Discurso del Papa Benedicto XVI a los participantes en el Congreso Internacional promovido por el Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, en el 50º aniversario de la encíclica Mater et Magistra del papa Juan XXIII, el día 16 de mayo 2011
Señores cardenales,
venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio
ilustres señoras y señores.
Estoy contento de acogeros y de saludaros con ocasión del 50° aniversario de la Encíclica Mater et magistra del beato Juan XXIII; un documento que conserva gran actualidad también en el mundo globalizado. Saludo al cardenal presidente, a quien doy las gracias por sus corteses palabras, como también al monseñor secretario, los colaboradores del dicasterio y a todos vosotros, llegados de los diversos continentes para este importante Congreso.
En la Mater et magistra, el papa Roncalli, con una visión de Iglesia puesta al servicio de la familia humana sobre todo mediante su específica misión evangelizadora, pensó en la doctrina social – anticipando al beato Juan Pablo II – come en un elemento esencial de esta misión, por ser “parte integrante de la concepción cristiana de la vida” (n. 206). Juan XXIII está en el origen de las afirmaciones de sus Sucesores también cuando indicó en la Iglesia el sujeto comunitario y plural de la Doctrina social. Los christifideles laici, en particular, no pueden ser sólo usufructuarios y ejecutores pasivos sino que son protagonistas del mismo en el momento vital de su actuación, como también colaboradores preciosos de los Pastores en su formulación, gracias a la experiencia adquirida sobre el terreno y a sus propias competencias específicas. Para el beato Juan XXIII, la Doctrina social de la Iglesia tiene como luz la Verdad, como fuerza propulsora el Amor, como objetivo la Justicia (cfr n. 209), una visión de la Doctrina social, que retomé en la Encíclica Caritas in veritate, en testimonio de esa continuidad que mantiene unido el entero corpus de las Encíclicas sociales. La verdad, el amor, la justicia, señalados por la Mater et magistra, junto al principio del destino universal de los bienes, como criterios fundamentales para superar los desequilibrios sociales y culturales, siguen siendo los pilares para interpretar y poner en vías de solución también los desequilibrios internos a la globalización actual. Frente a estos desequilibrios es necesario restablecer una razón integral que haga renacer el pensamiento y la ética. Sin un pensamiento moral que supere el planteamiento de las éticas seculares, como las neoutilitaristas y neocontractualistas, que se fundan sobre un sustancial escepticismo y sobre una visión prevalentemente inmanentista de la historia, se hace arduo para el hombre de hoy acceder al conocimiento del verdadero bien humano. Es necesario desarrollar síntesis culturales humanistas abiertas a la Trascendencia mediante una nueva evangelización – arraigada en la ley nueva del Evangelio, la ley del Espíritu – a la que muchas veces nos invitó el beato Juan Pablo II. Sólo en la comunión personal con el Nuevo Adán, Jesucristo, la razón humana es sanada y potenciada y es posible acceder a una visión más adecuada del desarrollo, de la economía y de la política según su dimensión antropológica y las nuevas condiciones históricas. Y es gracias a una razón restablecida en su capacidad especulativa y pratica como se puede disponer de criterios fundamentales para superar los desequilibrios globales, a la luz del bien común. De hecho, sin el conocimiento del verdadero bien humano, la caridad se desliza hacia el sentimentalismo (cfr n. 3); la justicia pierde su “medida” fundamental; el principio del destino universal de los bienes es deslegitimado. Los diversos desequilibrios globales, que caracterizan a nuestra época, alimentan disparidad, diferencias de riqueza, desigualdades, que crean problemas de justicia y de distribución equitativa de los recursos y de las oportunidades, especialmente hacia los más pobres.
Pero no son menos preocupantes los fenómenos vinculados a unas finanzas que, tras la fase más aguda de la crisis, han vuelto a practicar con frenesí contractos de crédito que a menudo permiten una especulación sin límites. Fenómenos de especulación dañina se comprueban también con referencia a los productos alimentarios, al agua, a la tierra, acabando por empobrecer aún más a aquellos que ya viven en situaciones de grave precariedad. De forma análoga, el aumento de los precios de los recursos energéticos primarios, con la consiguiente búsqueda de energías alternativas guiada, a veces, por intereses exclusivamente económicos de corto plazo, acaban por tener consecuencias negativas sobre el medio ambiente, además de sobre el propio hombre.
