martes, 8 de julio de 2014

Ministros de la Palabra



Andrés Bravo 

Capellán de la UNICA

            El pasado sábado siete de junio nuestro Arzobispo, Mons. Ubaldo Santana, celebró la Eucaristía en mi Parroquia Santa Teresita del Niño Jesús (Amparo – Maracaibo) donde confirió el ministerio del lectorado y del acolitado a personas que están viviendo el proceso de formación para ser diáconos permanentes. Fue una ceremonia litúrgica que causó mucho agrado en nuestra comunidad. Más aún, porque uno de los nuestros recibió el ministerio del lectorado. Este hecho me motiva a escribir estas líneas sobre el sentido de los ministerios eclesiales.

            Ya sabemos que “ministerio” significa servicio y que, por tanto, el ministro es un servidor. En este caso, el ministro de la Palabra es, en nuestra comunidad cristiana, un servidor de la Palabra de Dios. El acólito, por su parte, es el que acompaña o asiste en el altar donde celebramos la Eucaristía. Es decir, el ministro o servidor de la Eucaristía. Para conocer su sentido necesitamos leer el Ministeria quaedam (16/8/1972), Motu Proprio de Pablo VI, sobre los grandes cambios, exigidos por el Concilio Vaticano II, sobre los ministerios u órdenes menores, como se llamó hasta entonces, recibidos previos a las ordenes sagradas. Quiero, en esta oportunidad, dedicarme al ministerio de la Palabra.

            El ministro de la Palabra es instituido lector con la misión “de leer la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica”. Pablo VI especifica más: este ministro es un anunciador de la Palabra de Dios para la comunidad. Es decir, tiene una grave responsabilidad porque no se trata simplemente de leer, sino de transmitir, de comunicar, de hacer que con fidelidad los oyentes sepan exactamente lo que está escrito en las Sagradas Escrituras. Para eso debe familiarizarse antes con la Palabra que anuncia. Implica una seria preparación: “El lector, sintiendo la responsabilidad del oficio recibido, debe aplicarse y valerse de todos los medios oportunos para adquirir cada día más plenamente el suave y vivo amor, así como el conocimiento de la Sagrada Escritura, para llegar a ser más perfecto del Señor”. Porque, el ministro eclesial no es un funcionario, es una persona de fe profunda y conocimiento claro de lo que anuncia. Sí, es un privilegio. Pero, más que privilegio, es una gracia recibida del Señor que nos hace evangelizadores, que nos obliga a responder con competencia, responsabilidad y honestidad.

            Con este documento, Pablo VI, siguiendo los postulados del Vaticano II, declara que este ministerio de la Palabra de Dios lo pueden recibir también todo laico, con una profunda y exigente preparación, con la misma responsabilidad y competencia. En nuestra Iglesia local son ya muchos los laicos que han sido formados e instituidos como ministros de la Palabra. A ellos les recomiendo aprovechar el rico magisterio actual que, desde el mismo Concilio hasta el último documento ofrecido por el Papa Francisco, Evangelii gaudium, nos guía a una vivencia más auténtica del ministerio de la Palabra de Dios. Ante todo, porque en toda comunidad cristiana, además de centrar la pastoral en la Eucaristía y conducirnos hacia la práctica de la caridad, es prioridad la Palabra de Dios, anunciada, vivida y celebrada.

            El bello proemio de la constitución conciliar Dei Verbum, nos enseña que la Iglesia es la oyente de la Palabra que proclama con valentía, “para que todo el mundo con el anuncio de la salvación, oyendo crea, y creyendo espere, y esperando ame”. Esto indica que ser ministro de la Palabra no es un estatus eclesial que nos posesiona de un cargo. Es más bien un siervo, alguien que tiene la misión de hacer que nuestras comunidades convocadas por la Palabra, vivan la fe, la esperanza y la caridad.

            Es importante asumir las sugerencias que el Papa Benedicto XVI nos da en la exhortación Verbum Domini: promover celebraciones de la Palabra en las comunidades, no para sustituir la Eucaristía, sino para ampliar más aún las celebraciones litúrgicas. Enseñar la práctica del silencio y su relación con la Palabra: “En efecto, la Palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e interior”. Resaltar la solemnidad del anuncio de la Palabra, con dignidad y reverencia. Se debe prestar atención al lugar del templo donde la Palabra es anunciada: “Ha de colocarse en un sitio bien visible, y al que se dirija espontáneamente la atención de los fieles durante la liturgia de la Palabra”, con un buen sonido. Parece obvio, pero, aún así, Benedicto XVI recuerda “que las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura nunca sea sustituidas por otros textos, por más significativos que parezcan desde el punto de vista pastoral o espiritual”. Además, “para ensalzar la Palabra de Dios durante la celebración litúrgica, se tenga también en cuenta el canto en los momentos previstos por el rito mismo, favoreciendo aquel que tenga una clara inspiración bíblica y que sepa expresar, mediante una concordancia armónica entre las palabras y la música, la belleza de la Palabra divina”. Y, por último, el Papa emérito pone atención especial a los discapacitados de oído y vista.

            Un ministro de la Palabra de Dios, debe ser un estudioso y un místico. Inteligencia y espíritu. Estudio y oración. La Palabra se interioriza, pero también se entrega. En nuestra Parroquia, por gracia divina, contamos con un equipo de pastoral bíblica, con una clara conciencia de su misión evangelizadora. Pienso, por tanto, que la institución de un hermano nuestro al ministerio de lector, debe enriquecer nuestra pastoral comunitaria y, desde ya, colocarse al servicio de la pastoral bíblica, respetando su metodología y naturaleza.

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