martes, 13 de noviembre de 2018

Los Ministros del Canto Litúrgico

Los Ministros del Canto Litúrgico
Pbro. Mg. José Andrés Bravo Henríquez
Director del Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina Social de la Iglesia
Arquidiócesis de Maracaibo
Universidad Católica Cecilio Acosta 

               En mi pueblo, el Templo Parroquial se encontraba frente a la plaza principal, al otro lado de ésta se encontraba un local de bailes donde se reunían algunos jóvenes pobladores para divertirse con licor y música. La música expresaba los sentimientos del momento histórico baladas y ritmos bailables, que tenían sentido porque alegraban el ambiente festivo de la reunión. Si la música era de otra época o mal tocada, los jóvenes y las demás personas se iban o morían de aburrimiento. Una vez, en ese mismo local se realizó, con mucho éxito, un concierto de cantos del 60 y 70. Por supuesto, se llenó de viejos y algunos jóvenes asistieron para conocer la música de la época de sus abuelos. Esto nos indica la importancia de la música y cantos para una reunión.
          Una vez estuvo de moda un canto al ritmo de rock and roll, que decía algo así: “Jesucristo, Jesucristo, yo estoy aquí…”. La verdad es que la letra era muy bella como una oración al ritmo de la época. Para sorpresa de muchos, se cantaba en el bar y en la Iglesia. No faltaron las críticas, pero los mismos jóvenes asistían tanto a las fiestas del local mencionado como a la Eucaristía de la Iglesia. ¿Cómo lo ven? El mismo canto en dos ambientes humanos totalmente distintos. Ahora bien, la cuestión que nos ocupa es si el músico y cantor de un bar tiene el mismo interés y el mismo espíritu que el que canta en las Misas. ¿Cuál es la especificidad del cantor litúrgico?
          Antes debo decirles que escribo esto motivado por la inquietud de un joven director de un coro parroquial, quien recientemente me llamó para preguntarme sobre la espiritualidad del, como ellos lo llaman correctamente, ministro del canto litúrgico. Ministro es servidor, así lo entiende el cristiano. Pienso que sirve también para ellos las mismas consideraciones que el papa Francisco hace sobre la homilía. Por eso, parafraseando al papa (Cf. Evangelii Gaudium 138), la Misa no es un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, más bien debe darle el fervor y el sentido a la celebración. Esto, de principio, es fundamental. Es como cantar el “Santo Gregoriano” en el bar.
          Tienen que saber que el movimiento litúrgico que impulsó la reforma del Concilio Vaticano II exige para una nueva liturgia que en ella se revele y se viva el misterio de amor de Jesús que ofreció su vida para nuestra salvación y, para este propósito, la mayor formación y participación del pueblo. Esto nos condujo a la Constitución Conciliar sobre la Liturgia (Sacrosantum Concilium). Uno de sus grandes enseñanzas es la de centrar los sacramentos, especialmente la Eucaristía, en la dinámica de la historia de la salvación. Ellos no son productos de la lógica humana, sino de la acción salvadora de Dios en el tiempo humano, es decir, la historia. Deben, por tanto, revelar este misterio en sus ritos y celebraciones, para que Dios siga actuando su salvación en nosotros.
          Al recuperarse la riqueza del “signo”, se recupera la bella simbología del canto y la música. Así el sacramento celebrado es signo de la presencia de Dios en medio del pueblo. La pascua en una liturgia renovada es núcleo del misterio de la Iglesia. De esta forma la liturgia, celebrada correctamente y con la dulzura natural del lenguaje humano, se convierte en epifanía de Cristo y de la Iglesia. Cristo crucificado es el acto de amor más grande, el sacrificio eucarístico, porque es cuando verdaderamente entrega su cuerpo y derrama su sangre para la salvación. Desde la cruz es donde el amor se hace extremo para atraernos a Él y hacer de nosotros un solo Pueblo de Dios en comunión. A la vez, revela la pascua eterna, porque es la fiesta de la resurrección, el triunfo de la vida, la liberación de todo pecado y sus consecuencias.
