jueves, 22 de julio de 2010

A Mons. Roberto Lückert León en sus bodas de plata

Homilia pronunciada por el Pbro. Eduardo Ortigoza en la Eucaristía celebrada en la Basílica Nuestra Señora de Chiquinquirá el día 18 de julio de 2010 por motivo de dar gracias a Dios y a la Virgen por las Bodas de Plata Episcopal de Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro

Homenaje de la Iglesia de Maracaibo

Conocí a Mons. Roberto Lückert en el mes de agosto del año 1969, cuando llegó a mi casa preguntando si todavía deseaba continuar en el Seminario. La razón de esa visita y de esa pregunta fue que a todos los alumnos del Seminario, se nos habían devuelto nuestros documentos mientras nos comunicaban que el Seminario dejaba de funcionar y que cada uno de nosotros podríamos escoger libremente el colegio o el liceo donde continuar los estudios. No se nos había indicado la razón de esa clausura ni qué pasaría después. A todos los muchachos, entre 15 y 16 años, que hacía poco tiempo habíamos comenzado a transitar el camino de la vocación sacerdotal aparentemente se nos había terminado muy rápidamente dicho proyecto.
Gracias a ese joven sacerdote, se dio inicio a una experiencia que ha dado abundantes frutos a esta Iglesia. La mayor parte de los integrantes del clero de Maracaibo han surgido del Centro Vocacional Arquidiocesano impulsado por él. Del grupo rescatado de la dispersión únicamente este servidor llegó a ordenarse, en el camino se fueron juntando otros a la nueva experiencia, para luego contar los frutos.
Desde esa época somos muchos, los que hemos visto en el Padre Lückert al sacerdote maestro y amigo de toda la vida. Por ello, hoy le ofrecemos este homenaje por ser buen pastor de esta Iglesia venezolana.
Su experiencia sacerdotal se inició como Vicario cooperador en la Parroquia de Santa Bárbara al lado de Mons. Mariano José Parra León. Sin duda que de él aprendió la valentía para proclamar la verdad, con la conciencia clara de que quien asume la misión de profeta debe anunciar la palabra de Dios y denunciar el pecado aún a costa de la propia vida. Si él no lo hace lo harán las piedras. Porque esa palabra debe ser anunciada y todo pecado debe ser denunciado y corregido. Posteriormente recibió la encomienda de reunir al pequeño rebaño de seminaristas e iniciar la ya mencionada experiencia de formación sacerdotal. A lo que siguió la Parroquia de Ntra. Sra. de Lourdes, una pequeña iglesia de barrio, convulsionada y dividida por las pasiones contestarias que habían motivado la intervención del Arzobispo y el alejamiento de los sacerdotes que la habían conducido. Nada fácil, eran tiempos en que los Documentos de Medellín estaban muy frescos, en que dentro de la Iglesia efervescia la teología de la revolución y de la liberación, tiempos de curas obreros y de jóvenes que se sentían comprometidos con Cristo y con los más pobres. Preferían al sacerdote que, según ellos, optaba preferencialmente por los pobres y que llegaba hasta a emplearse como expendedor de combustible en la estación de servicio más cercana. Hasta ese ambiento llegó el Padre Lückert, con su sotana y con su viejo Mercedes Benz, que más que automóvil parecía un autobús dada la capacidad que tenía para transportar muchachos a reuniones y paseos. Los seminaristas permanentemente hacíamos la caricatura de los severos esfuerzos que debía realizar para realizar la simple maniobra de girar el volante.
Con la prédica constante de la reconciliación y los gestos continuos de amistad y humanidad, combinando sus tareas de Párroco y de Promotor vocacional, el Padre Lückert fue reconstruyendo su nueva Parroquia en la que especialmente había que dedicarse a fortalecer las bases del templo espiritual, pues el futuro del templo físico era incierto en razón del urbanismo que ya avanzaba y cambiaba la fisonomía de la ciudad.
Ese mismo urbanismo fue el que había arrasado al viejo Saladillo al que llegó el Padre Lückert en el año 1972 para asumir las funciones de Párroco de esta Basílica. Sustituía en el cargo a Mons. Medardo Luzardo, recién nombrado Obispo de San Carlos en Cojedes; debía continuar la tarea de sacerdotes de la talla de Ángel Ríos Carvajal, José Ángel Rosado, David Hernández, Olegario Villalobos, Antonio María Soto. Del territorio parroquial encontró los escombros de las antiguas casas familiares, así como también muchos corazones desgarrados por el avance despiadado de un modernismo inconsciente y desenfrenado. En dos períodos, y durante 13 años, ejerció como Párroco y Rector de este Santuario Mariano, Corazón del Zulia. Varios espacios vitales fueron convertidos en sus escenarios principales para ejercer la misión de reconstruir el tejido parroquial y sanar los corazones heridos: el altar para ofrecer diariamente la divina eucaristía por todo y por todos, a la vez que anunciar sin descanso el mensaje de esperanza; el confesionario para ofrecer un espacio de permanente intimidad a cada uno de sus feligreses y tenderles la mano amiga en el camino de encuentro con Cristo salvador, el despacho parroquial, atendido con rigurosa puntualidad, como lugar propicio para ayudar a resolver los problemas de los fieles y permitir la apertura necesaria para el diálogo amistoso de la asesoría espiritual, y finalmente la visita a los hogares de la parroquia, el caminar sus calles, la atención a los enfermos, el conocer uno a uno sus feligreses, compartiendo con ellos sus alegrías por los nacimientos, bautizos y matrimonios, acompañando sus duelos con la presencia consoladora y la palabra oportuna. Un espacio privilegiado para este apostolado fue el Hospital Chiquinquirá, donde ejerció como Capellán.
Desde la Basílica y con la maternal conducción de la Patrona de todos los zulianos, el Padre Lückert se fue convirtiendo en el cura amigo de todos, en la referencia obligada y permanente del clero zuliano. La fidelidad inquebrantable a Mons. Domingo Roa Pérez, su Arzobispo, lo llevó a compartir nuevas responsabilidades, la Dirección del Diario Católico La Columna, la Vicaría General de la Arquidiócesis, la fundación de las Parroquias de San Juan Bautista y de La Caridad del Cobre en San Francisco, etc.
Un espíritu de pleno dinamismo eclesial ha acompañado toda la vida sacerdotal de Mons. Lückert. Su característica fundamental ha sido la permanente obediencia a sus superiores y la íntegra dedicación a cualquier trabajo al servicio de la Iglesia y de los hermanos.

ME DESPRENDO DE MI VIDA, PARA RETOMARLA DE NUEVO

Luego de 19 años de eficaz ministerio sacerdotal en la Arquidiócesis de Maracaibo, el Papa Juan Pablo II lo elige Obispo de la Diócesis de Cabimas. El 29 de junio de 1985 es ordenado Obispo en esta misma Basílica. Era el mismo año de la inolvidable Visita de Juan Pablo II quien en gesto de devoción y humildad colocó a los pies de la Virgen Chinita su blanco solideo.
El Vicario General de Maracaibo y Cura de la Basílica debía abandonar su querida parroquia, a sus amigos y a sus fieles para entregar su vida «al otro lado del puente». De custodio de Ntra. Sra. del Rosario de Chiquinquirá se convertía en Pastor de los hijos de Ntra. Sra. del Rosario de Aránzazu. Durante ocho años, la Costa Oriental del Lago fue el espacio de acción para este Obispo que día a día se entregó al servicio de los más pequeños y de los más grandes. Haciéndose amigo de todos y cada uno de los hijos de esa Grey.

AL SERVICIO DEL PUEBLO, A LA SOMBRA DE LA CRUZ DE SAN CLEMENTE.

El 20 de julio de 1993, se conoce la noticia del traslado de Mons. Lückert a la Diócesis de Coro, de la cual tomó posesión el 2 de octubre de ese año. Es esta la Diócesis Primada de América Meridional, puesto que fue la Primera Sede Episcopal de la América del Sur, y la Primera Diócesis de la Patria. La Divina Providencia ha querido que sea el Primer Arzobispo de Coro a partir del 23 de noviembre de 1999.

LA MISION DEL OBISPO

Desde Coro, con la prominencia de 500 años de historia de esta Iglesia, Mons. Lückert ha continuado su misión de Pastor de la Grey: velando por el bien de su rebaño, que no solamente es Coro si no Venezuela toda, en espíritu de unidad y colegialidad con sus hermanos en el episcopado, comprendiendo cada día más que, como pastor del Evangelio de Jesucristo confiado a la Iglesia “…tiene el deber y el derecho de predicarlo a todas las gentes, independientemente de cualquier poder humano” (CIC 747 §1); debe proclamar los principios morales, incluso los relacionados con el orden social, y dar su juicio sobre cualquier asunto humano, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas”. (CIC 747 §2).

LA IGLESIA ES EXPERTA EN HUMANIDAD

Esta frase fue pronunciada por el Papa Pablo VI, cuando respondía a la pregunta de si la Iglesia debía opinar sobre las diversas situaciones concretas que viven las personas, las sociedades o los pueblos. Y es que la Iglesia, con sus luces y sus sombras, con su pecado y con su gracia, siempre ha tenido presente las palabras de San Pedro cuando decía que Jesucristo: “fue un hombre que pasó haciendo el bien”.
Y es ese el bien que la Iglesia y sus Obispos deben continuar realizando. Es su obligación; ya que su tarea no se limita al ámbito “espiritual”. Su tarea no es solamente salvar el alma, es salvar a las personas concretas que viven el dolor, las alegrías, los sufrimientos, los gozos, las injusticias; y eso afecta su vida, su integridad, su dignidad. Es esa realidad total en la que viven las personas que forman parte de la Iglesia, o están fuera de ella, a la que hay dirigir una palabra de humanidad, para iluminarla con la luz del Evangelio y de la fe.
La Iglesia, con sus pastores y todo el pueblo de Dios, no puede permanecer callada e insensible ante la realidad en la que viven los seres humanos; una realidad llena de injusticia no solo individual sino también institucional, una realidad oscura en todos sus ámbitos: en lo familiar, laboral, político, económico, cultural, social, etc. Para todos las personas, y para todos esos ámbitos de vida, la Iglesia debe tener una palabra iluminadora, de consuelo, de acompañamiento para que ellos, libremente y guiados por su conciencia, puedan aplicarlas a su vida de cada día.

AGRADAR A DIOS, NO A LOS HOMBRES

Esta predicación de los Obispos y de la Iglesia toda, se realiza siguiendo las enseñanzas de los Apóstoles, como enseña San Pablo: “Nuestra predicación no se inspira en el error, ni en la impureza, ni en el engaño. Al contrario, Dios nos encontró dignos de confiarnos la Buena noticia, y nosotros la predicamos, procurando agradar no a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones. Ustedes saben –y Dios es testigo de ello– que nunca hemos tenido palabras de adulación, ni hemos buscado pretexto para ganar dinero. Tampoco hemos ambicionado el reconocimiento de los hombres, ni de ustedes ni de nadie, si bien, como Apóstoles de Cristo, teníamos el derecho de hacernos valer” (1Tes 2,3–7).

ADVERTENCIAS PARA EL MOMENTO PRESENTE

Lamentablemente en la sociedad contemporánea, a nivel mundial y no solamente en Venezuela, parece irse imponiendo una dictadura ideológica que se molesta ante la “firmeza insobornable” de la Iglesia y su anuncio de la verdad. Se pretende instaurar nuevas normas de conducta, tanto personal como social, en la sociedad, inspiradas en principios abiertamente antievangélicos”.
Se pretende secuestrar a Jesucristo y a su Evangelio, prescindiendo de la Iglesia a quien se le confió la misión de custodiar ese mismo Evangelio. Asimismo se procura instaurar un nuevo orden social “aparentemente cristiano” inspirado en un Jesucristo extraño al Evangelio, o en un Evangelio sin Jesucristo, acompañándolo de ideas y doctrinas no acordes con la verdad evangélica, carentes de una genuina jerarquía de los valores humanos.
Por ello se hace necesario escuchar y atender a la Iglesia, experta en humanidad. Con una experiencia de 21 siglos trabajando para reconciliar al ser humano con Dios, su creador; y para unir al ser humano consigo mismo y con su prójimo. En este sentido es que la Iglesia presenta una lista de derechos humanos indeformables e irrenunciables que Dios ha otorgado a cada hombre y a cada mujer, más allá de sus méritos o culpas personales. En primer lugar están los derechos básicos a la vida, a la enseñanza, a la salud, al trabajo, a la libertad, etc., y se extiende a exigencias irrevocables que abarcan el desarrollo de la vida personal, familiar y social.
El actual momento por el que atraviesa la historia de nuestro país exige de los obispos y de los sacerdotes que sepamos ser verdaderos pastores y amigos de todos. Que nunca nos cansemos de propiciar el diálogo y de tender puentes que faciliten el acercamiento y el entendimiento. Que tengamos presente que en nuestras comunidades hay gente de todos los bandos y facciones. Que no tenemos ningún derecho a expresar preferencias por alguna opción política, ya que discriminaríamos a una parte de nuestros pastoreados. Como pastores no se nos permite hacer públicas nuestras preferencias políticas o de partidos. Todo esto no debe impedir la predicación de la verdad, el anuncio del Reino de Dios, la denuncia de la mentira y del pecado. Esta sigue siendo la enseñanza permanente de nuestro homenajeado.
Fundamentalmente a los pastores les toca hacerse, como enseña San Pablo, débiles con los débiles para ganar a los débiles. Hacerse todo a todos para salvar a toda costa a algunos. (1 Cor. 9,22).
Y qué mejor manera de hacerse «todo a todos» en el hoy de Venezuela que a través de la vivencia y la predicación de la misericordia divina, que no hace acepción de personas, que es infinita comprensión y perdón. Ante tanto ofensa, tanto dolor, ante tanta herida abierta, la única salida es que nos decidamos a ser como el Buen Samaritano. Que no nos fijemos en los detalles o en las palabras, sino que reconozcamos el rostro del hermano.
El Evangelio de hoy (Lc.10,38-42) nos convoca, con los ejemplos de Marta y María en la casa de Betania, a saber combinar nuestra contemplación y nuestra escucha de la Palabra de Dios con la acción decidida para ayudar a los hermanos y transformar este mundo en el reino de paz y amor que Jesucristo vino a inaugurar con su presencia.
Mons. Roberto Lückert, Arzobispo de Coro, ha celebrado con alegría y en unión de sus amigos y fieles esta Acción de Gracias al Señor por sus 25 años de vida episcopal; el próximo mes de agosto celebrará sus 44 años de ordenación sacerdotal. Él mismo decía el pasado 29 de junio en Coro que el comején ya se comienza a sentir en su organismo. Pidamos que se siga inmunizando en contra de ese flagelo; y que siga siendo como nuestras viejas Catedrales y como esta Basílica que, aún cargadas de años, siguen permaneciendo en pie y dando calor familiar a cada uno de sus hijos. En Venezuela necesitamos, todavía por mucho tiempo, la voz clara y tronante de este Pastor que sin titubeos anuncia la buena noticia; pero que también denuncia las injusticias y desenmascara las mentiras. Pidamos que pueda seguir siendo el Obispo amigo que construye puentes y que acerca distancias, que como lo hizo tanto en el febrero de 1992, como en el abril de 2002, como en tantas otras ocasiones menos conocidas, pueda acercarse a quienes lo necesiten, aún cuando su presencia pudiera ser inesperada e incomprendida.
Mons. Lückert, con la gratitud de discípulo y amigo, junto a todos estos hermanos que te aprecian y admiran, pido a Dios te siga dando la salud, el coraje y la constancia para que junto a tus hermanos Obispos venezolanos puedas seguir siendo luz y guía para este pueblo venezolano que es cristiano, fiel y devoto, que en la vida y en la muerte ama y lucha, canta y ora. El Señor y la Chinita te sigan bendiciendo.

1 comentario:

  1. Muy buena homilía, especialmente las Advertencias para el momento presente. Se le pasó lo de Director de la Columna.

    Saludos

    ResponderEliminar