jueves, 22 de abril de 2010

Bicentenario

Por Rafael Díaz Blanco
Alzando la voz

Mientras la conmemoración oficial del Bicentenario se convierte en tergiversación de la historia y propaganda mentirosa; los obispos venezolanos nos ofrecen una Carta Pastoral con sus de reflexiones y orientaciones.
Para el Episcopado, el 19 de abril y el 5 de julio brilló la civilidad. Luego, ante la incomprensión del sueño de libertad, unidad y paz prevalecería la división y la guerra.
Los prelados señalan que después de 1830 todo el siglo XIX estaría afectado del militarismo dificultando el desarrollo social, económico y político. En el siglo XX terminan las guerras civiles pero surgen dictaduras que conculcan los derechos fundamentales.
El tiempo presente lo desglosan en dos períodos contrastantes. El primero a partir de 1958 caracterizado por bonanza económica relativa, movilidad social, institucionalidad democrática y afianzamiento de una cultura civilista, de pacificación y pluralismo, con progresos en salud, educación y cultura. A finales de los 70: economía dislocada, creciente desilusión de las mayorías, demandas de cambio en la distribución equitativa y justa del ingreso petrolero, de participación protagónica de los más pobres, de combate a la corrupción y los privilegios. En el segundo período que comprende las últimas tres décadas observan desgaste y distorsión en la vida democrática por agotamiento de los partidos, desencanto ciudadano e insuficiente e inadecuada atención a las necesidades y expectativas de las mayorías solo atenuada por la descentralización. Destacan el inicio, con gran respaldo popular, del proceso constituyente que concretaría un cambio de régimen, y luego de sistema, calificado como revolucionario, de pretensión totalitaria. Para la Iglesia, el proyecto de socialismo del siglo XXI dista mucho de lo que el pueblo venezolano aspira y reclama. Millones de venezolanos continúan en condiciones materiales, institucionales y morales indignas.
El Episcopado exige luchar contra la explotación, dominación y arbitrariedad y crear un “espacio común” espiritual y social e instituciones que promuevan los derechos humanos integralmente. Llama a colaborar en la reconstrucción material y espiritual de la República. Rechaza el individualismo y el estatismo. Constata la deuda social y condena el populismo, el derroche y la discontinuidad administrativa.
La Iglesia concluye pronunciándose por una sociedad auténticamente justa, sin exclusiones ni divisiones; libre y democrática, con pluralismo, división de poderes, estado de derecho, calidad cultural. Una Venezuela de todos y para todos, con atención preferencial a los más débiles, sin exclusiones ni presos políticos.

Publicado en el Diario La Verdad de Maracaibo el 22 de abril de 2010
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