lunes, 5 de marzo de 2018

Una razón más social que humana


Con ocasión de haberse celebrado en la ciudad de Maracaibo la XII Semana de la doctrina social de la Iglesia, deseo extender al Padre José Andrés Bravo, sinceros agradecimientos, porque en sus manos y en sus cansancios, muchos se han sensibilizado en esta dimensión de la encarnación del verbo (evangelio) a nuestras realidades, inquietudes y agobios, puesto que en Cristo encuentran sentido todas las dimensiones del ser humano.
Desde la distancia, pero con el mayor de los afectos, agradezco a él su compañía y disposición férrea para hacer arder nuestro corazón creyente por una iglesia viva que no ha olvidado su rol fundamental por los que sufren. Así, Padre Andrés, Gracias porque nos has hecho participar y reflexionar sobre nuestra incorporación a los misterios de la vida de Cristo, que sufriente, temeroso y con esperanza afrontó la contradicción humana en la experiencia del dolor que nunca dejó de tener el rostro del Padre.
 

AVERSIO A DEO
CONVERSIO AD CREATURAS[1]
Una razón más social que humana
Pbro. Javier Fuenmayor
Estudiante de Teología Patrística

 

 

            El enunciado, que es parte del desarrollo de la teología del pecado de San Agustín, remarca una dimensión ontológica que ha hecho la vida del pecado en la historia de la humanidad “rechazarle”. En cierto modo comprendemos, que en la base de todo pecado se evidencia el amor propio y la desconfianza en Dios, que lleva al hombre a buscar la propia satisfacción en el uso desordenado de los bienes terrenos.
Por lo que sigue, la obra salida de las manos del Padre que a consecuencia era de “mirada pura” ha sido herida y ha dejado de ver al creador para converger con la creatura. Mas, me atrevo a pensar, que ante ese mismo recorrido del fruto del pecado donde la condición humana ya abandona la mirada de su fin, se descentra, sale sí misma y se vuelca hacia la creatura, queda distante de su origen y queda distante de los hermanos.  Oyeron después la voz de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín, a la hora de la brisa de la tarde. El hombre y su mujer se escondieron entre los árboles del jardín para que Yahvé Dios no los viera” (Gen. 3,8). Estas palabras expuestas en el libro del Génesis afirman una yuxtaposición entre la imagen del pensamiento divino y la imagen del desorden humano, negado a una condición mejor, y que sin intención alguna de pecar, inflige a la misma condición de caos a todos cuantos están a su lado: “A la mujer le gustó ese árbol que atraía la vista y que era tan excelente para alcanzar el conocimiento. Tomó de su fruto y se lo comió y le dio también a su marido que andaba con ella, quien también lo comió" (Gen. 3,6)… cuán lejos está la mirada del hombre por la condición de los hermanos, si en realidad este ha permitido que Dios no sea su Padre.
            “Todos se han descarriado, se han corrompido, no hay nadie que haga el bien, ni uno solo” (Salmo 53,4). El pecado ha consistido en la poca necesidad que tiene el hombre por volverse a Dios, pues sin esto, la condición del hermano nunca será vista. Cuando la creatura pierde el norte de su rumbo, inicia una conducta de bastarse a sí mismo que no es otra, sino aquella de “querer ser como dioses” donde su mirada se hace difusa y su amor se debilita, en tanto, para consigo como también para llevarlo a los demás. El deseo del origen cambió: Ya no desea relacionarse con los hermanos, sino oprimirlos; no desea regir la tierra sino someterla, no desea el bien de todos, sino el propio; ya no desea enseñar sino esclavizar, en síntesis el hombre no desea santificar sino mundanizar… Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo (Jn. 17,16)… De modo que comprendemos ahora, que quien se vuelve a la creatura de espaldas al creador – que es amor – sólo buscará que todos compartan su ceguera, rechacen la salvación, el orden moral, el bien de todos y en suma la libertad y salvación de todos.

