viernes, 28 de septiembre de 2018

El Camino de Renovación de la Iglesia

El Camino de Renovación de la Iglesia
Al Excelentísimo Monseñor Doctor
Edgar Robinson Peña Parra[1]
Pbro. Mg. José Andrés Bravo Henríquez
Director del Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina Social de la Iglesia
Arquidiócesis de Maracaibo
Universidad Católica Cecilio Acosta
Camino de renovación de la Iglesia: Vaticano II
El 28 de octubre 1958, hace sesenta años, la Iglesia y la humanidad entera vive una agradable sorpresa, un regalo del Altísimo, es elegido papa un italiano campesino, el patriarca de Venecia, el papa bueno, Juan XXIII. Se trata, sin duda, de una acción divina que rompió lo cotidiano y creó cambios radicales. Un acontecimiento evangélico, es decir, una buena noticia para el mundo sumergido en profundos cambios, llenos de conflictos y crisis. Aún se viven las penas de las recientes guerras mundiales y una llamada “Guerra Fría” en pleno desarrollo, no menos violenta. La amenaza de una guerra nuclear que destruiría totalmente a la humanidad, mientras muchos países luchan por sus independencias políticas.
Por otro lado, encuentra una Iglesia tratando de salvarse y protegerse a sí misma presentando a un Dios cada vez más alejado del mundo. Como escribe el teólogo alemán Walter Kasper, se ha alejado tanto a Dios del mundo, que hemos hecho a Dios menos mundano y un mundo más ateo. En este contexto, el rostro de una nueva presencia de la Iglesia en la humanidad contemporánea se asoma al barcón del Vaticano en la persona del ya anciano de 77 años Ángel Roncalli, Juan XXIII.
Juan XXIII abre el camino de renovación, rejuveneciendo a la Iglesia en su interior y de cara a la humanidad, colocándola a la altura de los grandes y graves desafíos de nuestra época con el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). Hace poco celebramos cincuenta años de tan magno evento, tan importante que todos experimentamos en él un nuevo pentecostés, una nueva acción del Espíritu Santo que, como en los primeros discípulos de Jesús, lanza valientemente a la iglesia al mundo para una nueva presencia de Dios salvador, para la evangelización renovada. Hoy escuchamos al papa Polaco Juan Pablo II diciéndonos, al comienzo del nuevo milenio, que debemos seguir interrogándonos sobre la acogida y puesta en práctica del Vaticano II. Pues, dice el papa grande, “con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Novo millennio ineunte 57).
Se ha dicho que Juan XXIII es elegido como un papa de transición, es decir, por un tiempo corto mientras se encuentre otro mejor. En esto observamos que los humanos hacemos los cálculos, pero el Espíritu Santo es quien actúa. Como lo diría el teólogo Ives Congar, realmente su pontificado significó una verdadera “transición o paso de una Iglesia en sí a una Iglesia para los hombres, abierta al diálogo con los otros. Este aspecto se puso de relieve en el Concilio o con ocasión del Concilio, pero también en el estilo tan pastoral y tan evangélico de este corto Pontificado”.
Así, el 11 de octubre de 1962, con la inauguración del Concilio Ecuménico Vaticano II, se comienza un camino renovador que, impulsado por Juan XIII, es protagonizado de una manera concreta por su inmediato sucesor, el humanista contemporáneo Juan Bautista Montini, elegido papa el 21 de junio de 1963, tomando el nombre de Pablo VI (1963-1978), quien inmediatamente anuncia a la humanidad: “Hago mía la herencia de Juan XXIII, de feliz memoria, convirtiéndola en programa para toda la Iglesia”. Se refiere al Concilio Vaticano II, marcando sus objetivos por lo que entregó su vida entera: una auto-comprensión más clara de la Iglesia, su renovación interior, tender puentes hacia el mundo contemporáneo y realizar un esfuerzo de unidad con los hermanos de otras religiones cristianas.
Más específico lo señala en su programática encíclica Ecclesiam suam el 6 de agosto de 1964, tres pensamientos agitan nuestro espíritu: “Esta es la hora en que la Iglesia debe profundizar la conciencia de sí misma… Brota, por tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación… El segundo pensamiento…, a fin de encontrar no sólo mayor aliento para emprender las debidas reformas, sino también para hallar en vuestra adhesión el consejo y apoyo en tan dedicada y difícil empresa, es ver cuál es el deber presente de la Iglesia de corregir los defectos de los propios miembros y hacerlos tender a mayor perfección y cuál es la vía para llegar con sabiduría a tan gran renovación” (ES 4). Su tercera inquietud es el diálogo de la Iglesia con el mundo, no para censurar ni condenar, sino para respetar su autonomía y brindarle el servicio de la evangelización. Una Iglesia sirvienta de la humanidad o, como hoy lo pide el papa Francisco, una Iglesia samaritana, con entrañas de misericordia.
