martes, 28 de junio de 2011

ALABADO SEA EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR

PALABRAS INAUGURALES DEL IV CONGRESO EUCARISTICO NACIONAL



Caracas 23 a 26 de junio de 2007


Es motivo de gran alegría para mí, al pronunciar estas palabras de apertura, darle a todos los presentes, en nombre de todos mis hermanos que conforman la Conferencia Episcopal de Venezuela a este gran evento al que se ha denominado el IV Congreso Eucarístico Nacional, bajo el lema “La eucaristía, pan de vida para Venezuela”.
“Mira que estoy a la puerta llamo; si alguno escucha mi voz y me abre la puerta entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo” (Ap. 3,20). Cincuenta y cuatro años después del último congreso eucarístico el Señor toca nuevamente a la puerta de nuestras Iglesias locales y de nuestros corazones. ¡Hoy se abren todas de par en par! ¡Entra, Señor y quédate con nosotros!
La tradición de los Congresos Eucarísticos la inició en Venezuela el ilustrísimo Mons. Juan Bautista Castro, apenas 26 años después del Primer Congreso Internacional que tuvo lugar en Lille (Francia) en 1881. Estos actos brotaron del intenso ambiente eucarístico que envolvió a Francia a finales del siglo XIX (Cf. Diccionario de Cristianismo, San Pablo, Madrid 2009 p. 222).
La chispa inspiradora brotó del fogoso corazón de un santo, Pedro Julián Eymard (1811-1868), llamado “el apóstol de la eucaristía”, fundador de los Padres Sacramentinos, congregación a la que perteneció más adelante Mons. Salvador Montes de Oca, obispo venezolano que sacó del hontanar de la eucaristía la fuerza heroica de la fidelidad y del martirio. Se cuenta que el fundador sacramentino tuvo una experiencia mística: de la custodia eucarística ante la cual estaba en oración vio salir un fuego vivo que se extendía por todas las ciudades francesas, reducidas a cenizas por el laicismo invadente. La interpretó como un vehemente llamado a incendiar el mundo con el amor eucarístico (Cf. Diccionario de la Eucaristía Ed. Monte Carmelo Burgos 2005, pp.156-168).
Simultáneamente en la ciudad de Tours, una mujer, la Srta. Marie Marta Emilie Tamisier (1834-1910), vivía una experiencia mística similar, en la que ella sintió que Dios la llamaba a consagrar su vida a la salvación social por medio de la Eucaristía. Con la ayuda de otros laicos, sacerdotes y obispos y con la bendición del Papa León XIII, organizó el primer congreso eucarístico internacional en Lille en 1881, bajo el lema: “La Eucaristía salva al mundo”. Se tenía efectivamente la certeza en ese momento de que la recentración de la vida cristiana en torno al eje eucarístico era la clave para superar la ignorancia e indiferencia religiosas.
Desde entonces se han celebrado 49 congresos internacionales bajo la coordinación del Comité Pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales. En la actualidad tienen lugar cada 4 años. Los dos últimos han tenido lugar en América. En 2004 en Guadalajara (México) y en el 2008 en Quebec (Canadá). Los Congresos eucarísticos nacionales y diocesanos nacieron en la estela de estos eventos internacionales para recoger sus conclusiones y aplicar sus propuestas pastorales. El Diccionario de la Eucaristía reseña 62 congresos nacionales en el continente americano. Todos tienen en común el propósito de renovar la vida de fe, de esperanza y de caridad a partir de la Eucaristía y el de traducir esa fe en servicios caritativos en favor de los más pobres.
La dinámica y el contenido de sus programas se fueron conformando progresivamente. Al principio se centraron en el culto público y solemne del Santísimo Sacramento. Después de los decretos de San Pio X incentivando la comunión frecuente y el acceso de los niños a este sacramento, incluyeron también la promoción de la comunión frecuente de adultos y masivas primeras comuniones de niños. Bajo el impulso de Pio XI adquirieron un perfil internacional más claro y alcanzaron “una dimensión misionera y de re-evangelización” (Ibíd. p. 157). Fue al calor de uno de estos congresos que el Papa estableció la fiesta de Cristo Rey. A partir del XXXVII Congreso internacional todas las manifestaciones eucarísticas se organizaron en torno a la celebración de la eucaristía como “statio orbis”. En la época post conciliar se han abierto a los grandes problemas del mundo contemporáneo, al ecumenismo y al diálogo inter-religioso.
Hoy en día, tanto los internacionales como los nacionales, se rigen por las directrices del Comité Pontificio, prestan mayor atención a las desafiantes realidades del mundo globalizado y poseen amplio margen de libertad para responder con creatividad a las necesidades pastorales del momento. Se desarrollan en un ambiente gozoso, impregnado de intensa oración y fraternidad. Profundizan en la fe eucarística. Desarrollan catequesis incentivadoras sobre el sentido de la presencia real, viva y actuante de Jesucristo en el corazón de la Iglesia; promueven una participación más activa, gozosa y consciente en la Sagrada Liturgia dominical, como fiesta viva de la comunidad cristiana; ofrecen espacios para manifestaciones culturales y artísticas de diversa índole, desembocan en compromisos pastorales y servicios caritativos a favor de los más pobres.
Los tres anteriores se llevaron todos a cabo en el siglo XX con distintas denominaciones lo que hace difícil establecer su secuencia numérica (Cf Ocando Yamarte, Congresos eucarísticos en Venezuela, Maracaibo 2011). El que hoy estamos inaugurando es el primero del siglo XXI. Se quiso convocar en el 2007 para conmemorar el centenario del Primer Congreso Eucarístico Internacional que tuvo lugar en Caracas del 25 al 31 de diciembre de 1907. Diversas circunstancias nos llevaron a aplazarlo hasta este año. Nos hace falta sin duda contar con un reglamento que establezca algunos principios y criterios de organización y de periodicidad.
El primero fue un acto profético y audaz de Mons. Juan Bautista Castro quien lo concibió “el centro vivificante de la resurrección religiosa en Venezuela después de las tribulaciones pasadas”. El siglo XIX fue una ruda batalla entre la libertad y la barbarie. La libertad política se conquistó con muy altos costos en vidas humanas y con la ruina de muchas instituciones. Una de ellas fue la Iglesia católica. Las guerras y las despiadadas persecuciones promovidas por distintos regímenes políticos la dejaron en terapia intensiva. Entró en el siglo XX débil y menguada pero con los tizones de la fe ardiendo debajo de las cenizas. El arzobispo de Caracas intuyó que el mejor camino para reactivar el fuego de la fe cristiana en Venezuela era convocar a los fieles en torno a Jesús eucaristía, procesionar con él y caer de rodillas ante su único señorío. Ya el ilustre arzobispo había demostrado su pasión por la Eucaristía cuando siendo rector de la Santa Capilla promovió el 2 de julio de 1889 la consagración de Venezuela al Smo. Sacramento. Desde entonces cada año conmemoramos este gesto orando y pidiendo al Señor que el sol de la eucaristía que se ha levantado en nuestra patria no conozca nunca ocaso.
El siguiente Congreso eucarístico se convocó precisamente para celebrar las bodas de plata de la consagración de Venezuela al Santísimo Sacramento y se llevó a cabo en Caracas del 25 al 30 de junio 1925 con el lema “la Paz de Cristo en el Reino de Cristo” inspirado en la recién establecida fiesta de Cristo Rey. Estaba saliendo el mundo del cataclismo de la primera guerra mundial. Una de sus acciones pastorales más significativas para su preparación fue el fomento de las Cruzadas Eucarísticas entre los niños (Cf Ocando Yamarte pag.60) bajo el patrocinio de San Tarcisio. Recuerdo con emoción esta iniciativa porque fue en el seno de ese movimiento que surgió mi vocación al sacerdocio ministerial. ¡Ora, comulga y haz apostolado!¡Cuánta falta nos hacen movimientos apostólicos infantiles y juveniles!
El III fue en realidad el II Congreso Eucarístico Bolivariano- el 1º había sido en Cali (1949)- se llevó a cabo en Caracas del 12 al 16 de diciembre de 1956 bajo el pontificado de Mons. Rafael Arias Blanco y fue precedido por la Misión de Caracas que penetró en toda la geografía urbana y alcanzó todos los estratos de la población. Entre sus más prominentes participantes estuvo Mons. Joseph Cardjin, el famoso prelado belga que Pio XII había enviado a través del mundo para que difundiera el ideal de la Juventud Obrera Católica. En Venezuela encontró un apóstol entusiasta en la persona de Mons. Feliciano González, Obispo de Maracay (Cf Ocando Yamarte pp. 99 ss.).
Profundos y acelerados cambios se han producido en el mundo y en Venezuela desde entonces. Cambio de milenio. Cambio de siglo. Revoluciones tecnológicas. La globalización y los acelerados procesos de secularización planetaria. Terrorismos, pandemias y debacles financieros que han puesto en jaque el frágil equilibrio de la convivencia humana. Nuevos modelos políticos emergentes.
Con el Concilio Vaticano II y las 5 Conferencias generales del Episcopado latinoamericano y del Caribe, se hicieron nuevamente presentes el viento inspirador y las llamas de fuego de Pentecostés en la vida de la Iglesia, abriendo puertas y ventanas, inyectando el aire fresco de la renovación y reconectándola con el mundo. Reformas profundas en todos los campos jurídicos, institucionales y pastorales. La aparición de las metodologías sinodales. El acercamiento de los papas al pueblo fiel. La celebración de los 500 años de la evangelización de América y del Jubileo de la Encarnación en el 2000. En medio de estas convulsiones y sacudidas, aparecen nuevamente los testigos fuertes y valerosos en la fe que nos animan con el Beato Juan Pablo II a la cabeza a la santidad comunitaria y a remar con audacia y sin temor mar adentro en las aguas de este nuevo milenio.
