Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal
19
2° Domingo de Pascua
La
Misericordia es uno de los más hermosos frutos de la resurrección del Señor,
dándonos tal dignidad que nos iguala al mismo Padre eterno: “Sean
misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6,36). Es la
vocación a la santidad. Por eso, su práctica nos hace bienaventurados (cf. Mt
5,7). Sin dudas, es la expresión del amor. Cuando el Resucitado se aparece a
sus discípulos, reunidos, encerrados y temerosos, les dice que le entrega al
Espíritu Santo y los envía a perdonar los pecados a los seres humanos, le está
comunicando su propia misión (cf. Jn 20, 22-23). La Iglesia es instrumento de
la misericordia divina, es sacramento de salvación.
Nuestro papa Francisco no deja de hablar de
la misericordia. Una vez hasta nos recomendó (Ángelus del 17/3/2013) leer el
libro del cardenal Walter Kasper, prestigioso teólogo alemán, sobre “la
misericordia, clave del Evangelio y de la vida cristiana” (Sal Terrae,
Santander 2012). Es una obra extraordinaria que conviene leer y meditar. No es
un trabajo teológico, sino espiritual, pastoral y social (pág. 9). Quiero
dedicar esta reflexión para señalar sólo algunos puntos, específicamente el
fundamento bíblico, que nos sirven para nuestro crecimiento espiritual.
La
misericordia es el grito urgente de la humanidad actual, como la paz y la
reconciliación. La historia reciente está marcada por grandes tragedias que nos
hacen cuestionar al mismo Dios y dudar del sentido de la fe: “¿Dónde estaba y
dónde está cuando esto ocurría y ocurre? ¿Por qué lo permite, por qué no
interviene?” (pág. 11). Es la única interrogante que, según Romano Guardini
(1885-1968), no se ha podido formular respuesta acertada (pág. 12).
Hace poco esta pregunta fue lanzada por
Glyzelle Palomar, la niña filipina de 12 años, que entre lágrimas interrogó en
Manila al papa Francisco: “Hay muchos niños abandonados por
sus propios padres, muchas víctimas de muchas cosas terribles como las drogas o
las prostituciones. ¿Por qué Dios permite estas cosas, aunque no es culpa de
los niños? y ¿Por qué tan poca gente nos viene a ayudar?”. A la que el pastor
sólo alcanzó a decir: “Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene
respuesta y no le alcanzaron las palabras y tuvo que decirlas con lágrimas…
Cuando
nos hagan la pregunta de por qué sufren los niños (...) que nuestra respuesta
sea o el silencio o las palabras que nacen de las lágrimas”.
No obstante, a pesar de muchas decepciones, la
búsqueda de respuesta sigue en pie. Ciertamente, ni la resignación ni el
desespero son respuestas válidas para el cristiano. Pues, “dejar de plantear la
pregunta por el sentido significa renunciar a la esperanza de que algún día
reinará la justicia” (pág. 13). Matar a Dios no satisface nuestras inquietudes.
“Sin Dios estamos por completo – y además sin salida – a merced de los destinos
y azares del mundo y de las tribulaciones de la historia. Sin Dios no hay ya
instancia alguna a la que apelar, no existe ya esperanza en un sentido último y
una justicia definitiva” (pág. 14). Como preguntaba alguien que sufría una
desgracia: en estos casos, ¿qué hacen los que no creen?
La
cuestión no es sobre la posibilidad de la existencia de Dios. Se trata de
encontrarse con el Dios que es bueno y misericordioso. Recuerdo haber leído el
testimonio de conversión del filósofo español Manuel García Morente, quien
después de una batalla existencial, en medio de sus angustias, pudo aceptar al
Dios providente, pero lo rechaza porque lo sentía un Dios malvado que se
complace en hacer sufrir a los humanos. Hasta que lo descubrió crucificado,
cargando con todos los sufrimientos de la humanidad. Este encuentro con un Dios
solidario, amoroso hasta el extremo de entregar su vida por los pecadores,
siervo sufriente, bueno y misericordioso, le cambió radicalmente su existencia.
En una entrevista le preguntan al papa
Francisco: ¿quién es Jorge Mario Bergoglio? Responde enseguida que es un
pecador. Y explica: “Soy un pecador que, como lo hizo con Mateo, el Señor me
miró con ojos de misericordia y me llamó”. Volviendo a aquel primer Ángelus de
su ministerio como obispo de Roma, exclama nuestro pastor que “un poco de
misericordia hace el mundo menos frío y más justo”. Insistiendo en que Dios no
se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
Declarando el Año Jubilar de la Misericordia
(desde el 8/12/2015 hasta 20/11/2016), explica que debemos centrarnos en el
encuentro con Dios misericordioso que invita a todos a volver hacia Él. Pero,
además, este encuentro nos inspira y nos compromete a vivir la virtud de la
misericordia. Es propicio repetir sus palabras en aquel primer Ángelus que da
sentido al Jubileo decretado: “Al escuchar misericordia, esta palabra cambia
todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de
misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien
esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta
paciencia”.
Por su
parte, el cardenal Kasper, en su tercer capítulo, nos presenta el mensaje del
Antiguo Testamento explicando la acción de Dios en la historia. Porque la historia
de salvación no es sino la revelación del Padre misericordioso y la realización
de su designio de amor, de reconciliar a los seres humanos entre sí y con Él. “Con
una catástrofe, comienza la historia. El ser humano quería ser como Dios y
decidir arbitrariamente sobre el bien y el mal (cf. Gn 3,5). El alejamiento
respecto de Dios condujo al hombre a alejarse de la naturaleza y de sus
semejantes. En adelante, la tierra ya solo producirá espinas y cardos y tendrá
que ser trabajada con esfuerzo y con el sudor de la frente; la nueva vida
únicamente podrá ser alumbrada con dolores; el varón y la mujer se distanciarán
mutuamente (cf. Gn 3,16-19). Tiene lugar el fratricidio de Abel a manos de Caín
(cf. Gn 4). El mal crece entonces cual avalancha y las actitudes e intenciones
de los seres humanos se tornan cada vez peores (cf. Gn 6,5)” (pág. 50).
“Así y
todo, Dios no permite que el mundo y el ser humano se precipiten sin más en la
catástrofe y caigan en la desgracia” (pág. 50). Aquí tiene sentido su plan de salvación
que va realizando a lo largo del tiempo humano. Dios jamás entrega a la
humanidad en poder del pecado, por el contrario, toda su obra está dirigida a
luchar contra el mal que destruye. Igual acción misericordiosa es la actuación
de Dios en tiempo del exilio, cuando el pueblo violó la Alianza. Este Dios
habla por los profetas y, expresándose misericordioso, le concede al pueblo una
nueva oportunidad: “Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te
recogeré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con
lealtad eterna te quiero… Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas,
no te retiraré mi lealtad ni mi Alianza de paz vacilará” (Is 54,7-10 – pág.
59). Además, el mensaje del Antiguo Testamento, nos revela a Dios
misericordioso que se muestra especialmente solícito con los débiles y los
pobres (pág. 60).
Al
pasar, en el capítulo cuarto, al mensaje de Jesús de la misericordia divina, el
autor explica el Evangelio de Jesús sobre la compasión del Padre: Jesús no sólo
anuncia el mensaje de la misericordia del Padre, sino que también lo vive. Vive
lo que anuncia. Se hace cargo de los enfermos y los atormentados por malos
espíritus. Se compadece cuando se encuentra con un leproso y cuando ve el
sufrimiento de una madre que ha perdido a su único hijo. Se conmueve ante el
pueblo hambriento y los ciegos que ruegan piedad. Llora ante la tumba de su
amigo, entra en casa de publicanos y come con ellos. Desde la cruz, despreciado
por todos, suplica perdón para la humanidad. Es que, “lo nuevo del mensaje de
Jesús respecto del Antiguo Testamento es que Él anuncia la misericordia divina
de forma definitiva y para todos. Jesús abre el acceso a Dios no sólo a unos
cuantos juntos, sino a todos; en el Reino de Dios hay sitio para todos, nadie
es excluido. Dios ha aplacado definitivamente su ira, concediendo más espacio a
su amor y su misericordia” (pág. 71).
Aunque,
en los siguientes capítulos nos ofrece unas reflexiones sistemáticas (la parte
más teológica de la obra) donde nos presenta la misericordia como el espejo de
la Trinidad, y a la praxis de la Iglesia desde la cultura de la misericordia,
me parece que podemos sintetizar su propuesta en este texto: “Creer en el amor
y hacer de él la quintaesencia y la suma de la comprensión de la existencia
tiene consecuencias de gran alcance, más aún, revolucionarias para nuestra
imagen de Dios, para nuestra autocomprensión y para nuestra praxis existencial,
para la praxis eclesial y para nuestra forma de conducirnos en el mundo. El
amor, que se demuestra en la misericordia, puede y debe convertirse en
fundamento de una nueva cultura de la vida, de la Iglesia y de la sociedad”
(pág. 85).
Sólo espero
que el próximo Jubileo de la Misericordia no se reduzca en la devoción a “Jesús
de la Divina Misericordia”. Por el contrario, que esta extraordinaria devoción,
tan querida por Juan Pablo II, nos mueva a una mayor reflexión y práctica de la
misericordia. Es decir, necesitamos, como lo indica el papa Francisco,
encontrarnos con la misericordia divina y hacerla vida en nuestras relaciones
con los demás.
Maracaibo, 12 de abril de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario