jueves, 26 de agosto de 2010

VIVIR EN LA INSEGURIDAD Y LA VIOLENCIA

Por el Dr.
Antonio Pérez Esclarín

Maestro

Hace unos días, una sobrina que iba a visitar unos amigos, fue atracada al bajarse de su camioneta y le robaron la camioneta y el bolso con todas sus pertenencias. Hace escasamente dos horas, al salir del banco Provincial del Carro Chocado y montarse en un carrito de la Polar, mi esposa fue atracada junto con otras tres mujeres que abordaron el carrito y le robaron el bolso con todo lo que llevaba dentro: plata, tarjetas, celular…Afortunadamente, le devolvieron la cédula y las llaves de la casa pues los atracadores tuvieron el cinismo de confesarle que ellos eran buena gente. A ella y a otra señora mayor las dejaron botadas en la Circunvalación Número Uno. A la más joven se la llevaron, a pesar de sus ruegos y llantos de que se llevaran todo lo que llevaba pero que la dejaran también bajarse del carro. ¡Quiera Dios que no le hayan hecho nada y que mañana no aparezca en las páginas de los periódicos como una víctima más violada y tal vez asesinada! Porque aquí se evidencia la profundidad de nuestra deshumanización y de nuestra desgracia: Damos gracias a Dios por haber sido atracados y que lo podamos contar sin ser golpeados, violados o asesinados. ¿Qué revolución es esta que considera una suerte ser atracado pero no asesinado? ¿Este es el modelo de sociedad que pretendemos presentarle al mundo como modelo frente al capitalismo salvaje y deshumanizador? Si Venezuela se ha convertido en uno de los países más inseguros y violentos del mundo, ¿cómo el Gobierno tiene el cinismo de pretender erigirse como un modelo alternativo a la actual sociedad deshumanizada? Basta de encubrir sus fracasos culpando a los gobiernos de la Cuarta República. Si el Gobierno tuviera un mínimo de dignidad, debería al menos callarse y reconocer ya no con humildad, algo que sería demasiado pedirle, pero sí con objetividad, su rotundo fracaso en garantizarnos a los ciudadanos, chavistas y no chavistas, los derechos esenciales.
El primer deber del Estado es garantizar la seguridad y la vida a todos sus ciudadanos. De muy poco sirve avanzar en afinar una serie de derechos constitucionales o fastidiarnos con la retórica de que todos los actuales problemas se deben a que todavía vivimos las consecuencias del capitalismo anterior, si el derecho esencial, la vida, condición para todos los demás derechos, cada día es negado a más y más personas. A pesar de que, desde hace tiempo, todas las encuestas coinciden en que este problema es el que más preocupa a los venezolanos, pues la violencia causa en Venezuela más muertes que si estuviéramos en guerra, sentimos que no se está haciendo nada contra este terrible flagelo. Lo peor es que parece que nos estamos acostumbrando a convivir con la violencia y con la muerte, y hasta consideramos un tremendo alivio y hasta una bendición ser atracados, robados o secuestrados si del hecho salimos con vida. Los poderosos, sin embargo, aumentan el número de guardaespaldas, policías, soldados y cuerpos de seguridad para proteger sus pertenencias, su vida y las de los suyos. A ellos, la inseguridad no les toca ni puede alcanzarlos y, en consecuencia, no les preocupa de verdad y hasta tienen el cinismo de afirmar que la violencia y la inseguridad son confabulaciones mediáticas. Todos los demás, los ciudadanos de a pié, ese pueblo tan aclamado en los discursos, quedamos a la intemperie, ligando a la buena suerte, pues hoy, en esta Venezuela que supuestamente está acabando con los vicios del pasado y está construyendo un mundo más digno y equitativo, ser o no robado, atracado o asesinado es tan sólo cuestión de suerte.
No hay nada más antidemocrático y sobre todo más antisocialista que vocea la igualdad de todos los ciudadanos, que ver cómo se desplaza un simple alcalde de cualquiera de nuestros municipios por pobres y miserables que sean. No digamos los gobernadores, ministros, diputados o el propio Presidente. El constatar cómo se protegen ellos y protegen a los suyos es una afirmación elocuente de lo muy conscientes que están, aunque pretendan negarlo con las palabras, de las dimensiones horrorosas del problema, y de que no creen en nada en la igualdad que tanto proclaman. Venezuela está aplastada de vallas que proclaman los supuestos cambios que nadie ve en la realidad. A los pies de las vallas que nos pintan un mundo irreal, mendigan los pordioseros y la gentes rezan para no ser asaltadas, robadas o secuestradas. ¡Viva la revolución cuyo mayor éxito productivo ha sido multiplicar la inseguridad, y la violencia!

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