Vivimos tiempos de gracia centrados en la Eucaristía. “En el espacio de apenas cuarenta años la Iglesia católica se ha dotado de una impresionante doctrina relativa a la Eucaristía”. En la antesala de este resurgimiento solo comparable al que ocurrió en la edad media en tiempos de Santo Tomás de Aquino, encontramos la renovación litúrgica promovida desde los monasterios y las encíclicas “Mystici Corporis Christi” de Pio XII ( 29-6-1943) y “Mysterium Fidei” de Paulo VI ( 3-9-1965). El 17 de abril de 2003 el Beato Juan Pablo II firmaba la Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”. Un poco más tarde inauguraba un año consagrado a la eucaristía con la carta apostólica “Mane nobiscum Domine” (7-10-2004). El año de la Eucaristía se inauguró con el Congreso Eucarístico internacional de Guadalajara y terminó con la XI Asamblea general del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía (3-23 de octubre de 2005). El 17 de marzo se publicó la exhortación post-sinodal “Sacramentum Caritatis” el Papa Benedicto XVI. ¡Tres textos de gran importancia en escasos cuatro años! No es fácil encontrar en la historia un corpus doctrinal tan denso en un tiempo tan reducido. (Cf Sanguinetti Albero, Sursum Corda, Ed. San Benito, Buenos Aires 2010, pág. 5).
El Señor quiere que volvamos a lo esencial. “La Eucaristía está en el corazón de la Iglesia y es un don que atañe a todo bautizado” (Ibíd.). Los documentos citados y otros de gran importancia como la “Evangelii Nuntiandi” (EN 47), “Ecclesia in América” (EIA 35), el Catecismo de la Iglesia católica y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia son vetas ricas de gracia que aún están por explorar y difundir.
Nosotros tenemos nuestro propio Pentecostés. El Concilio Plenario de Venezuela, acontecimiento de trascendental importancia que ha marcado el inicio de una nueva época en la historia de nuestra Iglesia (2000-2006), es sin duda el gran don de Dios para nuestras Iglesias en el inicio del siglo XXI. Estamos aún en el décimo aniversario de su inicio. Si la Iglesia entró débil y exhausta en el siglo XX, gracias a este Concilio, está entrando en el siglo XXI con un vasto programa de evangelización que le puede dar un renovado vigor. Este Congreso es el primer evento nacional de gran magnitud que se produce en Venezuela después del Concilio y nos va permitir evaluar hasta dónde han penetrado su línea teológico-pastoral, su espiritualidad y sus conclusiones en el tejido vital de nuestras comunidades eclesiales.
Pidámosle al Señor que en este magno evento en torno al Sacramento eucarístico, no solo reencontremos el espíritu, el ambiente y el talante festivo, fraterno, gozoso y esperanzado que caracterizaron las seis sesiones conciliares sino que seamos capaces de interpretar los nuevos signos de los tiempos y dar pasos significativos en la aplicación de sus propuestas fundamentales. Grande será el fruto del Congreso si avanzamos en la conversión pastoral y eclesiológicas necesarias para asumir con mayor decisión y audacia el modelo de Iglesia pueblo de Dios, comunidad fraterna de vida y amor.
El Congreso nos ofrece la oportunidad de retomar temas de gran trascendencia para la renovación de la vida eucarística en dimensión comunitaria y misionera, como por ejemplo la celebración del día domingo (ICM 183), la formación litúrgica de los fieles para que participen viva, consciente y activamente en las celebraciones eucarísticas y sacramentales, la adopción de los itinerarios catequísticos de iniciación cristiana dándole a la eucaristía la primacía que le corresponde (CIV 40), la implementación de las directrices pastorales de los Documento de la Celebración de los misterios de la fe (NN 106,107, 123-128), La Iglesia ante las sectas y otros movimientos religiosos ( NN 118-132).
La Virgen María ha estado presente desde los inicios bajo el título de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento. “Ella quiere educarnos …mediante una participación no solo externa sino sobre todo interior, a vivir el misterio pascual de su Hijo para que nuestra vida se transforme en verdadera comunión con Dios y entre los hombres” (ibíd. 165). En el Congreso de 1907 se le dio el título de Nuestra Sra. De América Latina. El domingo que viene, en la clausura, consagraremos a Venezuela al Corazón inmaculado de la Virgen de Coromoto.
Recibimos este Congreso Eucarístico Nacional con inmenso gozo como un don excelso de nuestro Padre providente para nuestra Iglesia y para nuestra patria. Es sin duda una ocasión privilegiada para volver a lo esencial formando comunidades eucarísticas. Hagamos nuestra la oración del Beato Juan Pablo II en el XLV Congreso internacional en Sevilla adaptándola a nuestro momento y lugar:
“Que tras este congreso eucarístico, todas nuestras Iglesias locales salgan reforzadas para la nueva evangelización que Venezuela necesita…Evangelización por la Eucaristía, en la Eucaristía y desde la Eucaristía: tres aspectos inseparables para que acontezca la Iglesia para la comunión y la solidaridad, vivamos el misterio de Cristo y cumplamos la misión de comunicarlo a los hombres”.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
Salmo 33


Caracas 23 de junio de 2011


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
Presidente de la CEV

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