La cuestión social actual es sin duda una cuestión de justicia social mundial, como por otro lado ya recordaba la Mater et magistra hace cincuenta años, aunque con referencia a otro contesto. Es, además, cuestión de distribución equitativa de los recursos materiales e inmateriales, de globalización de la democracia sustancial, social y participativa. Por esto, en un contexto en el que se vive una progresiva unificación de la humanidad, es indispensable que la nueva evangelización de lo social ponga en evidencia las implicaciones de una justicia que debe realizarse a nivel universal. Con referencia a la fundación de semejante justicia debe subrayarse que no es posible realizarla apoyándose en el mero consenso social, sin reconocer que éste, para ser duradero, debe estar arraigado en el bien humano universal. En cuanto concierne al plano de la realización, la justicia social debe llevarse a cabo en la sociedad civil, en la economía de mercado (cfr Caritas in veritate n. 35), pero también por parte de una autoridad política honrada y transparente proporcionada a ella, también a nivel internacional (cfr ibid., n. 67).
Respecto a los grandes desafíos actuales, la Iglesia, mientras confía en primer lugar en el Señor Jesús y en su Espíritu, que la conducen a través de las vicisitudes del mundo, para la difusión de la Doctrina social cuenta también con las actividades de sus instituciones culturales, con los programas de instrucción religiosa y de catequesis social de las parroquias, con los mass media y con la obra de anuncio y de testimonio de los christifideles laici (cfr Mater et magistra, 206-207). Estos deben estar preparados espiritual, profesional y éticamente. La Mater et magistra insistía no sólo en la formación, sino sobre todo en la educación que forma cristianamente la conciencia y lleva a una acción concreta, según un discernimiento sabiamente guiado. El beato Juan XXIII afirmaba: “La educación a actuar cristianamente también en el campo económico y social difícilmente será eficaz si los propios sujetos no toman parte activa en educarse a sí mismo, y si la educación no se lleva a cabo también mediante la acción” (nn. 212-213).
Aún válidas, además, son las indicaciones ofrecidas por el papa Roncalli a propósito de un legítimo pluralismo entre los católicos en la concreción de la Doctrina social. Escribía, de hecho, que en este ámbito pueden surgir “[…] divergencias aun entre católicos de sincera intención. Cuando esto suceda, procuren todos observar y testimoniar la mutua estima y el respeto recíproco, y al mismo tiempo examinen los puntos de coincidencia a que pueden llegar todos, a fin de realizar oportunamente lo que las necesidades pidan. Deben tener, además, sumo cuidado en no derrochar sus energías en discusiones interminables, y, so pretexto de lo mejor, no se descuiden de realizar el bien que les es posible y, por tanto, obligatorio” (n. 238). Importantes instituciones al servicio de la nueva evangelización de lo social son, además de las asociaciones de voluntariado y a las organizaciones no gubernamentales cristianas o de inspiración cristiana, las Comisiones Justicia y Paz, las Oficinas para los problemas sociales y el trabajo, los Centros y los Institutos de Doctrina social, muchos de los cuales no se limitan al estudio y a la difusión, sino también al acompañamiento de varias iniciativas de experimentación de los contenidos del magisterio social, como en el caso de cooperativas sociales de desarrollo, de experiencias de microcrédito y de una economía animada por la lógica de la comunión y de la fraternidad.
El beato Juan XXIII, en la Mater et magistra, comentaba que se pueden captar mejor las exigencias fundamentales de la justicia cuando se vive como hijos de la luz (cfr n. 235). Auguro, por tanto, a todos vosotros que el Señor Resucitado inflame vuestros corazones y os ayude a difundir el fruto de la redención, mediante una nueva evangelización de lo social y el testimonio de la vida buena según el Evangelio. Esta evangelización debe ser sostenida por una adecuada pastoral social, activada sistemáticamente en las diversas Iglesias particulares. En un mundo, no pocas veces replegado sobre sí mismo, sin esperanza, la Iglesia espera que vosotros seáis levadura, sembradores incansables de pensamiento verídico y responsable y de generosa proyección social, sostenidos por el amor lleno de verdad que habita en Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre. Al daros las gracias por vuestra obra, os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.
venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio
ilustres señoras y señores.
