sábado, 15 de octubre de 2011

HOMILIA EN LA EUCARISTIA DE ORDENACIÓN PRESBITERAL DEL DIACONO DIUVER MARTINEZ

Amados hijos e hijas del rebaño marabino:

Hace 519 años llegó Nuestro Señor Jesucristo, el gran bajel del Padre, a las riberas indoamericanas. Ntra. Sra. del Pilar fue su velamen y el soplo del Espíritu Santo entró en ella, desplegó todas las velas y al llegar a tierra firme las transformó en un manto maternal donde hemos venido a cobijarnos todos los hijos de este continente. América nació para Cristo. América es de Cristo Jesús. Hoy nuestra asamblea eclesial marabina recoge jubilosa uno de sus frutos: la ordenación presbiteral del Diácono Diuver Martínez.
He escogido este día festivo proclamado por la Iglesia continental día de la Evangelización de América para celebrar la segunda de las cinco ordenaciones presbiterales que Dios en su abundante misericordia ha querido regalar a nuestra Iglesia local. En esta oportunidad se trata del diácono Diuver Martínez, miembro de la extensa parroquia Buen Pastor, ubicada en el oeste de Maracaibo y perteneciente a la zona pastoral No 4. Saludo con cariño a su párroco el Padre Francisco Chaparro, a su familia y a toda la feligresía presente y los felicito por este nuevo fruto vocacional. Quiera Dios que la ordenación de hoy despierte en jóvenes aquí presentes el deseo ardiente de seguir a Jesús en el sacerdocio, la vida consagrada o misionera y se decidan a colocar sus pasos tras sus huellas.
La primera lectura nos coloca frente al misterio divino de la vocación del profeta Jeremías y de todos los elegidos de Dios. El texto sigue el formato tradicional en los llamados: misión-objeción-garantía-señal-envío. La vocación de Jeremías es una iniciativa de Dios. El Señor afirma haber conocido y santificado al profeta cuando aún no existía. Ya antes de haber sido concebido, estaba destinado a ser su profeta (Sa 139,13-17). Su misión no es algo superpuesto a su vida, como un añadido posterior, sino que está inseparablemente unida a su existencia. Es llamado a la vida precisamente para esa misión. El texto precisa además que no es enviado a Judá o a Israel solamente sino a todas las naciones. Es una vocación universal. Sin fronteras.
Ante tamaña decisión, Jeremías reacciona como todos los elegidos. Se siente hondamente indigno e incapaz. Asimismo reaccionaron Moisés, Samuel, Salomón, aplicándose asustados términos similares: No se hablar, Soy muy joven. Soy un muchacho. Soy un niño. Simón Pedro reacciona de igual manera cuando el Señor le pide que le siga. “Aléjate de mi, Señor, que soy un pobre pecador”. Indignidad, insuficiencia son los sentimientos que afloran inmediatamente en todas las personas a quienes el Señor se dirige. Ninguna persona es capaz de cumplir con sus solas fuerzas la misión que Dios le confía. Pero el Señor sale al paso de estos miedos y promete su presencia y asistencia. “Estoy contigo”. La presencia divina es más fuerte que cualquier temor humano. Esa es la presencia que va a habitar en ti, Diuver, sacramentalmente a partir de hoy. Serás un presencializador de Dios.
Para manifestar su presencia y darle confianza el Señor realiza un gesto asombroso con su profeta: “Alargó su mano y tocó mi boca”. Con este gesto el Señor lo purifica, le trasmite su autoridad y lo transforma en su embajador plenipotenciario. Al tocar su boca cura todo su ser y lo habilita para su servicio. Con cada uno de nosotros el Señor ha tenido un gesto personal que nos ha inspirado confianza y nos ha animado a seguirlo con determinación.
Por la ordenación sacramental el presbítero queda bajo la potestad de Dios. “Irás donde te envíe”. No es dueño de sus desplazamientos. “Dirás lo que te ordene”. No es dueño de sus mensajes. “Eres sacerdote eterno a la manera de Melquísedec” (SA 109,4). No es dueño de su tiempo. Dios le pide disponibilidad absoluta de sí mismo. Con los verbos conocer y santificar el Señor le da a entender además a sus elegidos que esa plena disponibilidad debe ir acompañada con una estrecha relación entre Él y su enviado, una relación que Jesús calificará una relación de amistad (Cf Jn 15, 13-15). Una relación profunda, con corazón indiviso, esencial para que le Señor le pueda ir revelando paso a paso el resto de la misión y cómo ha de cumplirla.
De la ordenación presbiteral brota una persona completamente nueva. Es el Señor el que lo constituye, el que lo envía, quien pone sus palabras en su boca. El sacerdote se transforma en un teóforo, en una nueva visibilidad de Dios. San Ignacio y los Padres apostólicos amaban presentarse de esta manera ante sus hermanos. Dios le pide a Jeremías que se vuelva su predicador a dedicación exclusiva y le exige para ello permanecer célibe (Jer 16,2). Asimismo les pide a sus sacerdotes ministeriales plena pertenencia, plena dedicación en una vida célibe. Una vida entera, totalmente dedicada a predicar y a cuidar el rebaño. El Señor quiere enviar ministros de labios quemados por el fuego de su Palabra con tal grado de entrega que les resulte corta la existencia para cumplir con su ministerio. Nunca nos alcanzará el tiempo para atender el rebaño en nombre del Señor.
