jueves, 28 de julio de 2011

MENSAJE CON MOTIVO DEL CXIV ANIVERSARIO DE LA IGLESIA LOCAL QUE PEREGRINA EN MARACAIBO

Muy amados hijos presbíteros, diáconos, consagrados y fieles laicos


Gracia y paz en Cristo Jesús, salvador nuestro y gran pastor de nuestras almas. Hoy quiero invitarles a dar gracias al Señor por el aniversario CXIV de la creación de nuestra Iglesia local de Maracaibo. Tener diócesis propia fue un hondo anhelo de esta grey noroccidental. Hubo que esperar prácticamente un siglo para que esa aspiración se cristalizara. En la consecución de este hermoso objetivo concurrieron muchas voluntades, entre ellos vale la pena a citar al diputado consular José Domingo Rus y al presidente del Estado Zulia, Dr. Jesús Muñoz Tébar. Las contribuciones del gobierno nacional y de Mons. Tulio Tonti delegado de la Santa Sede, fueron también decisivas para que el Papa León XIII decretara mediante un Breve Pontificio la creación de la diócesis del Zulia.
El actual territorio del Zulia estuvo gobernado eclesiásticamente en su parte norte por la diócesis de Coro, creada el 26 de julio de 1531, posteriormente trasladada a Caracas y en su parte sur por la arquidiócesis de Santa Fe de Bogotá. Cuando se creó la diócesis de Mérida Maracaibo, el 17 de febrero de 1777, todo el territorio zuliano quedó subordinado a esta nueva Iglesia local. Cuando el Papa León XIII creó la nueva circunscripción zuliana el 28 de julio de 1897, la adscribió a la sede arzobispal de Caracas. Al ser elevada Mérida a sede metropolitana el 11 de junio de 1923, la diócesis del Zulia quedó adscrita a esta provincia eclesiástica. En 1953 nuestra Iglesia local pasó a denominarse Diócesis de Maracaibo, ya que desde 1943 con una parte de su territorio se había constituido el Vicariato Apostólico de Machiques. La creación de la diócesis de Cabimas por el Papa Paulo VI el 23 de julio de 1965, con el territorio de la costa oriental del lago, abre la puerta para que el mismo Pontífice erija Maracaibo como sede metropolitana de una nueva provincia eclesiástica y pase a denominarse Arquidiócesis de Maracaibo.
Desde su creación ha sido pastoreada por los siguientes obispos: Mons. Francisco Marvez (1897-1904), Mons. Arturo Celestino Álvarez (1910-1919), Mons. Marcos Sergio Godoy (1920-1957), Mons. Rafael Pulido Méndez (1958-1961), Mons. Domingo Roa Pérez ( 1961-1992), Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales (1992-1999) y un servidor desde el 13 de enero de 2001. En los períodos de sede vacante ha sido regida por administradores diocesanos y administradores apostólicos. Desde 1957 hasta la actualidad los obispos y arzobispos residenciales han contado con la valiosa ayuda de cinco obispos auxiliares: Mons. José Rincón Bonilla, Mons. José Alí Lebrún, Mons. Antonio López, Mons. William Delgado y en la actualidad con Mons. Cástor Oswaldo Azuaje OCD.
A lo largo de estos 114 años nuestra Iglesia madre ha venido renovándose, tratando de ser fiel a su misión propia y a los desafíos suscitados por una realidad en permanente evolución. Páginas de oro han escrito insignes sacerdotes diocesanos, religiosos y religiosas y laicos tanto asociados como no asociados. Desde antes de tener autonomía eclesiástica nuestra comunidad se ha recogido con entrañable sentido familiar bajo el manto amoroso de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y ha aprendido de ella a crecer en entrega, en ímpetu misionero y en ardor caritativo a favor de los más necesitados. De tantos y tantos testigos en la fe hemos recibido un precioso legado de fe que tratamos de conservar entregándolo de forma nueva y creativa a las actuales generaciones. No nos podemos quedar dormidos en los laureles.
Por eso este año como acicate para continuar con renovado empeño nuestra labor evangelizadora comparto con ustedes uno de los capítulos de los Lineamenta (Documento de consulta), de la XIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispo sobre Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana que lleva por título: La Iglesia local, sujeto de la transmisión de la fe:

