La religión de Jesús es servicio al necesitado, quien quiera que sea, como queda bien claro en la Parábola del Buen Samaritano.
Nuestro mundo inhumano va contra los planes de Dios que quiere que todos sus hijos vivan con dignidad. Los bienes y riquezas del mundo, por su origen y naturaleza, según la voluntad del Creador, son para servir al bienestar de todos.
La ciencia y la técnica, los recursos del mundo deben ponerse al servicio del amor, para que todos los seres humanos lleguemos a ser personas y podamos vivir como tales. La finalidad del desarrollo no puede ser sólo el crecimiento económico y ni siquiera el cambio de estructuras, sino el desarrollo humano integral.
Para decirlo con las palabras de la Encíclica Populorum Progressio, “el verdadero desarrollo es el paso para cada uno y para todos de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas”. Desarrollo, en consecuencia, orientado a remediar las carencias materiales y las carencias morales, que se sustentan en estructuras opresoras que provienen del abuso del poder o del abuso del tener.
Una fe sin obras es fe muerta. Una religión de espaldas a las necesidades del prójimo es una religión anticristiana. Seguir hoy a Jesús es continuar su proyecto de establecer un reino de fraternidad, justicia y amor.
La fe, es decir, el seguimiento a Jesús, debe convertirse en compromiso radical de combatir los ídolos de la muerte: egoísmo, prepotencia, violencia, explotación, consumismo, corrupción, y trabajar sin descanso para garantizar a todos, sin exclusión de ningún tipo, vida en abundancia.
La religión de Jesús es servicio al necesitado, quien quiera que sea, como queda bien claro en la Parábola del Buen Samaritano. Es por ello urgente que le devolvamos al evangelio su ternura y su radicalidad. Dios busca la felicidad de todos, en eso pone su empeño, y a esa misión nos convoca. No puede ser posible, como se quejaba el teólogo Karl Rahner, que los cristianos nos hayamos instalado en un “egoísmo que sabe comportarse decentemente”. Los cristianos necesitamos recuperar la pasión por Dios y la compasión por los hermanos.
Para que este servicio sea eficaz necesita de la política entendida como búsqueda y organización del bien común, el bien de todas las personas y de toda la persona, es decir su desarrollo más pleno e integral. La política nos concierne a todos. Nadie, mucho menos un seguidor de Jesús, puede vivir sin preocuparse y ocuparse por la suerte de los demás.
Pero es necesario regenerar la política para superar esa politiquería mezquina que habla de vocación de servicio y a la hora de la verdad, demuestra una extraordinaria vocación de servicio, es decir, evidencia los vicios de la deshonestidad, egoísmo, arrogancia, hipocresía, vivismo, ambición.
Se aproximan los días en que debemos elegir nuestros representantes a la Asamblea, tan esencial para reflejar la diversidad, garantizar el pluralismo y controlar al Ejecutivo. La democracia se sustenta en la autonomía de los poderes. Si el Ejecutivo acapara todos los espacios del poder y sólo acepta instituciones sumisas y obedientes, la democracia pierde su esencia.
Por ello, el voto no puede ser un ejercicio irracional, a ciegas, por pura emotividad o rabia. Debemos seleccionar y preferir personas que hayan demostrado con su vida honestidad, idoneidad, sensibilidad social, preocupación por el bienestar de todos, respeto a la Constitución, y que sean capaces de cultivar la comprensión e inclusión del otro diferente, el trabajo eficaz para resolver problemas, la autonomía y fidelidad a su conciencia, el uso eficiente de los recursos que pertenecen a todos y que, en consecuencia, deben ser utilizados para garantizarnos a todos condiciones de vida cada vez más dignas, y no para promoverse ellos.
Para regenerar la política, los nuevos representantes que elijamos tienen que convalidar con el ejemplo de sus vidas su retórica y sus proclamas, dedicarse a trabajar y resolver los problemas de todos más que a “hacer política” o a favorecer a sus seguidores.
Deben también revalorar la voluntad de impulsar el nuevo futuro, soñar la región y el país posibles y entregarse a construir ese sueño, cultivar la auténtica ciudadanía.
A nosotros, los electores, nos toca darle un no rotundo a los arribistas, a los inmorales, a los violentos, a los que muestran ambiciones desmedidas, a los que entienden el ejercicio del poder como medio para vengarse, para enriquecerse o para meramente mantenerse en el poder o acceder a él y así disfrutar de sus ventajas.
Tomado de http://panorama.com.ve/ 18-7-2010
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