miércoles, 14 de enero de 2015

La Vocación Cristiana





Andrés Bravo
Profesor de la UNICA


Reflexión Semanal 8
Segundo domingo ordinario


            Nuestra existencia se desarrolla históricamente como un proyecto de Dios. Esta es la clave de la visión cristiana de la persona humana, vivir según nuestra vocación (Ef 4,1), es decir, según el llamado recibido del Señor. Contemplamos la experiencia del joven Samuel que en el descanso de la noche escucha a Dios que lo llama a servirle en su plan de salvación, respondiéndole decidido: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1Sam 3,10). Así, con fidelidad a la voluntad del Señor, Samuel vivió su existencia como profeta, de acuerdo a su vocación.
La vocación tiene su origen en la elección de Dios, es pura gracia divina. Pero, la respuesta es humanamente libre. El cristiano responde libremente a un amor primero. “La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de nosotros mismos” (Puebla 322). Por eso, la respuesta al llamado del Señor no es mecánica ni alienante, no dispone de nuestra voluntad sino que la invita a vivirla para una misión superior. De esta forma Dios cree en el ser humano y se interesa por él, sabe que tiene grandes valores, porque así lo creó. Ciertamente, el elegido puede responder que no (cf. Mt 19,16-30). Pero, si responde positivamente, le llena de gracias especiales que lo capacita a cumplir su vocación. Pasamos, pues, por este mundo sirviendo a Dios en la construcción de su reino, la fraternidad universal.
En la historia de la salvación, que llega a nosotros a través de las Sagradas Escrituras, contemplamos un hecho importante. Es que Dios prefiere elegir a los más jóvenes y a los más pobres. Entre muchos ejemplos, elige al tímido muchacho Moisés como líder de la liberación, a Jeremías como su profeta en tiempos difíciles, al pastor David para gobernar a su pueblo. Podemos referirnos también al valiente e inquieto Gedeón (Jueces 6), quien en medio de la angustia de ver a su pueblo destruirse, cuestiona al Ángel y le responde que Dios no está con ellos. Pero el mensajero divino le comunica su vocación. Es el mismo Dios, a quien creía ausente, quien lo llama a salvar a su pueblo. Pero el joven le responde que no puede ser porque él es el más chico de su familia y su familia es la más pobre de su tribu. Sin embargo, el Señor es insistente porque prefiere actuar su salvación con los más jóvenes y con los más pobres. Por eso, para la Iglesia latinoamericana “el período juvenil es período privilegiado, aunque no único, para la opción vocacional” (Puebla 865). A la vez, descubre todo “el potencial evangelizador de los pobres… por cuanto muchos de ellos realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad, servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios” (Puebla 1147).
Es también ésta la experiencia que nos presenta el Evangelio. Jesús llama a algunos que elige para ser sus apóstoles, servidores de su reino. Pero, todo aquel que se confiesa cristiano está llamado a seguirle, asumir su causa y vivir su vida en la entrega hasta el amor extremo, el sacrificio de la cruz. Como lo enseñan algunos teólogos latinoamericanos, “seguir a Jesús es pro-seguir su obra, per-seguir su causa y con-seguir su plenitud”. La clave de la vocación cristiana es el seguimiento a Jesús. ÉL llama por el nombre propio, compromete con su misión, guía y enseña una existencia auténtica, lleva a vivir con él, advirtiendo, no obstante, que no tiene ni donde reclinar su cabeza. Pero, exige más para que amen más. En principio, no acepta un no, insiste, no obliga pero da la gracia para responderle con total libertad, dejándolo todo. Su llamado es radical, cuando es sí es sí: “Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios” (Lc 9,62).
Además, la vocación cristiana es una experiencia de amor misericordioso. Sabiendo que somos pecadores, el Señor nos mira con ojos de misericordia y nos llama a seguirle (cf. Mc 2,13-17). Por eso, la misma respuesta implica la conversión y la renuncia, como los apóstoles ante el llamado del Señor lo dejan todo y le siguen. Dejan su manera de vivir para comenzar a vivir según el Señor. Para concluir esta reflexión, quisiera que hagamos un ejercicio de discernimiento interrogándonos sobre lo que Dios quiere de nosotros, cómo podemos servirle. Es pues, lo que hacen los primeros discípulos, acercarse al Señor, saber dónde vive y quedarse con él. Así descubro qué debo cambiar, qué debo renunciar y cómo debo vivir mi vocación cristiana.
Maracaibo, 18 de enero de 2015

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