El evangelio de San Juan que se acaba de proclamar describe las actitudes que Jesús el Buen Pastor espera de los que están llamados a representarlo y hacerlo presente como cabeza del cuerpo místico y conductor del rebaño eclesial. Por un lado han de cuidar de todo el rebaño en cuanto rebaño: mantenerlo unido, recogerlo en un solo redil, conducirlo a pastos abundantes, defenderlo del lobo exponiendo la vida si es necesario. Por otro lado han de personalizar su servicio y empeñarse en conocer cada una de las ovejas por su nombre y atenderlas de acuerdo a sus necesidades y situaciones, apegándose en todo al modelo propuesto por Jesús: buscar las descarriadas hasta encontrarlas, traerlas sobre los hombros, vendar a las heridas, robustecer a las flacas sin dejar de atender a las fuertes (Cf Ezequiel 34 y S. Agustín, Sermón No 34 de los pastores).
Somos responsables del rebaño y de cada oveja de ese rebaño. Tarea solo posible con la fuerza del amor de Jesús que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones. Para entregarle su rebaño, Cristo le pide a Pedro un solo requisito: que lo ame y ame al rebaño hasta el extremo, es decir, hasta dar su vida por él (Cf Jn 13,1). Ese es el amor que el Señor le comunica a su sacerdote pastor y le pide ejercer en beneficio del rebaño-Iglesia y de cada una de las ovejas encomendadas. Misión que solo podemos emprender por mandato expreso del Señor, entrañablemente unidos a su persona y simultáneamente coyuntados unos a otros por los lazos de la incardinación eclesial y de la caridad fraternal. En la oración sacerdotal, el Señor Jesús nos revela que sin unidad fraterna la misión no alcanzará su finalidad: “Padre santo, mientras yo me voy a Ti, protege en tu nombre a los que me has dado para que sean uno, como tú y yo somos uno. Que sean uno y vivan unidos a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,11. 21).
La vocación de Diuver al sacerdocio ministerial es un don que Dios le hace a nuestra Iglesia local para crecer en la fraternidad sacramental, la espiritualidad de comunión y la santidad comunitaria. La comunidad parroquial del “Jesús Buen pastor” ha sido uno de los semilleros vocacionales de nuestra arquidiócesis: P. Luis E Arrieta; P. Juan Navarro, P. Víctor Basabe, Hno. José Daniel (Hno. de San Juan de Dios), varias religiosas y consagradas han salido de allí. No hace mucho una joven religiosa, la Hna. Daily, hizo sus votos perpetuos en la Congregación de las Esclavas de Cristo Rey.
Simultáneamente con la vocación de Diuver nació también la experiencia de las comunidades de vida cristiana del Corazón Inmaculado de María con dos expresiones concretas: un instituto secular femenino, que cuenta hoy con 5 miembros y la Comunidad de vida Sacerdotal de la cual Diuver es cofundador, junto con el P. Miguel Ospino y el P. Rafael Márquez, que cuenta hoy con un buen grupo de seminaristas.
El 15 de septiembre de 2004, después de oración y discernimiento, di mi permiso para que iniciara, lo que en ese entonces se llamó la Sociedad de Vida Apostólica ADCIM (Apóstoles Diocesanos del Corazón Inmaculado de María) ad experimentum. Cinco años después, al evaluar su trayectoria, decidí redimensionarla para darle un perfil netamente diocesano. Fue muy valiosa para tomar esta decisión la iluminación teológica aportada por Mons. Juan Esquerda Biffet, quien nos visitó ese año para el congreso sacerdotal en Maracaibo. El pasado 15 de septiembre del 2009 la aprobé definitivamente bajo la figura de Comunidad de Vida Sacerdotal Diocesana.
Ese mismo año como fruto del año sacerdotal y con el propósito de promover y animar en nuestra arquidiócesis este tipo de experiencias de vida que alimenten la espiritualidad sacerdotal y su unión íntima con el Obispo y el presbiterio, publiqué una Carta Pastoral y más adelante unas orientaciones para facilitar su organización. La comunidad sacerdotal diocesana enriquece las múltiples expresiones asociativas que el Espíritu Santo ha ido suscitando en la Iglesia entre los laicos y los consagrados. Las asociaciones sacerdotales diocesanas se presentan como una referencia viva y testimonial llamada a enriquecer el presbiterio y a ser fermento de fraternidad sacramental en medio de sus cohermanos.
