Grado el 5 de mayo de 2012
Excmo. Mons. Ubaldo
Santana, Arzobispo de Maracaibo y Canciller de la Universidad Católica Cecilio
Acosta, Dr. Ángel Lombardi, Rector de la
Universidad.
Autoridades y Distinguidos
miembros del PresidiumProfesoras y profesores
Graduandos y familiares
Señoras y Señores
AGRADECIMIENTO
Quiero expresar mi sentida
gratitud al Consejo Universitario de esta Universidad Católica Cecilio Acosta y
a su distinguido rector Dr. Ángel Lombardi la decisión de otorgarme la Orden
San Alberto Hurtado, un santo hermano jesuita latinoamericano contemporáneo,
que para todos nosotros significa un extraordinario ejemplo e invitación para
poner la luz del Evangelio en el corazón de la ciudad, de la universidad y de
las heridas de la pobreza y de la exclusión,
que no se curan con sólo crecimiento económico exitoso. Desde el
comienzo de esta universidad me he sentido muy vinculado a ella y a todo el
enorme esfuerzo educativo que la Iglesia católica viene realizando en Venezuela
con resultados extraordinarios. Considero esta distinción como reconocimiento y
estímulo a todos los que con mucha mística y pocos recursos materiales
trabajamos para que la luz de Cristo ilumine también el mundo universitario.
Celebro la feliz coincidencia de
este conferimiento con el acto de graduación que corona sus carreras. Luego de un
enorme y sostenido esfuerzo exitoso, ustedes salen con ilusión a un mundo retador
con una licenciatura en educación de sello católico. Esto me permite compartir
con ustedes graduandos, con sus familiares y con toda la comunidad
universitaria algunas reflexiones y mensajes de S. Alberto Hurtado.
I ¿Basta sólo la racionalidad instrumental?
Todavía están frescas las
lecturas litúrgicas de la Semana de Pascua
donde vemos a la primera comunidad cristiana salir a la plaza pública.
Lo hace venciendo el miedo a quienes mataron a su Maestro y a la vez
fortalecidos por la experiencia de ver y sentir a Jesús Resucitado y puesto por
Dios como Salvador para todos. Salen a
hablar y a vivir lo que han experimentado: que la muerte, el dominio del mal y
el sin sentido de la vida, han sido vencidos por el amor de Dios en Jesús, que
entrega su vida. Anuncian que la
Humanidad se salva en la medida en que acepta y vive la vida como amor y
servicio mutuo. Pero los sabios y entendidos de su tiempo prohíben a los apóstoles hablar en nombre de
Jesús, pues ellos son ignorantes y seguidores de quien ha sido ejecutado en la
cruz como un malhechor. Ellos reconocen que son ignorantes, pero con la experiencia
extraordinaria del Resucitado y la convicción de que Dios ha puesto a ese Justo
para salvación de todos. Ellos quieren transmitir esta evidencia y dar la vida,
y su mensaje se propaga incontenible como una hoguera, a pesar de cárceles y prohibiciones.
Hoy también la racionalidad instrumental
pretende excluir de la Universidad toda otra dimensión humana, pues consideran
que sólo ella bastaría. Nosotros como cristianos y universitarios reconocemos y
ejercemos la racionalidad como importante para la vida y el desarrollo humano
integral, pero al mismo tiempo sabemos que para su uso positivo esos saberes
instrumentales y técnicos necesitan de la sabiduría y el corazón humano. Decimos que la racionalidad
por sí sola es ciega y en sí misma no tiene capacidad de discernimiento ni
decisión para ponerse al servicio de la vida,
del sentido y de la justicia. Con una
racionalidad sin brújula el mundo tiene otros dioses como el poder, el dinero y
el placer con criterios exclusivamente utilitarios y de individualismo
hedonista. Nosotros reconocemos que el mundo necesita el poder político y el
éxito económico, pero no como dioses, sino como instrumentos al servicio de la
vida y de la dignidad humana. Es decir, ponemos por delante de todo lo
instrumental y como un fin superior, la dignidad de las personas y la devolución de ella a los excluidos. Por
eso nos proclamamos Universidad Católica que afirma y cultiva la razón y la
ciencia y a la vez nos acerca al corazón del mundo donde peligra vida humana. Estamos
en el mundo, no como espectadores ni como neutrales, sino como humanizadores de
un mundo lacerado, tanto por la pobreza heredada del pasado, como por las
pobrezas humanas del futuro que nos traen las sociedades desarrolladas con los
actuales modelos.
II El ejemplo de San Alberto
Hurtado
Aquí es donde San Alberto Hurtado
es un ejemplo que ilumina y nos reta. Permítanme contarles un solo día de su
vida que nos aclara lo que quiero decir. Alberto Hurtado en 1944 era un joven
sacerdote jesuita chileno, bien formado en el país y en universidades extranjeras.
