lunes, 7 de febrero de 2011

Luz del mundo y sal de la tierra

V DOMINGO ORDINARIO CICLO A
Lecturas: Is 58, 7-10: Sal 112, 1-5; 1 Cor 2,1-5; Mt 5, 13-16
HOMILIA EN LA PRIMERA MISA PONTIFICAL DE S.E.R. EDGAR PEÑA PARRA
ARZOBISPO TTULAR DE TELEPTE Y NUNCIO APOSTOLICO EN PAKISTAN


Luz del mundo y sal de la tierra
Queridos hermanos,
El texto del evangelio que acabamos de escuchar se sitúa entre las bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña. Utilizando dos imágenes familiares de la vida cotidiana el evangelista propone dos realidades esenciales que definen el verdadero discipulado de Jesús. Los discípulos son llamados a ser, en medio del mundo sal y luz. La comprensión de estas dos imágenes nos ayudará a entender la tarea del seguidor de Jesús en medio de las gentes entre las que ha sido llamado a vivir o de entre las que ha sido elegido por el Maestro.
La sal conserva, sazona y mantiene el calor. Entre estas funciones algunas se entienden hoy como ayer: sazonar, dar sabor a los alimentos. La sal logra su efecto y cumple su tarea sólo cuando desaparece diluyéndose en los alimentos. Este es el aspecto sapiencial de la imagen utilizada por Jesús. La sabiduría de los discípulos sazona el mundo con el sabor de Cristo cuando da sentido a la existencia humana. También hoy es necesario que los discípulos tomen conciencia real de que están destinados a diluirse en la sociedad, sin perder su identidad más auténtica, en servicio de todos los hombres, imitando así al siervo de Yahvé que no grita por las calles, ni quiebra la caña rota ni apaga la mecha vacilante (Cf Is 49 ).
Pero la sal cumple además otra función importante: se aplica a ciertas carnes para evitar su corrupción. Hay alimentos que una vez “salados”, se conservan intactos, incorruptos y siempre útiles. Ser sal para la tierra significa “que el discípulo de Jesús tiene que ser agente activo contra todo lo que pueda corromper las relaciones personales, familiares, sociales, políticas y económicas.
Todavía hay una tercera función que hoy no tiene vigencia. En tiempo de Jesús se utilizaban placas de sal que se colocaban en el interior de los hornos donde se cocía el pan. La función de esas placas de sal era la de mantener el calor a la adecuada temperatura para que la cocción del pan fuera posible. Estas placas después de un tiempo perdían su virtualidad, eran retiradas del horno y sustituidas por otras. La sal entonces servía a mantener el calor. Los discípulos de Jesús son enviados al mundo para mantener el calor del Evangelio y asegurar que la condición humana alcance su punto de maduración y cocción, es decir la salvación.
La Luz, en cuanto a ella, hace que la realidad pueda ser percibida y que los hombres puedan orientarse y caminar sin tropezar. La luz es la primera obra de la creación, la criatura primogénita de Dios (Gen 1,3). En la Biblia aparece como imagen de la vida y de la salvación que viene de Dios, es como el vestido de Dios, expresión de su dignidad y de su poder salvador (Sal 104,1-2). La luz revela el misterio de Dios en forma particular: “Dios es luz y no hay en El oscuridad alguna” (1Jn 1,5). Jesús la utiliza para presentarse: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas” (Jn 8,12). Para Mateo cada creyente y cada comunidad de fe es luz para el mundo, signo sacramento de la luz y de la vida que viene de Dios (Cf Mons. Silvio Báez, comentario al V domingo ordinario).
