Capellán de la UNICA
(Charla dictada en la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, Sierra Maestra, Municipio San Francisco, Edo. Zulia. El jueves 31 de marzo a las 7:00 pm.)
Mensaje de inicio
Es motivo de alegría y nos fortalece la esperanza de que, lo que humanamente es imposible, humanamente es posible por la acción graciosa de Dios. Por eso, les manifiesto mi complacencia y les felicito por la tan loable iniciativa de crear una Cátedra Parroquial. Pido al Señor extienda esta inspiración a todas las comunidades cristianas de nuestra iglesia particular. Es que cada comunidad cristiana debe ser una cátedra donde aprendamos a vivir como cristianos. De que se haya creado para homenajear al nuestro próximo beato el Papa Magno Juan Pablo II, es de un nivel muy elevado tanto desde el punto de vista de lo académico como de lo pastoral y espiritual. Sin más preámbulo, les felicito sinceramente y me llena de gozo poder colaborar hoy en esta ya exitosa Cátedra Parroquial Juan Pablo II. Le auguro que se escribirá en la historia de nuestra Iglesia que esta Cátedra nace en la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe de Sierra Maestra en un homenaje de veneración sincera a aquel que hace 26 años se acercó a nuestra ciudad para hablarnos cara a cara, como el peregrino de la paz y la esperanza que es. Precisamente, es el mismo Juan Pablo II, en la encíclica que hoy contemplamos, quien nos dice: “Para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social pertenece a su misión evangelizadora y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador” (Centesimus annus 5). Y, como evangelizar es la vocación e identidad de la Iglesia, con esta cátedra estamos haciendo Iglesia.
Criterio hermenéutico
En el Papa Juan Pablo II nos encontramos con un magisterio tan magno como su misma persona y pontificado. Nos centramos, como me corresponde en este evento, en la encíclica Centesimus annus (CN), la novena encíclica de su pontificado y la tercera de carácter explícitamente social, fechada el día del trabajador y san José Obrero del año 1991, en homenaje al Papa León XIII y el centenario de su encíclica Rerum novarum (15-5-1891). Sin duda, este nuevo documento de Juan Pablo II enriquece aun más el cuerpo doctrinal de cien años de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Por tanto, la misma DSI es su tema central, desarrollado en seis capítulos: en el primero nos presenta los rasgos característicos de la Rerum novarum; en el segundo nos habla de las realidades actuales desde donde se debe hacer relectura de la encíclica centenaria; el tercer capítulo se trata de lo que ha significado el extraordinario año 1989 para la humanidad con la caída del famoso muro de Berlín y fracaso del régimen comunista; el cuarto capítulo se habla de la propiedad privada y el destino universal de los bienes; el quinto sobre el Estado y la cultura; por último nos enseña algo que se convirtió en una constante para Juan Pablo II y el fundamento de la DSI, se trata de que la persona humana es el camino de la Iglesia. El propósito de esta encíclica es la de hacer una relectura de la Rerum novarum, pero mirando las cosas nuevas que hoy nos interpela. Un pocas palabras, la Centesimus annus es la hermenéutica de la Rerum novarum. Para interpretar un documento de la DSI es necesario darnos cuenta de su carácter histórico. Explico, esta doctrina ilumina y guía el paso de la persona peregrina en el tiempo y en el espacio. En él vive, más que vivir, convive en relación con las criaturas creadas y todo el mundo material que es capaz de transformar con su inteligencia para bien de todos. Dios lo creó para ser señor de la creación y creador como el mismo Creador. También para la relación interhumana que debe vivir en la fraternidad. Y para la relación con el Absoluto de donde surge y hacia donde está llamado como su vocación final. Esta relación parte de la iniciativa divina y se funda en el amor. Es Dios quien lo ama primero y hasta el extremo. Por eso lo hizo Dios a su imagen, capaz de conocerle, servirle y amarle. Aun más, por Jesucristo, lo eleva a la dignidad de hijo. Así pues, el ser humano es señor del mundo, hermano entre los otros seres humanos, e hijo de Dios. Esencialmente somos seres en relación o, si se prefiere, seres sociales. Nosotros, desde nuestra fe, afirmamos que somos seres para la comunión. Pero, el pecado trastorna la armonía de la creación. Desde entonces la historia está entretejida de éxitos y fracasos, de males y bienes, de sufrimientos y felicidades. El trabajo humano tiene sus dificultades cuando se busca interese individuales y se tiene ambiciones egoístas. Las relaciones se tornan difíciles. El humano pasa de señor a esclavo, de hermano a explotador y se olvida de Dios negando su propia trascendencia. Sin embargo, Dios no lo abandona y comienza a formar un pueblo para realizar así su plan de salvación. Este pueblo se convierte, después de la experiencia liberadora del éxodo, en el Pueblo de Dios, con quien el mismo Yahvé hace una Alianza. Y, cuando llega la plenitud de los tiempos, Jesucristo se encarna habitando entre nosotros para redimirnos con su muerte y resurrección. Recrea la nueva humanidad. Nos salva, formándonos en un pueblo de hermanos. Así, con el Espíritu Santo, surge el Nuevo Pueblo de Dios, Pueblo de la nueva y definitiva Alianza sellada en el Misterio Pascual (pasión, muerte y resurrección de Jesucristo). De esta forma la Iglesia se presenta al mundo como Sacramento, es decir, signo e instrumento de la salvación (Cf. Lumen gentium 1), Sacramento visible de unidad (Cf. Lumen gentium 8), “Pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Cf. Lumen gentium 4), Sacramento universal de comunión. Este es el verdadero reto de la Iglesia en la humanidad: ser Sacramento de comunión. Ser signo de una sociedad solidaria. Ella debe, por tanto, ser peregrina significando con su ser y actuar la comunión interhumana y humano-divina. Pero, además, debe hacer que los humanos logren esta comunión tan deseada; es decir, está llamada a ser “casa, escuela y taller de comunión”, para decirlo con palabras del mismo Juan Pablo II y nuestro Pastor de Maracaibo Mons. Santana. Realizar la comunión es la misión de la Iglesia porque es el sentido del reinado de Dios, presentado por Jesús como un gran banquete de amor donde los hombres viven eternamente compartiendo en fraternidad y gozando de la gloriosa presencia del Padre. Comunión de amor que tiene en el misterio de Dios Trinidad su fuente, su modelo y su meta. La Iglesia es, para y con la humanidad, signo visible de la Sociedad más perfecta que es Dios. Esta verdad es el espíritu unificador de toda doctrina cristiana. Naturalmente, también de la DSI. De ahí que, cuando la humanidad sufre la Iglesia se acerca y le sirve. Como el buen samaritano se hace prójimo, comunión. Con su DSI, que responde a cada cuestión humana, la Iglesia acompaña y sirve al peregrino histórico. Asumiendo para sí “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobre y de cuantos sufren” (Gaudium et spes 1). Este es el sentido más profundo de la obra eclesial. Cada documento ilumina el camino humano para que las personas puedan enfrentar con valor e inteligencia, en solidaridad y dignidad, las cuestiones sociales que surgen de sus vidas en relación. Para eso, DSI le brinda “los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para promover un humanismo integral y solidario” (Compendio de la DSI 7). Por tanto, un criterio importante para la interpretación, después de tener a la Persona Humana como el camino de la Iglesia, es que la DSI tiene un carácter histórico, precisamente porque el humano es histórico. Todo documento social, aun guardando principios perennes y universales, abordan cuestiones históricas concretas. De ahí que en la lectura fiel de cada documento social, debemos ubicarnos en el contexto histórico desde donde se emite y conocer el problema específico que trata. Además, para su comprensión, la interpretación o actualización del mensaje, es importante hacer una relectura enfrentándola con nuestra presente realidad humana. Esta doctrina evoluciona en la medida que responde a situaciones propias de la historia. El mismo Juan Pablo II lo enseña con estas palabras: “A partir de la aportación valiosísima de León XIII, enriquecida por las sucesivas aportaciones del Magisterios, se ha formado ya un corpus doctrinal renovado, que se va articulando a medida que la Iglesia, en la plenitud de la Palabra revelada por Jesucristo y mediante la asistencia del Espíritu Santo, lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia. Intenta guiar de este modo a los hombres para que ellos mismos den una respuesta, con la ayuda también de la razón y de las ciencias humanas, a su vocación de constructores responsables de la sociedad terrena” (Sollicitudo rei socialis 1 SRS).
