lunes, 11 de abril de 2011

"Novo millennio ineunte" (Al comienzo del nuevo milenio)


Reflexiones del Padre Andrés Bravo (Capellán de la UNICA) para el diálogo pastoral en el Encuentro Provincial de Pastoral Universitaria (Maracaibo, Coro, Cabimas y Punto Fijo), realizado en Cabimas el 8 y 9 de abril 2011, tomando como base la Carta Apostólica de Juan Pablo II Novo millennio ineunte (6-1-2000), en homenaje del autor por su beatificación el próximo 1 de mayo 2011

Existe un documento de Juan Pablo II, titulado Novo millennio ineunte, que despertó al principio mucho interés ya que se trata del primero que nos brinda al comenzar el milenio actual y recoge los frutos de la celebración del gran Jubileo 2000. Sin embargo, a mi juicio, ese interés fue desvaneciendo con el tiempo hasta ser olvidado por muchos. Me da la impresión de que nos quedamos con ideas que sólo servían de eslogan como remar mar adentro, sin pensar en la extraordinaria fuerza pastoral de la escena evangélica (Lc 5, 1-11) propuesta por el Papa. Pues, es con este llamado a los pescadores como comienza Jesús su actividad pastoral. Es un llamado que Juan Pablo II ha querido renovar con nuevo ardor para los agentes pastorales de la Iglesia del tercer milenio. Hoy nos toca volver a escuchar a Jesús quien nos llama a remar mar adentro y echar las redes, pero no contando sólo con nuestros esfuerzos sino con su gracia: Porque tú lo pides, echaremos las redes.

En concreto, el mar adentro para nosotros es el mundo universitario. Un mundo pluralista y secularista, lleno de retos, inquietudes e interrogantes. Un mundo de razón y ciencia, de encuentros y choques. Pero, con personas ansiosas de recibir un mensaje que sea capaz de inquietar los espíritus para la construcción de una mejor humanidad. En la búsqueda sincera de la verdad, el deseo de una vida con sentido, auténtica, con razones claras para pensar y actuar, ahí es donde es urgente no quedarnos en la orilla, es necesario penetrar el interior de las vidas, de las culturas, para que con la siembra de la Palabra de Dios podamos crear una comunidad cristiana, una comunidad universitaria de fe, esperanza y caridad. Aprendamos de esta Carta Apostólica que nos invita a asumir con nuevo ímpetu la misión evangelizadora. Pues, “es preciso ahora aprovechar el tesoro de gracia recibida, traduciéndola en fervientes propósitos y en líneas de acción concretas” (NMI 3). Nos llama el Papa a analizar su fervor y recuperar el nuevo impulso para nuestro compromiso espiritual y pastoral.

Es importante tener como modelo de acción el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, porque “el cristianismo es la religión que ha entrado en la historia” (NMI 5). No está en el límite, sino en el centro de los pueblos, en medio de las oficinas públicas y de los mercados, en las fábricas y centros de estudios. Ahí, donde los hombres se reúnen, donde pasan, trabajan o estudian, está encarnada la Iglesia con su mensaje evangélico. A nosotros, particularmente, se nos exige como pastoral universitaria, penetrar en todos los espacios del mundo universitario. No podemos dejar nada sin penetrar, porque cuando el Hijo de Dios se encarna, asume todo lo humano… todo, la totalidad del ser. Juan Pablo II afirma que Cristo es el fundamento y el centro de la historia. Es penetrando en el interior de la humanidad como se traduce en vida este principio fundamental.

El Papa en la Novo millennio ineunte destaca tres importante sectores de la vida cristiana donde nos exige mayor dedicación de nuestra parte. En primer lugar, Juan Pablo II hace como una renovada opción por los jóvenes. Especialmente para nosotros es esta afirmación que nos transmite el documento referido: “Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el mensaje, incluso si es exigente y marcado por la Cruz” (NMI 10). No podemos desfigurar, ni con nuestro testimonio de vida ni con nuestros discursos, la imagen de Jesús que nos presentan los Evangelios. Un Siervo Sufriente capaz de asumir toda clase de sacrificio, de amar hasta el extremo de morir crucificado por la causa del bien, de la verdad, de la justicia, del amor, de la vida con sentido, mueve a los jóvenes de nuestras Universidades que están luchando con tesón por la causa común de la justicia y libertad. Ciertamente, Jesús es y será siempre el gran inspirador de las luchas sinceras por causas autenticas de la historia. Nosotros estamos llamados a encarnarlo en el mundo universitario con hechos y palabras.

