martes, 3 de junio de 2014

A las Hermanas del Carmen en sus bodas de oro



Andrés Bravo
Capellán de la UNICA
Me siento profundamente agradecido de Dios por haber tenido en mi ministerio sacerdotal una gran experiencia pastoral y espiritual en la Comunidad Parroquial Nuestra Señora de Guadalupe, situada en la progresista población de Sierra Maestra. Ciertamente, el Señor me ha tratado siempre con amoroso privilegio en todos los lugares donde he ejercido mi vocación de servicio como pastor suyo. Tanta benevolencia será difícil de recompensar, aunque tenga toda la vida para ello. Sólo me queda rendirme agradecido a Dios que me creó, me salvó y me llamó, amándome con infinita misericordia.

            Cuando llegué a Guadalupe sólo contaba cinco años de ordenado y treinta de vida, acompañado del neo-sacerdote, hoy arzobispo al servicio diplomático de la Santa Sede, Mons. Edgar Peña, con quien viví la fraternidad sacerdotal. Le recibí al último párroco jesuita, el recordado padre Félix Moracho, un sacerdote de una trayectoria pastoral e intelectual gigantesca. Pero, no sólo de él, sino también el legado de muchos jesuitas que entregaban una comunidad organizada, dinámica, pujante y con impresionante formación cristiana que se proyecta en lo social. Se puede afirmar con seguridad que ellos fundaron las comunidades sociales de Sierra Maestra, el Manzanillo y el Corazón de Jesús. Y, en el corazón de éstas, con su evangelización y práctica de la caridad, hicieron surgir las Comunidades Cristianas Nuestra Señora de Guadalupe y Jesús Nazareno.

            Es ahí, en Guadalupe, donde gocé del privilegio de tener en la tarea pastoral de la parroquia a unas cuantas mujeres comprometidas hasta lo más profundo de su ser. Ellas son llamadas, con respeto y veneración, “Las Hermanas del Carmen”. Humildes, cristianas de una excelente formación, de madura fe, de pensamiento progresista, devotas auténticas, con una espiritualidad extraordinaria y un fuerte sentido de lucha social, inspiradas por el Evangelio de Jesús y la doctrina de la Iglesia. Amantes de la Virgen y del ser humano más necesitado.

            Sin ningún método complejo, sus acciones se destacan. Ninguna tarea les es indiferente: catequistas, líderes comunitarias en la cooperativa, servidoras del Voluntariado Hospitalario, coordinadoras de centros de misión, adoradoras del Santísimo y encargadas de vivir y difundir la devoción y el amor a la Virgen del Carmen, cuyo escapulario cuelgan orgullosas en su cuello. La vida litúrgica es celebrada con una gran profundidad. Sin ser de las que llaman despectivamente “beatas”, viven un enorme sentido de lo sagrado. Sus reuniones tienen como principal motivo la interiorización de la Palabra de Dios, que las convoca, que se convierte en oración y acción. De este modo planifican sus actividades.

            Felicito al padre José Palmar que ha tenido la gracia de celebrar con ellas las bodas de oro de esta insigne cofradía. Sí, el pasado tres de mayo cumplieron las hermanas del Carmen cincuenta años sirviendo al Señor y a su Iglesia, bajo el amparo de la Virgen del Monte Carmelo. Recuerdo, con humildad y emoción, que también yo experimenté la alegría de compartir como párroco las bodas de platas de mis hermanas del Carmen, en 1989. Podría nombrar a muchas de ellas y hasta comunicarles anécdotas y situaciones que viví. Experiencia extraordinaria de fe. Compartí alegrías y tristezas. Son mujeres de familia, esposas y madres abnegadas. Me acompañaban a visitar enfermos y, donde se encontraba un necesitado de la zona, ahí se presentaban y me empujaban para resolver de algún modo la necesidad requerida. Me enseñaron el riesgo del amor preferencial por los pobres y crecí en mi ministerio.

            Sin pretender hacer una lista interminable de obras religiosas y sociales, me bastaría nombrarle la Cooperativa, el Voluntariado Hospitalario y la ayuda de promoción de la Medicina Familiar. Me llamó la atención con qué dedicación cuidaban de una silla de ruedas que pasaba de un anciano a otro. A mí siempre me impresionó su formación cristiana, naturalmente, eso se le debe a los jesuitas, desde el bien amado padre Joaristi, su fundador, hasta el padre Moracho, de feliz memoria. Retiros espirituales, talleres y encuentros de formación, es una constante.
            Ya muchas de esas bondadosas hermanas del Carmen que conocí están en la gloria del Padre eterno, otras están muy ancianitas o enfermas. Sin embargo, sé que con el mismo espíritu inquieto siguen presentes y activas en la pastoral de la Iglesia. Desde estas sencillas líneas las felicito, les agradezco y ruego para todas la bendición de Jesús y la Virgencita del Carmen. Las sigo recordando con cariño y admiración. Gracias por formar parte de mi historia sacerdotal.

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