Viernes, 6 de mayo de 2011
Estamos en la batalla de las conciencias, civilizadamente en democracia y con leyes e instituciones contra la perpetuación del poder por la fuerza
El poder manda fuera y la conciencia dentro. Casi siempre viven en tensión, pero cuando se alían son indetenibles y revolucionan todo. Cuando se enfrentan hay conflictos de grandes proporciones. Calderón de la Barca expresa con palabras de otros tiempos la insumisión de la conciencia ante el poder: “Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”. Cuando se alza la conciencia, paradójicamente tiene más poder que el poder mismo. Por eso éste busca ganarse las conciencias y se presenta - con verdad o con mentira - como poder “por la gracia de Dios”. En los diversos imperios y poderes (imperio japonés, azteca, inca; reyes católicos; jeques; sultanes y caciques…), los jefes son dioses, hijos de dioses o por voluntad de los dioses. El acatamiento va más suave con la legitimación divina en la conciencia de sus súbditos.
Jesús dice a sus seguidores” no sea así entre ustedes”. Quien manda no lo debe hacer como dueño y tratar a los súbditos como si fueran esclavos o animales de granja. Él es el servidor. Servir o dominar, eh ahí el dilema.
Los cristianos desde el primer día reconocieron el poder de los gobernantes en el imperio romano, pero se negaron a adorarlos y ofrecerles incienso como a dioses. No era una voluntad de rebelión sino una conciencia que impedía adorar a ídolos.
También los modernos reinos ateos, como los de Stalin, Mao y Hitler, se legitiman “religiosamente” por la promesa de la plena felicidad y la fe en el hombre nuevo. El ideal para ellos es tener súbditos que, sin necesidad de obligarlos, les sigan incondicionalmente.
En toda forma de gobierno hay unos que mandan y otros que obedecen. Esta diferencia y asimetría se convierte en un orden político deseado y querido en la medida en que los jefes sean servidores y haya más gente convencida de lo beneficioso de ese modo de gobernarse. Pero los gobernantes buscan también ser temidos por sus súbditos, además de amados.
En las revoluciones políticas, irrumpen nuevas ideas y emociones que prenden en las conciencias y los ayer adorados gobernantes son vistos como la causa de todos los males, y su derrocamiento es considerado un servicio a la humanidad. Con las nuevas convicciones y emociones, las muchedumbres abandonan la sumisión e irrumpen en las plazas públicas dispuestos a dar la vida por la liberación. Las revoluciones, francesa, rusa, china, las que terminaron con gobiernos coloniales y las que de modo increíble tumbaron el “muro de Berlín” o acabaron con las recientes satrapías en el mundo islámico, tienen como fuerza incontenible la contagiosa liberación de las conciencias. Muchos que fueron revolucionarios, que movieron conciencias, y que derribaron regímenes inhumanos, ahora perpetúan la opresión, la convierten en herencia familiar y a falta de legitimidad, tratan de reprimir a las conciencias a base de miedo, armas y policía.
Venezuela cumple 200 años como república soberana con legitimación democrática: la soberanía es del pueblo y los gobernantes son servidores temporales, con poderes limitados y divididos, que se hacen contrapeso. Eso en el papel. Pero detrás y por encima de la legitimación democrática hemos tenido el dominio fáctico de la espada de los caudillos con promesas mesiánicas. Siglo y medio de caudillos y de “gendarmes necesarios”, ante la supuesta incapacidad democrática del pueblo.
A un mes del plebiscito “triunfal” de la dictadura invencible, el 23 de enero de 1958 fue un amanecer de conciencias liberadas, que dieron paso a la primavera de esperanzas y de fe con las propias capacidades democráticas. Desde entonces la democracia ha tenido importantes logros sociales, con división de poderes y alternancia en el gobierno. Pero el poder embriaga, se concentra y busca perpetuarse y hoy, un iluminado pretende encarnar a Cristo, a Bolívar y al pueblo.
Actualmente los estudiantes y trabajadores con sus medidas extremas de protesta como la huelga de hambre se mueven por sus conciencias a favor de los presos políticos, de universidades libres y dignas y justo salario al trabajador. Estamos en la batalla de las conciencias, civilizadamente en democracia y con leyes e instituciones contra la perpetuación del poder por la fuerza.
Estamos en la batalla de las conciencias, civilizadamente en democracia y con leyes e instituciones contra la perpetuación del poder por la fuerza
El poder manda fuera y la conciencia dentro. Casi siempre viven en tensión, pero cuando se alían son indetenibles y revolucionan todo. Cuando se enfrentan hay conflictos de grandes proporciones. Calderón de la Barca expresa con palabras de otros tiempos la insumisión de la conciencia ante el poder: “Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”. Cuando se alza la conciencia, paradójicamente tiene más poder que el poder mismo. Por eso éste busca ganarse las conciencias y se presenta - con verdad o con mentira - como poder “por la gracia de Dios”. En los diversos imperios y poderes (imperio japonés, azteca, inca; reyes católicos; jeques; sultanes y caciques…), los jefes son dioses, hijos de dioses o por voluntad de los dioses. El acatamiento va más suave con la legitimación divina en la conciencia de sus súbditos.
Jesús dice a sus seguidores” no sea así entre ustedes”. Quien manda no lo debe hacer como dueño y tratar a los súbditos como si fueran esclavos o animales de granja. Él es el servidor. Servir o dominar, eh ahí el dilema.
Los cristianos desde el primer día reconocieron el poder de los gobernantes en el imperio romano, pero se negaron a adorarlos y ofrecerles incienso como a dioses. No era una voluntad de rebelión sino una conciencia que impedía adorar a ídolos.
También los modernos reinos ateos, como los de Stalin, Mao y Hitler, se legitiman “religiosamente” por la promesa de la plena felicidad y la fe en el hombre nuevo. El ideal para ellos es tener súbditos que, sin necesidad de obligarlos, les sigan incondicionalmente.
En toda forma de gobierno hay unos que mandan y otros que obedecen. Esta diferencia y asimetría se convierte en un orden político deseado y querido en la medida en que los jefes sean servidores y haya más gente convencida de lo beneficioso de ese modo de gobernarse. Pero los gobernantes buscan también ser temidos por sus súbditos, además de amados.
En las revoluciones políticas, irrumpen nuevas ideas y emociones que prenden en las conciencias y los ayer adorados gobernantes son vistos como la causa de todos los males, y su derrocamiento es considerado un servicio a la humanidad. Con las nuevas convicciones y emociones, las muchedumbres abandonan la sumisión e irrumpen en las plazas públicas dispuestos a dar la vida por la liberación. Las revoluciones, francesa, rusa, china, las que terminaron con gobiernos coloniales y las que de modo increíble tumbaron el “muro de Berlín” o acabaron con las recientes satrapías en el mundo islámico, tienen como fuerza incontenible la contagiosa liberación de las conciencias. Muchos que fueron revolucionarios, que movieron conciencias, y que derribaron regímenes inhumanos, ahora perpetúan la opresión, la convierten en herencia familiar y a falta de legitimidad, tratan de reprimir a las conciencias a base de miedo, armas y policía.
Venezuela cumple 200 años como república soberana con legitimación democrática: la soberanía es del pueblo y los gobernantes son servidores temporales, con poderes limitados y divididos, que se hacen contrapeso. Eso en el papel. Pero detrás y por encima de la legitimación democrática hemos tenido el dominio fáctico de la espada de los caudillos con promesas mesiánicas. Siglo y medio de caudillos y de “gendarmes necesarios”, ante la supuesta incapacidad democrática del pueblo.
A un mes del plebiscito “triunfal” de la dictadura invencible, el 23 de enero de 1958 fue un amanecer de conciencias liberadas, que dieron paso a la primavera de esperanzas y de fe con las propias capacidades democráticas. Desde entonces la democracia ha tenido importantes logros sociales, con división de poderes y alternancia en el gobierno. Pero el poder embriaga, se concentra y busca perpetuarse y hoy, un iluminado pretende encarnar a Cristo, a Bolívar y al pueblo.
Actualmente los estudiantes y trabajadores con sus medidas extremas de protesta como la huelga de hambre se mueven por sus conciencias a favor de los presos políticos, de universidades libres y dignas y justo salario al trabajador. Estamos en la batalla de las conciencias, civilizadamente en democracia y con leyes e instituciones contra la perpetuación del poder por la fuerza.
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