miércoles, 12 de mayo de 2010

La Iglesia es Evangelizadora

Andrés Bravo
Capellán de la UNICA

“…has de evangelizador” (Tim 4,5). Esta solemne exhortación que Pablo hace al Obispo Timoteo constituye la identidad y la vocación de la Iglesia. Se trata de anunciar el Evangelio de Jesús. Evangelio es una palabra de origen griego que significa Buena Nueva o Buena Noticia. Se trata, entonces, de anunciar el mensaje de Jesús que es una buena noticia. Todos los seguidores de Jesús, unidos en comunión, estamos llamados a anunciar su Evangelio. Somos evangelizadores. Si no asumimos con eficacia y responsabilidad la tarea eclesial de evangelizar, tendríamos que revisar nuestra identidad de cristianos.
El mismo Jesús se identificó con esta misión que afirma haberlo recibido del Padre al ser ungido por el Espíritu Santo. En el bautizo, Jesús es presentado por el Padre como el Don Amado que revela al Amante, y recibe de Éste el Espíritu Santo, Espíritu de Amor y Comunión (Lc 3,21-22). Más tarde, cuando comienza ya su servicio en el pueblo, predicando en la Sinagoga de Nazaret nos enseña que Él es el ungido por el Espíritu del Señor, tal como lo había profetizado Isaías (Is 61,1-2), “para anunciar a los pobres la Buena Nueva… proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Podemos decir con Paulo VI en la Evangelii nuntiandi (EN) que Jesús es el primero y mayor evangelizador (EN 7). Realmente, en la medida en que somos configurados a Él por el bautismo, somos con Él, evangelizadores.
El Evangelio que Jesús nos anuncia con hechos y palabras tiene como centro el reinado de Dios. Es decir, la presencia activa y eficaz de Dios que nos libera del pecado y sus consecuencias, y nos hace partícipe de su Comunidad de Amor (La Trinidad). Esta es la Buena Noticia: ya el mundo pecador ha sido derrotado, el Amor ha vencido, somos salvados. Los pobres reciben esta Buena Noticia con alegría porque Dios rige a su pueblo con justicia y socorre a los pobres de la tierra. Porque Dios “desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,51-53). Por el contrario, los detentores de los poderes que tiranizan al pueblo tiemblan de miedo, el mensaje de que ha nacido el Rey en Belén de Judá, el Mesías, es para ellos una mala noticia (Mt 2,1-12). El Evangelista Marcos testimonia que Jesús comenzó su servicio proclamando que el Reino de Dios está cerca y, por eso, invita a cambiar la orientación de sus vidas para creer en esta Buena Noticia (Mc 1,14-15). Por eso, aquellos que reciben el mensaje del Reino como Buena Noticia adquieren el compromiso de ser sus constructores, cambiando su modo de vivir.
Los Pastores latinoamericanos reunidos en Puebla (1979) sintetizan: “A las palabras, Jesús unió los hechos: acciones maravillosas y actitudes sorprendentes que muestran que el Reino anunciado ya está presente, que Él es el signo eficaz de la nueva presencia de Dios en la historia, que es el portador del poder transformante de Dios, que su presencia desenmascara al maligno, que el amor de Dios redime al mundo y alborea ya un hombre nuevo en un mundo nuevo” (Puebla 191). Ciertamente, el Reino se identifica con la persona de Jesús. Los mismos Pastores reunidos después el año 1992 en Santo Domingo (SD) mantienen esta certeza de que “Jesucristo es el Evangelio del Padre”. Por eso, al preguntarse ¿qué es evangelizar? se responde con firmeza: “El contenido de la Nueva Evangelización es Jesucristo. Evangelio del Padre, que anunció con gesto y palabra que Dios es misericordioso con todas sus criaturas, que ama al hombre con un amor sin límites y que ha querido entrar en su historia por medio de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros, para liberarnos del pecado y todas sus consecuencias y para hacernos partícipes de su vida divina” (SD 27). Pero, el mismo Jesús sigue evangelizando en su Iglesia.
Antes de su ascensión a la casa del Padre, Jesús transmite esta misión de evangelizar a la Iglesia. A Ella le corresponde alcanzar a la humanidad entera, enseñarle el Evangelio y convertir a los hombres y mujeres en sus seguidores (cf. 28,19). La fuente de esta misión es la misma misión de Jesús que con su presencia en la historia la ha evangelizado a Ella. Pero, la fuerza que la dinamiza es la efusión del Espíritu Santo que viene a Ella el día de Pentecostés. Tal como le sucedió a Jesús en su bautizo, la Iglesia recibe el Espíritu Santo y los seguidores de Jesús rompen con sus miedos y timideces para dejar oír sus voces anunciando el Evangelio. Así nace la Iglesia y comienza su servicio a la humanidad.
Esta misión evangelizadora no consiste en implantar la Iglesia, sino de convocar con la Palabra de Dios a los hombres y mujeres del mundo entero a una vida comunitaria de fe, esperanza y amor; que tiene en la Eucaristía su máxima expresión. Porque, lo dice mejor Juan Pablo II, “la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión. Siempre es el único e idéntico Espíritu el que convoca y une la Iglesia y el que la envía a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra” (Christifideles laici 32).

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