martes, 6 de octubre de 2009

San Alberto Hurtado, Patrono de la UNICA

Una de las experiencias espirituales que viví durante mis estudios en Roma fue el 14 de octubre de 1994 cuando Juan Pablo II beatificó al ya muy querido y venerado Padre Alberto Hurtado (nació en Chile el 22 de enero de 1901 y murió donde nació el 18 de agosto de 1952). El acto litúrgico, como es costumbre en la plazoleta de San Pedro, revistió una extraordinaria solemnidad. Pero, estando metido entre el entusiasmo de sus compatriotas chilenos y demás latinoamericanos, experimenté una alegría popular que sólo la fe en Jesús y la identidad de ser latinoamericano pueden lograr. “Viva Chile… viva América Latina… Viva el Apóstol de los pobres…”, se gritaba con banderas en alto, nos sentíamos en nuestros pueblos. Ciertamente, Dios ha sido bueno con nosotros y estamos alegres, ha fijado su mirada en el corazón de un humilde sacerdote que tomó en serio su opción por Jesucristo y, en el amor a los más pobres, entregó su vida anunciando con palabras y obras, el Evangelio del reino de Dios.
El Padre Hurtado es un servidor de Jesús, fundamentando su servicio en lo que él mismo dice: “Yo sostengo que cada pobre, cada vago, cada mendigo es Cristo en persona que carga su cruz. Y como Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos tratarlo como un hermano, como a un ser humano, como somos nosotros”. Así le reconoce Benedicto XVI al canonizarlo el día 23 de octubre de 2005. Aquí vale recordar una meditación de Semana Santa dirigida a los jóvenes en 1946, donde el Padre Hurtado nos enseña qué tipo de Santo es: “Cristo quiere cristianos plenamente tales, que no cierren su alma a ninguna invitación de la Gracia, que se dejen poseer por ese torrente invasor, que se dejen tomar por Cristo, penetrar de Él. La vida es vida en la medida que se posee a Cristo, en la medida que se es Cristo. Por el conocimiento, por el amor, por el servicio. ¡Dios quiere hacer de mí un Santo! Quiere tener santos estilo siglo XX: estilo Chile, estilo liceo, estilo abogado, pero que reflejen plenamente su vida”.
Poco después de su canonización, San Alberto Hurtado llegó a nuestra Universidad Católica Cecilio Acosta, casi sin sentirlo, con pasos cortos y silenciosos, sin conocerlo, con la misma humildad con la que vivió su fe. Sin muchas averiguaciones, quisimos invitarlo a formar parte de nuestra Comunidad Universitaria porque necesitábamos un protector y modelo de cristiano, una vida y un magisterio que nos marcara los pasos para seguir a Jesús. Culminando su visita pastoral en nuestra Comunidad, nuestro Arzobispo Mons. Ubaldo Santana lo nombra solemnemente nuestro Patrono el 7 de abril de 2006. San Alberto Hurtado es nuestro mejor Maestro de humanismo cristiano. Muriendo joven (de 51 años de edad), permaneció siendo guía de juventudes. Aun resuenan sus palabras, como las que pronunció a los jóvenes en la cima del Cerro San Cristóbal (Chile) la noche anterior a la fiesta de Cristo Rey en 1938: “Una vida íntegramente cristiana, mis queridos jóvenes, he ahí la única manera de irradiar a Cristo. Vida cristiana, por tanto, en vuestro hogar; vida cristiana con los pobres que nos rodean; vida cristiana con sus compañeros; vida cristiana en el trato con las jóvenes… Vida cristiana en vuestra profesión; vida cristiana en el cine, en el baile, en el deporte. El cristianismo, o es una vida entera de donación, una transformación en Cristo, o es una ridícula parodia que mueve a risa y a desprecio”.
San Alberto Hurtado es cercano, un santo que pasó por estos pueblos durante la primera mitad del siglo XX, con una concepción cristiana que bien podríamos situar en el camino renovador que se testimonia en el Vaticano II (1965), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) hasta Aparecida (2007). Con un espíritu que mueve a la liberación del oprimido y da sentido a la historia. Renunció a ser un universitario pasivo, individualista… quieto, sin producir nada. Sabe el sacrificio de muchos estudiantes que trabajan y estudian, porque así fue como estudió él derecho en la Universidad Católica de Chile. Mientras que los domingos, consagrados a Dios, lo dedicaba al trabajo entre los pobres de los barrios. No restando en nada a la excelencia de su carrera hasta graduarse de Abogado en 1923. Todavía nos faltó mencionar su actividad socio-política a favor de la libertad y la democracia fundado en la doctrina social de la Iglesia, con una especial atención a la clase obrera. Inmediatamente después de su graduación, se decide seguir a Cristo de una manera radical entrando en la Compañía de Jesús (Jesuitas), ordenándose sacerdote el 24 de agosto de 1933. No sólo es abogado, estudia filosofía y teología en Lovaina (Bélgica), sino que también se convierte en doctor en pedagogía y psicología. Toda esta vida académica la consagra al servicio de su pueblo en el Colegio San Ignacio y en la Universidad Católica de Chile, donde además atendía espiritualmente a estudiantes y profesores. Como asesor de la Acción Católica en su país tuvo una admirable misión. En todo era un verdadero seguidor de Jesús. Finalmente, debemos resaltar con fuerza su obra de mayor impacto: “El Hogar de Cristo”, para el servicio de Jesús en el rostro sufrido del pobre. Cuatro días antes de morir dijo: “El Hogar de Cristo, fiel a su ideal de buscar a los más pobres y abandonados para llenarlos de amor fraterno, ha continuado con sus Hospederías de hombres y mujeres, para que aquellos que no tienen donde acudir, encuentren una mano amiga que los reciba”. Este mensaje es su testamento y su mejor lección: “Al partir, volviendo a mi Padre Dios, me permito confiarles un último anhelo: el que se trabaje por crear un clima de verdadero amor y respeto al pobre, porque el pobre es Cristo. «Lo que hiciereis al más pequeñito, a mí me lo hacéis» (Mt 25,40)”. Él es el Patrono de la Universidad Católica Cecilio Acosta.

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