Pablo VI, a quien pronto se nos permitirán llamarlo san Pablo VI, es el Concilio en marcha. No sólo lo siguió y lo culminó, sino que lo aplicó en la gran reforma profunda y radical. En esta época dialogar con el mundo contemporáneo significaba encontrarse con la diferentes culturas en el proyecto de la evangelización de las culturas. Pero, para la situación de miseria y dominación socio-política del Tercer Mundo, exigía una nueva acción evangelizadora que integrara el progreso y la liberación de los pueblos. Aquel sueño de Juan XXIII de una Iglesia para todos, especialmente para los pobres, encuentra continuidad de compromiso en Pablo VI. Es ahí donde nos cuestiona desde la Evangelii Nuntiandi 31: “¿Cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?”.
Pablo VI le debe Latinoamérica la Conferencia de Medellín en 1968, inaugurada personalmente por él. Una Iglesia que se presenta liberadora, con una clara opción preferencial por los pobres y oprimidos, una Iglesia de comunión de cuyo seno nace el signo renovador con las comunidades de base. Es Pablo VI quien convoca la Conferencia de Puebla y le entregó la Evangelii Nuntiandi como base para sus estudios.
Puebla es convocada por Pablo VI poco antes de su partida al cielo. Igual, fue convocada por el feliz papa Juan Pablo I en sus pocos días de su ministerio petrino. La Iglesia no se detiene y su continua renovación avanza guiada por el Espíritu Santo. Finalmente, es el papa grande Juan Pablo II quien convoca y preside la Conferencia de Puebla en 1979. Juan Pablo II viene a proponer una Iglesia que renueva su misión evangelizadora con su proyecto pastoral más querido: la nueva evangelización con nuevos métodos,  nuevo ardor y nuevas expresiones, marcando así la Conferencia de Santo Domingo, convocada y presidida por él en 1992.
A Benedicto XVI le corresponde seguir adelante con una Iglesia abierta al mundo e inaugura la Conferencia de Aparecida el año 2007. Recuerdo sus primeras intervenciones destacando que la Iglesia está viva. Impactante su encíclica Caritas in Veritate (2009), celebrando los cuarenta años de la Populorum Progressio de Pablo VI. Dice el hoy papa emérito: “La crisis nos obliga revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo” (CV 21). La Iglesia y la humanidad actual son proyectos abiertos, tareas que nos comprometen. Ciertamente, un mundo mejor es posible, tenemos vocación de construir el reino de Dios.
El Papa Francisco, nueva etapa de renovación
Después de cincuenta años del Vaticano II, el Señor vuelve a sorprender al mundo con el regalo de un papa nuevo, latinoamericano, de gestos y palabras claras y sencillas para que su mensaje siga penetrando en el interior de cada persona del siglo XXI, invitándonos a abrir nuestras vidas al Evangelio de Jesús. Ciertamente, desde que el papa Francisco, el 13 de marzo de 2013, se asomó al balcón del Vaticano, pidiendo al pueblo que lo bendijera antes de bendecir él al pueblo, se siente la presencia de un tiempo nuevo, de renovaciones, para seguir construyendo el camino de sus predecesores, el mundo fraterno, fundado en el amor. Con la exigencia de una visión de Iglesia como Jesús, pobre para los pobres, desde el principio de misericordia, una Iglesia samaritana. Es como dar un renovado impulso al sueño de Juan XXIII cuando expresaba que el Concilio debe auto-comprenderse como la Iglesia de todos, especialmente de los pobres. El sueño de Pablo VI que, al culminar el Concilio, proclama a la Iglesia como la sirvienta de la humanidad, es la misma Iglesia samaritana del papa Francisco.
He leído un libro de dos periodistas, el paisano del papa, Sergio Rubin y la romana Francesca Ambrogetti, que trata de una conversación con el entonces cardenal de Buenos Aires Jorge Bergoglio. En esta obra, el rabino amigo del primado de Argentina, que presenta la obra, Abraham Skorka, define el pensamiento de Francisco con dos vocablos: “encuentro y unidad”. A mi juicio, es esto lo que expresan sus gestos y palabras, desde que comenzó su ministerio como obispo de Roma.