Otro sector importante que merece nuestro empeño es referido por el autor de la Novo millennio ineunte como urgente, se trata del diálogo ecuménico, muy importante en un mundo como el universitario. Reconoce el Papa que “el camino ecuménico es ciertamente laborioso, quizás largo, pero nos anima la esperanza de estar guiados por la presencia de Cristo resucitado y por la fuerza inagotable de su Espíritu, capaz de sorpresas siempre nuevas” (NMI 12). Y el otro sector, aun más comprometedor es el problema de los pobres, bandera populista en cada campaña electoral, pero para la Iglesia es el sector de mayor privilegio, donde la Palabra de Dios se hace humana. Categórico es el Papa al enseñarnos que “si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que Él mismo ha querido identificarse… Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial suya, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos” (NMI 49).

Debemos ahondar más en el compromiso nuestro de hacer Iglesia en nuestras Universidades, haciendo cristianas a las Comunidades Universitarias. Es decir, hacer de nuestras Universidades auténticas Comunidades Cristianas. Pues, la mayor fuerza del esta Carta Apostólica de Juan Pablo II es la de reafirmar una vez más la comunión cristiana. Es una verdad fundamental de la Iglesia sobre Ella misma que marcó el camino renovador que parte del Vaticano II y, de una u otra manera, referida en casi todos los escritos de Juan Pablo II. Por ejemplo, en la Christifideles Laici le da al tema una gran atención. En este documento sobre los laicos, enseña que “la comunión genera comunión” (CL 32), pues, “la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión” (CL 32). Por su parte, la Novo millennio ineunte expresa que la manera como la Iglesia puede crear comunión es siendo Ella misma una casa y una escuela de comunión. Para Juan Pablo II, “éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (NMI 43).

Un proyecto pastoral semejante se desarrolla desde una profunda espiritualidad encarnada en la humanidad actual, que nos dinamiza desde nuestro interior para responder, como lo señala el próximo beato, a las aspiraciones de una sociedad que se destruye por las relaciones de guerras, guerrillas, terrorismos y diversos tipos de violencias. Esta espiritualidad lleva el sello de la comunión. Juan Pablo II se pregunta por el significado concreto de lo que él mismo denomina como “espiritualidad de comunión” (NMI 43-45). Su respuesta no podía ser más clara y concreta: “Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de la fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, Espiritualidad de la comunión es saber dar espacio al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias” (NMI 43). Sin esta espiritualidad no pudiéramos hacer posible nuestra misión de crear comunión, advierte el Papa.

Esta espiritualidad tiene su sentido más profundo en el encuentro personal con Cristo Jesús. El Papa lo trata en el capítulo donde nos llama a contemplar su rostro. Primero, señala la meditación de la Sagrada Escritura donde ha quedado plasmada en lenguaje humano la revelación de Dios. Cristo nos revela plenamente al Padre y nos envía el Espíritu para que, abiertos a su acción, podamos encontrarnos cara a cara, rostro a rostro con Él, en el testimonio de los Apóstoles y demás Discípulos que con Él vivieron. Luego, en el camino de la fe. En este maravilloso documento, Juan Pablo II nos ofrece uno de los más impresionantes testimonios de fe y seguimiento a Jesús, es la de los Apóstoles: “A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio” (NMI 19). Pero, lo más resaltante el encuentro personal de Jesús en su Evangelio es donde se presenta con el rostro de siervo sufriente y el rostro glorioso del resucitado. Es, pues, a esta experiencia religiosa a la que nos invita Juan Pablo II y nos compromete a provocar esta misma experiencia a los demás, con nuestra misión universitaria.

Termino estas reflexiones con la sensación de no poder abarcar toda la riqueza doctrinal y pastoral de este tan importante documento, poco recordado y menos leído y estudiado. Pero, si consigo animarlos a leerlo y reflexionarlo desde nuestra condición de agentes de pastoral universitaria, me quedo un poco más motivado. Como lo indica casi al final, son abundantes y copiosos los retos actuales que nos exige respuesta: el desequilibrio ecológico, los problemas de la paz, los vilipendios de los derechos humanos, la defensa del respeto a la vida desde la concepción hasta su ocaso natural, las nuevas potencialidades de la ciencia sobre todo el terreno de las biotecnologías, en fin, innumerables y crecientes retos. Sin embargo, concluye la Novo millennio ineunte, “es notorio el esfuerzo que el Magisterio eclesial ha realizado, sobre todo en el siglo XX, para interpretar la realidad social a la luz del Evangelio y ofrecer de modo cada vez más puntual y orgánico su propia contribución a la solución de la cuestión social, que ha llegado a ser ya una cuestión planetaria” (NMI 52).

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