa suya y nos envuelva a todos en los pliegues de su manto maternal. El Zulia será para siempre tierra de María y el corazón marabino la llevará a ella y a su Hijo Jesús siempre muy dentro.
En su homilía de clausura el Santo Padre hablaba del corazón abierto de Jesús por donde los sacerdotes estamos invitados a entrar para entrar en la comprensión más plena y en la contemplación de la belleza del sacerdocio ministerial. El sacrificio eucarístico que Cristo confió a sus sacerdotes para que lo celebráramos en memoria suya y perpetuáramos en la Iglesia la gracia de la redención, es la puerta real para penetrar en ese recinto de amor redentor, en el manantial de donde brota inagotable la salvación. Allí nos está esperando siempre el Señor que quiere que estemos siempre con él para renovar la juventud y la alegría de nuestra entrega y de nuestra fidelidad.
Que esta eucaristía, alimento de vida eterna, renueve en nosotros los lazos que nos constituyen como familia de Dios, hijos e hijas de Dios Padre, hermanos y hermanas en Cristo Jesús, coherederos legítimos del Reino en el Espíritu Santo. Que con la fuerza del cuerpo y de la sangre de Cristo siempre estemos dispuestos a obrar el bien de acuerdo a los designios divinos. La Iglesia que peregrina en estos territorios del Estado Zulia somos todos nosotros los bautizados. Todos somos corresponsables de la propagación del evangelio en el corazón de esta cultura. No solo necesitamos sacerdotes santos, también necesitamos familias santas, religiosas y religiosos santos, jóvenes y niños santos. El Señor nos quiere enseñar a través del crisol del sufrimiento y de las pruebas el camino de la unidad y de la fraternidad. Esa es la escuela más segura porque es la escuela del Calvario. Que María, nuestra amada chinita, renueve también en nuestros corazones su preciosa imagen y nos tenga siempre a su lado como a San Antonio y a San Andrés apóstol. Guárdanos siempre, Madre amada, dentro de tu purísimo corazón. Amén.

Eucaristía en la Plazoleta de la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinqirá (Maracaibo) en la tarde del 18 de junio de 2010

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