La tarea de los discípulos es entonces la propia de los embajadores. El Señor que les envía garantiza la eficacia de su tarea iluminadora de la humanidad. Lo harán volviéndose ellos primero personas luminosas. Es necesario vivir el discipulado de Jesús con esta amplia esperanza y basado en ella llevar a cabo sin desanimarse esta ardua tarea y esta noble misión. Jesús confía su luz a los enviados para que la trasmitan al mundo. Hoy es más necesaria que nunca la presencia de estas lámparas ardientes en medio de un mundo opaco y necesitado de la verdadera luz del evangelio. La sal no puede no salar. La luz no puede no alumbrar. La Buena Nueva del Reino no puede quedar escondida por temor a la persecución o por la flojera sino que debe hacerse presente en la vida de las personas y de las estructuras sociales a través del testimonio de vida de los creyentes.
En el cumplimiento de esta misión nunca debemos perder de vista que no salamos por nuestra propia virtud ni iluminamos por nuestro propio poder. Somos seres referenciales, es decir transmisores de un bien que no poseemos en exclusiva sino que lo hemos recibido para compartirlo, una luz que nadie puede apagar. El protagonista es la gloria de Dios y la salvación de los hombres. “Alumbre así la luz de ustedes a los hombres para que vean sus buenas obras y den gloria al Padre que está en el cielo”. Solo el ejercicio efectivo de la caridad nos volverá luminosos y mostrará al mundo el poder y la bondad de Dios.
FIAT VOLUNTAS TUA
Edgar, por última vez te llamo “querido hijo” como arzobispo de Maracaibo, porción de la iglesia a la cual hasta ayer perteneciste, hasta que el Sumo Pontífice, en este mismo lugar, por imposición de manos y la oración consecratoria te añadió al Orden de los Obispos. De ahora en adelante te llamo con gozo “querido hermano en el episcopado”.
Has elegido como lema de tu ministerio episcopal “Fiat voluntas tua, Hágase tu voluntad”, una frase bíblica pronunciada por la Madre de Dios al momento de recibir en su seno al Hijo del Eterno Padre. Una frase infinita como infinito era el don que María estaba recibiendo cuando la pronunció. Pero jamás por infinita etérea. Dios en su inmensa misericordia para contigo ha querido comenzar inmediatamente a dar contenido concreto a tu ministerio episcopal.
¿Cuál es la voluntad de Dios para ti? Que seas luz del mundo y sal de la tierra. Que brille en ti la obra de Dios por medio de tus palabras y silencios, obras y omisiones, por tu manera de vivir, de pensar y de actuar; en fin en todo lo que tú seas y emprendas, Cristo Jesús trasluzca. Verdadero nuncio, anuncia siempre y en todo lugar adonde seas enviado el Evangelio del amor y de la reconciliación. Anuncia que Dios existe, que es bueno y que nunca abandona a sus hijos, especialmente a los que más sufren toda clase de aflicciones y penalidades. Anuncia que el Reino de Dios ha llegado y que todos hemos sido invitados a formar parte de él, sin exclusión.
Dios quiere que seas sal de la tierra. Que con tu doctrina, que es la Doctrina de la Iglesia, reveles a los hombres el verdadero sentido de las cosas para que escojan siempre lo que verdaderamente vale la pena, los libera de la corrupción del mal y de la muerte y los lleva a la vida y a la felicidad sin fin. Que con tu caridad comuniques calor de vida y todos los que acudan a ti sientan presente al Dios que da vida plena para siempre. Y si haciendo todo esto notas que te diluyes, no tengas miedo, Edgar, al contrario ¡da gloria a Dios!, como Juan el Bautista que encontró su gozo pleno en que Cristo creciera y él disminuyera.
Que Dios te acompañe, embajador de Cristo. Cuenta siempre con nuestras oraciones y apoyo, en especial el de tus familiares, el de los sacerdotes de Maracaibo y el de los obispos de Venezuela.
Pero sobre todo cuenta con la maternal protección
de la casta Señora,
de la autóctona Virgen de rostro bronceado,
a quien el sol,
esplendente en el cielo zuliano
proclama Reina inmortal,
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá
La Chinita. Amen
Basílica de San Pedro, Roma 6 de febrero de 2011

+Ubaldo R Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo

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