martes, 2 de diciembre de 2014

Reflexión Semanal 1: Tiempo de Adviento


Andrés Bravo

Profesor de la UNICA

            Este 30 de noviembre la Iglesia universal comienza el año litúrgico con el tiempo que llamamos adviento. Es, pues, el primer domingo de adviento. No queriendo adentrarnos en el origen del término, nos basta decir que su significado cristiano, desde los primeros testimonios, designa la venida de Jesucristo entre nosotros. La Palabra que se hace carne y habita en nuestra historia como uno de tantos. Es tiempo de esperanza, vivida en la tensión de la fe y expresada en la caridad. Es decir, el Hijo de Dios se acerca a nosotros para que nosotros, gozando de su presencia, vivamos en comunión con Él.

            Para nosotros, tiene dos sentidos que invitan a la reflexión y a la espiritualidad: el sentido de memorial y el sentido escatológico. El primero nos conduce a prepararnos para celebrar la navidad del Señor, acontecimiento salvífico que llena de plenitud a la historia y realiza la promesa profética del Antiguo Testamento: se anuncia a los pobres el Evangelio (la buena noticia), se sana a los de corazón quebrantados, se proclama el perdón, la libertad a los prisioneros y la liberación a los oprimidos. Por cierto, la oración colecta del tercer domingo nos muestra claramente su primer sentido al pedir al Padre que el pueblo pueda celebrar con fervor la fiesta de la navidad del Señor que trae la salvación. Por eso, el pueblo espera con alegría porque es la fiesta de la buena noticia que es anunciada a los pobres y nos concede la libertad.

            El segundo sentido nos mueve a la esperanza de una vida futura que tiene su culmen en la llegada gloriosa del Señor que viene a establecer su reino. Así lo expresamos en la oración colecta de este primer domingo. En ella pedimos al Padre la capacidad de convertir nuestra historia en un camino que nos conduzca al encuentro definitivo con Jesús que es el Cristo que viene (adviento). ¿Cómo andar este camino? Con la práctica de las buenas obras, para que nos permita reinar con él eternamente en su reino de amor.

            Hoy el pueblo hace suya la estremecedora oración del profeta Isaías (63,16-17.19; 64,2-7), porque también adviento es tiempo de conversión y penitencia. Ciertamente, nos hemos alejado del Señor y, endureciendo los corazones por nuestros egoísmos y ambiciones, hemos pretendido crear una sociedad desconociendo los valores de su Evangelio. Como consecuencia, sufre el pueblo las injusticias, las violencias y las miserias humanas, materiales y espirituales.

La confesión de nuestros pecados nos hace descubrir la misericordia de Dios que nos ha creado y liberado: “Jamás se ha escuchado ni se ha visto que haya otro dios fuera de ti que haga tales cosas a favor de los que en él confían. Tú aceptas a quien hace el bien con alegría y se acuerda de hacer lo que tú quieres” (Is 64,5). Esto es el adviento: nosotros que esperamos con fe y Dios que viene a nuestro encuentro. El método es la práctica de la justicia y el cumplimiento de su voluntad.

            Este sentido escatológico también lo refiere extraordinariamente san Pablo en la primera carta que le escribe a la comunidad de Corinto (1,3-9). Los frutos de su apostolado, de la predicación y del testimonio cristiano, son los muchos dones de los que gozan esta comunidad, concedidos por Jesucristo para que sus miembros vivan este camino de esperanza. La Iglesia es, pues, un pueblo de esperanza. Todo el esfuerzo del Apóstol se verá justificado “cuando nuestro Señor Jesucristo regrese” (1Cor 1,8). Dios es quien la ha llamado a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor (cf. 1Cor 1,9).

            El mismo Señor, antes de su vía crucis (camino de entrega en la cruz), nos enseña que un peregrino no puede estar dormido ni descuidado. Por el contrario, el camino del amor que llega al sacrificio para lograr el triunfo de la vida eterna se hace en movimiento, despierto y atento. Para que, cuando nos encuentre el Señor, pueda darse cuenta de que puede contar con nosotros. Para esto, nos debe encontrar dinamizados, despiertos, en plena faena construyendo su reino.

            Nuestra exhortación es a que vivamos este adviento con la novedad del Espíritu que nos mantiene siempre dispuestos al servicio de Dios.

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