Estamos atrapados entre
el desastre y la impotencia, con problemas graves que no se resuelven sin
cambios de fondo y sin una nueva unidad democrática que inspire y movilice a la
mayoría venezolana. La altisonante retórica
revolucionaria no murió aplastada por la oposición, sino por el fracaso brutal
en los hechos y realidades inocultables. El 2014 es el final de una ilusión,
pero necesitamos convertirlo en el comienzo de una nueva realidad esperanzada. Ilumina
relacionar este año 14 con los dos anteriores, 1914 y 1814.
En 1914 estalla la 1ª guerra mundial, que demuestra cómo la más alta
“racionalidad instrumental” puede combinarse con la estupidez: potencias
enfrentadas en el saqueo colonial, en el desarrollo industrial, y en las
guerras con eficaces armas (tanques, ametralladoras, aviones y gases
venenosos). Dos bloques enfrentados con sus respectivas alianzas, con hambre de
guerra y falsa confianza en que ésta sería breve y triunfal. Armados los
espíritus y con ganas de aplastar al enemigo… La guerra relámpago no fue
suficiente y los orgullos nacionalistas se enfrentaron en la batalla de Verdun en guerra de trincheras que se prolongó meses
con los hombres pudriéndose entre barro y cadáveres. ¿Resultado? Medio millón
de muertos y heridos por cada bando. Todo para nada. A su vez el Zar ruso y la
decadente nobleza mandaban a millones de campesinos mal armados y peor
dirigidos como carne de cañón contra Austria y Alemania. ¿Cosecha en 1918? Ocho
millones de muertos, desaparecidos cuatro imperios que fueron alegres a la
guerra (alemán ruso, austriaco y turco). Además, con la humillación, mutilación
y resentimiento de la Alemania derrotada, quedó prendida la mecha para la
locura de otra guerra más espantosa con algún Hitler que apareciera y con
instrumentos de muerte más eficaces para
elevar a 80 millones el número de
cadáveres.
¿Piensan que nuestro
año 2014 se resolverá dejando correr la inercia o con el enfrentamiento total para
eliminar al otro?
El año 1814, el más espantoso de nuestra historia republicana, empezó
con Bolívar triunfante y proclamado “Capitán general de los ejércitos”. El
joven “Libertador de Venezuela” en 1813 apostaba todo al exitoso avance relámpago
hacia Caracas y la guerra a muerte sin contemplaciones contra “españoles y
canarios”. “Nuestra bondad se agotó ya (…) Nuestro odio será implacable y la
guerra será a muerte” (Bolívar. Mérida junio de 1813) Con igual o mayor salvajismo se asesinaba en
el bando realista. Bolívar quería trazar una línea divisoria entre americanos y
españoles, pero ganó Boves con la guerra de los americanos de abajo contra los de arriba, de
esclavos y mestizos contra los blancos
hacendados; una guerra de odio racial con botín. En meses el triunfo
esperado se convierte en derrota y escribe Bolívar “Terribles días estamos
atravesando: la sangre corre a torrentes: han desaparecido los tres siglos de
cultura, de ilustración y de industria: por todas partes aparecen ruinas de la
naturaleza o de la guerra. Parece que todos los males se han desencadenado
sobre nuestros desgraciados pueblos” (mayo de 1814) “Vuestros hermanos y no los
españoles han desagarrado vuestro seno, derramado vuestra sangre, incendiado
vuestros hogares…”, dice ahora Bolívar. Los venezolanos de Boves tomaron Valencia,
Caracas, Barcelona, Cumaná… En la derrota los jefes patriotas se dividieron y
se culparon unos a otros; unos pudieron huir y otros murieron. En el exilio, comprendió
el Libertador que dominio militar no es gobierno y dos años después empezó el
lento amanecer gracias a la nueva visión social y civil, a Páez que atrajo a
los llaneros de Boves, a cambios en el frente militar y al esfuerzo civil-constitucional de Angostura.
La tragedia de la 2ª República enseña que no bastan las
buenas intenciones: En el Manifiesto de Carúpano (7-9-1814) de 1814 Bolívar
derrotado dice que su intención era liberar, pero se siente
como “el instrumento infausto de sus espantosas miserias”, aunque “mi
conciencia no ha participado nunca del error voluntario, o de la malicia”. No
basta querer para lograr hechos; el desastre fue inmenso, como lo será hoy. El
actual naufragio sólo tiene salida con un nuevo entendimiento nacional para
cambiarlo todo. La guerra social es buena para destruir, pero funesta para construir
lo que Venezuela pide a gritos.
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