Estoy contento de acogeros y de saludaros con ocasión del 50° aniversario de la Encíclica Mater et magistra del beato Juan XXIII; un documento que conserva gran actualidad también en el mundo globalizado. Saludo al cardenal presidente, a quien doy las gracias por sus corteses palabras, como también al monseñor secretario, los colaboradores del dicasterio y a todos vosotros, llegados de los diversos continentes para este importante Congreso.
En la Mater et magistra, el papa Roncalli, con una visión de Iglesia puesta al servicio de la familia humana sobre todo mediante su específica misión evangelizadora, pensó en la doctrina social – anticipando al beato Juan Pablo II – come en un elemento esencial de esta misión, por ser “parte integrante de la concepción cristiana de la vida” (n. 206). Juan XXIII está en el origen de las afirmaciones de sus Sucesores también cuando indicó en la Iglesia el sujeto comunitario y plural de la Doctrina social. Los christifideles laici, en particular, no pueden ser sólo usufructuarios y ejecutores pasivos sino que son protagonistas del mismo en el momento vital de su actuación, como también colaboradores preciosos de los Pastores en su formulación, gracias a la experiencia adquirida sobre el terreno y a sus propias competencias específicas. Para el beato Juan XXIII, la Doctrina social de la Iglesia tiene como luz la Verdad, como fuerza propulsora el Amor, como objetivo la Justicia (cfr n. 209), una visión de la Doctrina social, que retomé en la Encíclica Caritas in veritate, en testimonio de esa continuidad que mantiene unido el entero corpus de las Encíclicas sociales. La verdad, el amor, la justicia, señalados por la Mater et magistra, junto al principio del destino universal de los bienes, como criterios fundamentales para superar los desequilibrios sociales y culturales, siguen siendo los pilares para interpretar y poner en vías de solución también los desequilibrios internos a la globalización actual. Frente a estos desequilibrios es necesario restablecer una razón integral que haga renacer el pensamiento y la ética. Sin un pensamiento moral que supere el planteamiento de las éticas seculares, como las neoutilitaristas y neocontractualistas, que se fundan sobre un sustancial escepticismo y sobre una visión prevalentemente inmanentista de la historia, se hace arduo para el hombre de hoy acceder al conocimiento del verdadero bien humano. Es necesario desarrollar síntesis culturales humanistas abiertas a la Trascendencia mediante una nueva evangelización – arraigada en la ley nueva del Evangelio, la ley del Espíritu – a la que muchas veces nos invitó el beato Juan Pablo II. Sólo en la comunión personal con el Nuevo Adán, Jesucristo, la razón humana es sanada y potenciada y es posible acceder a una visión más adecuada del desarrollo, de la economía y de la política según su dimensión antropológica y las nuevas condiciones históricas. Y es gracias a una razón restablecida en su capacidad especulativa y pratica como se puede disponer de criterios fundamentales para superar los desequilibrios globales, a la luz del bien común. De hecho, sin el conocimiento del verdadero bien humano, la caridad se desliza hacia el sentimentalismo (cfr n. 3); la justicia pierde su “medida” fundamental; el principio del destino universal de los bienes es deslegitimado. Los diversos desequilibrios globales, que caracterizan a nuestra época, alimentan disparidad, diferencias de riqueza, desigualdades, que crean problemas de justicia y de distribución equitativa de los recursos y de las oportunidades, especialmente hacia los más pobres.
Pero no son menos preocupantes los fenómenos vinculados a unas finanzas que, tras la fase más aguda de la crisis, han vuelto a practicar con frenesí contractos de crédito que a menudo permiten una especulación sin límites. Fenómenos de especulación dañina se comprueban también con referencia a los productos alimentarios, al agua, a la tierra, acabando por empobrecer aún más a aquellos que ya viven en situaciones de grave precariedad. De forma análoga, el aumento de los precios de los recursos energéticos primarios, con la consiguiente búsqueda de energías alternativas guiada, a veces, por intereses exclusivamente económicos de corto plazo, acaban por tener consecuencias negativas sobre el medio ambiente, además de sobre el propio hombre.
La cuestión social actual es sin duda una cuestión de justicia social mundial, como por otro lado ya recordaba la Mater et magistra hace cincuenta años, aunque con referencia a otro contesto. Es, además, cuestión de distribución equitativa de los recursos materiales e inmateriales, de globalización de la democracia sustancial, social y participativa. Por esto, en un contexto en el que se vive una progresiva unificación de la humanidad, es indispensable que la nueva evangelización de lo social ponga en evidencia las implicaciones de una justicia que debe realizarse a nivel universal. Con referencia a la fundación de semejante justicia debe subrayarse que no es posible realizarla apoyándose en el mero consenso social, sin reconocer que éste, para ser duradero, debe estar arraigado en el bien humano universal. En cuanto concierne al plano de la realización, la justicia social debe llevarse a cabo en la sociedad civil, en la economía de mercado (cfr Caritas in veritate n. 35), pero también por parte de una autoridad política honrada y transparente proporcionada a ella, también a nivel internacional (cfr ibid., n. 67).
Respecto a los grandes desafíos actuales, la Iglesia, mientras confía en primer lugar en el Señor Jesús y en su Espíritu, que la conducen a través de las vicisitudes del mundo, para la difusión de la Doctrina social cuenta también con las actividades de sus instituciones culturales, con los programas de instrucción religiosa y de catequesis social de las parroquias, con los mass media y con la obra de anuncio y de testimonio de los christifideles laici (cfr Mater et magistra, 206-207). Estos deben estar preparados espiritual, profesional y éticamente. La Mater et magistra insistía no sólo en la formación, sino sobre todo en la educación que forma cristianamente la conciencia y lleva a una acción concreta, según un discernimiento sabiamente guiado. El beato Juan XXIII afirmaba: “La educación a actuar cristianamente también en el campo económico y social difícilmente será eficaz si los propios sujetos no toman parte activa en educarse a sí mismo, y si la educación no se lleva a cabo también mediante la acción” (nn. 212-213).
Aún válidas, además, son las indicaciones ofrecidas por el papa Roncalli a propósito de un legítimo pluralismo entre los católicos en la concreción de la Doctrina social. Escribía, de hecho, que en este ámbito pueden surgir “[…] divergencias aun entre católicos de sincera intención. Cuando esto suceda, procuren todos observar y testimoniar la mutua estima y el respeto recíproco, y al mismo tiempo examinen los puntos de coincidencia a que pueden llegar todos, a fin de realizar oportunamente lo que las necesidades pidan. Deben tener, además, sumo cuidado en no derrochar sus energías en discusiones interminables, y, so pretexto de lo mejor, no se descuiden de realizar el bien que les es posible y, por tanto, obligatorio” (n. 238). Importantes instituciones al servicio de la nueva evangelización de lo social son, además de las asociaciones de voluntariado y a las organizaciones no gubernamentales cristianas o de inspiración cristiana, las Comisiones Justicia y Paz, las Oficinas para los problemas sociales y el trabajo, los Centros y los Institutos de Doctrina social, muchos de los cuales no se limitan al estudio y a la difusión, sino también al acompañamiento de varias iniciativas de experimentación de los contenidos del magisterio social, como en el caso de cooperativas sociales de desarrollo, de experiencias de microcrédito y de una economía animada por la lógica de la comunión y de la fraternidad.
El beato Juan XXIII, en la Mater et magistra, comentaba que se pueden captar mejor las exigencias fundamentales de la justicia cuando se vive como hijos de la luz (cfr n. 235). Auguro, por tanto, a todos vosotros que el Señor Resucitado inflame vuestros corazones y os ayude a difundir el fruto de la redención, mediante una nueva evangelización de lo social y el testimonio de la vida buena según el Evangelio. Esta evangelización debe ser sostenida por una adecuada pastoral social, activada sistemáticamente en las diversas Iglesias particulares. En un mundo, no pocas veces replegado sobre sí mismo, sin esperanza, la Iglesia espera que vosotros seáis levadura, sembradores incansables de pensamiento verídico y responsable y de generosa proyección social, sostenidos por el amor lleno de verdad que habita en Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre. Al daros las gracias por vuestra obra, os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.
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