Contexto histórico de la Centesimus annus
Juan Pablo II celebra el centenario de la primera encíclica social, la Rerum novarum de León XIII, haciéndole una extraordinaria hermenéutica en un contexto totalmente nuevo. Para ello, con una mirada retrospectiva, mira el contexto del centenario documento para expresar su riqueza, algo así como ¿qué dijo la Rerum novarum? Luego, Juan Pablo II se ubica en su propio momento histórico para poder responder a la pregunta: ¿Qué nos dice hoy la Rerum novarum? Pero, esta pregunta abarca también el futuro del tercer milenio al que Juan Pablo II se ha comprometido dirigir a la humanidad desde los primeros momentos de su pontificado. Como sabemos, León XIII, con la primera encíclica social, dio respuesta a lo que se llamó “cuestión obrera”. En los siglos XVIII y XIX, gracias al avance de las ciencias modernas, se produce una auténtica revolución calificada de industrial que hiso cambiar el estilo de vida de la personas en sociedad. El trabajo manual se sustituye por las maquinas que más tarde serán denominadas como medios de producción, dando paso a las industrias que cada vez crecen más. En la actividad económica, rige un nuevo sistema de ideología liberal individualista que abarca tanto lo jurídico como lo político. Se elimina lo que consideraban trabas y reglamentaciones que se tenía en el Medioevo que dificultaban la actividad económica. En contraposición, surge el principio de la libre concurrencia o competencia entre los individuos y entre las empresas. Así, la propiedad privada pasó a ser un derecho individual controlado por la voluntad de las partes. El capitalismo se hiso presente con un notable aumento en la producción de bienes y servicios. Quien tiene el capital, es dueño de los medios de producción, puede formar la industria y contratar a los obreros para el manejo de las valiosísimas maquinas con un contrato a convenir, sin ninguna reglamentación. Naturalmente, los abusos del capitalista que sólo le importa aumentar su capital, hace de los obreros y su familia una muchedumbre proletaria, en la miseria, en condiciones casi de esclavitud, como lo afirma León XIII en la Rerum novarum. Las reacciones en contra de tal situación no dejaron de aparecer, siendo la más significativa la del famoso Manifiesto Comunista que propone la lucha de clases y la implantación de un régimen de Estado del Partido Comunista del proletariado como dueño de todos los medios de producción, bajo la bandera de la destrucción de la propiedad privada. Su filosofía se fundamenta en una visión materialista dialéctica del hombre y de la historia, con la pretensión de eliminar toda alienación externa, incluyendo la religión. El hombre es sólo un producto socio-económico. Pero, muchos olvidamos que antes del marxismo comunista, muchos cristianos, clérigos y laicos, manifestaron sus propuestas y trabajaron duramente por ellas. Unos, llamados conservadores o tradicionalistas, predicaron volver a vivir como antes, calificando como negativo los adelantos científicos y tecnológicos. Otros, llamados liberales, aceptando los cambios y adelantos del momento, buscan