martes, 3 de abril de 2018

MENSAJE DE PASCUA 2018


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

¡Jesús ha resucitado! Este es el mensaje que resuena esta noche en todas las vigilias que los cristianos celebramos en el mundo entero. Nos hemos congregado, nosotros también, al término del largo camino cuaresmal, para recibir con inmenso gozo esta noche de fiesta, de luz y de vida, renovar con gozo nuestra condición cristiana y comprometernos a trasmitir tan maravillosa noticia.
La resurrección de Jesús de entre los muertos, tres días después de haber sido crucificado, junto con dos ladrones en el monte de la calavera, no marca solamente la conclusión de su historia personal y de su ministerio público en Palestina, sino también la conclusión gloriosa de toda la historia de la salvación.
Todo comenzó, como lo escuchamos en las lecturas de esta noche, en tiempos remotos. Dios creó un universo armonioso, que llegó a su culmen con la creación de la pareja humana “a imagen y semejanza” suya. Varias veces el autor del relato a medida que va desgranando, día tras día la obra creadora, deja claro que todo brotó de las manos de Dios con armonía y belleza. El “todo está bien”, se transforma en “todo está muy bien”, cuando tiene ante sí a la primera pareja humana. Esa belleza y esa bondad sufre un profundo descalabro con el pecado de Adán y Eva, y se prolonga, como una onda maléfica e indetenible, de división, odio, venganza, codicia, guerra y destrucción, envolviendo el orbe entero, su historia y sus pueblos, en un manto de tinieblas.
Pero Dios no dejó a ninguna de sus criaturas en el abandono. Con Noé, con Abrahán, y luego con Moisés y seguidamente con Josué, los jueces, los reyes, los profetas y los sabios llevó adelante, a través la historia concreta de un pueblo, su plan salvador. Ni los tumbos del ser humano, ni las infidelidades del pueblo de Israel, por su dura cerviz y su corazón de piedra, detuvieron la persistente búsqueda de Dios-Pastor de sus ovejas perdidas.  A través de personas elegidas primero, y finalmente, en la persona de su mismo Hijo hecho hombre, hizo real y efectiva su presencia redentora.
La llegada de su Hijo a este mundo en el seno de María, la sierva pobre de Nazaret, marcó el inicio de la plenitud de los tiempos (Gal. 4,4). Con él, con su vida, su mensaje, su obra, su entrega y finalmente su muerte en cruz y su admirable resurrección, Dios llevó a feliz término lo empezado en la creación y desarrollado a través de los siglos con la primera alianza.
Es hermosa la historia que hemos escuchado llenos de exultación, en el himno que anuncia, al inicio de esta velada, la llegada de la Pascua. “Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. En la primera pascua un solo pueblo, el pueblo hebreo, pasó a través del Mar rojo, de la esclavitud a la libertad. La noche en que Cristo resucita, es la humanidad entera que pasa el infranqueable Mar rojo, a través de las aguas del bautismo, de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida.
Nunca terminaremos de gozarnos de esta victoria de Jesús. “¡Qué asombroso beneficio de su amor (el de Dios) por nosotros! ¡Qué incomparable su ternura y caridad!” Con esta Noche dichosa se inicia una nueva creación; se levanta un nuevo sol “que no conoce ocaso”. La nueva creación que se inicia el primer día de la nueva semana, es una obra “más maravillosa todavía que la misma creación del mundo”. Por obra de Jesucristo, el nuevo Adán y la nueva Eva, su Iglesia, todas las cosas empiezan a confluir hacia aquella unidad y belleza plural y armoniosa, que tuvieron en su origen.
Si. Exultemos, hermanos, ¡porque esa noche de liberación también es nuestra! ¡Es la Pascua de toda la humanidad! ¡Es nuestra Pascua, tu pascua! Cristo Jesús portando la cruz, no ya como signo de suplicio sino como trofeo de victoria, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes; expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos”.
El diablo pierde definitivamente su dominio sobre este mundo ¡Se une nuevamente y para siempre el cielo con la tierra, la humanidad con Dios, el tiempo con la eternidad, el ser humano con su semejante, los hombres con la creación! Dios Padre abre nuevamente las puertas de su casa a sus hijos pródigos, los viste de la dignidad de hijos suyos, les da un nuevo corazón sensible y apasionado por el bien, les comunica un nuevo Espíritu, los invita a todos a la fiesta y los habilita para cumplir amorosamente sus mandatos.