          Desde esta acción divina hecha humana en nuestra liturgia, ¿cómo cantar un canto al Señor en tierra extrajera? Es decir, desde una vida esclavizada por el egoísmo, las pasiones desordenadas, las discordias, el odio, las injusticias y toda clase de maldad. En un bar, quizás, pero en la Eucaristía jamás. El ministerio del canto litúrgico debe ser ejercido de modo tal que ayude a que la celebración alcance la armonía de la comunión.
          A partir de estas consideraciones, le he respondido al joven director del coro de su parroquia. Primero, para entender la espiritualidad debemos superar la visión dualista de la persona humana, para asumir una visión integral según el humanismo cristiano. La persona humana no es un cuerpo y un alma yuxtapuestos. Por eso muchos piensan que espiritualidad es exaltar lo espiritual que hay en mí, para mortificar lo corpóreo porque es materia. Por el contrario, el ser humano es una compleja unidad de cuerpo y alma, integrada en su ser. Podemos, incluso, decir que somos un espíritu encarnado o un cuerpo espiritualizado. Sólo que, en el bautismo nos unimos íntimamente a Cristo en quien el Padre Dios nos adopta como hijos suyos y el Espíritu Santo habita en nosotros como en su casa. Somos hijos del Padre, en comunión de amor con su Hijo y templos del Espíritu Santo. Espiritualidad es vivir según el Espíritu Santo quien, habitando en nosotros, dinamiza nuestra existencia para vivir los valores del Evangelio de Jesús. Tal como lo enseña San Pablo en la carta que dirige a los romanos (capítulo 12): ofrecerse en el mismo sacrificio de Cristo, ser una ofrenda agradable a Dios; vivir la humildad de la caridad en la comunidad; vivir la caridad con todos los seres humanos aunque sean enemigos; ser luz despojándonos de las obras de las tinieblas y revestirnos de las vestiduras de la luz; vivir la caridad con los débiles acogiéndolos en la fe; en fin, vivir según el Espíritu es vivir el mandato nuevo  del Señor, el amor fraterno. Todo lo que hacemos debe ser inspirado, movido y santificado por el Espíritu. El ministro del canto litúrgico hace crecer la relación con Dios siempre que el Espíritu Santo lo mueva, lo inspire, lo edifique, lo santifique; para glorificar a Dios, edificar la Iglesia y santificarse personalmente.
          Para concluir, les exhorto a cumplir el ministerio del canto litúrgico como una bella vocación otorgada de lo Alto, por eso cantar en la liturgia es distinto a cantar en un sitio de fiesta. Los otros cantantes hacen espectáculos, ustedes hacen oración, crean puentes milagrosos para que los seres humanos puedan acercarse a Dios y éste los pueda recibir con su misericordia. Con sus poesías y melodías provocan la comunión entre la asamblea y la Trinidad Santísima. Si en sus cantos no se conectan con la Comunidad Divina de Amor, que es el Dios que Cristo nos reveló, es que no están siendo movidos por el Espíritu que habita en ustedes. Les recomiendo, pues, mucha oración comunitaria, ensayen como si fueran a cantar por primera y última vez, mediten la Palabra de Dios, mediten también la letra y la música de cada canción, estén serenos y confiados, estimen más el éxito y esfuerzo del otro, celebren, abrácense, felicítense. Que la asamblea litúrgica no los sienta distraídos, peleados, divididos, competitivos, de mal humor. Cuando se ha faltado o errado en algo, descubran que son humanos y pidan perdón y, los  otros, no se cansen de perdonar.
          Lo más bello de los cantos cristianos bien hechos es que transparentan la misma belleza de Dios, la armonía de lo diverso No canten para que los admiren y aplauden, sino para que vean que Dios nos ama y que nosotros también debemos amarnos. ¡Canten, canten y canten bien, hasta que irrumpa  la justicia en la aurora!

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