corregir y remediar los abusos. Por otro lado, encontramos a los llamados reformistas, quienes respetando y valorando la realidad de avances, se dedican a una más profunda transformación de la situación de explotación. En este contexto aparece la primera encíclica social denunciando las consecuencias inhumanas del capitalismo liberal y rechazando por materialista y anti-humanista la solución socialista. Cien años después, aparece la Centesimus annus en un contexto totalmente diferente, confirmando las previsiones de León XIII. Ciertamente, los sucesos del año 1989 se convierten en clave de lectura para la encíclica de Juan Pablo II. Este Papa ha sido testigo calificado de todo el sufrimiento y deshumanización que trajo consigo la implementación de un sistema comunista rechazada por la Iglesia desde la primera encíclica. Construir una sociedad sin Dios es posible, pero siempre se construye inhumanamente, contra la misma humanidad. Juan Pablo II pone de manifiesto las grandes visiones de León XIII. Ante la crítica del socialismo porque empeora la situación obrera (RN 4), se coloca como injusta por sí misma al negar el derecho de la propiedad privada (RN 5-9), interviene con graves prejuicios en el interior de la familia (RN 10-11). Pero, por otro lado, con la misma fuerza, arremete contra el capitalismo llamándolo Juan Pablo II salvaje. Reafirma el autor de la Centesimus annus lo que cien años antes afirmara el autor de la Rerum novarum, el capitalismo liberal y el socialismo comunista son por igual ateos e inhumanos. Separan al hombre de la verdad (CN 4) y no respetan la dignidad del trabajador ni del trabajo (CN 6). Así, lo que para León XIII era una fatal posibilidad, para Juan Pablo II fue un trágico momento destructivo que tenía y llegó a finalizar con el fracaso rotundo y solemne del imperio comunista, dejando atrás atrasos y muertes. Juan Pablo II describe así el contexto de hoy en la Centesimus annus, al comienzo del capítulo titulado “El Año 1989”: “Partiendo de la situación mundial apenas descrita, y expuesta con amplitud en la encíclica Sollicitudo rei socialis, se comprende el alcance inesperado y prometedor de los acontecimientos ocurridos en los últimos años. Su culminación es ciertamente lo ocurrido el año 1989 en los Países de Europa central y oriental; pero abarcan un arco de tiempo y un horizonte geográfico más amplios. A lo largo de los años ochenta van cayendo poco a poco en algunos Países de América Latina, e incluso de África y de Asia, ciertos regímenes dictatoriales y opresores; en otros casos da comienzo un camino de transición, difícil pero fecundo, hacia formas políticas más justas y de mayor participación” (CN 22). Otros de estos regímenes que han subsistido hasta hoy, están llegando a su fin de la misma manera. En resumen: el contexto desde donde Juan Pablo II escribe la Centesimus annus es el tiempo de la Perestroika de Gorbachov 1986-1991; 1989-1990 con el desmoronamiento de los regímenes comunista de la Europa del central y del este con la caída del muro de Berlín; la guerra del Golfo (1990-1991); la Conferencia de Paz de Madrid en 1991.
Contenidos de la Centesimus annus
Cuatros principios son destacados de la Rerum novarum por el primer capítulo de la Centesimus annus. A saber, la dignidad del trabajo humano y el derecho a la propiedad privada (CA 6). Debemos destacar que el trabajo es humano y justo cuando realmente responde a la propia vocación de la persona. Además, el trabajo tiene una dimensión social. De tal manera que, el trabajo humano realiza al ser personal integrar como individuo y como ser para la comunión. Con respecto a la propiedad privada, no puede considerarse como un valor absoluto y no puede estar desintegrado del principio del destino universal de los bienes de la tierra. Aquí Juan Pablo II denuncia por igual a los sistemas colectivistas e individualistas. Al tema de la propiedad privada y del destino universal de los bienes, dedica todo el capítulo IV de la Centesimus annus, haciendo toda una exposición de la misma en las diferentes aportaciones que va enriqueciendo este tema en la DSI (CA 30). En todo caso, el principio más significativo es que “la propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene también una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes” (CA 30). Es conveniente complementar estas afirmaciones con lo ya definido en la encíclica Sollicitudo rei socialis: “Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están originalmente destinados a todos. El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes” (SRS 42). Por cierto, esto lo desarrolla por primera vez en Puebla 1979, principio de su pontificado, reafirmando como lo hace en la Sollicitudo rei socialis y en la Centesimus annus, la opción preferencial por los pobres. Siguiendo en el capítulo primero de la Centesimus annus, presenta otro rasgo de la centenaria encíclica de León XIII. Se trata del derecho de asociación y derecho a unas condiciones dignas de trabajo (CN 7) unido al derecho a un salario justo (CN 8) y el papel del Estado en atención a todos, especialmente a los pobres, velando por el bien común (CN 10-11). Insiste claramente que el Estado es un servidor del pueblo, preferencialmente debe cuidar y asistir a las mayorías débiles y necesitadas (CN 10). Interpretando a León XIII, “insiste sobre un principio elemental de sana organización política, a saber, que los individuos, cuanto más indefensos están en una sociedad tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, en particular, la intervención de la autoridad pública” (CN 10). En el segundo capítulo, la Centesimus annus nos habla de las cosas nuevas de hoy (CN 12-21). Destaca las previsiones de León XIII y la visión actual de la profundización de los errores del socialismo-comunista (CN 12-14). Presenta, por otra parte, la alternativa defendida por la Iglesia y sus efectos a lo largo del siglo (CN 15-16). Recuerda, con un tono totalmente de consentimiento firme en la actualidad, que “la Rerum novarum se opone a la estatalización de los medios de producción, que reduciría a todo ciudadano a una pieza en el engranaje de la máquina estatal. Con no menos decisión critica una concepción del Estado que deja la esfera de la economía totalmente fuera del propio campo de interés y de acción. Existe ciertamente una legítima esfera de autonomía de la actividad económica, donde no debe intervenir el Estado. A éste, sin embargo, le corresponde determinar el marco jurídico dentro del cual se desarrollan las relaciones económicas y salvaguardar así las condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone una cierta igualdad entre las partes, no sea que una de ellas supere talmente en poder a la otra que pueda reducir prácticamente a esclavitud” (CN 15). Pero, lo más resaltante es siempre asegurar el bienestar de toda la comunidad, en justicia y libertad. Así como la defensa de los derechos de los pobres, ante todo. Para ello, en concreto, el Papa exige el trabajo digno, el pleno empleo y un salario justo tal que le permita al trabajador la capacidad del ahorro. Naturalmente, el Estado tiene la obligación de capacitar para el trabajo con una educación excelente y para todos, de modo que se pueda ejercer con competencia, responsabilidad y honestidad, un trabajo según su propia vocación. Se “requiere también una asidua vigilancia y las convenientes medidas legislativas para acabar con fenómenos vergonzosos de explotación, sobre todo en perjuicio de los trabajadores más débiles, inmigrados o marginados” (CN 15). Defiende Juan Pablo el derecho natural a las organizaciones obreras, profesionales y técnicas. Esto es una exigencia que atraviesa totalmente la historia de los ciento veinte años de la DSI. Otras muchas garantías para el trabajador como horarios y día de descanso. Otro principio fundamental es la solidaridad. De hecho el tema de la solidaridad es tratado con mayor amplitud e interés por Juan Pablo II en casi todo su Magisterio social, muy especialmente en la Sollicitudo rei socialis. Ciertamente, la solidaridad es una de las más importantes virtudes cristiana, es expresión del mandamiento nuevo del amor y construye la comunión, signo que nos identifica como seguidores de Jesús. Dice el Papa grande: “A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: dar la vida por los hermanos” (SRS 40). Esta virtud de la solidaridad da a las organizaciones obreras y profesionales, a las organizaciones políticas o del Estado, a toda empresa e instituciones, un tinte cristiano muy valioso. El capítulo tercero habla de los significativos sucesos del año 1989 (CN 22-29). León XIII responsablemente advirtió sobre la solución errónea del socialismo-comunista, hoy Juan Pablo II debe anunciar el fracaso de dicho sistema, que dejó experiencias sumamente trágicas para la humanidad. Sin embargo, con extraordinario optimismo, escribe: “De este proceso histórico han surgido nuevas formas de democracia, que ofrecen esperanzas de un cambio en las frágiles estructuras políticas y sociales, gravadas por la hipoteca de una dolorosa serie de injusticias y rencores, aparte de una economía arruinada y de graves conflictos sociales” (CN 22). De ese dolor es testigo nuestro Papa Polaco. En el anterior capítulo señala que el error de fondo del régimen fracasado es que se basó en una concepción de la libertad que aparta de la obediencia de la verdad y, por tanto, del deber de respetar los derechos de los demás, con las extremas consecuencias que produjo en nuestro siglo (CN 17-21). Pero, lo señala en el tercer capítulo, lo más grave es un régimen sostenido sobre la base de una falsa idea del ser humano que conduce a un falso proyecto de sociedad (CN 25). No se puede sostener una sociedad de progreso humano auténtico, sobre la concepción materialista del humano y su historia. Es lo que podría llamarse anti-humanismo. La Iglesia siempre ha propuesto, esta encíclica de Juan Pablo II lo sostiene con firmeza, que el desarrollo humano es integral, de todos los hombres y de todo el hombre. No sólo económico. Este verdadero desarrollo humano se funda sobre el trabajo solidario, una vida digna y capacidad de responder a su propia vocación. Naturalmente, sobre una fe o vida trascendente. Los sistemas políticos que deben gobernar deben estar construidos mediante el esfuerzo de una razón clara, en el ejercicio de la libertad. Como ya habíamos adelantado, el capítulo cuarto está dedicado a la cuestión de la propiedad privada (CN 30-43). Juan Pablo nos propone caminar hacia un sistema económico basada en la libertad de trabajo, en la justicia social, en la empresa más participativa. Tajantemente declara que el capitalismo no puede ser el único modelo (CN 35). En todo caso, todo sistema, también el capitalismo, debe someterse al control de las leyes justas, siempre y cuando no de pie a ideología radicalizada (CN 42). Siento desilusiónalos, pero cuando muchos esperaban que, ante el fracaso del comunismo, la Iglesia celebraría el triunfo del capitalismo. La verdad es que, desde el principio, con León XIII hasta ahora y siempre, el capitalismo es condenado por salvaje. Porque, el capital no puede estar por encima del hombre, y “el hombre es el camino de la Iglesia” (CN 53). Otro tema es el del Estado y la cultura, del capítulo quinto. El Estado debe armonizas y dirigir el desarrollo; cuando lo requiere, debe ejercer funciones de suplencia; practicar y respetar el principio de subsidiaridad; tarea asistenciales y contribuir a construir una cultura de paz. La misma DSI es el tema del último capítulo, sobre el principio eterno y universal de que el hombre es el camino de la Iglesia. Y, con esta verdad central, termino mi exposición agradeciendo su interés y paciencia. Dice Juan Pablo II: “En los últimos cien años la Iglesia ha manifestado repetidas veces su pensamiento, siguiendo de cerca la continua evolución de la cuestión social, y esto no lo ha hecho ciertamente para recuperar privilegios del pasado o para imponer su propia concepción. Su única finalidad ha sido la atención y la responsabilidad hacia el hombre, confiado a ella por Cristo mismo. Hacia este hombre, que como el Concilio Vaticano II recuerda, es la única criatura que Dios ha querido por sí misma y sobre la cual tiene su proyecto, es decir, la participación en la salvación eterna. No se trata del hombre abstracto, sino del hombre real, concreto e histórico: se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio. De ahí se sigue que la Iglesia no puede abandonar al hombre, y que este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión” (CN 53). En fin, el sentido de toda la DSI está precisamente en que “la Iglesia tiene como horizonte al hombre en su realidad concreta de pecador y de justo” (CN 53).
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