Asesor de la Acción Católica de Maracaibo
(Salutación a la XV Asamblea de la Acción Católica de Venezuela en la Arquidiócesis de Maracaibo, entre los días 1 y 3 de abril de 2011)
Como asesor de la Acción Católica en la Arquidiócesis de Maracaibo, les doy la bienvenida a todos los asistentes que tan generosamente han respondido a la invitación para participar en esta XV Asamblea de la Acción Católica (AC) de Venezuela en esta Iglesia particular. Este es un espacio importante de comunión entre los cristianos organizados en este prestigioso Movimiento Eclesial. Compartiendo la Eucaristía, vivimos la comunión con la Comunidad Divina del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta es la fuente, el modelo y la meta de nuestra Iglesia.
El tema central de este evento, “Laicos de Acción Católica: testigos del Evangelio de Cristo”, nos indica la identidad y la misión del laico en la Iglesia para la humanidad. Estamos en sintonía con la realidad de una Iglesia que se abre al mundo para servirle, sembrando en el corazón de cada persona humana la semilla del Evangelio de Jesús, para construir una nueva sociedad formando hombres renovados por los valores cristianos. También son significativos los títulos de los dos grandes momentos, cuidadosamente elegidos. Son: “servicio de la Acción Católica a la comunidad eclesial” y “aporte de la Acción Católica al servicio social”. Por algo los Pastores Latinoamericanos en la Conferencia de Puebla hablan de los laicos como personas de Iglesia en el corazón del mundo, tanto como que son personas del mundo en el corazón de la Iglesia (Puebla 786). Así también lo enseña Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Christifideles laici, que trata precisamente sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Es que cuando una persona humana es adoptada como hija de Dios y, por tanto, miembro de la gran familia llamada Iglesia, no deja de ser humano. No es separada del mundo, por el contrario, es consagrada para encarnarse en el mundo como se encarnó el mismo Hijo de Dios.
Hoy nuestra sociedad espera el testimonio claro y sincero de nuestra fe cristiana. Si decimos que Dios es Padre de todos, debemos hacerlo notar en una vida fraterna. La humanidad no creerá ni se convertirá, si los cristianos somos individualistas y no nos interesamos por el bien comunitario. Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica citada, nos sigue enseñando que “es necesario mirar cara a cara este mundo nuestro con sus valores y problemas, sus inquietudes y esperanzas, sus conquistas y derrotas: un mundo cuyas situaciones económicas, sociales, políticas y culturales presentan problemas y dificultades más graves respecto a aquel que describía el Concilio en la Constitución Pastoral Gaudium et spes. De todas formas, es ésta la viña y es éste el campo en que los fieles laicos están llamados a vivir su misión” (CFL 3).
Dios les bendecirá para que, con esta energía renovadora, esta inquietud espiritual, ante la presencia de una sociedad venezolana desafiante, no tengan miedo de testimoniar la verdad del Evangelio de Jesús. Aunque tengan que asumir grandes sacrificios. Para eso tenemos bellos ejemplos: Santo Tomás Moro, Patrono de los políticos y gobernantes, es decapitado por ser un autentico laico que vivió su vocación en la Iglesia y en el mundo, en el mundo y en la Iglesia, comprometido por la verdad.
Particularmente les recomiendo que no se dejen atrapar en la comodidad de una estructura apostólica que lo proteja. Las organizaciones apostólicas son movimientos de acción, de la Iglesia al mundo y del mundo a la Iglesia. Sepan que el mundo no es el lugar del pecado y la maldad. El mundo es, lo afirma la Gaudium et spes, “toda la familia humana con la universalidad de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia del género humano, marcado por su destreza, sus derrotas y sus victorias; el mundo que los fieles cristianos creen creado y conservado por el amor del Creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del maligno, para que se transforme, según el designio de Dios, y llegue a su consumación” (GS 2).
La Iglesia no se cansa de invitarles a vivir su vocación humana en el plan de Dios, con un carácter comunitario. Recuerden este principio, todo orden social y progreso deben subordinarse al bien de las personas humanas. Ella es el camino de la Iglesia, repite una y otra vez Juan Pablo II. En su apostolado les reta la construcción de una sociedad fraterna. En toda actividad humana, sean protagonistas, no escapen. Tengan una espiritualidad que los dinamice desde el interior para ser testigos de la verdad. La Iglesia, ningún movimiento o grupo eclesial, es refugio para protegernos del mundo. Más bien, la Iglesia es el espacio donde la humanidad aprende a vivir en comunión y testimoniarlo al mundo. Desde Ella, ustedes son servidores de la humanidad. Es el mismo Jesús quien ora al Padre pidiendo que no nos saque del mundo, sino que nos cuide de la maldad (Jn 17,15).
La presencia del laico en el mundo debe ser transformadora. Desde la familia, construyen la sociedad con una recta promoción del progreso de la cultura. En la cultura, son “testigos del nacimiento de un nuevo humanismo, en el que el hombre se define primariamente por su responsabilidad hacia sus hermanos y hacia la historia” (GS 55). Así como tampoco debe estar ausente el laico, en la vida económico-social, honrando y promoviendo la dignidad de la persona humana. No tengan miedo ni reparo en la acción política. En este tema, Juan Pablo II es terriblemente claro: “Para animar cristianamente el orden temporal, en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad, los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (CFL 42).
Así, pues, pidamos al Señor que él mismo sea quien bendiga este tan importante evento. Que contemos siempre con la protección de nuestra Madre María de Chiquinquirá.
Amén.
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