Excelentísimo Monseñor
Diego R. Padrón Sánchez, Arzobispo de Cumaná y Presidente de la Conferencia
Episcopal Venezolana;
Eminentísimo Señor
Cardenal Jorge L. Urosa Savino, Arzobispo de Caracas y Presidente de honor;
Excelentísimos Señores
Arzobispos y Obispos miembros;
Colaboradores en la
CEV-SPEV;
Directivos de
Organismos de Representación Oficial de los Religiosos, Religiosas, Laicos y
Educación Católica;
Ilustres invitados;
Representantes de los
Medios de Comunicación Social;
Hermanos y hermanas,
amigos todos.
Para mí es un motivo de profunda alegría poder dirigir un saludo
respetuoso y fraterno a los miembros de la Conferencia Episcopal Venezolana
(CEV), reunidos en la 98ª Asamblea Plenaria Ordinaria, y a todos los presentes
en esta sesión de inauguración.
La Asamblea de la Conferencia Episcopal es un momento importante en la
vida de la Iglesia en Venezuela y mi
presencia entre Ustedes responde al sentido y a las funciones que el Santo
Padre Benedicto XVI indicaba, como propios de los Representantes del Papa y de
sus colaboradores, en un reciente discurso a la Comunidad de la Pontificia
Academia Eclesiástica: es decir, "hacerse
intérpretes de su solicitud por todas las
Iglesias, así como de la cercanía y afecto con el que sigue el camino de cada
pueblo" (11 de junio de 2012).
La celebración de la fiesta del Papa, en la solemnidad de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo, el 29 de junio pasado, nos ha permitido, a nosotros y
a nuestras comunidades eclesiales, revitalizar los lazos de afecto con el Papa,
que han distinguido siempre el catolicismo en Venezuela; de orar por él y por
sus intenciones personales y de manifestar nuestra adhesión, afectiva y
efectiva, a su ministerio y a su magisterio.
Entre los signos concretos de amor al Papa no podemos olvidar el Óbolo
de San Pedro, que, como ha explicado muy bien Su Santidad Benedicto XVI al
inicio del su Pontificado, "es la
expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas
del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Es un gesto que no
sólo tiene vigor práctico, sino también fuertemente simbólico, como signo de
comunión con el Papa y de solicitud por las necesidades de los hermanos"
(Discurso a un grupo de miembros del Círculo de San Pedro, 25 de febrero de
2006).
Estos tiempos que estamos viviendo, exigen de nosotros, los católicos, un
gran amor y una gran fidelidad al Papa, que, como he dicho antes, sea afectiva
y efectiva. Nos encontramos en un momento
turbulento y no lo podemos negar. Lo ha admitido hace unos días el
Cardenal Bertone, explicando que el hecho de la diversidad de acentos, énfasis
o matices que debe existir en la Iglesia está asumiendo el rostro de una
contraposición que quiere dividir interesadamente entre amigos y enemigos.
Y el mismo Santo Padre, en la audiencia general del 30 de mayo pasado, ha expresado la
tristeza de su corazón por los sucesos ocurridos en la propia Curia y con sus
colaboradores; y también en la homilía de la fiesta de los Santos Pedro y
Pablo, ha recordado que, dentro del mismo Papado se manifiesta la tensión que
existe entre el don, que viene del Señor, y la capacidad humana. Es decir, la
coexistencia de estos dos elementos: "por
una parte, gracias a la luz y a la fuerza que viene de lo alto, el Papado
constituye el fundamento de la Iglesia peregrina en el tiempo; por otra,
emergen también, a lo largo de los siglos, la debilidad de los hombres, que
sólo la apertura a la acción de Dios puede transformar. En el Evangelio de hoy – continuaba el
Papa – emerge con fuerza la clara promesa de Jesús: 'el poder del infierno',
es decir las fuerzas del mal, no prevalecerán, 'non prevalebunt'" (29
de junio de 2012).
De aquí viene la certeza, que nunca ha
flaqueado en él, de que, a pesar de la debilidad del hombre, de las
dificultades y las pruebas, la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo y el
Señor no dejará de comunicarle su ayuda para sostenerla en su peregrinar.
Y de aquí proviene su valor. ¡Valor! Es una palabra que el Papa ha repetido
muchas veces en estos últimos tiempos. Ha sido la última palabra con la que se
ha despedido del VII Encuentro Mundial de las Familias, en Milán, en el cual ha participado una Delegación
venezolana, presidida por Mons. Rafael Conde, Obispo de Maracay. ¡Valor! Se lo
ha dicho también a los demás, a los
jóvenes que quieren formar una familia, a las familias con dificultades; se lo
ha dicho a toda la Iglesia.
Quisiera, pues, que interiorizáramos
esta palabra con el Papa y bajo su guía.
Necesitamos valor ante el panorama que emerge del Instrumentum laboris para la próxima XIII Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará del 7 al 28 de octubre de
este año, sobre el tema: La nueva
evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Este documento, publicado el 19 de junio
último, servirá como base para la discusión entre los Obispos provenientes de
todo el mundo, los cuales encararán los temas de la secularización, de la
crisis de fe y de la necesidad de una nueva evangelización, partiendo de los
países que han sido evangelizados hace siglos.
En efecto, señala el documento,
aunque "no todos los signos
son negativos" (n. 50), sin embargo "el tono general es de preocupación" (n. 49) y las
respuestas recibidas de todo el mundo revelan "la debilidad de la vida de fe de las comunidades cristianas, la
disminución del reconocimiento de la autoridad del Magisterio, la privatización
de la pertenencia a la Iglesia, la reducción de la práctica religiosa, la falta
de empeño en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones" (n.