La Comunidad de Vida sacerdotal diocesana no es una copia de una comunidad religiosa. Es un error pensar que la llamada de Jesús a la vida en común se dirige solo a los religiosos. También los diocesanos están llamados a “seguir a Jesucristo y configurarse con El, Buen Pastor y guía de la Iglesia” a través de la vida en comunidad, viviendo en estrecha comunión con el Obispo; procurando un mayor cultivo de la vida espiritual, humana, vocacional, intelectual, pastoral así como el apoyo económico en la comunión de bienes. De esta manera, todos los miembros de estas comunidades: presbíteros diocesanos, y candidatos seminaristas, insertados en la vida en comunidad, rigiéndose por las orientaciones del Magisterio universal y local para este tipo de asociaciones de carácter diocesano (Cf. CIC. nn 278, 280; 245; 550. PO 8; Dir. 29), reafirman su compromiso de “ser signo personal, comunitario y sacramental de Cristo, Buen Pastor, Cabeza, Esposo, Siervo, Sacerdote y Víctima” (Cf. PO 12-18; PDV 27-30; Dir 57-67).
Hoy más que nunca, en un mundo secularizado, neopagano e individualista, volcado hacia el consumo incontrolado, a la idolatría del cuerpo, la búsqueda desenfrenada del placer hedonista y pansexualizado, se hace necesario redescubrir la importancia de la vida presbiteral fraterna. Es el antídoto recomendado para superar la dispersión, la soledad y el liderazgo autárquico y conuquista. La plataforma desde donde se alcanza mayor fortaleza y credibilidad para animar todos los procesos de vida comunitaria que exige la pastoral y la espiritualidad de comunión. La traducción evangélica actual de la “forma de vida apostólica” que llevó Jesús con sus discípulos. El medio más adecuado para cultivar, vivir y perfeccionar la caridad. Un buen camino para imprimir a todas las obras apostólicas e infraestructurales, muy buenas y necesarias sin duda alguna, un verdadero espíritu eclesial y un hondo sentido sobrenatural. Una puerta abierta e inspiradora para vivir una experiencia espiritual auténtica, con la sabia regulación propuesta por la Iglesia universal y por los estatutos y normas internas aprobados por la Iglesia local.
Esta ordenación presbiteral de un hijo de esta Iglesia local que ha decidido con mi aprobación enrumbar su vida junto con otros hermanos por estos senderos me brinda la oportunidad para bendecir al Señor por tan gran don. No es la panacea universal para todos los males sin duda y deja abiertas otras vías legítimas para la vivencia de la fraternidad sacramental pero nos ayudará a llevar a la práctica las grandes enseñanzas conciliares del Vaticano II y del Concilio Plenario de Venezuela que nos piden la edificación de una Iglesia sacramento de comunión y de salvación universal. Sigue siendo decisivo para los hombres de hoy, aplicados a la vida de los presbíteros, el “vengan y vean” de Jesús a sus primeros discípulos y el “Miren cuanto se aman” de los tiempos apostólicos.
Actualmente, existe también la Comunidad de vida Sacerdotal “Emaús” que surgió a la luz de la experiencia de Adcim y hace casi un año. Sus miembros recorren su propio camino también en fase experimental. Son sin duda nuevos signos de los tiempos a los que debemos estar atentos para saber interpretarlos en clave evangélica y asumirlos en nuestras instancias eclesiales. Quiera el Señor que surjan otras experiencias que ayuden a fortalecer la centralidad de la Iglesia local, a acentuar la diocesanidad como principio unificador de todos los ministerios, carismas y servicios, a animar a los presbíteros a descubrir en la fraternidad sacramental un factor fundamental de su identidad y un camino seguro para alcanzar la santidad en la caridad pastoral.
En este camino nos precede la Virgen María que se hizo discípula de su Hijo, deseosa de formar parte de la nueva familia del Reino, conformada no por lazos de carne y sangre sino por aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica (Cf Mc 3,31-35). Cuando su hijo abandonó el hogar para salir a cumplir con los asuntos de su Padre, es muy probable que ella se uniera al grupo de mujeres que asistían y ayudaban al Señor y a su grupo de discípulos (Cf Mt 27,55-56). Después de la muerte y resurrección de Jesús, es Ella es la que reúne a los apóstoles y discípulos en el Cenáculo en intensa oración y en la espera del cumplimiento de las promesas divinas (Cf Hech 1,14) y forma con ellos el primer núcleo de la comunidad de Jerusalén, desde donde saldrán a hacer nuevos discípulos y a evangelizar el mundo (Cf Mt 28,20). Es dentro de su corazón inmaculado que con inmensa ternura y firmeza coloca este nuevo hijo suyo sacerdote para enseñarle a conformar todo su ser, su vida y sus acciones con Jesucristo, su Hijo el Buen Pastor. A quien sean dados todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amen

Maracaibo 12 de octubre de 2011, fiesta de Ntra. Sra. del Pilar

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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