15. Las Iglesias locales, sujetos de la transmisión

“El sujeto de la transmisión de la fe es toda la Iglesia, que se manifiesta en la Iglesias locales. El anuncio, la transmisión y la experiencia vivida del Evangelio se realizan en ellas. Más aún, las mismas Iglesias locales, además de ser sujetos, son también el fruto de esa acción del anuncio del Evangelio y de la transmisión de la fe, como resulta de la experiencia de las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 2, 42-47): el Espíritu congrega a los creyentes entorno a las comunidades que viven fervorosamente la propia fe, nutriéndose de la escucha de la palabra de los Apóstoles y de la Eucaristía, y consumando la propia vida en el anuncio del Reino de Dios. El Concilio Vaticano II confirma esta descripción como fundamento de la identidad de cada comunidad cristiana, cuando afirma que la «Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias. Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (cf. 1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”». (LG 26)
La vida concreta de nuestras Iglesias ha tenido la fortuna de ver en el campo de la transmisión de la fe, y más genéricamente del anuncio, una realización concreta, frecuentemente ejemplar, de esta afirmación del Concilio. El número de los cristianos, que en las últimas décadas se han empeñado en modo espontáneo y gratuito en el anuncio y en la transmisión de la fe, ha sido verdaderamente notable y ha dejado su huella en la vida de nuestras Iglesias locales, como un verdadero don del Espíritu ofrecido a nuestras comunidades cristianas. Las acciones pastorales relacionadas con la transmisión de la fe constituyen un lugar que ha permitido a la Iglesia estructurarse dentro de los diversos contextos sociales locales, mostrando la riqueza y la variedad de los roles y de los ministerios que la componen y que animan su vida cotidiana. Alrededor del Obispo se ha visto florecer el rol de los presbíteros, de los padres, de los religiosos, de las comunidades, cada uno con la propia misión y la propia competencia (Cf Directorio General de la Catequesis No 219-232).
Junto a los dones y a los aspectos positivos, sin embargo, hay que considerar también los desafíos, que la novedad de las situaciones y las evoluciones que la distinguen, pone a varias Iglesias locales: la escasez de la presencia numérica de los presbíteros hace que el resultado de su acción sea menos incisivo de cuanto se desearía. El estado de cansancio y de desgaste vivido en tantas familias debilita el papel de los padres. El nivel demasiado débil de la coparticipación hace evanescente el influjo de la comunidad cristiana. El riesgo es que una acción tan importante y fundamental vea caer el peso de su ejecución solo sobre la figura de los catequistas, oprimidos por la tarea a ellos confiada y por la soledad en la cual se encuentran al realizarla.
Como ya se ha mencionado, el clima cultural y la situación de cansancio en la cual se encuentran varias comunidades cristianas conducen al riesgo de hacer débil la capacidad de nuestras Iglesias locales de anunciar, transmitir y educar en la fe. La pregunta del apóstol san Pablo « ¿cómo creerán... sin que se les predique?» (Rm 10, 14) – suena en nuestros días muy pertinente. En una situación como ésta, hay que reconocer como don del Espíritu la frescura y las energías que la presencia de grupos y movimientos eclesiales ha logrado infundir en esta misión de transmitir la fe. Al mismo tiempo, debemos trabajar para que estos frutos puedan contagiar y comunicar su impulso a aquellas formas de catequesis y de transmisión de la fe que han perdido su ardor originario”. ( Lineamenta No 15).
Entre las preguntas que acompañan el texto de consulta he espigado las siguientes para que puedan proseguir la reflexión con sus respectivas comunidades parroquiales, de vida consagrada y de vida apostólica y misionera. Acordémonos además que tenemos la tarea de hacer llegar el aporte de nuestra Iglesia local al Pontificio Secretariado del Sínodo antes de finales de noviembre.

PREGUNTAS

1. ¿En qué medida nuestras comunidades cristianas logran proponer lugares eclesiales que sean instrumentos de experiencia espiritual?
2. ¿Nuestros caminos de fe tienen como objetivo solamente la adhesión intelectual a la verdad cristiana o se proponen verdaderamente vivir experiencias reales de encuentro y de comunión, de “habitación” en el misterio de Cristo?
3. ¿En qué modo las Iglesias individualmente han encontrado soluciones y respuestas a la exigencia de experiencia espiritual, que proviene también de las jóvenes generaciones de hoy? La Palabra y la Eucaristía son los vehículos principales, los instrumentos privilegiados para vivir la fe cristiana como experiencia espiritual.
Que el Señor siga derramando ubérrimas bendiciones sobre nuestra Iglesia marabina y haga crecer en nuestros corazones el entusiasmo por servirla con fidelidad creativa, entrega incondicional y alegría fraterna. Me encomiendo a sus oraciones y los coloco a todos bajo el manto protector y materno de María de Chiquinquirá. Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo los bendiga a todos.

Maracaibo 28 de julio de 2011

+Ubaldo R. Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo












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