jueves, 30 de abril de 2015

La Dignidad del Trabajo

Andrés Bravo
Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal 21
5° Domingo de Pascua

            En un grupo de estudios interdisciplinar, una economista mencionó que para el cristianismo el trabajo es una maldición. Según ella, así se lo enseñaron las religiosas en su Colegio. Aunque no dio fundamentación, seguramente se refería a una lectura errada de la escena bíblica de la consecuencia del pecado de Adán y Eva, cuando el Creador le dijo al varón: “Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida… Con el sudor de tu rostro comerás el pan…” (Génesis 3,17). La realidad es que el pecado ha roto la armonía original de la creación y las relaciones se tornaron difíciles.
El ser humano no quiere obedecer al Padre eterno y se convierte en hijo rebelde, explotando al hermano y trastornando la relación con la naturaleza haciéndose esclavo del mundo. Como lo enseña la Iglesia Latinoamericana, “el hombre… rechazó el amor de su Dios. No tuvo interés por la comunión con Él. Quiso construir un reino en este mundo prescindiendo de Dios. En vez de adorar al Dios verdadero, adoró ídolos: las obras de sus manos, las cosas del mundo, el mal, la muerte y la violencia, el odio y el miedo, se destruyó la convivencia fraterna. Roto así por el pecado el eje primordial que sujeta al hombre al dominio amoroso del Padre, brotaron todas las esclavitudes” (Puebla 185-186).
Por eso, también las relaciones laborales se utilizaron como instrumentos de explotación con el propósito de buscar una existencia de abundantes riquezas y placeres, a costa del trabajo agobiante de los más pobres. En la historia de salvación encontramos al Faraón que, para mantener su poder absoluto, somete a los hebreos a trabajos pesados e inhumanos. Es el pecado lo que hace del trabajo una relación difícil. Pero, la verdad es que el trabajo humano tiene la misma dignidad de la persona humana que participa de la misma naturaleza divina de su Creador que lo creó a su imagen y semejanza. Dios no maldice el trabajo, maldice el que el ser humano, en contra de su designio divino, se busca a sí mismo y explota a sus hermanos para adorar a los ídolos comunes en nuestra época: riquezas, poderes y placeres. Convirtiéndose a sí mismo en esclavo del mundo.
Con palabras de san Alberto Hurtado, Patrono de la UNICA, podemos afirmar que “por el trabajo el hombre da lo mejor que tiene, su actividad personal, algo suyo, lo más suyo, no su dinero, sus bienes, sino su esfuerzo, su vida misma. Con razón los trabajadores se ofenden ante la benévola condescendencia de quienes consideran su tarea como algo si valor. Trabajar en condiciones humanas es bello y produce alegría, pero esta alegría es echada a perder por los que altaneramente desprecian el esfuerzo del obrero, no obstante que se aprovechan de sus resultados”.
Siguiendo a este santo chileno, gran luchador jurídico y pastoral por la dignidad y la justicia de los trabajadores, podemos destacar tres puntos: En primer lugar, el trabajo tiene tanto valor porque hace crecer a la persona humana, es ella el centro del desarrollo, en todos los niveles, de los pueblos y naciones. En segundo lugar, “el trabajo es un esfuerzo fraternal, es la mejor manera de probar el amor por los hermanos, responde a las exigencias de la justicia social de cada trabajador, pues, el conocimiento de la finalidad del esfuerzo hará más interesante el trabajo mismo”. Un día, alguien pasa frente a una construcción y pregunta a uno de los obreros: “¿qué haces?”, éste, de mala gana y hasta de mal humor, responde: “no ves, estoy pegando bloques”. Sigue preguntando a un segundo obrero lo mismo y como fustigado y cansado responde con igual actitud: “estoy construyendo un edificio”. Pero, un tercer obrero, con una sonrisa en sus labios, con el mismo trabajo, responde: “estoy construyendo la escuela de mi comunidad donde seguramente estudiarán mis hijos”.
Y, en tercer lugar, “el trabajo es santificador en sus resultados, pues, por el trabajo el hombre colabora al plan de Dios, humaniza la tierra, la penetra de pensamiento y de amor, la espiritualiza y diviniza. Por el trabajo el hombre contribuye al bien común temporal y espiritual de las familias, de la nación y de la humanidad entera. Por el trabajo descubre el hombre los vínculos que lo unen a todos los demás hombres, siente la alegría de darles algo y de recibir mucho en cambio”.
Lo más importante es que somos constructores de una nueva sociedad, según el designio de Dios, donde las personas humanas vivimos nuestra dignidad adorando al Padre revelado por el Hijo, en comunión fraterna entre sí y humanizando a las criaturas naturales, por el trabajo, el pensamiento, el arte y la cultura.
            Maracaibo, 3 de mayo de 2015

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