Dudé mucho… pero mucho, para escribirle estas líneas desde mi condición de venezolano y cristiano. Yo tengo mucho temor a Dios. Esto significa que me da miedo ofender a mi Dios con mis acciones y palabras y no responderle al amor que Él me tiene. Yo trato en todo posible de no hacerlo. Como decía santo Domingo Savio, es preferible morir antes que pecar. Pero, cuando lo hago acudo enseguida al sacramento de la confesión, me arrepiento, pido perdón y, especialmente, trato de reparar mis errores. Yo pienso que no hay que hacer leña del árbol caído. Jamás desear un mal a nadie… pero a nadie, ni a nuestro peor enemigo. Y, aunque Usted no es mi enemigo porque en verdad procuro no tenerlo, le deseo no sólo su total salud corporal, sino, sobre todo, su salud espiritual. Cuando a san Alberto Hurtado, sacerdote chileno, le dieron la noticia de que tenía cáncer, exclamó con fe: “Dios ha sido tan bueno conmigo que me ha dado tiempo para purificar mi vida y arrepentirme de mis pecados”. Y cuando le preguntaban por su salud respondía: “contento, Señor, contento”. Señor presidente, yo le digo lo que Dios mismo le dijo a los israelitas por medio del profeta Isaías, vuelva a Dios mientras va de camino.
No quisiera que mis palabras le lastimen el alma. Mucho menos que ofendan a sus humildes seguidores que son los que en verdad sufren por su enfermedad, no así sus secuaces que ya están pensando qué hacer para no perder sus privilegios. Yo rezo por Usted al Dios de mis Padres que es el mismo que Jesús de Nazaret me reveló en la cruz, a quien sigo, para que le convierta su corazón. Presidente, lea bien lo que el Señor le está queriendo decir con este acontecimiento de su vida. La Iglesia católica, estoy seguro, le acoge con la misma misericordia del Padre eterno. No se alegra como lo hizo Usted con la enfermedad del Cardenal Velazco, no lo enviará al infierno como lo hizo Usted cuando el Pastor de Caracas murió. Tampoco mandará a tirar perros muertos y gritar insultos como lo hizo Usted en el entierro del valiente misionero Cardenal Velazco. Lo primero que hizo la Conferencia Episcopal, cuando Usted oficializó su estado de salud, es ordenar a todos los católicos que oráramos por su salud. Así lo haremos, estoy seguro. Les pediremos a nuestros amados cardenales Velazco y Rosario Castillo y al Sr. Brito, así como a los asesinados el 4 de febrero del 92 y el 11 de abril del 2002, para que intercedan por su salud ante el Señor de la historia.
Presidente… arrepiéntase. Pida perdón por la muerte del Sr. Brito y rectifique devolviéndole sus propiedades a su familia. Devuélva las propiedades y las empresas confiscadas por su régimen. Deje libre a los presos políticos e invite a los perseguidos por usted a que regresen a nuestro País. Devuélvale sus trabajos a los numerosos despedidos injustamente de PDVSA y de otros lugares de trabajos oficiales. Llame a la reconciliación nacional. Ordene a sus secuaces no atropellar a ningún venezolano. No echar gas del bueno ni del malo a los estudiantes ni a los familiares de los presos ni a los profesionales y obreros que reclaman justicia. No persiga más a los comunicadores sociales, no cierre más Medios de Comunicación Social y ordene abrir o devolver los cerrados o confiscados. Y muchas más acciones de su régimen que ha hecho sufrir al prójimo.
Presidente… estamos conmovidos por su enfermedad. Pero conmuévase usted por la enfermedad de muchos presos políticos a quienes se les está negando sus derechos humanos más elementales de asistencia médica.
Repito, que mis palabras no lo ofendan. Pero insisto en mi invitación a convertir su corazón y reparar sus pecados. Nada sana y libera más que el perdón. Dios lo cuide presidente y proteja a mi pueblo de la tiranía.
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