            En ese sentido y como habíamos recordado antes, no está lejos del hoy el libro del Génesis, al reproducir de modo total el origen espiritual de la creatura con el propósito de mostrar el fuerte deseo de “endiosarse” (si es que existe el término), “se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es” (Gen. 3,5), esto es, no aceptar su condición de hijo o mejor dicho en un grado más impactante, hasta hacerse dueño de la vida de los hermanos y como es conocido hoy día al punto de arrancarla hostilmente de la faz de la tierra. En otras palabras, la creatura atenta contra el derecho divino, en mayor grado también atenta contra el derecho de los hermanos.
Estos enunciados subrayan una importancia de justicia que parte primero para con el Creador y luego con la creatura. Por otro lado, La mayor injusticia comienza con el rechazo (AVERSIO A DEO), la aversión a Dios que encuentra su culmen en el ser humano pecador y es quien libremente obra con todos, de una forma similar de AVERSIO A CREATURAS, porque al volverse al hombre (CONVERSIO) no lo hace con el principio del amor divino, sino que éste – la creatura – es su adversario, su enemigo. A pesar de todo, hemos comprendido este principio de San Agustín, pues El hombre está ordenado al Bien absoluto, al cual se puede unir también a través de las criaturas; cuando movido por el amor propio busca la satisfacción en los bienes finitos contra la voluntad de Dios, contraría la ley divina y se separa de Dios, a la vez que produce un desorden en la vida social y eclesial.
            No cabe dudas, que la creatura, está descentrada y opuesta a la idea sobre su origen espiritual y contagia a muchos para que pierdan su altura, vivan en tinieblas y pierdan su dirección. Sin embargo, La creatura se convierte en medida de todas las cosas y su rival a vencer es su hermano, a quien no le mira como tal, ya que rechaza a Dios como Padre y en consecuencia perdiendo la paz de su hogar, que es el mundo, la casa de Todos.
            La historia no ha cambiado, pues la creatura se ha empecinado en hacer desaparecer al protagonista de la caridad con el prójimo: a Dios, para asociar al género humano aquello para el cual nunca estuvo creado: el dolor humano, la desesperación, la violencia, la ambición, la corrupción, la avaricia, la falta de solidaridad, el abuso, la insensibilidad frente al dolor y a los problemas de los pobres… y tantas otras realidades (por no mencionarlas, no quiere decir que no estén en mi mente presentes) que afligen el rostro humano que nunca ha dejado de tener la huella del Padre, aun cuando la ley que rige la vida de los hermanos es la indiferencia Dios continua reconciliando consigo todas las cosas[2] por el amor.
            Los Padres de la Iglesia, específicamente Gregorio de Elvira, en los tratados sobre los libros de la sagrada escritura, asevera la constitución de la creatura, afirmando que: la Imagen nos vincula con Adán, pero la semejanza nos vincula con Cristo, quien es el Nuevo Adán. No obstante, Nuestra razón de este maravillo encuentro, no es reflexionar los males de Adán continuados en la creatura, sino los frutos de salvación que se poseen en nuestra semejanza, con Cristo el Señor. San Agustín[3], Hasta cierto punto tenía muy en claro la importancia de la caridad y la asistencia a los hermanos: “Si tu flaqueza no desprecia al humilde, serás fuerte en el excelso”. Por consiguiente, Se corrobora así, que la Iglesia ha atendido al llamado de los hermanos al punto que, el mismo San Agustín, no deja de lado la condición que envuelva a la creatura: ser débil, y se muestran dos ideas muy palpables: a) con esa misma naturaleza frágil alcanza la bondad de Dios, para sí y el prójimo, b) a pesar de poseer una herida original que no cierre el corazón, ni lo endurezca tanto como piedra.
Hemos conocido las gran pedagogía del Creador que a la debilidad le sale al encuentro en la Persona de Cristo por medio del Espíritu Santo, pero a los hermanos en necesidad les deben salir al encuentro, los cristianos: “Denles ustedes de comer”[4]
            Es muy claro y evidente que la soberbia y el orgullo del mundo de hoy (AVERSIO A CREATURAS) nos impide hacer volver a la vida, nacer de nuevo a los hermanos sufrientes y distantes así como también quieren que no resplandezca la luz en sus miradas, sin una cuota de cruz y de coronas de espinas. De modo similar inició la Iglesia de Cristo: Crucificada en el dolor y Glorificada con espinas en el sufrimiento, traspasada con profundas heridas que laceran los costados de muchos hijos que de diversos modos han expuesto su vida como semilla de nuevos cristianos, y todo, a causa de conducir a los pueblos con corazón de piedra, amando lo terrenal al punto de despreciar al creador y por ende, a la creatura.
             Avivado nuestro ánimo, no por la Imagen (Adán) sino por el Espíritu que impulsó a la Semejanza (Cristo), siga nuestra reflexión imitando el evangelio que no es solo Ley y profetas[5] sino que es una luz para los ojos atribulados y lacrimosos del necesitado, luz para su oscuridad, luz que ilumina su soledad, luz para su entendimiento, Luz para sus horas de debilidad, en síntesis es una luz para su falta de amor. “Es la Luz de la caridad que es más social que humana.”




[1] Cfr. SAN AGUSTÍN, De diversis quaestionibus ad Simplicianum, 1, 2, 18
 
[2] Cf. Col.1,20
[3] Sermón142, 1-3
[4] Lc. 9,13; Jn. 6,9.
[5] Cf. (Mc. 9, 2-9) “" (v3) sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. (v4) Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús”

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