jueves, 4 de junio de 2015

La Eucaristía, Sacramento de Comunión


Andrés Bravo
Profesor de la UNICA
Reflexión Semanal 26
Solemnidad de Corpus Christi
            La comunión se fundamenta en el amor. Es decir, el amor se expresa en una interrelación íntima de personas que conviven, comparten y participan de intereses comunes, manteniendo intacta la identidad de cada persona. Donde cada una se valora y sabe que sus valores están al servicio de todos. A la vez, cada persona valora a las demás y se sabe necesitada de ellas. Se necesitan mutuamente. El amor es comunión de vidas que se entregan unas al servicio de otras. Así es Dios, Trinidad santa, comunión de personas divinas en la perfecta unidad del conocimiento y del amor. Es este el Dios que creó el mundo en la armonía que revela su belleza y bondad. Y, en este mundo creó al ser humano en el amor y la libertad, en la vocación de relación comunional, con Dios, con los otros humanos y con las demás criaturas.
El ser humano es creado en una digna participación de la divinidad de su Creador que lo hizo a su imagen y semejanza. Convivimos con Dios. Nuestra fuente de existencia es la comunión con nuestro Creador. Lo humano y lo divino nos construye en la gracia y la bondad. Esta relación comunional con Dios es de amor filial. Dios es Padre nuestro. Por eso, la comunión interhumana se identifica con la fraternidad y nace de la comunión Padre-hijos. Es decir, porque Dios es nuestro Padre, todos los humanos somos hermanos. Como lo enseña el Magisterio de la Iglesia latinoamericana, “al hacer el mundo, Dios creó a los hombres para que participáramos en esa comunidad divina de amor: el Padre con el Hijo Unigénito en el Espíritu Santo” (Puebla 182).
Esta comunión de Dios y de la humanidad tiene su lenguaje, se expresa en signos sacramentales que esconden y revelan el misterio de amor. Son los Sacramentos por donde Dios comunica su gracia y nos permite encontrarlo. Donde Dios viene a nuestro encuentro y entra a vivir en nosotros y nos invita a salir para recibirlo en comunión. El Sacramento por antonomasia es Jesucristo, “Él es imagen del Dios invisible” (Col 1,15). Al seguir a Jesucristo, nos encontramos con el Padre y recibimos el Espíritu Santo. Y la Iglesia es el sacramento del amor comunional de Dios, Trinidad santa: “Cristo, que asciende al Padre y se oculta a los ojos de la humanidad, continua evangelizando visiblemente a través de la Iglesia, sacramento de comunión de los hombres en el único pueblo de Dios, peregrino en la historia. Para ello, Cristo le envía su Espíritu, quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de la conciencia hace aceptar y comprender la palabra de salvación” (Puebla 220).
En la historia de la salvación, el Hijo se encarna y se hace comunión con la humanidad. Lo Eterno y lo histórico, lo Divino y lo humano, conviven unidos en la Persona de Jesucristo. Desde entonces, el mundo y la humanidad están colmados de Dios. Todo nos habla un Dios que nos ama y nos quiere unidos. La comunión entre nosotros y todos con Él, es la realización plena de la historia, su plenitud. El Padre viene a comulgar con nosotros por el Hijo encarnado, en el Espíritu Santo, vínculo de amor.
Y, para que este encuentro comunional se renueve constantemente a lo largo de la historia, nos ha regalado el don de la gracia por medio de los sacramentos. Así llega Dios a nuestro corazón y nos transforma. Lo resumimos con el teólogo napolitano Bruno Forte: “Si Cristo es el sacramento de Dios y la Iglesia es el sacramento de Cristo, los sacramentos son las realización más intensas del encuentro con Dios en la Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu… Cada uno de los sacramentos despierta y enriquece nuestra relación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo y que todo itinerario sacramental hace que el Dios vivo permanezca en el corazón del hombre y que el hombre nuevo permanezca en el corazón de la Trinidad” (Introducción a los Sacramentos, Paulina, Madrid 1996, pp. 5-6).
En este misterio de comunión interhumano y humano-divino, podemos contemplar el valor extraordinario de la Eucaristía. El Sacramento de nuestra fe (Mysterium fidei) o, como lo identifica nuestro pueblo, el Santísimo Sacramento. Esta es la manera como el Señor se ha querido hacer presente y permanecer en comunión con nosotros. Es importante entender que “tal presencia se llama real no por exclusión, como si las otras (presencias) no fueran reales, sino por excelencia, ya que es substancial, porque mediante ella, ciertamente se hace presente Cristo Dios y Hombre, entero e integro” (Pablo VI, Mysterium fidei 5).
Este sentido de presencia de comunión del Señor que nos realiza como comunidad de fe, esperanza y caridad, es expresado por Juan Pablo II de una manera excepcional en su encíclica sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia (Ecclesia de Eucharistia del jueves santo de 2003). Dice el santo papa: “Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los Corintios: Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (1Cor 10,16-17). El comentario de san Juan Crisóstomo es detallado y profundo: ¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo ¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos sino un solo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto de muchos granos de trigos y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, juntos, con Cristo” (Ecclesia de Eucharistia 23).
Concluye su enseñanza: “La argumentación es terminante: nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La Eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en el Bautismo mediante el don del Espíritu” (Ecclesia de Eucharistia 23). De ahí su tesis: “La Iglesia vive de la Eucaristía” (Ecclesia de Eucharistia 1). Por eso, la vida del cristiano y de la Iglesia es una Eucaristía prolongada, como afirma san Alberto Hurtado.
            Maracaibo, 7 de junio de 2015

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