En el referido libro, habla ya sobre un tema apasionante y urgente: “la construcción de una cultura del encuentro”, como propuesta concreta a una situación de individualismo, discordia y desencuentro: “En este momento creo que, o se apuesta a la cultura del encuentro, o se pierde. Las propuestas totalitarias del siglo pasado –fascismo, nazismo, comunismo o liberalismo- tienden a atomizar. Son propuestas corporativas que, bajo el cascarón de la unificación, tienen átomos sin organicidad. El desafío más humano es la organicidad. Por ejemplo, el capitalismo salvaje atomiza lo económico y social, mientras que el desafío de una sociedad es, por el contrario, cómo establecer lazos de solidaridad”. Así piensa el cardenal que hoy es el papa Francisco.
Esto es lo que nos ha estado transmitiendo como pastor universal. Por ejemplo, al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 23 de marzo de 2013, calificando el acto como un encuentro con todos los pueblos, “que quiere ser idealmente el abrazo del papa al mundo”; propone un proyecto común: el amor a los pobres y el esfuerzo en construir la paz. Y les manifiesta el auténtico sentido de su ministerio como pontífice. De ahí su programa más querido: crear puentes de encuentro entre las personas humanas con Dios y entre sí. En concreto, “la lucha contra la pobreza, tanto material como espiritual; edificar la paz y construir puentes. Son como los puntos de referencia de un camino al cual quisiera invitar a participar a cada uno de los Países que representan”.
Otro de sus discursos emblemáticos sobre el mismo tema es el del encuentro con los representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales, y de las diversas religiones, el 20 de marzo de 2013. De entrada los invita a asumir de nuevo el deseo de Jesús de la unidad en la fe: “Éste será nuestro mejor servicio a la causa de la unidad entre los cristianos, un servicio de esperanza para un mundo todavía marcado por divisiones, contrastes y rivalidades”. Luego, manifiesta su deseo sincero de un diálogo respetuoso con las comunidades judías y musulmanas, con el fin de cooperar para el bien de la humanidad. Pues, con la promoción de la amistad entre las personas de diversas tradiciones religiosas, “podemos hacer mucho por el bien de quien es más pobre, débil o sufre, para fomentar la justicia, promover la reconciliación y construir la paz”.
Por último, quisiera referirme también al discurso que ofrece a la clase dirigente del Brasil el día 27 de julio del año 2013. Aquí insiste en “un proceso que hace crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la relación; ésta es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir”.
Luego pasa a llamar la atención sobre la responsabilidad social. Claramente afirma que “quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como desafío histórico sin precedentes, tenemos que buscarlo, tenemos que insistir en la misma sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria”.
Completa su reflexión sobre el humanismo integral, respetando la cultura original y asumiendo la responsabilidad solidaria, con el tema recurrente que traza su línea fuerte de encuentro y unidad, “el diálogo constructivo”. Asegura que “el único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca, la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social, que es la que favorece el diálogo”.
Mons. Edgar Peña, asociado al proceso renovador
Hoy el Señor de la historia miró de nuevo a tierra latinoamericana y encontró a un Sacerdote nacido en el Saladillo, sector más tradicional y mariano en la Ciudad de Maracaibo, del Estado Zulia, Venezuela. Un sacerdote que sale de clero de nuestra Arquidiócesis de Maracaibo, su excelencia mons. dr. Edgar Robinson Peña Parra. Nacido el 3 de marzo de 1960, comienzo de la década renovadora de la acción evangelizadora de la Iglesia, en plena preparación del concilio Vaticano II. De una buena y digna familia cristiana de Robinson Peña, su padre, y Adela Parra de Peña, su madre.
Dios vino a buscarlo para la importante misión de trabajar muy cerca del papa Francisco, correspondiéndole seguir las líneas trazadas en la Exhortación Evangelii Gaudium de la reforma de la Iglesia en salida misionera, entendida como la totalidad del pueblo de Dios que evangeliza, apuntando a la inclusión social de los pobres. En fin, una impostergable renovación eclesial, para decirlo con las mismas palabras del papa Francisco.
Hoy, excelencia, hermano y amigo, te toca soñar con el papa Francisco. El papa dice: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el leguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto-preservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentas pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (Evangelii Gaudium 27). Sólo para indicar una muestra de lo significa trabajar alado del papa Francisco.
Nosotros, excelencia, conocemos lo que significa esta misión y te estaremos acompañado con nuestras oraciones y, desde nuestra instancia pastoral, específicamente desde esta tu Universidad Católica Cecilio Acosta, con la acción renovadora que nos corresponda asumir. Señores universitarios, familia UNICA, invitados especiales, este sacerdote zuliano, Edgar Peña, nuestro profesor honorario, es elegido por el papa Francisco como sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado del Vaticano, misión que comienza el próximo 15 de octubre.
