martes, 10 de mayo de 2016

Discurso de Mons. Baltazar Porras durante el conferimiento del Doctorado Honoris Causa de la UNICA

Venir a Maracaibo es siempre placentero. El reencuentro de compañeros y amigos, la hospitalidad clamorosa de afectos y atenciones: revivir tantos episodios que nos unen a lo largo de la historia civil y eclesiástica, y hacerlo en el marco de las bodas de oro de la elevación a sede metropolitana de la episcopalía marabina, le dan un tinte de alegría y esperanza que llenan las alforjas de esperanzas compartidas.
Esta Casa superior de Estudios fundada en 1983 bajo el epónimo de Cecilio Acosta nos hace declamar como el poeta: "No la mía separes de tu historia;/ no mis deseos más te sean ignotos;/ no olvides nunca mi fervientes votos,/ ni me apartes jamás de tu memoria". Porque hace veinte anos, en 1996, abrió sus puertas en la ciudad serrana, precisamente con la carrera de comunicación social, y han sido numerosos los que han egresado de sus aulas con el título universitario que les ha abierto las puertas a trabajo digno.
Hoy me ruborizo al recibir este doctorado honoris causa, pues en septiembre de 2012 me honró con la distinción de Profesor Honorario. No tengo estudios formales en la disciplina de comunicador, pero desde las aulas del Seminario Interdiocesano se nos inculcó, con la teoría y la práctica, en el ejercicio del correcto uso del idioma y en el aprendizaje de la confección y manejo de la prensa escrita. El agradecimiento sincero a los adustos maestros del lenguaje que en los formadores Eudistas nos enseñaron a escribir con pulcritud en la lengua de Cervantes. Hombres como el padre Lorenzo Yvon, francés de nacimiento pero con un dominio envidiable del castellano, o el padre Alfonso Monsalve que citaba la Gramática de Bello como si fuera la Biblia, vienen a mi memoria. En compañía de mi condiscípulo Roberto Lückert, para nombrar a un zuliano, la confección de la revista "Vínculo", fue un ejercicio que nos dotó de las herramientas que a lo largo de nuestra existencia son connaturales a la vocación de comunicadores de la palabra, la humana y la divina. En los talleres de "Cromotip", una de las más prestigiosas imprentas de la Caracas de nuestro tiempo de estudiantes, bajo la guía exigentes españoles republicanos, aprendimos el uso de las artes gráficas, la corrección de galeras y la combinación de textos e imágenes.
No puedo dejar de evocar al padre Miguel Antonio Salas Salas, Rector del Interdiocesano, y al padre Cesáreo Gil Atrio, más conocido por los Cursillos de cristiandad, pues ambos me atizaron para que escribiera artículos para la prensa, discursos y trabajos enjundiosos; libros de pastoral e historia que son la presea que puedo en estos momentos ante ustedes. A la memoria de todos ellos, ofrezco este homenaje que me otorga la Universidad Cecilio Acosta.
Permítanme una reflexión. Vivimos tiempos de cambio en el planeta, y tiempos de repensar el país. Una seudo-revolución nos quiere quitar la libertad de pensar y opinar. No hay nada más dañino que el pensamiento único y el ofrecimiento de una verdad dogmática que destruye el ser del humano, dotado de inteligencia y voluntad para crear, para disentir, para dialogar, para aportar innovación y buscar consensos que permitan vivir mejor y acrecentar, a través del conocimiento y la trascendencia, para bien de la ciudadanía sin distingos. Informar hoy en Venezuela es un derecho restringido que responde al constante interés del gobierno en apagar las voces libres, críticas e independientes. La orden es el silencio, la censura y la autocensura que no garantizan los principios básicos de la democracia ya que se debilitan la independencia y la autonomía de las instituciones.
Comunicadores y educadores estamos llamados a renovar o a cambiar de oficio. Si estamos en paisaje cultural distinto. Uno de los descubrimientos nucleares de la modernidad, en palabras de Adela Cortina, es el carácter autolegislador de los individuos. "Las decisiones que afectan a un conjunto no pueden ser tomadas por un grupo unilateralmente, monolóicamente, sino tras un diálogo encaminado a buscar la mejor solución para todos los afectados por la decisión". Es el ethos dialógico que coincide con el ethos democrático (Adela Cortina, Ética sin moral, Tecnos, Madrid 2000, p. 270). Dialogar, nos dice Antonio Pasquali, es comunicar en ámbito genuinamente pluralista, entre interlocutores dotados de una misma capacidad de emisión. "Educar es el capítulo más noble de comunicar, porque de la calidad, honestidad y buena praxis de ambas - educador y comunicador - depende en gran parte el futuro de la democracia, del progreso y de la humana convivencia" (Revista Comunicación, 165, pp. 57-60).
Estoy convencido de que estos principios son los que hacen luz en esta Universidad, por lo que recibir este reconocimiento es tarea y compromiso que asumo con gusto, porque estamos llamados a configurar un modelo de convivencia que sirva para todos, sólo así, desde esta plataforma podemos construir una sociedad libre, es decir, plural y abierta. Dios les pague por darme razones para esperar.
!Señores!
 
 
+Mons. Baltazar Porras
Arzobispo de Mérida
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario