Capellán de la UNICA
No es la Iglesia la que necesita defensa. Como bien lo afirma el Cardenal, es la libertad de los venezolanos la que está en peligro. El llamado, pues, es por la defensa de la dignidad de los hombres y mujeres que formamos la Patria, para que podamos vivir en libertad. Este llamado es hoy más urgente porque yo soy de los convencidos de que no es que vamos a una dictadura, la dictadura ya está establecida en Venezuela. Esto lo sabemos todos, pero nos da miedo reconocerlo.
Por su parte, la Iglesia no guardará cómplice silencio. Si ella calla, hablarán las piedras. Lo que necesitamos es escuchar sus palabras, con el verdadero sentido del mensaje que transmite al pueblo. No es que la escuchemos sólo cuando dice algo que nos gusta o nos interesa. Es que siempre ha hablado y muy pocas veces la hemos atendido. O es que ya no recordamos cuando el año en el que todos celebrábamos los cuarenta años de la democracia (1998), felicitándonos con satisfacción, no nos detuvimos a escuchar a nuestros a Pastores que gritaban en el desierto: “Existen sombras que obscurecen el camino andado y que generan actitudes y sentimientos de frustración y desesperanza. A pesar de los esfuerzos realizados no se ha podido vencer el terrible flagelo de la corrupción que ha minado algunas instituciones públicas. A esto se une el clientelismo político, el tráfico de influencias y el desprestigio de no pocos dirigentes políticos. La violencia de la delincuencia, el deterioro moral, el narcotráfico, la crisis de la administración de justicia, la baja calidad de algunos servicios públicos, junto con el creciente empobrecimiento de la mayorías del país empañan el panorama de estos 40 años, y llegan hasta provocar tentaciones de salidas peligrosas y antidemocráticas” (C.E.V. 9-1-1998).
La obscuridad nos ha ganado, el peligro avanzó y la democracia se perdió. No se atendió a tiempo a la Iglesia y ayer, como hoy, la mandamos a callar y no meterse en “política”. La corrupción ahora tiene olor a alimentos podridos y medicinas vencidas, nace otra clase de explotadores que se adueña del país. La ilusión de crear un nuevo estilo de hacer política para formar la nueva sociedad se sigue frustrando y crece el clientelismo partidista hasta en los niveles más sencillos. “Hoy Venezuela es de todos” los que apoyan el régimen y viven de sus limosnas. La violencia de delincuentes se convierte, así nos parece, una política del régimen. El empobrecimiento es desbordante e incontrolable con un dictador que lo expropia todo y destruye la producción. Un signo de la muerte de la administración de justicia es cuando la presidenta del Tribunal Supremo sale a dar la cara por el dictador que no tiene pudor en identificarlo con el Estado. Aunque, eso es una confesión de parte. Este es el panorama que obscurece la Patria y ofende a la dignidad del ser humano.
Claro que la Iglesia seguirá hablando y actuando. Las sacristías se hacen estrechas para encerrarla en ellas. Hace tiempo que ella ha adoptado un método para su pastoral. Ver la realidad con mirada de Pastor, confrontarla con el Evangelio de Jesús y, encarando los desafíos del pueblo, emprender su misión. Anuncio del Evangelio, denuncia del pecado, llamada a la conversión para acompañar al pueblo en la construcción de una sociedad nueva, es su misión profética. En Venezuela el régimen podrá perseguirla, descalificarla, calumniarla, encarcelarla y hasta llevarla al martirio, pero nunca jamás podrá hacer que deje de cumplir su compromiso de “ayudar a construir y consolidar la democracia, promoviendo la participación y organización ciudadana, así como el fortalecimiento de la sociedad civil” (Concilio Plenario de Venezuela).
Como lo afirma nuestro Cardenal, es por la libertad y la democracia por la que debemos luchar. Fueron unos fariseos quienes pidieron a Jesús que se calle el pueblo, pero Jesús les respondió: “Si estos se callan gritarán las piedras” (Lc 19,39-40).
Por su parte, la Iglesia no guardará cómplice silencio. Si ella calla, hablarán las piedras. Lo que necesitamos es escuchar sus palabras, con el verdadero sentido del mensaje que transmite al pueblo. No es que la escuchemos sólo cuando dice algo que nos gusta o nos interesa. Es que siempre ha hablado y muy pocas veces la hemos atendido. O es que ya no recordamos cuando el año en el que todos celebrábamos los cuarenta años de la democracia (1998), felicitándonos con satisfacción, no nos detuvimos a escuchar a nuestros a Pastores que gritaban en el desierto: “Existen sombras que obscurecen el camino andado y que generan actitudes y sentimientos de frustración y desesperanza. A pesar de los esfuerzos realizados no se ha podido vencer el terrible flagelo de la corrupción que ha minado algunas instituciones públicas. A esto se une el clientelismo político, el tráfico de influencias y el desprestigio de no pocos dirigentes políticos. La violencia de la delincuencia, el deterioro moral, el narcotráfico, la crisis de la administración de justicia, la baja calidad de algunos servicios públicos, junto con el creciente empobrecimiento de la mayorías del país empañan el panorama de estos 40 años, y llegan hasta provocar tentaciones de salidas peligrosas y antidemocráticas” (C.E.V. 9-1-1998).
La obscuridad nos ha ganado, el peligro avanzó y la democracia se perdió. No se atendió a tiempo a la Iglesia y ayer, como hoy, la mandamos a callar y no meterse en “política”. La corrupción ahora tiene olor a alimentos podridos y medicinas vencidas, nace otra clase de explotadores que se adueña del país. La ilusión de crear un nuevo estilo de hacer política para formar la nueva sociedad se sigue frustrando y crece el clientelismo partidista hasta en los niveles más sencillos. “Hoy Venezuela es de todos” los que apoyan el régimen y viven de sus limosnas. La violencia de delincuentes se convierte, así nos parece, una política del régimen. El empobrecimiento es desbordante e incontrolable con un dictador que lo expropia todo y destruye la producción. Un signo de la muerte de la administración de justicia es cuando la presidenta del Tribunal Supremo sale a dar la cara por el dictador que no tiene pudor en identificarlo con el Estado. Aunque, eso es una confesión de parte. Este es el panorama que obscurece la Patria y ofende a la dignidad del ser humano.
Claro que la Iglesia seguirá hablando y actuando. Las sacristías se hacen estrechas para encerrarla en ellas. Hace tiempo que ella ha adoptado un método para su pastoral. Ver la realidad con mirada de Pastor, confrontarla con el Evangelio de Jesús y, encarando los desafíos del pueblo, emprender su misión. Anuncio del Evangelio, denuncia del pecado, llamada a la conversión para acompañar al pueblo en la construcción de una sociedad nueva, es su misión profética. En Venezuela el régimen podrá perseguirla, descalificarla, calumniarla, encarcelarla y hasta llevarla al martirio, pero nunca jamás podrá hacer que deje de cumplir su compromiso de “ayudar a construir y consolidar la democracia, promoviendo la participación y organización ciudadana, así como el fortalecimiento de la sociedad civil” (Concilio Plenario de Venezuela).
Como lo afirma nuestro Cardenal, es por la libertad y la democracia por la que debemos luchar. Fueron unos fariseos quienes pidieron a Jesús que se calle el pueblo, pero Jesús les respondió: “Si estos se callan gritarán las piedras” (Lc 19,39-40).
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