Su excelencia es presbítero desde el 23 de agosto de 1985, ordenado por mons. Domingo Roa Pérez, entonces arzobispo de Maracaibo, después de haber cursado estudios de filosofía y teología en los Seminarios Santo Tomás de Aquino de San Cristóbal y el Interdiocesano Santa Rosa de Lima de Caracas.
Lleva consigo una exitosa pastoral en diferentes Parroquias de nuestra Arquidiócesis, Nuestra Señora de Guadalupe (Sierra Maestra), San Pablo Apóstol (La Rotaria) y San Rafael Arcángel (El Moján). Esto sirva de testimonio de que el elegido para tan importante misión, no es un improvisado, le tocó, como joven sacerdote desarrollas una pastoral rural y popular, muy cerca de la gente, como le gusta al papa Francisco. También sirvió como profesor del seminario Mayor Santo Tomás de Aquino de Maracaibo. Pretenciosamente les digo que nuestro rector, el padre Eduardo Ortigoza y yo, somos testigos fieles de tan valiosa misión pastoral de su excelencia en nuestra Arquidiócesis. Pues, les hemos acompañado por estos caminos.
Doctorándose en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y en la Pontificia Academia Eclesiástica para realizar su formación al servicio diplomático de la Santa Sede. Su tesis doctoral versa sobre “los derechos humanos en el sistema interamericano a la luz del Magisterio Pontificio”. Convirtiéndose así en el primer diplomático venezolano al servicio de la Santa Sede.
Su misión diplomática comenzó en Nairobi-Kenia, donde también representó a la Santa Sede ante las Agencias de las Naciones Unidas para el Ambiente y para la vivienda conocida como HABITAT. Luego, pasa a la nunciatura de Yugoslavia en Belgrado, en medio de la guerra de los Balcanes. De ahí pasa a Suiza, Ginebra y luego a Sur África. Es así como cumple su misión diplomática en la Misión Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, Organizaciones Especializadas y la Organización Mundial del Comercio. Es consejero de la Nunciatura en Tegucigalpa-Honduras y, después, en la Nunciatura de México, donde le correspondió ejercer como encargado de negocios.
También en África hemos tenido el honor de contemplar de cerca su grata y comprometida presencia muy cerca de los misioneros. En Kenia nos invitó, al padre Eduardo y a mí, a visitar Turkana, un pueblo nilótico en el noroeste de Kenia. Ahí pasamos la noche y el día domingo compartiendo una bella experiencia espiritual y pastoral de los misioneros. De su cercanía y preocupación por los misioneros sacerdotes, religiosos y laicos, también hemos sido testigos.
El 8 de enero de 2011 es nombrado por el papa Benedicto XVI arzobispo titular de la Diócesis de Telepte, situada en la antigua Túnez, y nuncio apostólico de Pakistán. Consagrado arzobispo por Benedicto XVI el 5 de febrero de 2011. El 21 de febrero el papa Francisco lo nombra nuncio apostólico en Mozambique hasta este momento. Ahora ha venido a Maracaibo para ofrecer al Señor su nueva misión eclesial en el Altar de la Virgen de Chiquinquirá, la Sagrada Dama del Saladillo, donde le acompañamos pueblo y pastores en una sola plegaria a la amada Chinita de Maracaibo.
Hoy, nuestra Universidad, unida en comunión con la Iglesia de Venezuela y su pueblo, le expresamos nuestra felicidad por este nuevo paso en su entrega sacerdotal al servicio de la Iglesia y la humanidad. Nos honra entregarle la Orden Cecilio Acosta en su Única Clase para su distinguida personalidad, al excelentísimo monseñor doctor Edgar Robinson Peña Parra, hermano y amigo. Y con su excelencia, a nuestro querido papa Francisco por quien oramos cada vez que nos pide rezar por él. Es él quien nos anima a avanzar en la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad (cf. Evangelii Gaudium 221). No será fácil trabajar alado del pastor universal. Pero será fascinante ayudarle al papa Francisco a cargar la cruz de la humanidad. Ya sabes, todo lo puedes en Aquel que te conforta.

[1] Discurso de Orden promunciado el 27 de septiembre 2018 por motivo del conferimiento de la Orden Cecilio Acosta de la Universidad Católica “Cecilio Acosta” al excelentísimo monseñor Doctor Edgar Robinson Peña Parra, nombrado por el papa Francisco como sustituto para asuntos Generales de la Secretaría de Estado del Vaticano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario