Andrés Bravo
Profesor de la
UNICA
Reflexión Semanal 8
Segundo
domingo ordinario
Nuestra
existencia se desarrolla históricamente como un proyecto de Dios. Esta es la
clave de la visión cristiana de la persona humana, vivir según nuestra vocación
(Ef 4,1), es decir, según el llamado recibido del Señor. Contemplamos la
experiencia del joven Samuel que en el descanso de la noche escucha a Dios que lo
llama a servirle en su plan de salvación, respondiéndole decidido: “Habla,
Señor, que tu siervo escucha” (1Sam 3,10). Así, con fidelidad a la voluntad del
Señor, Samuel vivió su existencia como profeta, de acuerdo a su vocación.
La vocación tiene su origen en la
elección de Dios, es pura gracia divina. Pero, la respuesta es humanamente
libre. El cristiano responde libremente a un amor primero. “La libertad implica
siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de
nosotros mismos” (Puebla 322). Por eso, la respuesta al llamado del Señor no es
mecánica ni alienante, no dispone de nuestra voluntad sino que la invita a
vivirla para una misión superior. De esta forma Dios cree en el ser humano y se
interesa por él, sabe que tiene grandes valores, porque así lo creó.
Ciertamente, el elegido puede responder que no (cf. Mt 19,16-30). Pero, si
responde positivamente, le llena de gracias especiales que lo capacita a
cumplir su vocación. Pasamos, pues, por este mundo sirviendo a Dios en la
construcción de su reino, la fraternidad universal.
En la historia de la salvación,
que llega a nosotros a través de las Sagradas Escrituras, contemplamos un hecho
importante. Es que Dios prefiere elegir a los más jóvenes y a los más pobres. Entre
muchos ejemplos, elige al tímido muchacho Moisés como líder de la liberación, a
Jeremías como su profeta en tiempos difíciles, al pastor David para gobernar a
su pueblo. Podemos referirnos también al valiente e inquieto Gedeón (Jueces 6),
quien en medio de la angustia de ver a su pueblo destruirse, cuestiona al Ángel
y le responde que Dios no está con ellos. Pero el mensajero divino le comunica
su vocación. Es el mismo Dios, a quien creía ausente, quien lo llama a salvar a
su pueblo. Pero el joven le responde que no puede ser porque él es el más chico
de su familia y su familia es la más pobre de su tribu. Sin embargo, el Señor
es insistente porque prefiere actuar su salvación con los más jóvenes y con los
más pobres. Por eso, para la Iglesia latinoamericana “el período juvenil es
período privilegiado, aunque no único, para la opción vocacional” (Puebla 865).
A la vez, descubre todo “el potencial evangelizador de los pobres… por cuanto
muchos de ellos realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad,
servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios” (Puebla 1147).
Es también ésta la experiencia que
nos presenta el Evangelio. Jesús llama a algunos que elige para ser sus
apóstoles, servidores de su reino. Pero, todo aquel que se confiesa cristiano
está llamado a seguirle, asumir su causa y vivir su vida en la entrega hasta el
amor extremo, el sacrificio de la cruz. Como lo enseñan algunos teólogos
latinoamericanos, “seguir a Jesús es pro-seguir su obra, per-seguir su causa y
con-seguir su plenitud”. La clave de la vocación cristiana es el seguimiento a
Jesús. ÉL llama por el nombre propio, compromete con su misión, guía y enseña
una existencia auténtica, lleva a vivir con él, advirtiendo, no obstante, que
no tiene ni donde reclinar su cabeza. Pero, exige más para que amen más. En
principio, no acepta un no, insiste, no obliga pero da la gracia para
responderle con total libertad, dejándolo todo. Su llamado es radical, cuando
es sí es sí: “Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el
reinado de Dios” (Lc 9,62).
Además, la vocación cristiana es
una experiencia de amor misericordioso. Sabiendo que somos pecadores, el Señor
nos mira con ojos de misericordia y nos llama a seguirle (cf. Mc 2,13-17). Por
eso, la misma respuesta implica la conversión y la renuncia, como los apóstoles
ante el llamado del Señor lo dejan todo y le siguen. Dejan su manera de vivir
para comenzar a vivir según el Señor. Para concluir esta reflexión, quisiera
que hagamos un ejercicio de discernimiento interrogándonos sobre lo que Dios
quiere de nosotros, cómo podemos servirle. Es pues, lo que hacen los primeros
discípulos, acercarse al Señor, saber dónde vive y quedarse con él. Así
descubro qué debo cambiar, qué debo renunciar y cómo debo vivir mi vocación
cristiana.
Maracaibo, 18 de enero de 2015
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