Era capellán y orientador del movimiento de jóvenes de Acción Católica, en una
Iglesia bastante conservadora. Trataba de abrirles los ojos a la pobreza, a la
injusticia y a la responsabilidad cristiana de buscar soluciones. En octubre de
1944 en un retiro a 50 señoras explicando el evangelio de la multiplicación de
los panes emocionado les dijo: “Tengo
algo que decirles. ¿Cómo podremos seguir así? Anoche no he dormido y creo que a
ustedes les hubiera pasado lo mismo al ver lo que me tocó ver. Iba llegando a
“San Ignacio” cuando me atajó un hombre en mangas de camisa, a pesar de que estaba
lloviznando. Estaba demacrado, tiritando de fiebre. Ahí mismo, a la luz del farol,
vi cómo tenía las amígdalas inflamadas. No tenía dónde dormir y me pidió que le
diera lo necesario para pagarse una cama en una hospedería. Hay centenares de
hombres así en Santiago y son todos hermanos nuestros, hermanos realmente, sin
metáfora. Cada uno de esos es Cristo. ¿Y qué hemos hecho por ellos? ¿Qué ha
hecho la Iglesia Católica en Chile por esos hijos que andan por las calles bajo
la lluvia y duermen en las noches de invierno en los huecos de las puertas y
suelen amanecer helados? Esas cosas pasan en un país cristiano; esta noche un mendigo puede morir a la puerta de la casa
de cualquiera de Uds. ¡Qué bueyes somos los católicos, qué dormidos, qué poco
inquietos por la solidaridad social! ¡Todo son dificultades, tropiezos, escándalos!
Los protestantes, en cambio, son los únicos en Chile que se han preocupado de
este problema y el Ejército de Salvación tiene hospederías para los pobres.
Hace unos días no más, ellos hicieron una colecta pública para seguir ayudando
a los indigentes. ¡Qué vergüenza para nosotros!
Una persona me escribió a raíz de ese hecho haciéndome ve cómo los
protestantes nos pedían - ¡a nosotros los católicos! - para los pobres que
ellos cuidan porque nosotros los hemos olvidado” (Ver El Padre Hurtado. Alejandro Magnet p.199. Editorial Los Andes.
Santiago 2003)
Tal fue la convicción del padre y
la impresión de las señoras, que allí mismo juntaron las primeras limosnas y meses después nació la obra del HOGAR DE
CRISTO para atender a los niños y adultos de la calle. La obra era de Dios y se convirtió en árbol
frondoso, atendiendo a múltiples formas de indigencia, de enfermedad y de necesidad. Hoy atiende
a 73.000 personas al día en 46 centros en Chile y tiene 600.000 socios
colaboradores que permiten un presupuesto de 87 millones de dólares al año. Así
mismo, la Iglesia Católica chilena en las décadas siguientes desarrolló una
labor social extraordinaria guiada por la doctrina social de la Iglesia y
animada por la levadura del Evangelio.
De manera similar, diez años después en nuestro país nació la obra prodigiosa de Fe y Alegría del
encuentro de unos jóvenes católicos universitarios con los niños carentes de
escuela en un barrio pobre de Caracas. Hoy Fe y Alegría atiende a millón y
medio de educandos en 18 países. Es la fuerza del Espíritu de Jesús que en este
mundo concreto nos interpela en los rostros de los más necesitados y nos
solidariza con ellos..
Pero no se trata sólo de aliviar
necesidades, sino de transformar la sociedad y ello requiere una preparación
universitaria dotada de cabeza, de corazón y de manos para actuar. Ustedes
estudian las mismas carreras que otros, pero la Universidad Católica cultiva la
sabiduría que acerca los saberes a la vida de los necesitados y alienta las
alianzas entre el mundo profesional y el mundo de los más necesitados. Esto no
ha pasado de moda. Hoy más que nunca Venezuela nos lo reclama. Para ello la
Universidad Católica muy decididamente en todos nuestros países tiene que
fomentar de manera sistemática y organizada este encuentro vital de formadores
y formandos con los rostros concretos de los excluidos como esa noche se
encontró y fue interpelado el P. Hurtado
por el hombre con fiebre y necesitado de alojamiento.
Educadores, yo los felicito
porque salen con preparación, ilusión y compromiso a este mundo que pide a
gritos una transformación, en un país con abundantes recursos materiales pero
requiere millones de cabezas, corazones y manos para transformar la exclusión y
la pobreza en esperanza y vida.
Que Dios los bendiga en la nueva
etapa que emprenden hoy.
Luis Ugalde, s.j.
Universidad Cecilio
Acosta Maracaibo, 4 de mayo de 2012
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