Capellán de la UNICA
Reflexionar significa reflejar nuestra existencia para ser contemplada por uno mismo. Es, como muchos lo han considerado, una mirada interior para darnos cuenta de lo que ha sido nuestra vida. Algo así como un conocerse a sí mismo desde las profundidades de la historia. En el acto de reflexión, a algunos nos ayuda hacernos una especie de entrevista. Formularnos preguntas y respondérnoslas. Tenemos, naturalmente, que tener un alto grado de sinceridad para que sea efectiva.
Para la reflexión necesitamos una verdadera referencia de vida que nos sirva de modelo donde nos veamos reflejados cómo deberíamos ser. El deber ser, como dicen ahora. Ahondando más, toda reflexión parte de una opción fundamental de nuestra vida. Por ejemplo, los cristianos hemos optado por el proyecto de vida de la persona y el Evangelio de Jesús de Nazaret. Es decir, nuestra existencia tiene sentido en la medida en que vivamos nuestra fe en el seguimiento a Jesús. Como toda reflexión tiene como fruto la conversión o cambio de vida, necesitamos saber dónde debemos hacer mayor énfasis para corregir lo malo y asumir lo que es correcto. Para ello, necesitamos ser valientes. Un rebelde político de los años sesenta del siglo pasado escribió a su novia: “Crecer causa dolor”. Porque no es fácil romper con lo que nos hemos acostumbrado a ser para asumir una nueva manera de vivir. Jesús lo expresa con radicalidad: Sácate el ojo o arráncate el brazo si te hacen pecar. Romper con el mal de raíz para ser el “hombre nuevo” del que habla San Pablo.
Quizá, nos convenga plantearnos nuestra relación con nosotros mismos: ¿Qué hemos hecho con nuestra vida? ¿Por qué no somos felices? ¿En qué hemos fallado? Ojo, estas cuestiones no son sólo para filósofos. Ahí está nuestro error superior, creyendo que es filosofía, no nos atrevemos a planteárnoslas a nosotros mismos. Estas interrogantes implican vernos frente a los otros: frente a Dios, a las demás personas humanas y a la naturaleza y cosas materiales. Porque, no hay duda, nuestra existencia no es individualidad pura, implica comunión o vida social. Es decir, el cambio no es sólo para nuestro beneficio, aun tratándose de la salud. Se trata de ser distinto también ante los otros.
Escribo estas líneas por el presidente que ha dicho: "... He reflexionado sobre los errores cometidos, sobre los modos de vida que a veces son hasta suicidas. Yo era uno de esos insensatos que no me cuidaba. De aquí está naciendo un nuevo Chávez. Creo que estas enfermedades sirven para reflexionar...". Si queremos en serio reflexionar, lo mejor es retirarnos y buscar el silencio para encontrarnos con nosotros mismos. A veces, Dios nos brinda la oportunidad en la enfermedad. Ignacio de Loyola y Francisco de Asís lograron cambiar radicalmente sus vidas desde sus lechos de enfermos. Para el Presidente es una buena ocasión para cuestionarse de sus errores: "... He reflexionado sobre los errores cometidos”. Pero, sólo se ha preguntado sobre sus errores a él mismo, “sobre los modos de vida que a veces son hasta suicidas”. Y hasta se reprocha diciendo: “Yo era uno de esos insensatos que no me cuidaba”.
Pero, al presidente se le olvida que “los modos de vida que a veces son hasta suicidas”, no son sólo porque ha descuidado su salud, sino porque ha vivido por una causa equivocada, ha proyectado su existencia en la búsqueda del poder a toda costa, hasta hacerse mucho daño y hasta hacer mucho daño. Si en verdad está naciendo un “nuevo Chávez”, entonces cuestiónese ¿cuál es mi nueva opción fundamental? Es posible que descubra una nueva forma de vivir y deje de hacerse y hacer tanto daño. Deje de tratar a los demás como simples súbditos o sirvientes, y deje de sentirse que es un “súper hombre”. Que el soberano es el pueblo, no él. Y, mejor aún, un “nuevo Chávez” surgirá cuando abandone su poder autócrata y gobierne al servicio del pueblo.
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