viernes, 21 de mayo de 2010

La Iglesia en Venezuela (II)


Andrés Bravo
Capellán de la UNICA

En mi opinión, el Concilio Plenario de Venezuela (CPV) debe estudiarse comenzando por el segundo documento, a saber “La comunión en la vida de la Iglesia en Venezuela” (CVI) porque, tal como lo hace la Constitución Lumen gentium (LG) del Vaticano II, debemos primero enfocar nuestra atención en el misterio de la Iglesia revelado en la historia salvífica donde Dios realiza su designio, para luego comprender, desde este mismo misterio, su misión y su estructura.

Siguiendo el método inductivo, que parte de la realidad con toda su complejidad, una mirada de fe que luego es juzgada por el misterio de Dios revelado para iluminar las líneas de acción pastoral que identifica el misterio de la Iglesia en clave de comunión y misión, el documento en cuestión exige a la misma Iglesia peregrina en Venezuela una profunda conversión. Esto significa la superación de lo que durante la historia ha ensombrecido su rostro y ha impedido su auto-comprensión y, por tanto, también el cumplimiento de su misión de cara a la humanidad. Está, pues, invitada a superar una concepción puramente jerárquica e institucional que anula el sentido de la corresponsabilidad pastoral de todo el Pueblo de Dios; para aceptar debidamente la diversidad de ministerios y carismas, dando impulso a los diversos equipos pastorales que expresen la comunión y participación, así como la solidaridad entre las diversas iglesias particulares.
La conversión hacia una Iglesia Comunión como la quiere Jesús, que sea sacramento del misterio de Dios que es Comunión de Amor, nos exige romper radicalmente con las sombras del individualismo y el sectarismo. Ciertamente, una de las gracias luminosas que podemos exhibir es lo que expresa nuestro documento en el numeral 12: “Existen experiencias de comunión desde pequeñas comunidades eclesiales, donde se hace presente el protagonismo de los laicos desde sus respectivos ministerios, movimientos de apostolado, instituciones seculares con su compromiso social y otros ámbitos de participación, que ayudan a conformar la parroquia como comunidad de comunidades en un proceso participativo y de corresponsabilidad en la tarea evangelizadora”. Sin embargo, para fortalecer esta realidad y promoverla donde no existe, como signo concreto de conversión, el mismo documento nos exige superar lo que textualmente acusa en el numeral 19: “Los movimientos de apostolado seglar, y otras experiencias de asociación, han sido una gracia para la Iglesia en Venezuela, pero algunas veces, por falta de diálogo y sentido de comunión, se ha caminado paralelamente, creándose una actitud sectaria y de distanciamiento con los demás movimientos y organismos pastorales de la diócesis. Hay algunos de estos movimientos que son supradiocesanos y con proyectos y planes elaborados en un contexto nacional, sin integración a la pastoral ordinaria de la diócesis”.
Ciertamente, el camino del diálogo es importante; pero fundamental es formarnos en el sentido de comunión para vivir como Iglesia, sacramento de Dios-Amor. Pues, ésta es la causa principal, que señala el documento en el numeral 27, de la mentalidad individualista y fragmentaria de las personas de Iglesia: “Una débil formación para la comunión y la corresponsabilidad en los miembros del Pueblo de Dios”. A veces, lamentablemente, la formación para la comunión es, no débil, más bien nula. Por eso, el CPV, desde la carta pastoral de convocatoria al evento (1998), expresa su sentido y finalidad en buscar “impulsar a una mayor fidelidad y entrega a Dios Uno y Trino, mediante un encuentro vivo con Jesucristo, que lleve a una conversión personal y comunitaria, a una mayor comunión eclesial y a una más amplia solidaridad social, particularmente con los pobres”. Sólo así podemos erradicar de nuestros corazones la “actitud individualista y fragmentaria, …, que desemboca en la autosuficiencia y en la escasa valoración del otro y de las experiencias que no sean propias” (CVI 29).
Aunque en estas líneas he alcanzado expresar sólo la primera parte del documento, no puedo dejar de reforzar el llamado urgente a la conversión expresado por el mismo documento como su primer, yo diría, su principal desafío: “Vivir el proceso de conversión y reconciliación como signo de comunión y unidad” (CVI 58).
Ahora bien, la dinámica de toda conversión es la que el documento adopta como su método. Estar consciente de la realidad que vivimos, las luces y las sombras, hasta llegar a las causas. Buscar en el misterio de Dios revelado el camino que debemos andar para fortalecer las luces y superar las sombras, para luego poder emprender la tarea de enfrentar los desafíos y vivir, según el Evangelio de Jesús, la Iglesia que Él fundó. Pidamos, pues, a Dios que nos conceda la conversión de corazón; para obtener la reconciliación y alcanzar a vivir la comunión con Él y con nuestros hermanos, y, finalmente ser un solo Pueblo de Dios (cf. Misal Romano).

No hay comentarios:

Publicar un comentario