martes, 6 de octubre de 2009

La Iglesia, sirvienta de la humanidad

Así la declaró Paulo VI el 7 de diciembre de 1965 dejando clausurado los trabajos del Concilio Vaticano II. Esta humilde vocación de servicio lo aprendió la Iglesia de Jesús quien, ante la petición de la madre de Santiago y Juan de sentarlos a su derecha e izquierda en el reino de Dios, expresó claramente que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida (Cf. Mt 20, 28). Y, haciendo el esfuerzo por explicarles a sus discípulos quién es el más importante, les dice: “¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa a comer o el que sirve? ¿Acaso no lo es el que se sienta a la mesa? En cambio yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22, 27). Es decir, Jesús es el sirviente. Es por eso que, en la última cena, tal como era costumbre hacerlo los sirvientes de la casa, Jesús lava los pies a sus discípulos con el propósito de enseñarles el mandamiento nuevo del amor (Cf. Jn 13, 13). Estos no son simples hechos aislados en la vida de Jesús, utilizados como ejemplos pedagógicos. Toda su vida es un servicio al ser humano, para eso es enviado por el Padre. Es la historia de la acción liberadora de Dios que se hace plena en Jesús, lo que nos revela el misterio de una Iglesia servidora.
Pues, el servicio en Jesús se concreta en la entrega desde la encarnación, vaciándose de sí mismo, hasta la muerte en cruz donde entrega su cuerpo y derrama su sangre para nuestra salvación. Su servicio persigue la instauración del reinado de Dios. Por eso es Rey, porque entiende que es el servidor de todos en el amor. Un rey que reina al estilo de un pastor. Es el Pastor bueno que está al servicio de su rebaño, atendiendo con preferencia a las ovejas pérdidas, enfermas y débiles. En los evangelios lo vemos sirviendo a los enfermos, incluso a los que la sociedad despreciaba por impuros; comparte con publicanos y prostitutas, a quienes acusaban de pecadores públicos; dignifica a los niños y mujeres, a quienes sus contemporáneos no tomaban en serio por sus discriminaciones sociales. Así lo presenta la misma Iglesia, “compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo” (Puebla 176).
Este servicio de Jesús es liberador, así queda certificado al comienzo de su ministerio (ministerio significa servicio), cuando en la Sinagoga de Nazaret lee el comienzo del capítulo 61 del profeta Isaías. Aquí proclama que es enviado por el Padre y ungido por el Espíritu Santo, para anunciar a los pobres la buena noticia, la libertad a los presos, dar la vista a los ciegos y la liberación a los oprimidos (Cf. Lc 4, 18-20). Para eso vive, de eso habla, por eso sufre y muere. Pero, “las fuerzas del mal, rechazan este servicio de amor… Se acentúa entonces en Jesús los rasgos dolorosos del Siervo de Yahvé, de que se habla en el libro del profeta Isaías (Is 53). Con amor y obediencia… emprende su camino de donación abnegada, rechazando la tentación del poder político y todo recurso a la violencia. Agrupa en torno a sí, unos cuantos hombres tomados de diversas categorías sociales y políticas de su tiempo. Aunque confusos y a veces infieles, los mueven el amor y el poder que de Él irradian: ellos son constituidos en cimiento de su Iglesia; atraídos por el Padre, inician el camino del seguimiento de Jesús” (Puebla 192).
Así es como la Iglesia asume su vocación y su identidad de servidora. Y es así también como lo entiende el Concilio Plenario de Venezuela. En primer lugar, se presenta dando testimonio como signo de comunión fraterna. Pero, a la vez, como instrumento en las manos de Dios, para ser casa, escuela y taller donde la humanidad aprende a vivir en comunión solidaria. En segundo lugar, se sabe enviada para anunciar proféticamente el Evangelio a nuestros pueblos; anuncio claro y valiente que transforma a los seres humanos en una familia. En tercer lugar, se compromete a la gestación de una nueva sociedad. De esta manera lo certifica: “…asumiremos como Iglesia un mayor compromiso afectivo, desinteresado y efectivo con el mundo de la marginalidad para su necesaria transformación” (CIGNS 130). En relación a los pobres, asume lo que desde “Medellín” se vivió, su opción preferencial. Desde esta opción quiere servir para ejercer “un influjo real de transformación hacia un sistema económico más justo, más solidario y más propicio al desarrollo integral de todos y cada uno de los habitantes de Venezuela” (ídem. 133). En esta misma línea, busca “concretar la solidaridad cristiana y defender y promover la paz y los derechos humanos ante las frecuentes violaciones de los mismos” (ídem. 137). Finalmente, desea “ayudar a construir y consolidar la democracia, promoviendo la participación y organización ciudadana, así como el fortalecimiento de la sociedad civil” (ídem. 152). Además, de defender y promover los valores humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario