Capellán de la UNICA
Para el cristiano el fundamento de su reflexión doctrinal y de su praxis pastoral es el dato de fe de Dios que irrumpe en la historia y se autorevela hasta tal extremo de hacerse hombre y habitar en nosotros. Este misterio de la encarnación del Hijo de Dios le da sentido superior a todo lo humano. Sin olvidar lo definido en el segundo Concilio Constantinopolitano reafirmado por el Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, de que por la encarnación Dios asume todo lo humano, pero no lo absorbe. Es decir, lo humano no desaparece ante la misteriosa unión con lo divino. Más bien lo humano se enaltece y adquiere una nueva dignidad mucho más enaltecedora. De ahí que nada hay humano que no sea asumido por Jesucristo, como tampoco hay nada humano que le sea indiferente a la Iglesia. Ella no sólo está al servicio de los seres humanos, es humana, es la comunidad de los seres humanos que siguen a Jesús.
La misión de la Iglesia es la de anunciar el Evangelio de Jesús. Él vino a predicar el Reino de Dios que, aunque debe realizarse en nuestra historia, sólo encuentra su plenitud en la eternidad. Por eso Jesús indica, por un lado, que su Reino está en medio de los hombres y, por el otro, que no es como los de este mundo. Se trata de un nuevo dominio en los pueblos, que se realiza en la fraternidad universal y se manifiesta en el extremo del amor en la cruz donde el Hijo se entrega a la muerte. Es pues, una buena noticia (Evangelio) que ocupa la vida y la doctrina de Jesús y su Iglesia. Esto, necesariamente, trastoca el orden de la sociedad con sus sistemas socio-políticos. Los hombres de poder se ven amenazados por la presencia de Jesús. Sin embargo, los pobres de la tierra, se abren a una nueva esperanza de liberación. Esto está significado en el anuncio del Ángel a los pastores: “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). También en el himno de María donde anuncia que Dios “actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes…” (Lc 1, 46-55). Por eso, ante el testimonio de los sabios de oriente, Herodes y su poder temblaron de miedo (cf. 2,1-12).
Al comenzar su ministerio, Jesús entra a la Sinagoga de Nazaret y lee el comienzo del capítulo 61 del profeta Isaías y, con este pasaje profético, presenta su programa de acción: anunciar el Evangelio a los pobres, dar la libertad a los presos y la vista a los ciegos, liberar al oprimido y anunciar el año del Señor (cf. Lc 4,16-21). Esta es la prioridad de su acción. Felizmente, Juan Pablo II ha referido esta escena de Jesús, en su convocatoria al Jubileo del tercer milenio, indicando su relación con la práctica del Año Sabático del pueblo de la antigua alianza. Ahí podemos saber en qué consiste “el año del Señor” anunciado por el Profeta y asumido por Jesús como su misión. Sencillamente, podríamos interpretar que se trata de la reconciliación de la humanidad entre sí y con Dios, para lograr la comunión del amor, símbolo del Reino predicado por Jesús. En concreto, leemos en el capítulo 15 del libro del Deuteronomio: toda deuda sea perdonada porque es el año del perdón, “de esta manera no habrá pobres entre ustedes… Si hay algún pobre entre tus compatriotas en alguna ciudad del país que el Señor tu Dios te da, no seas inhumano ni le niegues tu ayuda a tu compatriota necesitado; al contrario, sé generoso con él y prestare lo que necesite… No dejará de haber necesitado en la tierra, y por eso yo te mando que seas generoso con aquellos compatriotas tuyos que sufran pobreza y miseria en tu país”. Es el año de la libertad.
Todo esto nos ayuda a comprender lo que para el cristiano significa la política. No crean que los discípulos le Jesús entendían lo que consiste su Reino predicado. Aún tienen la idea de un Rey soberano que impone su voluntad ante todo un pueblo que se convierte en súbdito, con un orden jerárquico estricto. Ya ven ustedes que la Madre de Juan y Santiago ingenuamente le pedía a Jesús los mejores puestos para sus hijos. Jesús aprovecha la oportunidad para enseñarnos que existe un tipo de gobierno y sistema político autocrático, dictatorial y tiránico: “Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos” (Mt 20,25). Pero, para Jesús gobernar es servir. El ejercicio de la política es esencialmente el arte del servicio al bien de todos, siguiendo los criterios del Evangelio del Reino que tiene como meta la fraternidad universal: “El que entre ustedes quiera gobernar, deberá servir a los demás” (Mt 20,26). A eso llamo el Evangelio de la política.
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