+C. Oswaldo Azuaje Pérez, OCD
Obispo Auxiliar de Maracaibo
Nos preocupa como iglesia lo
que vemos y padecemos en estos tiempos con
las invasiones a la propiedad privada. La doctrina social de la iglesia nos
señala que “la propiedad privada es un elemento esencial de una política
económica auténticamente social y democrática y es garantía de un recto orden
social. La doctrina social de la iglesia postula que la propiedad de los bienes
sea accesible a todos por igual, de manera de covertirse todos, al menos en
cierta medida en propietarios y excluye el recurso a formas de posesión
indivisa para todos” (Compendio de DSI, 176).
La función social de la
propiedad está sujeta a las normativas constitucionales y legales por ellas
reguladas. No puede atropellarse de ningún modo un derecho defendido taxativamente
por nuestra constitución nacional: "Se
garantiza el derecho de propiedad. En virtud de su función social la propiedad
estará sometida a las contribuciones, restricciones y obligaciones que
establezca la ley con fines de utilidad pública o de interés general" (a.
99). Mientras, el código civil señala en
su artículo 545 que "la propiedad es el derecho de usar, gozar y disponer
de una cosa de manera exclusiva, con las restricciones y obligaciones
establecidas por la ley”. El código civil dispone que "tampoco pueden
servir de fundamento a la adquisición de la posesión legítima, los actos
violentos ni los clandestinos..." (a. 777). Otro artículo del mismo
establece que "nadie puede ser obligado a ceder su propiedad, ni a permitir
que otros hagan uso de ella, sino por causa de utilidad pública o social,
mediante juicio contradictorio e indemnización previa"(a.547)
Las invasiones son un delito
de orden público, por ello en el código penal se establecen una serie de
sanciones para quienes se apropien de un terreno o inmueble: “...
quien para apropiarse en todo o en parte una cosa inmueble de ajena pertenencia
o para sacar provecho de ella, promueva o altere sus linderos, será castigado
con prisión de uno o cinco años...” (a. 471), “... quien con el propósito de
obtener para si o para un tercero, provecho ilícito, invada terreno, inmueble o
bienhechurías ajenos, incurrirá a prisión de cinco a diez años y multa de 50
U.T., a 200 U.T...” (a. 471), “... todas aquellas personas que utilizando la
violencia perturben la posesión pacífica que se tenga de bienes inmuebles con
prisión de uno a dos años y multa de 50 U.T. a 100 U.T” (a. 472).
Me perdonan este exceso de
leyes. No soy abogado y estoy escribiendo un editorial, pero como ciudadano
tengo derecho a exigir el cumplimiento de la ley. La ley está subordinada al
bien de todos y cada uno de los ciudadanos, ella vela por el bien común y está
para que la cumplamos sin distinción. El cumplimiento de la ley es un principio
básico de toda convivencia que sustenta la relación social. Es garantía de la
armonía de una sociedad y el más claro indicio de su madurez ciudadana. Las
leyes pueden cambiar cuando existe el consenso entre los que conforman, sin
exclusión, el tejido social. Es deber de las legítimas autoridades facilitar
los cambios requeridos por la ciudadanía en orden a mejorar las leyes. Las
autoridades instrumentan el cumplimiento de la ley y deben ser sus más inmediatas
defensoras.
El magisterio de la iglesia
detenta un formidable record de reflexiones fundamentadas en su experiencia
secular de lo social. En días pasados en nuestra arquidiócesis realizamos la
sexta semana de doctrina social de la Iglesia,
conscientes como somos del aporte de la doctrina social en este momento
histórico de crisis económica y social mundial. La doctrina social es una luz,
un llamado a retomar los valores del evangelio centrados en el amor, la
justicia, la solidaridad, el respeto, la paz, la educación y muchos valores
más.
A la luz de los principios
expresados, no puedo callar ante la ola de invasiones que nos ha afectado en el
Zulia. Este comportamiento anárquico, que considero condenable aún con
conocimiento de la crisis aguda de vivienda, ha caído como un mazazo sobre las
propiedades de la iglesia y los terrenos donde hay incipientes obras eclesiales
de beneficio para la comunidad y para su servicio religioso. Tenemos invasiones en los terrenos del seminario
arquidiocesano, en los terrenos de El Roble adyacentes al prescolar Pompeya, en
el terreno de la capillita San Agustín (en construcción en el 24 de julio), en
el terreno destinado a templo, casa parroquial y salones en El Caujaro. También
ha habido serios intentos de invasión en el antiguo edificio del Diario La
Columna.
La solución a los problemas
que nos aquejan como sociedad pasa por el diálogo pacífico y respetuoso. Hay
una bienaventuranza que nos inspira en contra de la violencia: “dichosos los
constructores de la paz”. Y a ella se añade un mandamiento: “no codiciarás los bienes
ajenos”. El compendio del Catecismo de la Iglesia Católica dice: “este
mandamiento exige una actitud interior de respeto en relación con la propiedad
ajena, y prohíbe la avaricia, el deseo desordenado de los bienes de otros y la
envidia, que consiste en la tristeza experimentada ante los bienes del prójimo
y en el deseo desordenado de apropiarse de los mismos”. La iglesia en su misión
de evangelización no se pertenece a sí misma, es de todos y para todos. Por eso
requiere de los espacios propios y de los medios necesarios para la legítima
realización del mandato del Señor: vayan y evangelicen a todos los pueblos
bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Hago un
llamado al pueblo de Dios para que con espíritu pacífico, apoyado en su amor
por la iglesia de la que es parte, defienda con acciones y oraciones la justa
reivindicación que la arquidiócesis de Maracaibo hace de sus espacios físicos.
Con la colaboración de todos lograremos realizar los proyectos que actualmente
están en curso y que se ven afectados por la penuria económica. Finalmente exhortamos
a las autoridades para que velen por el cumplimiento de la ley y para que se
busquen soluciones que impidan el irrespeto a la propiedad.
Hola Andrés. Da tristeza que ese documento no haya salido "MUCHO ANTES" porque las expropiaciones tienen tiempo, comenzando por las operadoras lacustres de Ciudad Ojeda, fenómeno que practicamente arruinó la economía de 3 comunidades de la COL, siguiendo por las fincas del Sur del Lago, y tu arzobispo no dijo ni siquiera "esta boca es mía".
ResponderEliminarAh! pero ahora que le tocaron el edificio de "La Columna" y el terreno de una iglesia (creo que en el barrio SurAmérica) ahora si brinca con documentos, citas del Magisterio, leyes y..."tarde piaste, pajarito"
Recibe un abrazo
Carlos Mario