lunes, 3 de febrero de 2014

Fe y Política


Pbro. J. Andrés Bravo H.
Capellán UNICA

            Nuestra reflexión pretende responder a la cuestión sobre la relación entre la fe cristiana y la vida política. Existen quienes piensan que por ser cristianos no deben tener nada que ver con la actividad política. Otros que por ser políticos se apartan de su vida de fe. Recuerdo que en una reunión juvenil un joven emocionado dijo que habiendo encontrado al Señor se apartó de la política. Otro, más sereno y reflexivo, le respondió que ahora con mayor  razón, desde los valores cristianos, debería vivir la vocación política. Pero, que no redujera  la política al solo trabajo partidista. En realidad, no se puede entender seguir a Jesucristo apartado de la vida social. Pues, lo dice la Iglesia, “la fe cristiana no desprecia la actividad política; por el contrario, la valoriza y la tiene en alta estima” (Puebla 514). Juan Pablo II, por su parte, hace énfasis en que “para animar cristianamente el orden temporal —en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad— los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la «política»; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”. Es más, “todos y cada uno tienen el derecho y deber de participar en la política, si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas y responsabilidades”.  No es excusa decir que la política es sucia por la infeliz experiencia que vivimos. “Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública” (Christifideles Laici 42).
Partimos del principio de que todo ser humano es persona, sujeto de derechos y deberes que se deben vivir en una comunidad libre y pacifica. Este llamado a ser libre en convivencia exige aceptar responsablemente toda obligación de la vida social, asumiendo las exigencias de la comunidad humana al servicio del bien común. No se comprende la vida cristiana indiferente e insensible ante un pueblo sumergido en la miseria, en el sufrimiento, obligado a un régimen opresor que le manipula con limosnas y le niega su participación y su libertad. La Iglesia, a la que casi nunca se quiere escuchar, acusa proféticamente la conciencia cristiana porque “son, también, responsables de la injusticia todos los que no actúan a favor de la justicia con los medios de que disponen y permanecen pasivos por temor a los sacrificios y a los riesgos personales que implica toda acción audaz y verdaderamente eficaz. La justicia y, consiguientemente, la paz se conquistan por una acción dinámica de concientización (sic) y de organización de los sectores populares” (Medellín, Paz 18),
Ciertamente, no se debe caer en la tentación de la violencia. En una actividad política movida por el seguimiento a Jesús exige tener una firme conciencia de justicia y un sentido dinámico de responsabilidad y solidaridad. Defender sobre todo, como lo enseña Jesús en su Evangelio, el derecho de los pobres y oprimidos. Denunciar los abusos del poder que someten al pueblo a su yugo. La vida espiritual, sacramental y apostólica deben llevarnos a la vivencia sincera del amor; y amar cristianamente es practicar la justicia. Los Centros Educativos y los Medios de Comunicación de inspiración cristiana deben formar el sentido crítico del servicio social. Finalmente, la misma Iglesia nos exhorta: “Luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre o de un solo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos” (Gaudium et spes 75).

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