martes, 23 de septiembre de 2014

La Iglesia y la Familia




A Guillermo Yepes y Yola González de Yepes
En sus bodas de Oro Matrimoniales

20 de septiembre de 2014
Padre Andrés Bravo

            Para la Iglesia la familia es lo primero y principal, no hay duda. El testimonio de toda la obra pastoral a favor de la familia y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, lo confirman. Y con la familia, la Iglesia se juega todo por el valor humano y divino del matrimonio, institución que funda la familia. Lo dice Pablo VI en su polémica encíclica Humanae vitae: “La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor, el Padre de quien procede toda la paternidad en el cielo y en la tierra. El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor” (HV 8). Estamos, pues, celebrando el amor presente sacramentalmente en el matrimonio y la familia de Guillermo y Yola.

                Juan Pablo II se ocupó desde muy temprano de este tema ofreciéndonos su exhortación apostólica Familiaris consortio (22/11/1981), sobre el matrimonio y la familia, fruto del sínodo de 1980. Es uno de los documentos más completos sobre el tema en cuestión. El principio que sostiene la dignidad del matrimonio y de la familia es el que “Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano” (FC 11).

                Es decir, toda familia es sacramento del ser de Dios que es Comunión de Amor. En el discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrado en Aparecida en el 2007, Benedicto XVI también valora a la familia calificándola como patrimonio de la humanidad. Dice que “Ella ha sido y es escuela de fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente”.

                Hoy, para el Papa Francisco, el sacramento del matrimonio y la familia desafían a la Iglesia con nuevas y graves situaciones. Para ello ha convocado a un sínodo que ha producido un diálogo abierto, quizás el más importante de lo que va del siglo XXI. En un mensaje enviado a los participantes del I Congreso Latinoamericano de Pastoral Familiar celebrado recientemente en Panamá, Francisco sencillamente afirma que “en la familia la fe se mezcla con la leche materna”. Y, ante la pregunta ¿qué es la familia?, responde: “Más allá de sus acuciantes problemas y de sus necesidades perentorias, la familia es un centro de amor, donde reina la ley del respeto y de la comunión, capaz de resistir a los embates de la manipulación y de la dominación de los centros de poder mundanos”.

                También la Iglesia Venezolana se ha ocupado del valor del matrimonio y de la familia. El Concilio Plenario de Venezuela le dedica un documento. A mi juicio, es significativo cuando afirma que “servir a las familias desde la fe implica, en nuestro país, tener claridad en un proceso que, partiendo del designio original de Dios sobre la familia creacional, llegue a la meta del ideal cristiano de la Iglesia doméstica” (IF 36). ¿Por qué la familia es una Iglesia doméstica? Porque está abierta a la vida: Como la Iglesia es fecunda para dar a luz a los hijos de Dios en el bautismo, también la familia fecunda al mundo dando vida humana para hacer crecer a la creación. Porque se práctica la vocación ministerial: como los sacerdotes, el Padre y la Madre son los principales ministros del amor familiar. Porque es una comunidad orante: “Transmite y celebra la fe, reza unida, es lugar de encuentro con Dios”. Y porque, “como la Iglesia, la familia está llamada a peregrinar en la historia. Por tanto, la familia debe aprender a quererse, ayudarse, compartir, perdonar, convertirse”.

                Todavía podemos referirnos a otro texto del Magisterio de la Iglesia, a mi juicio, el más hermoso que yo conozco hasta ahora. Está tomado del documento de la Conferencia de Puebla: “La familia es imagen de Dios que en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia. Es una alianza de personas a las que se llega por vocación amorosa del Padre que invita a los esposos a una íntima comunidad de vida y de amor, cuyo modelo es el amor de Cristo a su Iglesia. La ley del amor conyugal es comunión y participación, no dominación. Es exclusiva, irrevocable y fecunda entrega a la persona amada sin perder la propia identidad. Un amor así entendido, en su rica realidad sacramental es más que un contrato; tiene las características de la Alianza” (Puebla 582).

                Sigue Puebla, para terminar, señalando genialmente los cuatro amores de Dios revelados en la familia. Dice: “La pareja santificada por el sacramento del matrimonio es un testimonio de presencia pascual del Señor. La familia cristiana cultiva el espíritu de amor y de servicio. Cuatro relaciones fundamentales de la persona encuentran su pleno desarrollo en la vida de la familia: paternidad, filiación, hermandad, nupcialidad. Estas mismas relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios Padre, experiencia de Cristo como hermano, experiencia de hijos en, con, y por el Hijo, experiencia de Cristo como esposo de la Iglesia. La vida en la familia reproduce estas cuatro experiencias fundamentales y las participa en pequeño; son cuatro rostros del amor humano” (Puebla 583).

                Ahora bien, concluyo yo, estos cuatro rostros del amor humanos son signos sacramentales de Dios: El amor del papá y la mamá actualiza misteriosamente el amor del Padre eterno. De manera que, al ver a un papá y a una mamá amando a sus hijos, vemos al Padre eterno con su divino amor. Igualmente, cuando vemos a los esposos amándose mutuamente, vemos cómo Cristo ama a su Iglesia y cómo la Iglesia ama a Cristo. De la misma manera vemos el amor del Hijo de Dios, por el Espíritu de amor, amando al Padre, cuando los hijos aman a sus Padres. Y, no hay manifestación más clara del Reino de Dios, que en el amor mutuo entre los hermanos.

                Por eso, la familia, para la Iglesia, es lo primero y principal. Con estas reflexiones del Magisterio de la Iglesia he querido expresar el honor de celebrar con gozo los cincuenta años de vida matrimonial o, con este feliz matrimonio, la fundación de esta Iglesia doméstica, santuario de la vida. Feliz aniversario Guillermo y Yola, gracias por permitirme presidir esta Acción de Gracias.

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