48), así como "una excesiva
burocratización de las estructuras eclesiales, que son percibidas como lejanas
al hombre común y a sus preocupaciones esenciales". Todo esto ha causado "una reducción del dinamismo de las comunidades eclesiales, la
pérdida del entusiasmo de los orígenes y la disminución del impulso misionero"
(n. 69).
También el Año de la Fe, promulgado por el Papa Benedicto XVI y que se
iniciará el próximo 11 de octubre, coincidiendo con el 50º aniversario de la
apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, quiere responder a los desafíos
que estas situaciones plantean a la fe cristiana, con el objetivo de
reanimarla, purificarla, confirmarla y confesarla (cf. PF n. 4), y recuperar
así energías, voluntad, frescura e ingenio en el modo de vivirla y de
trasmitirla (cf. Instrumentum Laboris
n. 49).
A este tema, queridos hermanos Obispos, se dedicarán en esta Asamblea,
trabajando sobre la Exhortación acerca del Año de la Fe y reflexionando sobre
la "radiografia" religiosa de Venezuela desde el punto de vista de la
iniciación cristiana.
Podría servir de ayuda, en este trabajo, un texto del discurso de Benedicto
XVI a los Obispos de Portugal, pronunciado en Fátima el 13 de mayo de 2010: "En efecto, cuando en opinión de
muchos, la fe católica ha dejado de ser patrimonio común de la sociedad y se la
ve a menudo como una semilla acechada y ofuscada por 'divinidades' y por los
señores de este mundo, será muy difícil que la fe llegue a los corazones
mediante simples disquisiciones o moralismos, y menos aún a través de genéricas
referencias a los valores cristianos. El llamamiento valiente a los principios
en su integridad es esencial e indispensable; no obstante el mero enunciado del
mensaje no llega al fondo del corazón de la persona, no toca su libertad, no
cambia la vida. Lo que fascina es sobre
todo el encuentro con personas creyentes que, por su fe, atraen hacia la gracia
de Cristo, dando testimonio de Él".
Este llamado al testimonio del cristiano nos impulsa a regresar a lo
esencial, que, como alguno comentaba, y según mi parecer, acertadamente, consiste
"sencillamente" en ser nosotros mismos, abiertos al
otro. Dos aspectos, que según la mentalidad bíblica, coinciden: es la
dedicación al otro lo que constituye la auténtica identidad del hombre, creado
a imagen de Dios. Para la Iglesia, esta alteridad (que es fundamento de la
identidad) se configura doblemente: el Otro, que es Cristo, sobre quien la
alteridad se funda y el otro, que es el hombre, a cuyo servicio ella se
dispone. Es esencial que esta tensión al otro, que define a la Iglesia, se
mantenga siempre así, en su doble polaridad: hacia Cristo y hacia el hombre. Se
trata, entonces, fundamentalmente, de una mentalidad, de actitudes
existenciales que deben ser cultivadas y corregidas, y no, principalmente, de
nuevas, más o menos brillantes, "estrategias" pastorales que se ponen
en experimento.
Tenemos necesidad de mucho valor también
ante la situación socio-política en la que vivimos y actuamos. En
efecto, exige mucho valor el compromiso
a favor de la unidad y de la reconciliación que Ustedes, queridos hermanos
Obispos, han asumido y al que han
convocado al país al inicio de este año, expresando la necesidad de "restablecer la convivencia nacional a
partir del respeto y aprecio mutuo, el efectivo reconocimiento del pluralismo
político-ideológico, cultural y religioso y la correspondiente tolerancia hacia
los demás" – o mejor dicho la aceptación del otro en la perspectiva
del bien común – "el respeto, la
defensa y la promoción de los derechos humanos" (Exhortación 2012: año de reconciliación nacional, n.
4; 6); lo mismo ha de decirse de la reanudación del diálogo entre las Autoridades de la
Conferencia Episcopal y del Gobierno nacional
entre la Iglesia y el Estado, que deseamos que pueda continuar y
consolidarse en la perspectiva que nos indica la Gaudium et Spes, de dos
sociedades, la civil y la eclesial, independientes y autónomas, la civil y la
eclesial, cada una en su propio terreno,pero que están llamadas a encontrarse y
a colaborar al servicio de la vocación personal y social del hombre (n.
76). De igual modo, el proceso de
celebración de las próximas consultas electorales, en las cuales los ciudadanos
de este país están llamados a participar, como derecho cívico y deber moral, en forma libre, pacífica, y responsable para elegir a sus gobernantes;
así como la contribución de todos los venezolanos, alimentados por sus raíces
cristianas, a la edificación de una sociedad más justa y solidaria, como ha
escrito el Papa al Presidente de la República con motivo de la Fiesta Nacional
, el 5 de julio pasado: todo esto, exige valor.
El valor de la fe y del amor. La fe y el amor que vencen al mundo (cf. 1
Jn. 5, 4), entendido como "mundo" tentado por o sometido al
Maligno. Y así lo afirma el Santo Padre:
"Por el momento la Iglesia y todos
nosotros nos encontramos entre dos campos de gravitación. Pero desde que Cristo
ha resucitado, la gravitación del amor es más fuerte que la del odio; la fuerza
de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte" (Benedicto
XVI, Homilía de la vigilia pascual, 11 de abril de 2009).
Que María, mujer de fe y de amor, y por eso, mujer de valor, interceda por
los trabajos de esta Asamblea, por todos nosotros, aquí presentes, por
Venezuela, por su Iglesia, y por el mundo entero.
Caracas, 7 de julio de 2012
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