miércoles, 29 de enero de 2020

Abraham Reyes Yo subí los cerros de Caracas con un Santo


Abraham Reyes
Yo subí los cerros de Caracas con un Santo
Pbro. Mg. José Andrés Bravo Henríquez
Director del Centro Arquidiocesano de Estudios de Doctrina Social de la Iglesia
Arquidiócesis de Maracaibo
Universidad Católica Cecilio Acosta

          El día 13 de enero pasado me llaman desde Caracas para anunciarme la buena noticia de que se ha propuesto a la Conferencia Episcopal de Venezuela el proyecto de presentar a la Congregación de la Causa de los Santos la petición de agregar a la lista de los beatos al Diácono Abraham Reyes y a su esposa Patricia de Reyes. Con gran complacencia todos los Obispos y Arzobispos acogen la propuesta y la aprueban unánimemente.
Para mí es un revivir la memoria feliz de una persona extraordinaria como lo fue el hermano Abraham, como le decíamos porque así nos llama a nosotros. Para él, todos tenemos el mismo título, hermano. Esto es aprendido por su participación en el Movimiento de Apostolado Legión de María, desde donde fue madurando su fe cristiana conducido por las manos de la Virgen, su predilecta devoción.
Ama con mucha profundidad a la Virgen María, en especial, bajo la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá, sin ser zuliano, pues, nace en el Estado Falcón. Así lo vive y lo expresa con sencilla espontaneidad. Es que cuando entra a formar parte de la Legión de María lo hace motivado por la promesa de dedicar su vida al servicio de la Santísima Virgen. Así lo ha cumplido con excepcional fidelidad. En su maduración de la fe cristiana, para que su entrega sea total, se forma hasta convertirse en uno de los primeros diáconos permanentes de la Iglesia venezolana.
        Mi alegría de la buena noticia es mayor cuando me piden mi testimonio sobre su apostolado diaconal en el barrio caraqueño Ojo de Agua situado más allá de Plan de Manzano, cerro arriba, por la carretera vieja de La Guaira. Puedo agradecer al Señor haberme permitido subir los cerros de Caracas con un santo. Es una vida santificada en medio de los pobres, con los pobres, obrero pobre como ellos y amando a Dios en ellos. Por eso afirmo que es un testimonio de la Iglesia pobre para los pobres, como hoy lo desea el papa Francisco. Con una sencillez y humildad extraordinarias que no dejan duda de su autenticidad. Su trato amable y cortés, su bondad y su disponibilidad lo llevan a realizar acciones que nos sorprendían.
Mis compañeros y yo, seminaristas del Seminario Interdiocesano Santa Rosa de Lima, salíamos todos los fines de semana, sábado y domingo, para encontrarnos en el Templo Jesús Obrero de Catia con el hermano Abraham y algunos legionarios de María. Recuerdo a una pareja de esposos mayores y dos o tres muchachas jóvenes. De ahí salíamos hacia Ojo de Agua, deteniéndonos a cada momento porque subiendo hacia el barrio el hermano Abraham solía acercarse a algún joven drogado durmiendo en plena calle o callejón para colocarlo debajo de un árbol cuidándolo del sol, y diciéndonos: “hermanitos, ayúdenme, por favor”. Al principio sentimos miedo, pero con él pronto el temor desaparece. Nos acostumbramos a esos actos que eran constantes. Así que el camino era largo porque, además, todos lo saludan y le ofrecen café con mucho cariño. En verdad es una experiencia espiritual maravillosa cada vez que asistimos a nuestro apostolado como parte de nuestra formación.
        En el barrio Ojo de Agua la gente es muy pobre, vive realmente en miseria. Cada vez que llegamos nos cuentan los sucesos: que un niño murió mientras bajaban hacia el hospital, que violaron a una niña, que mataron o hirieron a alguien, entre muchas cosas muy lamentables. Tocamos el sufrimiento humano. El hermano Abraham nos enseña con su  valentía a acompañarlos en sus dolores. Muchas veces nos esperan para rezarle a un difunto en su velorio, muchos “velorios de angelitos” (de niños). También visitamos a los enfermos y rezamos por ellos, algunos habitantes de ahí nos acompañan. Consolamos a los padres cuando la policía les mata a un hijo o se lo llevan preso. Nada de eso lo podemos hacer sin la fuerza espiritual del hermano Abraham.
Celebramos la Palabra de Dios en la calle, enseñamos catecismo y preparamos a los niños para la primera comunión. Hacemos teatros y actos culturales con los jóvenes. El hermano Abraham es uno de los mejores catequistas que he conocido en mi vida, lo digo de verdad. Con diapositivas y grabaciones, con un estilo tan impresionante y original. Una vez nos presentó una guía para el catequista escrito por él mismo, en hojas cocidas con hilos. Asiste a muchos cursos y se preparaba muy bien. Les cuento que en el barrio había un terreno donde botaban la basura de la Ciudad, muchas familias inhumanamente se sustentaban y se alimentaban de ese basurero hasta que el gobernador de entonces lo quitó y, en cambio, construyó una cancha deportiva. Una vez no asistieron los niños ni los jóvenes a quienes enseñábamos el catecismo porque todos tenían juego. Eso no fue impedimento para el hermano Abraham: baja hasta la cancha, previo acuerdo con el entrenador quien deja un espacio ahí mismo para enseñar el catecismo. El hermano Abraham es muy respetado por todos, todos los escuchan y jamás hemos sido testigos de algo desagradable, ni con él ni con nosotros. Bueno, en verdad si hubo algo desagradable porque una vez unos malandros lo amenazaron y le querían quitar dinero, pero, que recuerde, no pasó nada grave.
        Una vez hubo en el barrio una situación difícil con un señor con una pierna muy infestada y desde su rancho se deprende un olor muy desagradable, tanto que ninguno pasa por el frente por lo insoportable del olor. El hermano Abraham no sólo se acerca, como buen samaritano, sino que lo saca del rancho y lo monta con él en un taxi hasta dejarlo en la puerta de un hospital. Ahí lo deja, creyendo que no sobreviviría, pero un día recorriendo una calle del barrio se acerca un señor con muletas, con una pierna amputada y vendiendo billetes de lotería, se postra a los pies del hermano Abraham para besárselos en agradecimiento porque le había salvado la vida. Se trata del mismo señor de la pierna infestada. El hermano Abraham lo levanta enseguida y lo abraza lleno de alegría. Mis compañeros y yo al ver esta escena realmente evangélica, nos pusimos a orar por tan hermoso milagro de amor.
        Almorzamos en cualquier casa, aunque se selecciona una para este servicio porque el hermano Abraham le compra el mercado. Un día la pareja de esposos que viven en los bloques del 23 de Enero y forman parte de nuestro equipo, nos invita a almorzar en su apartamento. Es, les aseguro, un momento revelador. Ahí palpamos lo grande del corazón del hermano Abraham. Por cierto, en ese sitio, donde existen muchos jóvenes drogadictos, el hermano acostumbra repartir hojas con mensajes contra la droga en las oscuras y peligrosas escaleras de los edificios.
Mientras almorzamos, los señores de la casa, amigos de él, le pidieron que nos contara la historia de su gran sueño, se hizo de rogar un poco porque dice que no tiene gran importancia. Nos cuenta que él vivía en una casa construida por él y su esposa con mucho esfuerzo y sacrificio, con sus propias manos. A su barrio asistió un sacerdote jesuita con un grupo de estudiantes que los visitó y reunió a los que ahí habitaban para plantear las necesidades del barrio. Él asiste con su esposa. En la misma época, una señora amiga lo invita a pertenecer a la Legión de María, pero su respuesta es no. También nos contó que haciendo servicio militar, en tiempo de Pérez Jiménez, enferma seriamente. Ahí, con gran desespero le pide la salud a la Virgen de Chiquinquirá con la promesa de visitarla en Maracaibo. La Virgen cumple su deseo, nos dice humildemente, pero él se olvida de la promesa.
En este contexto que vive en su barrio con la presencia del sacerdote y los estudiantes, por un lado, y, por otro, la invitación a pertenecer a la Legión de María, tiene un sueño. Nos advierte que no se trataba de una visión ni nada extraordinario, sólo un sueño, como no queriendo ser tratado por místico o algo así. En fin, sueña que la Virgen de Chiquinquirá le reclama la promesa. Así de sencillo y claro. Pero, a mi juicio, lo mejor es su respuesta. Al despertar, sin miedo ni angustia, con firmeza le responde a la Virgen que él no puede cumplir esa promesa porque no tiene recursos económicos para visitarla en Maracaibo. Decidido le dice que en cambio le ofrece su vida a servirle siempre. Inmediatamente asiste a la Legión de María para ser aceptado como uno de sus miembros y sigue participando de las reuniones con el sacerdote y sus alumnos.
En esas reuniones determinan que la necesidad más urgente del barrio es una escuela. El hermano Abraham y su amada esposa se mudan a otro ranchito y donan su modesta casa que tanto sacrificio les costó para que ahí funcione la escuela del barrio. Termina su relato revelándonos que así nace Fe y Alegría. Recuerdo ese almuerzo, si me lo permiten, como un ágape eucarístico.
Agradezco al Señor por esas maravillosas experiencias espirituales y pastorales que he vivido con el hermano Abraham. No he tenido la gracia de conocer a su esposa Patricia. Sin embargo, desde que recibí la noticia de la propuesta para que sean venerados como beatos, oro por esa causa tan hermosa. También les rezo a ellos para que intercedan ante el Señor misericordioso por la libertad de Venezuela, por los más sufridos.
Conservo la esperanza de volver a visitar aquel cerro caraqueño que se debe convertir en reliquia de amor, de bondad y misericordia, donde el próximo, si así lo permite Dios, beato sube cerros caraqueños. Ojo de Agua, no eres ni mucho menos el menor de los barrios, porque Dios te amó por el amor de un santo, el hermano Abraham. Abraham y Patricia, rueguen por nosotros.
Maracaibo, 29 de enero de 2020.

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