martes, 19 de abril de 2011

El Evangelio de la vida



Reflexiones del Padre Andrés Bravo (Capellán de la UNICA) en la inauguración de la muestra individual “Artista Plástico Gladys Torres” titulada “Yeshúa”. Evento realizado por la Cátedra Libre Juan Pablo II de la Universidad Zulia el día 14 de abril 2011, sobre la Evangelium vitae, celebrando la beatificación del Papa Juan Pablo II realizada el próximo primero de mayo.

“El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús” (EV 1), así comienza la decima primera Encíclica de Juan Pablo II, promulgada el 25 de marzo de 1995 y titulada Evangelium vitae (El Evangelio de la vida). Esto indica que también la vida humana está en el centro del mensaje de la Iglesia, más aún, como lo reitera una y otra vez el Papa, la persona humana es el camino de la Iglesia porque así se lo ha ordenado su Fundador (cf. EV 2).
Estamos contemplando un documento “sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana”. Muchos lo califican de un canto a la vida por lo armónico de su constitución y lo grande del tema. Sin embargo, yo prefiero verlo como una de las más terribles enseñanzas y protesta ante las crecientes amenazas de destrucción de la humanidad, muchas veces en nombre del mismo progreso humano. Muchos piensan que ser progresista es promover el asesinado de niños inocentes con el aborto, bajo la excusa de que la mujer es dueña de su cuerpo. Lo que no nos dicen es que no es dueña de la vida que lleva en su seno. Igualmente, se creen progresistas los que propician el asesinato de ancianos, bajo la terrible tesis de la eutanasia. “El resultado al que se llega es dramático: si es muy grave y preocupante el fenómeno de la eliminación de tantas vidas humanas incipientes o próximas a su ocaso, no menos grave e inquietante es el hecho de que a la conciencia misma, casi oscurecida por condicionamientos tan grandes, le cuesta cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal en lo referente al valor fundamental mismo de la vida humana” (EV 4). Desgraciadamente, hoy estamos viviendo el peligro destructor casi sin límites de la energía nuclear, ante la mirada aterrorizada de los más inocentes y el sufrimiento de los que siempre han denunciado proféticamente su eminente peligro de muerte. Así, la lista de amenaza de la vida es larga, incluyendo “a las tradicionales y dolorosas plagas del hambre, las enfermedades endémicas, la violencia y las guerras, se añaden otras, con nuevas facetas y dimensiones inquietantes” (EV 3).
Así como la sangre de Abel, asesinado por su hermano Caín por envidia, sigue hoy clamando desde el suelo, al cielo (cf. Gn 4,8). Igualmente, hoy sigue el Señor preguntando por nuestros hermanos y, tal como ocurrió en el principio, tampoco a nosotros nos acepta una respuesta de indiferencia. Juan Pablo II advierte que, “como en el primer fratricidio, en cada homicidio se viola el parentesco espiritual que agrupa a los hombres en una única gran familia donde todos participan del mismo bien fundamental: la idéntica dignidad personal” (EV 8). Porque si Dios es Padre de todos, como nos lo reveló Jesús, todos somos hermanos. Este es el Evangelio de Jesús.
La Iglesia, para todos aquellos que quieran acoger sus palabras con fe, nos ha predicado que el valor de la vida, todo integral, cuerpo y alma, corazón e inteligencia, es fruto del amor de Dios que lo ha creado con el polvo de la tierra, es tierra (humano); pero, soplando su aliento en él, le dio vida que sale del mismo Creador. El ser humano es tierra y cuando destruimos la tierra, nos destruimos nosotros mismo. Sin embargo, posee una dignidad mayor a toda creatura, es imagen y semejanza de Dios. Si bien no somos dioses, el mismo Creador nos ha hecho partícipe de su ser divino. Juan Pablo II lo expresa así: “El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal. En efecto, la vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. Un proceso que, inesperada e inmerecidamente, es iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad” (EV 2).
Jesús es el mensaje cristiano sobre la vida. La misión de Jesús es que tengamos vida en abundancia. Para terminar esta reflexión que con gusto he aceptado hacer entre ustedes, pero con la natural sensación de no poder abarcar sino una mínima parte de esta tan amplia y rica encíclica, les dejo sin más con palabras del mismo Juan Pablo II: “Ante las innumerables y graves amenazas contra la vida en el mundo contemporáneo, podríamos sentirnos como abrumados por una sensación de impotencia insuperable: ¡el bien nunca podrá tener la fuerza suficiente para vencer el mal! Este es el momento en que el Pueblo de Dios, y en él cada creyente, está llamado a profesar, con humildad y valentía, la propia fe en Jesucristo, Palabra de vida (1Jn 1,1). En realidad, el Evangelio de la vida no es una mera reflexión, aunque original y profunda, sobre la vida humana; ni sólo un mandamiento destinado a sensibilizar la conciencia y a causar cambios significativos en la sociedad; monos aún una promesa ilusoria de un futuro mejor. El Evangelio de la vida es una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús, el cual se presenta al apóstol Tomás, y en él a todo hombre, con estas palabras: Yo soy el camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Es la misma identidad manifestada a Marta, la hermana de Lázaro: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás (Jn 11,25-26). Jesús es el Hijo que desde la eternidad recibe la vida del Padre (cf. Jn 5,26) y que ha venido a los hombres para hacerles partícipes de este don: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10). Así, por la palabra, la acción y la persona misma de Jesús se da al hombre la posibilidad de conocer toda la verdad sobre el valor de la vida humana” (EV 29).

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