viernes, 27 de marzo de 2015

El Crucificado ha Resucitado

Andrés Bravo
Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal 18
Domingo de Resurrección
            Ciertamente, la experiencia de fracaso es humanamente dura, causa la peor de las penas, la decepción, la pérdida de la fe y la esperanza, la vida se derrumba. Esto es lo que sienten los discípulos ante la crucifixión del Maestro. Todos vuelven a Galilea, el sitio donde comenzaron, sin frutos que brindar ni sentido para vivir. Pero, ante la resurrección del Señor, la alegría es aún más grande, el compromiso se renueva y, con mayor fe y esperanza, regresan a Jerusalén a seguir el camino de la salvación con el Espíritu del Resucitado. Dispuestos a dar la vida porque ya saben que Cristo venció el mal.
El Crucificado ha resucitado. Así lo anuncia Pedro en alta voz, sin miedo, plenamente convencido: el Crucificado está vivo, ha resucitado, nosotros somos testigos de esta buena noticia (cf. Hch 10,37-43). La muerte no era el fracaso como pensaban, sino que culminaría en el triunfo de la vida. Con la resurrección se revela Dios amor, la nueva Alianza se cumple y la causa de Jesús sigue en pie. La historia adquiere un sentido pleno y trascendente. El Reino de Dios deja de ser una vana ilusión y se convierte en una realidad posible. La fe se renueva y la Iglesia nace como misterio de comunión y misión.
Una vez más es el Magisterio latinoamericano quien lo expresa mejor (cf. Puebla 195-197): con la resurrección Jesús es constituido Señor del mundo y de la historia, se convierte en signo y prenda de la resurrección a la que todos estamos llamados y de la transformación final del universo. El mundo es recreado, nace nuevo con personas nuevas. Es el triunfo de la justicia y la derrota de la maldad, de las injusticias y esclavitudes. Los pueblos latinoamericanos son impulsados a la lucha liberadora con la fuerza del Espíritu del Resucitado. Amarnos en fraternidad adquiere su valor más grande. Pues, amando hasta entregar la vida es como Jesús gana la vida y es glorificado por el Padre que donándolo lo recibe de nuevo en su gloria.
El acontecimiento más importante de la historia es la Resurrección del Señor y la clave esencial de la fe cristiana. Es decir, si Cristo no resucitó no puede haber fe ni existir la Iglesia: “Si Cristo no ha resucitado, es vana nuestra proclamación, es vana nuestra fe” (1Cor 15,14). San Pablo, que conoció al Señor como experiencia pascual, hace una extraordinaria profesión de fe en la primera carta que escribe a la conflictiva comunidad cristiana de Corinto (cf. 1Cor 15). Es el Evangelio que predica: Cristo murió por nuestros pecados y resucitó al tercer día. Con este hecho histórico se da cumplimiento a las promesas de Dios que transmiten las Escrituras Sagradas. Lo confirma su presencia viva ante los Apóstoles y, por último, el mismo Pablo lo siente presente, vivo, interpelándolo porque lo estaba persiguiendo: “…se me apareció a mí, que soy como un aborto… Gracias a Dios soy lo que soy, y su gracia en mí no ha resultado vana, ya que he trabajado más que todos ellos; no yo, sino la gracia de Dios en mí” (1Cor 15,8-10).
Me es significativa la prédica de los Apóstoles porque su testimonio va acompañado por una existencia entregada. Nuestra cuestión fundamental es cómo podemos anunciar al mundo de hoy que Cristo es el Señor, que ha resucitado y sigue actuando entre nosotros. No podemos seguir probándolo diciendo que el sepulcro está vacío o que algunos lo vieron. El mundo creyó el mensaje de los Apóstoles porque vieron cómo se amaban entre ellos y como sufrían persecuciones por la fe. De la misma manera, como Iglesia, debemos hacer notar la presencia de Cristo resucitado con el amor. Me gusta un título de un libro teológico que dice: “Sólo el amor es digno de fe”. Es verdad, “la capacidad de compartir, será signo de la profundidad de la comunión interior y de su credibilidad hacia fuera” (Puebla 243). Decir compartir incluye la solidaridad y el amor.
Maracaibo, 5 de abril de 2015

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