Lo ocurrido esa noche en Cristo, pasa a ser de ahora en adelante, patrimonio de la nueva humanidad. Todos estamos implicados en lo que vivió Jesús en las horas amargas de su pasión. Ahora todos también quedamos asociados a la vida nueva y viviremos con El para siempre.  Ya no estamos llamados a vivir perpetuamente en pugna, en guerra. Los enemigos nos podemos volver hermanos. Los egoístas acaparadores aprendemos a compartir; los rencorosos a perdonar, los codiciosos a compartir, los irrespetuosos y violentos a dialogar. La lucha y la destrucción mutua, a través de la explotación, no son ya el motor de la historia sino el amor y la misericordia, hechos perdón, compasión, cercanía y servicio desinteresado. Todo empezó bello y ahora es posible que todo pueda terminar también bello: otro mundo, otras relaciones humanas, otra organización política y social en beneficio de todos.
¡Todo puede concluir también bello! Así se lo comunica el joven lleno de luz, sentado a la derecha de la tumba vacía, a las mujeres, la madrugada del domingo.  “¿Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado? No está aquí. Ha resucitado”. Ahora vayan a decirle a los discípulos que no han perdido su condición de discípulos míos, pese a su fracaso rotundo y a su huida cobarde (Cfr. Mc 14,50). Díganles que la historia no ha terminado. Ahora es cuando empieza. Que vuelvan a Galilea, que la retomen, pero ahora conmigo, a la luz de mi resurrección, caminando delante de ellos, como su verdadero y definitivo Maestro y Señor.
Esta es la Pascua que nos ofrece el Señor. Nosotros también, estamos invitados, a la luz y bajo la fuerza irradiante del resucitado, a retomar el hilo de nuestras existencias, desde nuestras respectivas Galileas, y a releer, bajo esta luz, toda la historia de nuestra vida, con sus tumbos, sus caídas, sus tinieblas e infidelidades, sus negaciones, traiciones y zancadillas. Él nos precede. Él va adelante. Él marca el camino.
Renovemos con nuestras promesas bautismales este sagrado compromiso. Proclamemos con más fuerza y entusiasmo que nunca, la fe que hemos recibido. No tenemos mayor tesoro que éste. La luz de Cristo nos ha iluminado. No dejemos que otras falsas luminarias nos encandilen y engañen. Para elevar el nivel de calidad de nuestras vidas y la de nuestros hermanos más desposeídos, tenemos una medida formidable: la de Jesús. Esa es la única medida por la que tenemos que vivir, movernos, organizarnos y avanzar en este mundo. Él alumbra y comunica su luz consumiéndose. Así tenemos que vivir siempre, como Cristo: alumbrando, comunicando luz y consumiendo, de esta manera, entregada y servicialmente nuestras vidas por los más débiles. Esta es la fuente de la vida y de la verdadera felicidad.
Con la resurrección del Señor, reafirmamos nuestra esperanza y nuestro compromiso caritativo” (Mensaje de la Presidencia de la CEV del 19-03-18). Oxigenemos a Venezuela con este nuevo soplo de esperanza. Devolvamos a los pobres y sencillos sus ganas de vivir y su protagonismo para emprender los cambios necesarios. Presionemos a nuestros gobernantes para que dejen de matar, de dividir, de robar y en vez de mantener al pueblo en la esclavitud, el hambre y la mendicidad, le devuelvan su dignidad y su protagonismo. Nuestra patria puede aún levantarse de su tumba y resucitar a una vida nueva. No estamos solos. El Señor Jesús, con toda la fuerza de su vida y de su amor, camina con nosotros. Con caridad y misericordia trabajemos unidos por la reconciliación de nuestra Patria.
Les invito a acoger las dos invitaciones que nos ha hecho la presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), en su reciente mensaje del 19 pasado:
a) Organizar este domingo de resurrección u otro cercano, en cada una de nuestras comunidades parroquiales, una olla solidaria, una mesa de misericordia, un convite fraterno con los pobres y necesitados, en la que todos participemos como expresión de nuestra fe en esta nueva vida en Cristo resucitado.
b) Llevar a cabo, en el fin de semana del 19 al 22 de abril, en todas las comunidades parroquiales de Venezuela una jornada nacional de oración, al estilo de las “Cuarenta Horas”, acompañadas con gestos significativos de misericordia y caridad.
¡No tengamos miedo! ¡La piedra ya está corrida! ¡El sepulcro está vacío! ¡El crucificado está vivo para siempre! Con humildad y valentía, pongamos nuestra parte, como María de Nazaret y sus compañeras, para que la luz y la vida de Cristo resucitado, que empezó a desparramarse por el mundo en la noche de Pascua, salgan al encuentro de nuestros hermanos, ilumine sus senderos y transforme sus existencias. Nuestra Iglesia, nuestro país, el mundo entero, por donde se están regando tantos compatriotas, lo necesitan hoy más que nunca.
¡Felices Pascuas de Resurrección! ¡Jesucristo ha resucitado!
Maracaibo, 31 de marzo de 2018



No hay comentarios:

Publicar un comentario