miércoles, 10 de septiembre de 2014

El Padrenuestro



Andrés Bravo
Docente de la UNICA

            Cuando se cuestionan las vivencias religiosas, se espera una respuesta que nos haga despertar al deseo de vivirlas con mayor autenticidad. La oración que nos enseñó Jesús está hoy en el tapete de la opinión pública. No nos detengamos en defender a Dios. Seguro él sabe cómo hacerlo. Ocupémonos el cómo nosotros podemos descubrir el sentido de la oración y busquemos la manera de practicarla con autenticidad cristiana. El testimonio es más efectivo. En esto debemos dejar de hablar tanto: “No piensen que por mucho hablar serán escuchados” (Mt 6,7). Más bien aprovechemos para reflexionar sobre uno de los textos más hermosos y rico de contenido divino y humano, el Padrenuestro (Lc 11,2-4; Mt 6,9-15).
            Para san Agustín, en el Padrenuestro se encuentra el resumen de la Sagrada Escritura, el contenido de la esperanza, el símbolo de la gratuidad de la gracia. El Cardenal Martini asegura, por su parte, que nuestra oración “resume todo el cristianismo, lo que somos, lo que vivimos, todo lo que necesitamos, lo que nos califica como hijos de Dios en camino hacia el Reino. Es una oración que nunca terminaríamos de meditar y, cuando no sabemos orar, basta retomar poco a poco, palabra por palabra el Padrenuestro”.
            En el Evangelio de San Mateo (6,5-15) el texto de nuestra oración forma parte del Sermón de la Montaña. El Maestro nos enseña a orar sin hipocresía y sin charlatanería, porque sólo queremos expresar la intimidad del corazón al Padre eterno. Es ahí donde nos propone una simple formula que lo pueden aprender de memoria hasta los niños más pequeños y entenderla hasta las personas más humildes. Subrayando, al final, la necesidad de perdonar para que el Padre nos perdone.
            En el Evangelio de Lucas (11,1-15), los discípulos se impresionan con el testimonio de Jesús que ora continuamente al Padre. Esto despertó en ellos el deseo de pedirle: “Señor, enséñanos a orar”. Aquí se privilegia la importancia de la oración insistente, contante y sincera. Porque “si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”.
            Es una oración que nos hace reconocernos hijos de Dios. Jesús nos ha dicho siempre que Dios es Padre de todos. Por eso también nos ayuda a encontrarnos y aceptarnos como hermanos entre nosotros. San Cipriano resalta esta dimensión comunitaria y fraterna del Padrenuestro: “Ante todo, el Maestro de la paz y de la unidad no quiso que la oración se hiciera individual y privadamente, de modo que cuando uno ore, ore solamente por sí. No decimos Padre mío, que estas en los cielos, ni: dame hoy mi pan, ni pide cada uno que sea perdonado o que él solo no caiga en la tentación y sea librado del mal. Nuestra oración es pública y comunitaria; y cuando oramos, no pedimos por uno solo, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo somos uno”.
No permitamos, pues, que el Padrenuestro nos enfrente los unos contra los otros. Precisamente, es la oración de la reconciliación con Dios y entre nosotros: “…perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Así podemos participar del reino de Dios. Esto significa que pedimos y nos comprometemos a que sea el Padre quien, en comunión con el Hijo Jesús y el Espíritu Santo, reine mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a crecer hacia la gran comunión que les ofrece Cristo.
En la oración dominical (del Señor), se hacen presentes los misterios fundamentales de la fe cristiana: la revelación de Dios como Padre (Abba), la trascendencia de Dios (estás en el cielo) que se hace inmanente en el Hijo encarnado, su Reino (centro de la predicación de Jesús), las necesidades humanas que nos convierte en pobres de espíritu, el perdón y la reconciliación fraterna, las tentaciones y el mal del mundo vencido por la gracia que pedimos al Padre eterno. Con esta oración, deseamos alcanzar las bienaventuranzas.
Finalmente, debemos destacar que una verdadera oración es un diálogo entre nosotros y Dios. En el Padrenuestro alabamos y confesamos al Padre como el Dios eterno cuyo nombre santificamos. Le pedimos que reine con su amor para que su voluntad se realice en nosotros. Reconociéndonos necesitados, le pedimos nos dé el alimento y todos aquellos bienes que necesitamos para vivir con dignidad. Pero, especialmente le pedimos perdone nuestros pecados y no nos deje caer en tentaciones. Además, que nos libre de todos los males.
Nuestra respuesta es a un amor primero: la fe, porque el Padrenuestro es fundamentalmente una profesión de fe a un Padre que viene a reinar entre nosotros y, por su Hijo encarnado, nos salva de todo pecado. Nos comprometemos a vivir según su voluntad, a construir su reino de fraternidad perdonando a todos sin excepción, amando incluso a nuestros enemigos. De esta manera nuestra oración no será como la de los hipócritas (Mt 6,5).

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